Le gustaba jugar con las palabras, extraer de ellas el universo que dentro de sí contenían. Sabía que cada palabra era una semilla dormida a la espera de ser despertada. Que al hacerlo, no solo les proporcionaba el don de lo posible, sino también la capacidad de gestar otras nuevas… Que cuando esto pasaba, una explosión de ideas en cadena se expandía a partir de un inopinado punto infinitesimal… Cuando su jefe por tercera vez le llamó por su nombre, fue incapaz de articular palabra alguna.
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