Antes de que empiece el segundo tiempo, les voy a contar una gran historia:
Mi mamá me contaba que cuando estaba en embarazo mío, yo me movía muy fuerte. Que pesar de mi madrecita, aguantarme tanto tiempo allí. Lo que ella no entendía es que desde su vientre aprendí a patear. Lo que posteriormente, se convertiría en talento felicidad y pasión por chutar una pelota. Mi padre era un gomoso del fútbol, quien dentro de todas sus historias, me contaba que hasta descalzo jugaba en el Barrio Antioquia, zona donde se crió. Le creo porque mi padre era una persona que vivía en la pobreza extrema, pero luego conoció a mi madre y se dedicaron a los negocios.
Es en el Barrio Antioquia, en Campo Valdés y en la comuna 1, 2, 3 y 4, de donde han salido grandes talentos del fútbol. Por ejemplo, la Pelusa Pérez, gran amigo de mi padre, y otros como Dorlan Pavón, Marlos Moreno. Últimamente el gran Chicho, actual jugador de millonarios. Yo tenía un año y vivía en Castilla, allí nací, tiempos en los que René Higuita era uno de los flamantes jugadores de la selección Colombia. Yo nací en el momento de pleno desarrollo del mundial del 90, época donde también se seguía celebrando la libertadores del 89 del nacional de maturana, Leonel, Higuita y demás. Eso me lo contó mi padre.
Cuando tenía 1 año, me regalaron mi primer balón. Cuentan que andaba dichoso y que hasta dormía con el regalo, quizás convirtiéndose en una premonición de como el fútbol me iba a cambiar la vida. A los 2 años mis padres me llevaron a vivir a Villa el Socorro, en la Comuna 2 y es ahí donde mi padre conoció a Peluza Pérez , y a sus 22 años, comenzó a jugar grandes torneos gracias a la rosca del Peluza. Rosca, porque padre era más pata brava y poco talento. Jamás olvidaré que una vez casi me mata de un balonazo en la cancha de Granizal cuando yo apenas tenía 3 años. Quedé incosciente del golpe tan fuerte y tan seco que me pegó. Mi padre murió en el 97. Lamentablemente no pudo verse el mundial de Francia 98, y desde ahí le cogí muchísimo más amor al fútbol.
Luego de la tragedia de mi padre mi madre me lleva a vivir a Manrique, donde en años atrás se respiraba fútbol día y noche. Toda mi niñez y mi juventud entonces, me la pasé con un balón debajo el brazo, me divertía tanto que puedo decir que conozco el 70% de las canchas de la ciudad. Yo aprendí a amar el fútbol porque sin duda me distrajo de la ola violenta por la que atravesaba la comuna 1 en la década del 90 y después del ano 2000. Diario me jugaba 4 partidos mientras por otro lado veía a mis amigos morir o insertos en las bandas y carcomidos por las drogas. Por ejemplo Chepi y su hermano Jei o Yhorman, a quien conocí jugando fútbol y de coincidencia terminé siendo vecino de él y uno de mis mejores amigos. Todos ellos murieron en el fragor del conflicto paramilitar en mi barrio. A éste último le debo, mi gran afición por las bicicletas.
Muchas veces nos tocaba suspender los partidos porque las balas nos pasaban rosando o porque simplemente escuchábamos la frase mágica. «Pa dentro que vamos a dar bala» . Yo llegué a vivir en el Barrio Popular, después de que toda la tristeza por lo de mi padre se había mitigado un poco.
Es allí entonces, donde jamás olvidaré cuando armábamos los partidos en piedras y en plena loma en el popular, con parceros que también se salvaron de la violencia, y hoy son grandes personas como Miguel Cortes que era el gordito dueño del balón y Jonathan Villa Gonzalez, con quien no me gustaba casi jugar porque la mamá siempre lo entraba. Gracias a ellos, la violencia pasó y no la vimos porque nuestro entretenimiento era la pelota, hacer goles y encarnar a algún jugador famoso de la época. Jugaba mañana, día y noche, me convertí en uno de los mejores jugadores de la comuna 1, incluso llegué a jugar en las inferiores del Envigado al lado de el gran Giovanni Moreno, talento por doquier, pero el fútbol para mi era un simple hobbie y una distracción. Era un entretenimiento y nunca lo vi como mi profesión.
Además, se necesitaba palanca y patrocinio, y si era por algún «duro de banda» mejor, como eran patrocinados algunos de mis ex-compañeros allí que hoy son glorias. Quería y soñaba siempre en llegar a la UdeA donde jugué fútbol y balonmano y otros deportes de alto rendimiento y donde cumplí el gran sueño de mi vida que era hacerme profesional.
Hoy nada ha cambiado, sigo amando el fútbol, sigo yendo de vez en cuando al estadio a alentar al nacional, equipo que admiro gracias a mi padre que desde bebé me llevaba en el hombro al estadio. Se aguantaba el traslado, la fila, el partido y nuevamente el traslado hacia la casa conmigo en sus hombros. Sigo a Quintero del Medellín y a Messi el del Barca.
Hoy me da alegría y orgullo llegar al centro de Medellín, exactamente en las orillas del Río Medellín, cerca a la UdeA, cerca a Sevilla, zonas anteriormente inundadas de delincuencia y drogas. Allí el poder ver cómo la pelota es una excusa para reunirnos personas de todos los colores, todos los estratos, viejos, jóvenes, foráneos, talentosos y poco talentosos, personas indigentes, trabajadores, pensionados… Todos, absolutamente a todos nos une el objetivo de hacer un gol. No importa que sea una cancha improvisada de palos y tablones, solo importa el gol y el juego limpio. Gracias al fútbol puedo juntarme con los que muy pocas personas pueden juntarse y conocer realidades no visibles de mi ciudad a la que también amo.
Si me pusiera a contar todo lo que me ha dado el fútbol y de todo lo que me salvó, no terminaría. Hice el texto con el fin de reafirmar este amor por la esférica. A los que critican mi pasión por el fútbol, los invito a que venga todos los domingos a jugar conmigo acá para que se de cuenta que el fútbol es unión, felicidad y muchos goles. Y si no se apunta, lo invito a que deje de juzgar y deje ser feliz a los que nos gustan cosas diferentes. El fútbol hace parte de mi proyecto de vida como hobbie. No estigmaticen a nadie por sus gustos, quizás no entenderán que hay en fondo de todo lo juzgado.
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