Siempre he sido de verlo todo muy definitivo.
Estaba el pasado,
pero mi presente no veía más allá.
Y cualquier cosa se volvía más intensa.
Lo bueno era lo mejor,
pero lo malo traía consigo
el amargo aroma del final.
Hace tiempo, afortunadamente,
comprendí que la vida son etapas.
Que todo sube y baja,
el tiempo no se detiene.
Y lo mejor que puedo hacer es
aprovechar cada etapa,
sacar lo mejor de ella y aprender.
Y probablemente mi experiencia me sirva de cara a futuros instantes.
Hace tiempo que aprendí que lo único definitivo es lo que ya ha pasado y quedado atrás.
Y ni siquiera porque,
a veces,
con el paso de los años,
todo lo vivido cobra un nuevo sentido.
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