Le tocó mirar de cara a la resignación para comprender lo util que era, para aceptar que, no se puede ir batallando por todo lo que no le satisfacia en su vida.
Se dió cuenta de la intrascendentalidad del «karma». Advirtió una de esas verdades del mundo real; si la vida le debía algo, se declaraba insolvente. Poco importaban que sus sufrimientos hubiesen sido más y mayores que los de la gran mayoría de personas que se cruzaba por la calle. No iba a tener un premio justo.
Le dio la mano, trató de alargar la despedida con frases improvisadas con el fin de advertir en su mirada alguna muestra del mismo interés que ella sentía. No encontró nada.
Cerró la puerta de la consulta decidida a no jugar a la suerte, de no desestabilizar la alianza que él llevaba. Por primera vez comprendió el valor de la resignación.
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