En este aislamiento surgen conversaciones muchas veces melancólicas, con pronósticos cargados de pesimismo ante la incertidumbre de ¿que pasara mañana? La pregunta surge cargada de inquietud, de zozobra y muchas veces creemos estar sintiendo los síntomas que causa la incubación de tan indeseado huésped.

Otros en la atmósfera embriagante de sus alcobas sus cuerpos se cargan de pasión, de deseos, y así ardientes ante la majestad del silencio dejan desencadenar sus pasiones y deseos hasta llegar al paroxismo electrificante del placer para luego sentir una tristeza amarga y rencorosa ante la inquietud tremenda del virus mortal.

Aquellos otros ancianos ya, no se dicen nada; enlazan sus manos, juntan sus corazones y permanecen así largas horas en silencio, como anonadados en esa atmósfera tenue de inseguridad que penetra en sus almas y las postra ante una imagen o un afloramiento de recuerdos.

Allá el poder y la riqueza enclaustrada en las grandes haciendas, lujosas mansiones o esplendidos apartamentos dan rienda suelta al complot, a la rapiña, a como explotar al que agoniza, como beneficiarse del que sufre del que no tiene un pan para compartir en su mesa.

Mas allá, en los rincones de las ciudades, el las veredas lejanas, en los potreros o avenidas la verdad amarga y dolorosa de los niños mendicantes, de las familias con hambre, del dolor, de la miseria; el grito desesperado del padre de familia al que no dejan trabajar oprimido muchas veces por aquellos llamados “guardianes del orden”.

También esta el “vivo” el “avispado”, el llorón que teniendo pan y trabajo, se aprovecha para reclamar lo que a otros hace falta.

Alberto Manrique C. 2020

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