Todos los días después del trabajo tomaba el metro de regreso a casa. Aburrida de esta rutina, un día decidí caminar. No vivía tan lejos y además me ayudaba a mover mi inactivo cuerpo. Como no tenía ruta definida, elegí irme por las calles más tranquilas del barrio Bellavista. Fue así como conocí el Pasaje 4.
Era una cuadra con anchas veredas, aprovechadas por los vecinos para hacer plantaciones. Conservaban los viejos y grandes árboles, quedando al centro un angosto espacio para las pocas personas que transitaban por ahí. Las casas eran antiguas, de esas sin patio delantero en que la puerta de entrada daba directamente a la calle. Mientras caminaba, sentí el olor a tierra húmeda, que en ese momento me transportó a mi niñez, cuando jugaba con barro en casa de mi abuela. Provenía de un árbol que recién habían regado. Más adelante había una anciana barriendo las hojas que dejaban caer los arboles por el otoño, que no pareció darse cuenta de mi presencia. Al llegar a la mitad del pasaje, una calle sin salida lo cruzaba.
Me fui pensando durante todo el camino en la imagen que había visto. Estaba segura que no lo había imaginado, y entonces vino a mí la preocupación: ¡Había un gatito abandonado dentro de la casa! Por eso, al día siguiente volví a hacer el mismo recorrido. Esta vez era un poco más tarde, así que apresuradamente me dirigí a la casa gris. Ahora había luces encendidas, y un auto estacionado en el patio que no me permitía ver la puerta de entrada. Me tranquilizó saber que, de existir un felino en dicha casa, no estaría abandonado.
Al tercer día volví a pasar por el mismo pasaje. Al igual que el primer día, sonaban las campanas para la misa de la tarde. Caminé tranquila disfrutando el entorno hasta llegar a la casa tenebrosa. No había auto, ni luces encendidas. Miré la puerta de entrada y … ¡ahí estaban! Nuevamente las dos garritas blancas bajo la puerta. Me pareció muy extraña la idea de un gato inmóvil y me pregunté: ¿será una ilusión mía?, ¿vivirá aquí un taxidermista?, ¿será un gato de peluche extremadamente real? ¡Calla!, le dije a mi voz interior, ya que eran demasiadas las ideas que se agolpaban en mi mente. Para no volverme loca, tenía que salir de la duda, por eso decidí acercarme a la reja y lo llamé:
– Cuchito, cuchito, cuchito … -, pero no se movió.
Disimuladamente lance una pequeña piedra a la puerta… tampoco sucedió nada. Sin embargo, no podía irme con la duda y decidí hacer algo. Noté que la reja del estacionamiento estaba sin candado y entré. Caminé sigilosamente hacia la puerta y, cuando ya estaba en el umbral, sentí unos pasos que se acercaban a la casa. Me asusté, y en segundos ya estaba escondida al costado. Mi corazón palpitaba rápidamente. Si me descubrían, podían pensar que estaba robando. ¿Quién me iba a creer la historia del gato? Sentí que la reja se abría. Escuché el crujido de las hojas secas sonando cada vez más cerca de donde yo me ocultaba. Quise arrancar hacia atrás, pero todo estaba oscuro y al hacer ruido llamaría la atención…
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