La carta

La carta

Mane

05/05/2020

Todavía recuerdo como caía la lluvia con su triste delicadeza sobre las moras y rebotaba en la vereda de baldosas negras, tocaba perpetua y tranquila su música nostálgica sobre el asfalto gris de la avenida en el abril oscuro del 2009. Aquel día, entre las hojas de un libro, la encontré, blanca y amarilla el tiempo había hecho lo suyo en el fondo, pero azules y rígidas aún se erigían protagonistas y elegantes las divas en el centro. La guardé como un tesoro durante años, porque en ella existía aún la forma dura y flexible de su carácter. En el reflejo de sus garabatos, todavía podía ver su cara de demonio transformarse al instante en algodón de azúcar por una ingenua humorada. La gente toma imágenes y las guarda todo el tiempo, como si las palabras de puño y letra no lograran forjar un recuerdo más impresionante de la vida. Entonces la guardé como la foto más valiosa, la única, suya y también de él.

San Juan, 02 de marzo de 1982

Mi poco gentil amante presumido:

podría degollarte con mis pensamientos. De hecho lo hice literalmente en mis sueños unas diez veces aproximadamente. Pero llegué a la conclusión, (luego de numerosas sesiones llantíferas) que sería un inútil y estúpido sacrificio. Jamás sufrirías lo suficiente. Una vez superada la etapa en la que traté de entender la huella de tus razonamientos y poco felices elecciones, llegó el paso de la venganza. Realmente creí que lo mejor, sería mi total ausencia. Debía exiliarte de mi cabeza y barrer los pedazos que quedaran en mi corazón, sin embargo, no podía ensuciarme las manos con tus lágrimas cargadas de resentimiento. El destierro debía ser limpio. Estaba completamente convencida de que era la Kasparov de este partido, perderías la dignidad primero y la vida al final de la guerra. Tanto era el amor incondicional que atesoraba, que me di cuenta cuando se transformó en resentimiento lo mucho que pesaba. Fue en esos días de ira silenciosa cuando una clara noticia descoloco mis vengativos planes. Seis semanas y 4 milímetros de una lenteja me cambiaron los esquemas. Todo por esa caprichosa lenteja, pero “crecerá y estoy segura logrará poner el mundo de cabeza para que termine finalmente a sus pies”, pensé. Aquel día decidí en silencio y con paciencia que el amor sería mi sostén. Por sobre todas las cosas el amor, en la única y en todas sus medidas, con sus consecuencias sistémicas, para todas las almas, incluso para la tuya. No sé si quise perdonarte, simplemente resolví amarte y tenerte fé hasta que Dios me dijera basta, tal vez así sabrías decidir mejor en el futuro. Y grande es que hasta el día de hoy le dice basta a mi cuerpo pero no a mi amor… Quizás así, escogerías mejor las palabras, elegirías siempre a la persona correcta. Se nos fue la vida muy rápido, vos intentando, y yo, en silencio amándote para que trataras hasta el infinito… No escribí esta carta hace 27 años, probablemente hoy sea la última vez que mi voz o mis manos te digan que a pesar de todo creo en vos, que te amo porque decidí porfiadamente amarte hasta siempre, pero no quiero que sea la última vez que lo escuchés. Desde aquel 2 de marzo en que me comprometí a seguirte hasta el día que te cansés de leerlo, te lo voy a repetir letra por letra en estas líneas; te amo y siempre creo en vos.

No sé cuántas veces leyó mi padre esta carta antes de cerrar los ojos. Yo la leo todas las noches, porque me acerca a los brazos fuertes de mi madre, porque cuando necesito un poco de novelas románticas las curvas de sus manos me acarician los sentidos. La leo porque me da fuerzas, porque sé que ella desde el lugar que sea, cree en mí. La leo cuando el mundo se me viene encima, porque entonces me creo eso de que lo puedo poner de cabeza tan solo para que termine a mis pies… La leo porque son años de mi vida en una página, porque es amor, porque es perdón, porque es aliento. La leo porque así, de esa manera, nunca me dejaron sola.

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