Lhasa
El cielo con un color grisáceo parecido a la mente de una persona deprimida, o al óleo de aquel pintor sollozante esperando ver el verdor de las flores en primavera, podría ser el inicio de una tormenta en un puerto en la lejanía, o tal vez solo el fin de la primavera y el inicio del verano, pero para aquella niña era el camino perfecto para hacer volar la imaginación, y más allá de la imaginación, sus anhelos y deseos que los llevaba desde ya hacía tiempo, desde antes de que estuviera en el vientre de su madre, el destino, los astros o la energía vibrante se habían compaginado para que aquel ser fuese diferente, de un diferente que podríamos llamar un ser único, algo dentro de ella emergía como el fuego y quemaba en cada una de sus venas cuando su mente y conciencia se juntaban para hacer volar sus pensamientos y recorrer en un solo segundo kilómetros de caminos alrededor el mundo, su corazón latiendo a prisa, sus latidos parecían salir del pecho, su ser revoloteaba al igual que su cabello cuando el viento la acariciaba en un suave abrazo, y le susurraba al oído, ¡se libre!
Tal vez todos tienen la capacidad que poseía Lhasa, seguramente algunos incluso podrían morir sin siquiera abrir los ojos a la vida, permaneciendo incautos en sus cotidianidades y no permitiendo mirar, sentir ni respirar eso, eso que para Lhasa era algo innato, algo que no necesitaba practicar, algo que cuando pudo ser consciente de su existencia lo sintió y abrazo como un niño abraza a su madre, algo que la llevaría a veces en desear no sentirlo más, pues no se sentía cómoda, no encajaba en ningún sitio, y en ocasiones ni con ella misma, pero también ese sentimiento la llevaría en busca de lo impensado, en recorrer caminos inimaginables, en expandir su conciencia más allá de los terrenos andados por otros sabios y eruditos, con la firme convicción de una frase que se repetiría día y noche como un mantra ¡se libre!
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