Soneto I
Para María del Carmen Álvarez Menéndez
La vimos con su madre ante el espejo,
mirando esa hermosura que la helada
dibuja en el cabello, si, escarchada,
la mira ya muy tarde el oro viejo.
De pronto, vi volar aquel vencejo
que amó una primavera desatada
en medio de la nieve desolada,
si vino a confundirse sin consejo.
El aire de diciembre entretenía
auroras que, venciendo la maleza,
trajeron el enero a sus cristales.
Y nadie sospechó que moriría
tan pronto como suele la belleza
que hiere los jardines otoñales.
Soneto II
Para María Dolores Menéndez López
El viento helado que rozó el cabello,
Llenándolo de escarcha y de blancura,
No osó matar su hechizo, su ternura,
Sus luces, sus bellezas, su destello:
Manchado de granizo fue más bello,
Más puro que la nieve cuando, pura,
Desciende de los cielos, de la altura,
Tan diáfano que el sol luce en su cuello.
Hiriéronla los años, la carrera,
El rápido correr hacia el vacío,
Mas no perdió la luz de su alegría.
Sus risas, floración de primavera,
Fluyeron como, rápida en el río,
El agua en su correr, helada y fría.
Soneto III
Para Pilar Muñiz Muñiz
Fue el suyo el corazón más generoso
Que nadie conoció sobre la tierra,
Y más dulce fue el pecho que lo cierra
En una urna de amor vuelta en reposo.
No dejará jamás de ser hermoso,
Más blanco que la nieve de la sierra,
Este recuerdo grato que destierra
La muerte hacia su imperio silencioso.
Mas no podrá arrancar tanto cariño,
Ni tanto amor ni fe, con insolencia,
La ronda de la noche silenciosa.
No robará el recuerdo de aquel niño
Que ayer la vio y, llegada ya su ausencia,
Su voz recuerda dulce y temblorosa.
Soneto IV
En memoria de José Álvarez Menéndez
Los charcos vio la helada como espejos
del bello resplandor en que, sencillos,
los rayos del sol vieron esos brillos
que prestos dibujaron sus reflejos.
La aurora llegó triste con bermejos
que hirieron de la noche los castillos,
guarida de la voz de los autillos
que mudos se callaron a lo lejos.
Y todo fue silencio de invernada
en esas densidades que el enero
quebró con la crueldad de su dureza.
Preludio de la muerte alborotada,
la nieve fue tan solo en el sendero
que cruza ese paisaje de tristeza.
2005-2019 © José Ramón Muñiz Álvarez
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