Hace aproximadamente dos meses me mudé a una casa más nueva, cómoda y en un barrio diferente. Todavía estamos acomodándonos como podemos ya que teníamos muchas cosas guardadas. Muchas cajas sin abrir y muchos recuerdos que ni sabíamos que existían. Recuerdos, muchos recuerdos.

Una noche haciendo sobremesa decidimos abrir una caja para ir adelantando el trabajo. Esa caja era un baúl de recuerdos. Mi mamá se emocionó mucho cuando vio que se trataba de cartas, notas y deseos que me habían hecho cuando nací. Pero yo no, yo no me emocioné sino que me indignó. Me dio bronca y desilusión al mismo tiempo. Porque mucha gente (la mayoría de mi familia) me prometía estar siempre que lo necesitara, me juraba darme una mano siempre que estuviera mal y decía que podría contar con ellos cuando sea. Hoy, después de veinticuatro años me pregunto: ¿realmente es así?

Así pasa, así somos y así andamos prometiendo cariño que no sabemos si podemos dar a alguien que quizá no se note pero realmente lo necesite. Y ¡ojo! que el cariño no pasa sólo por un abrazo, un beso o una caricia. Pasa por ejemplo, a través de un mensaje, del interés por la otra persona por acompañarla a algún lado o por el simple hecho de regalar algo dulce sin que sea un día especial. No digo que expresen cosas que no sienten, sino que no prometan cosas que no están dispuestos a cumplir porque lastiman. Y mucho.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS