Abrió los ojos para descubrir que estaba sentado, aunque recordaba que estaba en otro sitio, algo familiar, quizá, aunque la tristeza se apoderaba lentamente de él se sentía extrañamente fascinado por ese nuevo escenario que se mostraba frente a sus ojos que lo hacía sentirse en una sala de interrogatorio; un cuarto con cuatro espejos a su alrededor en lugar de paredes con la única luminaria solitaria suspendida justo en medio, no distinguía el techo y el suelo le interesaba menos.
La puerta repentinamente se abrió dejando pasar a un joven, «¿Una puerta? ¿Puedo salir? ¡Quiero salir!» unos años menor que él, de nuevo, el sentimiento de familiaridad y tristeza se presentaron reverenciando la pesadez de los pasos mientras la figura tomaba asiento, sin verlo siquiera. No notó de dónde provino la silla que ocupaba, no recordaba verla antes. «¿Qué hago? ¿Por qué no puedo salir?».
De nuevo, la puerta, otra figura, esta vez un niño, no debía parecer mayor de diez, de nuevo los mismos anfitriones emocionales, se sentó, otra silla, nadie habló. «¿Qué hace un niño aquí? ¿Cómo salgo? ¿Qué me pasa?»
Una vez más, un nuevo compañero, victimario o víctima, la familiaridad de hizo más notable con éste y la tristeza también decidió acentuar más sus colores, de nuevo se sentó, frente a él, joven, no mayor de 30, esta vez se sentó junto a él, nadie hablaba, otra silla. «¿De dónde vienen? Esa silla tampoco estaba ahí»
El tiempo pasaba, «¿O no?», la luz parecía irse atenuando y nadie hablaba, el silencio era atroz, una aspiradora muda que iba succionando el aire directo de los pulmones, parecía irse achicando el espacio, parecía que el mundo era una caja, ese mundo era una caja, odiaba a su compañía, los odiaba a todos, al niño miedoso, al adolescente inepto, al joven falso, a todos, «¿Por qué los odio? No los conozco, pero, si… ¿Los conozco? Los detesto… ¿Por qué me dan pena? Que se mueran…no…».
La caja tomó de nuevo su forma original y la luz regresó, se abrió de nuevo la puerta, dos figuras aparecieron, por la luz no se veían los rostros, la ropa parecía deforme en ellos o quizá ellos eran los deformes, «¿Quiénes son? Son altos, muy altos, no los veo bien. ¿Por qué estoy temblando? ¿Qué hago? ¡Quiero irme! ¡Presiónalo! ¡Presio…» Los nuevos huéspedes se sentaron al fondo, silenciosos, observando, eran sombras vigilantes, se podía sentir su mirada y aunque no se distinguían sus identidades las siluetas resaltaban en la penumbra.
Entonces, alguien habló, el niño, comenzaba a discutir algo con el adolescente, se notaba la pasión de su discusión, sus rostros se arrugaban en muecas y sonrisas, después carcajadas, luego ambos lloraban «Eso también lo hice yo, no sabía que ellos igual… ¿El falso igual? …No sé por qué…»
El joven que hacía poco se había unido a la plática abrazaba sin miedo ni culpa a sus interlocutores, los trataba con cariño y hasta respeto tratando de absorber cada detalle de sus relatos con la paciencia de un maestro, no interrumpía y escuchaba con la máxima atención. «¿Cuándo se acercaron tanto? Ahora están en un círculo, típico, estoy de nuevo fuera del centro, fuera de todo, no me sorprende, debería…espera…también me llamo así…el niño… ¿También el puberto ese?».
La conversación se vio interrumpida por el chirrido de la silla al caer, estaba de pie, él que no entendía, dio media vuelta sólo para encontrar su reflejo en el espejo y al ver su rostro notó las lágrimas, no las había sentido salir y a sus espaldas veía el reflejo de los tres que lo miraban en silencio, expectantes de algo y al fondo, una figura de pie, inmóvil y oscura. Su corazón comenzó a protestar, volvió a darse la vuelta y se sentó de nuevo, la figura igual, decidió de nuevo levantarse, la figura igual, se sentó, la figura seguía de pie. «¿Qué le pasa a ese? Da miedo, mucho miedo, ¿Qué hago?».
El joven entonces ya estaba a su lado, tomó de su brazo y lo llevó hasta el círculo, sin gesticular palabra asintió «También le da miedo, a todos nos da miedo». La conversación que siguió fue fluida y natural, se escucharon, sus historias coincidían, sus recuerdos eran películas que todos conocían, parecía que vivieron en el mismo…
«No son tan malos, creo que vale la pena escucharlos un poco más, me hacen sentir menos solo, los perdono, los perdono por ser así, yo soy igual, yo era igual, lo sigo siendo, más viejo, hasta son de alguna forma graciosos, no… creo que me quedaré un rato más».
La figura que provocaba pavor se levantó, caminó despacio, sin ruido, sin prisa, se detuvo un segundo en la puerta, la abrió y desapareció en la nada del otro lado, entonces su pareja, que hasta ese entonces había permanecido en su asiento se levantó y acercándose lentamente reía, una sonrisa cálida, parecía auténtica, al acercarse la luz reveló a un anciano que se recargó en el hombro del joven, de frente al cuarentón que yacía confundido, de igual modo, simplemente asintió.
Cuando abrió los ojos las lágrimas aún brotaban, podía notar en el espejo las arrugas que sus cuatro décadas le habían regalado, el cañón seguía en su boca y el sabor metálico recorría sus labios, su mano ya no temblaba. Retiró el cañón, dejó la pistola en la cama y salió.
La caja había desaparecido.
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