Llevo tiempo observando a las personas en todas sus variantes, formas y colores, y todas cometen el mismo error. Pierden con el tiempo el valor de las cosas realmente importantes. Se ciegan con los destellos que emanan las palabras bonitas dichas por cualquiera, cualquiera que les haga sentir importante un día, una hora o incluso un minuto. Pero esas palabras carecen de belleza, no conjugan bien, no atrapan, salen de bocas que no saben a nada.

Si os fijáis bien, hay personas vacías de amor, y las que no, pecan de soberbia. Pero todas coinciden en algo, quieren gustar a toda costa utilizando para ello cualquier palabra que quede perfecta en ese momento, que suene bien, en definitiva buscan «la palabra». Aún sabiendo que son mentiras, son pequeñas tretas para buscar la aprobación del otro, y de paso con suerte, un buen polvo.

Ese tipo de seres que utilizan las palabras con fines meramente engañosos, deberían castigarles con la falta de ellas, deberían ir olvidando palabras. Sí, y no os echéis las manos a la cabeza, no encuentro mayor despropósito que las utilicen sin darles el valor que se merecen, sin cuidarlas, sin amarlas.

No hay mayor triunfo para un ser humano que el don de la palabra. Saber usar cada una de ellas en su tiempo y contexto, o buscar el doble sentido… No hay mayor disfrute que leer palabras bien encadenadas llenas de mensajes. No hay cosa que me produzca mayo placer.

El que bien las utiliza, sabe cómo atrapar, cómo enganchar, cómo erizar la piel. Amigas y conocidas, si encuentran a un buen «palabrador», no tengan duda, es él. Y como dice mi querido y admirado Santi Balmes «si las palabras se atraen, que se unan entre ellas. Y a brillar, que son dos sílabas».

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