De apariencia armónica, suave y pausado andar, casi como una nota musical en un mundo de partituras de algún músico frustrado, así era la apariencia de aquel joven, de hombros caídos, gafas pesadas y gruesas. Por muy lastimera que fuese su imagen nadie pudo creer cuando de aquella boca con sonrisa sinuosa nació ese canto angelical, el que hizo estremecer incluso a el corazón más impenetrable, aquella voz no era algo normal, no era la voz de un cantante de ópera, ni la de algún artista conocido, era sin duda la voz de un ángel, una voz que llenaba de calma a las almas errantes conforme avanzaban las palabras a través del viento.
Recuerdo haberlo escuchado, sin duda su imagen se desvaneció ante mis ojos cuando aquel desgarbado joven empezó a ulular una melodía que me lleno de paz, penetro en mi ser como la suave caricia de mi madre, se expandió y recorrió los hasta entonces vacíos inexplicables que sentía en mi alma, tal vez su canto tenía algo de magia, pero sin duda era la paz que necesitábamos todos en aquel hospital. Mis últimas horas en este mundo fueron de felicidad y agradecimiento, sin más dolor, sin más tristeza, gracias aquel mensajero de pausado andar.
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