Desperté con ganas de empezar un día tranquilo y sin quejas, por primera vez en la semana. No hice caso a los mensajes, ni a los correos y menos, a las notificaciones. Quise acurrucarme un rato más en la cama y acompañada por mi gata, pasar un ratito más de paz.
Cuando por fin decidí contestar, revisar todo lo que me mandaban y contestar todo eso que necesitaba una respuesta, empecé a conciliar el sueño y por momentos muy breves, se me cerraban los ojos y comenzaba a soñar. Con personas que no conozco y con otras que sí.
Por un instante decidía entre seguir soñando o volver a la realidad, con mucho pesar me levanté porque la realidad tiene metas cortas que cumplir y para eso, yo soy su títere. Así que me bañé, cambié, peiné, comí, atendí lo que debía ser atendido y justo cuando pensaba que llegaba temprano, llegué tarde.
Tuve que lidiar con ese genio diabólico, no tanto como el mío pero que tanto me choca, de otras personas. Supe desde ese instante que todo lo que siguiera, estaría mal. En efecto, todo salió mal. Mi cansancio sobre el drama, mi poca paciencia con las personas que me rodean, mis pleitos internos entre continuar o mandarlo todo y a todos al carajo y la suma de mis ganas de desertar pronto, dieron un resultado de caminatas sin sentido con enormes ganas de ceder al llanto.
Cedí pocas veces y muchas otras me aguanté, contando mis pasos y manteniendo la calma. Inhala y exhala. Entré a la biblioteca con el objetivo de dejar a un lado el drama, tomar un libro de negocios y avanzar en eso que tanto anhelo terminar para no volverlos a ver nunca más.
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