A toda plana. La foto del avión accidentado era escalofriante. Se podían ver restos humanos y gran número de objetos dispersos. Esa misma página se movió lentamente cuando Luis cambió su postura. Acostado y envuelto por numerosos cartones o páginas de periódicos y muy abrigado por varios tipos de prendas había logrado pasar una noche más bajo el cruce de puentes que unen los ríos Genil y el Darro. Todavía borracho y somnoliento logró incorporarse un poco para ver si amanecía o, mejor dicho, si algún rayo de sol aparecía por la pared oeste, aquella que daba a la ensenada. Todavía no era el momento de levantarse.
Las luces de la calle se apagaron y el tráfico empezó a rugir. Unos turistas habían bajado a fotografiarse junto al río y necesitaba fumar lo antes posible. Rebuscó entre varias de las colillas que guardaba, seleccionó la más larga, encendió una cerilla y aspiró la mejor calada del día. El sabor del humo le trajo, fugazmente, recuerdos de su mujer e hijos. Aquél puro en la comunión del menor de los Tejeda fue uno de los momentos más felices. Todavía estaban unidos, todavía tenían familiares y amigos, todavía tenía apellidos y dinero. Eran otros tiempos que ya no volverían.
Después de varios cigarrillos resecos dio un buen trago a su mal vino de tetra brick, brindó por él mismo, mordió un trozo del pan enmohecido que guardaba envuelto en otra hoja de periódico y se levantó para pedir alguna limosna. La jornada empezaba.
Gritó e insultó a Rogelio y lo obligó a alejarse de su zona de pedigueño bajo la amenaza de rajarlo de arriba abajo como lo volviera a ver por allí. No era la primera vez que lo amenazaba ni la segunda vez que lo rajaría. Rogelio había sido uno de sus mejores guías al comienzo y, de hecho, le cedió este territorio por amistad. La Juana los había separado irremediablemente cuando decidió follar con él a cambio de una china de hachis. Pobre estúpida y más pobre él Rogelio que, por un polvo, perdió al banquero. Luis había sido bancario.
Un mal viento se levantó. “Otro mal viento” – pensó él. La hoja de periódico que lo había calentado por la noche cayó el agua y dejó ver una breve lista de personas desaparecidas en el accidente y que aún no habían sido identificadas. El apellido Tejeda estaba entre ellas.
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