Encierro

Encierro

Angel

06/05/2020

Con las manos temblorosas, los huesos cansados por la triste espera y el pecho oprimido, siento el pesar de los días ¿Cuánto más? ¿Acaso es el inicio? ¿Acaso es el anuncio? El aliento me sabe a pesado y fatigoso. Mis muslos están cansados por el sedentarismo que llevo. Despierto en la madrugada con repentinos sobresaltos y la esperanza de un retorno, veo el vació en la oscuridad de la noche y pienso en la incertidumbre de la claridad del sol sobre el horizonte ¿Acaso la vida vive en el encierro?

Son más de cuarenta días del internamiento y mi cuerpo amarrado está. El silencio habita en mí. Y como tantas veces en el día, sentado al borde de la cama, con el torso desnudo y acompañado de un vaso de agua, pienso en esas muertes anónimas, en esas muertes anunciadas y que hoy forman parte de las frías estadísticas de Gobierno.

En las pocas treguas del encierro, aspirando a una impasibilidad más completa, levanto el cuerpo y descalzo los pies me asomo a la pequeña ventana de mi habitación. Diviso la quietud de las calles, y sesgado por ese estímulo luminoso, veo el sol de la tarde que me sucede con una baja visión temporal. Los arboles del gran Parque de la Revolución, que no hace mucho vivían con la multitud, hoy parecen dormidos; sus colores verdes, lucen grises; sus flores amarillas, colorean el suelo que sufren la ausencia de sus pasantes; y como una rara excepción, se erige la mata de un árbol, con un hermoso y raro florecer ¿Será que hay esperanza en esta sumisión diaria?

Ya postrado, otra vez, con el olor a nada, repaso el día en la noche. Bebo otro sorbo de agua, cierro los ojos y se encienden los ruidos internos de mi soledad…

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