Era una noche lluviosa. Había un pequeño niño de pie sobre la orilla de la carretera bajo un farol que iluminaba con un pequeño resplandor circular la oscuridad que lo rodeaba, miraba de un lado a otro como buscando a alguien.

Su pequeña gabardina amarilla escurría sin parar y por tercera vez se quitó sus botitas llenas de agua y las vacío como si de una jarra se tratara.

Un ruido detrás suyo llamo su atención, al voltear vio como de entre la vegetación del bosque a sus espaldas, avanzaba una silueta enorme, algo se acercaba hacia él, el crujir de las ramas y las hojas cecas se escuchaba cada vez más y más cerca, cuándo por fin la borrosa silueta asomo su alargado hocico dentro del aro de luz, pudo verlo, un lobo tan grande como un auto pequeño, con enormes ojos amarillos que penetraban hasta lo más profundo del alma, sobre un hocico con enormes colmillos, que se retorcía en un desagradable intento de sonrisa, su pelaje estaba erizado como si de espinas se tratara y era tan negro como el cielo sobre sus cabezas.

Abrió sus fauces lentamente, de ellas emanaba un aliento caliente, el vapor que salía escurría entre sus encías acompañado de un olor a muerte y descomposición, el pequeño niño se estremeció ante aquella acción, pero de entre aquellos colmillos algo salió. Una pregunta.

-¿Acaso esperas a alguien niño?-

Pregunto el lobo con una vos tranquila y profunda.

-Vendrá por mí, estoy seguro-

En su titubeante respuesta no se percibía seguridad alguna.

-Yo no estaría muy seguro de ello-

Respondió el lobo en un tono burlón.

-¡¿Y tú qué sabes?!-

Grito el pequeño.

-La gente no es de fiar-

-¡MIENTES!, jamás me abandonaría, no sería capaz-

-Aprenderás, niño, que dentro de cada hombre existe la irrefutable promesa de crueldad y compasión pues de eso está hecha la naturaleza-

-¡No!, él no es así, el jamás dañaría a nadie y menos a mí-

-¡Jaja!, no importa que tan parecidos sean los humanos unos de otros siempre encontraran diferencias entre sí, por muy mínimas que estas sean y las convertirán en motivo de guerra, el deseo de conflicto yace en lo profundo de esas criaturas irracionales. En el hombre se oculta el aspecto más visceral de la naturaleza al igual que en todas las bestias de la creación, no importa cuanto lo trate de ocultar, de enmascarar, de maquillar, de perfumar, de cubrir con finas telas, la realidad del hombre, está, que tanto le cuesta aceptar, es que en el fondo es una bestia primitiva regida por sus instintos-

-¡Tú eres un monstruo!, no tienes derecho de hablar así de nadie-

-Y ¿qué es un monstruo para ti niño?, ¿acaso algo con colmillos y pelo por todas partes?, ¿algo que ruge y se arrastra en cuatro patas?-

-Eres un monstruo porque devoras criaturas inocentes y acosas niños indefensos con mentiras crueles-

-¡¿MENTIRAS?!- El grito del lobo hizo que el niño se fuera hacia atrás y cayera sobre un charco – Los de tu especie siempre le han temido a la verdad, prefieren creer mentiras tontas para así no tener que aceptar su triste realidad, y déjame decirte que no existe nadie inocente en este mundo ni tampoco culpable, no se puede culpar al hombre por sus atrocidades, sería como culpar a un niño pequeño por sus travesuras, no tienen la culpa de ser lo que son, al fin y al cabo el hombre es quien hace al hombre, son una serie de acontecimientos que influyen y culminan en un inevitable resultado: Una decisión. No son más que un reflejo de lo que los rodea, como un ladrillo formado por un molde, un molde que les fue impuesto, con características preconcebidas para satisfacer las necesidades de aquello para lo que se le requería, aquello para lo que sería usado, hecho solo de los materiales que se tenían a la mano, para después ir y fabricar mas ladrillos a su imagen y semejanza con la misma arcilla con la que los formaron-

El niño miraba absorto al suelo, sollosando.

-Como ves- Continuo el lobo -Es inútil buscar culpables en este mundo, todo es caos, caos al que el ser humano inútil y desesperadamente le intenta dar sentido, como una cría que piensa que el mundo desaparece y aparece al cerrar y abrir los ojos.

El niño callaba.

-Ahora mi niño, te pregunto; ¿que haces aquí solo?, llevas días esperando a alguien que jamás llegara-.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS