Y huían.

Él huía de ella.

Y ella también.

Miedo. Miedo y amor.

Miedo al amor. Miedo a ser feliz. Miedo a sentirse libre.

Dicen que no hay nada más bello que amar desde la libertad.

Creo que nada da más miedo que sentirse libre para amar.

Para amar y ser amado.

Ese miedo a él le bloqueaba. Tenía miedo de todo. Sobre todo de ella. De sus ojos, de sus manos, de su cuerpo, de sus ojos, de su boca…de sus ojos.

Miedo de sí mismo, y hastío. Por no saber enfrentar todo lo que estaba pasando.

Había vuelto.

Había vuelto.

De repente su vida se puso del revés. Miedo.

Cuando la vio ya no hubo nada más. Lo que no supo es que en ese mismo instante…para ella tampoco hubo nada más.

Dicen que el amor todo lo puede, pero el de verdad. Ese que hace que te estremezcas, que se te erice el cuello. Ese por el que harías cualquier cosa. Por el que sonríes sin motivo, con el que besas con pasión. Ese que pocas personas tienen el placer de sentir.

Ella nunca lo había sentido. Nunca se había permitido hacerlo. Estaba tan herida que no concebía un abrazo. Una caricia. Una mirada.

Y él la curaba.

Le curaba el alma. Cuando la miraba, cuando la besaba, cuando la tocaba.

Era la primera vez que hacía el amor. Y creía que él también.

De verdad creía que la quería. Se lo decían sus ojos.

De esos amores de verdad…pero el miedo…el miedo le pudo.

Le encantaba mirarla. Decía que cuando la miraba sólo pensaba en ella.

Que se pasaría la vida mirándola.

Que nada le importaba más que ella estuviera bien, que se sintiera bien.

Lo que no sabía es que él la curaba.

Por eso la apartó. La apartó de él. Pensaba que la hería. Que la hería con su miedo.

Y ella tenía tanto amor. Tanto amor que darle.

Quería cuidarle, mimarle y besarle. Besarle siempre.

Pero él la alejó de todo su mundo.

Le dijo que nunca la olvidaría.

Ella esperaba que así fuese.

Y esperó.

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