Al principio solo fue una pupila negra. Un pozo oscuro y profundo donde ocultar tantas cosas. Poco a poco el círculo de azabache se fue alejando y apareció una larga pestaña postiza, a continuación, una ceja finamente perfilada, después una nariz pequeña y algo chata, luego otro ojo gemelo del anterior y una boca de labios carnosos y encarnados y, finalmente, el óvalo completo de una cara veinteañera.

Sonó un clic y la pantalla del móvil congeló el autorretrato durante unos segundos. Seguidamente las uñas pintadas de vivos colores teclearon nerviosamente y en menos de un segundo la imagen apareció en el perfil de Instagram de la chica.

Apenas habían iniciado su caminar los deportivos de suelas gigantescas cuando el teléfono comenzó a chillar al compás de los “me gusta” de sus seguidores. Se sentía admirada con razón, porque era la puta reina del vecindario. Así lo confirmaban las miradas de los hombres, jóvenes o no, que encontraba en su trayecto matinal al instituto. Todos, invariablemente, hacían un reconocimiento general de su figura para después detenerse unos instantes en su cara aniñada y al final desplomarse en la angostura que apretaban sus dos “melonas”, motivo de orgullo y satisfacción, herencia de madre y abuela. Algo bueno tenía la puta vieja, no todo iba a ser rayarle a diario la cabeza en plan “random” con sus “neuras” de cuarentona.

Por su parte, las mujeres de cualquier edad le lanzaban envidiosas andanadas causadas por la firmeza de sus carnes apetecibles, o directamente de censura hacia su ultramoderno “outfit”.

El móvil hervía por la acumulación de “likes” pero en ese momento ella centraba su cabecita en su amado, su “crush”, al que tenía que enviar esa misma noche un “selfie” como prueba de admiración, pero un poco más guarro porque, a fin de cuentas, ella y sus “melonas” le pertenecían a él, al “crush” más hermoso de toda esta puta ciudad. Se sentía tan feliz que bien poco le importaban lo que babeaban acerca de ella los “haters”, los “stalkers” o los “trolls”, o cualquier integrante de la panda de amargados con vidas deprimentes que la rodeaban. Putos pringados.

La chica era, siempre sería, la reina, la “influencer”, eternamente hermosa, joven y sexy. Así lo reafirmaba mientras rastreaba su imagen en todas las superficies, acristaladas o no, que iba encontrando en su camino.

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