REDENCIÓN

– López, traeme otro café.

No le importó tanto que lo tuteara, sino oír su propio apellido así, antepuesto a un imperativo tan violento como vulgar. Traeme. Ni siquiera cuando era chico y concurría a esa vieja escuela de pueblo, mohosa y embadurnada con láminas rancias de humedad e indiferencia, alguna maestra lo había tratado de aquella manera. López, traeme… Lo hubiera esperado de la directora, eso sí, pero su carisma no llegaba entonces (ni había logrado llegar ahora, ya bien entrada su adultez) al nivel de rebelión requerido para ser tenido en cuenta en ese juego desparejo que significa discutir desde abajo. En aquel tiempo, se esmeraba concienzudamente para dibujar las letras parejas y no borronear las hojas, aunque solo fuera por miedo al escarnio público. En casa era un buen hijo, aunque retumbaran en ella los pesados rituales del estereotipo familiar, preñados de gritos, resentimiento y sumisión. Cuando en el potrero del barrio rayaban los picados, tampoco era tenido en cuenta, la pelota pasaba ante él sin detenerse a decirle López, acá estoy, acariciame, cuidame, hacé de mí lo que quieras. El patrón y los rebeldes eran siempre los otros. Pero el secreto era otro. López no jugaba bien al fútbol porque no se podía ensuciar, a su madre le gustaba que estuviera siempre limpito. Para ella, el fútbol era solo una radio que chillaba los domingos, mientras que su hijo era lo único que tenía para cuidar, aparte del florero, el elefantito de loza y esas chucherías que plumereaba todos los días a la par de su infancia. Cuando ya mayor, López estuvo en edad de merecer, la noche y las mujeres le habían sido igualmente esquivas, pródigas en amarguras. Pero López tenía proyectos, modestos, pero proyectos al fin. Ni bien terminó la secundaria, intentó trabajar en el correo, en la municipalidad, en el registro civil, más su padre no tenía la influencia requerida para lograr redimirlo.

– López, traeme otro café.

Y López le llevó ese otro café, porque aún no era el día. A pesar de los años que llevaba transportando café, miles de litros de café, toneladas de tazas con café, aún no le había llegado el día, esa triste jornada que aún no palpitaba, aquel destino profético de la última respuesta, un no rotundo, un no a la vida, un no a la nada que desde chico le había sido legada con tanto amor.

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