Miró por el ventanuco una vez más. Sus maletas estaban ya listas al otro lado de su angosto habitáculo, consciente de que era la última vez que las calles serían para él un lugar que añorar. Supo que jamás volvería a llorar allí. Tampoco a reír. Él apenas quería ya recordar cuantos, pero, durante meses había convivido allí con sus penas y angustias. Ahora, ellas se quedaban allí, y él se alejaba de aquel lugar. Ahora, después de tantas y tantas lágrimas, lo entendía: ni el amor, ni la amistad, ni la efímera compañía de la felicidad se comparaban a aquello. Libertad. Al fin el preso de la celda 21 iba a salir por aquella puerta, para no volver. «¿Estás listo?» preguntó el carcelero. Él contestó que no, pero, no quedaba remedio. Y esque hay personas que sueñan con libertad estando enamorado de sus cadenas. Esta microrrelato, carente de trama y gancho, está dedicado a todos aquellos que como yo, por errores del pasado, han estado privados de libertad.

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