EL DEVORADOR DE MEMORIAS

EL DEVORADOR DE MEMORIAS

Aaron Romo Arceo

23/04/2020

EL DEVORADOR DE MEMORIAS

Mi hermano lo dijo entre convulsiones, y la suerte me mostró los dientes en una sonrisa porque no se arrancó la lengua mientras su boca se volvía un cultivo de espuma.

El fin. Lo susurraba seguido. Hablaba de fuego naciendo de las nubes y un aire que se convertía en dolor. Alucinaciones, decían. Pero sólo yo le creí. Ni mis padres quisieron hacerlo; mantuvieron la indiferencia y la distancia como fieles compañeros mientras mi hermano moría de tumores cerebrales y un posible atisbo de esquizofrenia. Todas brindaban los oídos de un sordo. El único escuchaba era yo. Y curiosamente sus palabras fueron la primera memoria que devoré. Contemplaba su cuerpo ahora sin latidos ni pensamientos y con una paz que cobró una cuenta de agonía y abandono, y al verlo, entendí para qué vine a este mundo. Escucho y digiero, justo como ahora, sentado sobre un escritorio de un cuarto estrangulado por la oscuridad, no de noche, sino del humo, pólvora muerta y extasiada carcome cada centímetro del país que vio las nubes reventar para ver una lluvia de fuego cayendo sobre ellos. Al norte, se registra una atmósfera venenosa; el aire te convierte en una fuente de sangre, exactamente lo último que puedes ver justo después de que empiece a salir de tus ojos, con la mala imitación de un estigma.

El fuego nace de las nubes. El aire se convierte en dolor. Lo tengo transcrito en un archivo dentro un USB. Dicho aparato porta voces atragantadas de penitencia o martirizadas dentro de la celda de una enfermedad terminal. Pero, antes que nada, carga dentro de sí soledad. La soledad de la gente a la cual le he servido de escucha para registrar su historia personal dentro de la del mundo. La gente que siente el abandono de un perro que ve el auto de su amo alejándose. Si abandonaste a tu madre en el hospital o en su casa, es muy probable que yo la haya visitado, quizá más por morbo que por altruismo (nunca formó parte de lo que cargo en el espíritu). Ancianos que se arrepienten, gente que perdió la juventud por los malos asares de la salud y añora ser escuchada una última vez, pues su familia y amigos han demostrado tener una empatía de papel, ¿acaso el valor de un alma humana que reza para ser considerada pesa tanto? No sé. No seré hipócrita tampoco. Martillar una sentencia en un estrado no me corresponde ni me interesa. Sólo sé que necesito escuchar. Me agrada. Últimos respiros me acompañarán hasta la tumba, que muy posiblemente llegue ahora que el tiempo de la humanidad ha agotado su última cifra. La postrimería lastimera que me tocó escuchar al final fue la de un pederasta que juró haber abusado de 30 niños, todos varones, de entre 10 y 12 años. Le daban asco las niñas. Dijo que Dios era un idiota y que podía chuparle el pito. Si el apocalipsis está pateando la puerta, sólo queda la espera o llegar más rápido. Agonizaba en un hospital de misioneros. Vio gente morir calcinada por el fuego cayendo. Tomó un bisturí escondido y se suicidó al cortarse la garganta. Fue un corte sucio. Me importó poco, pues al menos me pagó. Nunca seas tan estúpido como para decirle a un moribundo “Una mitad ahora, y la otra mitad después”. Así me he ganado la vida. Devorando las memorias, comiéndome la esperanza de las próximas cargas de la morgue; la crueldad es ajena este oficio. Antes que mal, brindo una ilusión, la de importancia, el basurero para tus últimas palabras. Y dejo esto como posible testimonio. Saldré de aquí antes de que el Diablo se cague en todo México. Todo se concentra en dirección contraria a la mía, pero viene hacia aquí. Escaparé a través de la frontera. El miedo obliga a mi pecho a latir a una frecuencia que identificaría con la caída. El dinero que tengo en la cuenta del banco vuelve mi voluntad de acero extensible. Y rogaré a quien escuche porque pueda ver un amanecer más allá del mal que los extranjeros han atribuido a nuestra nación, y no niego el pesimismo que impregno al exhalar pues dicho amanecer nunca fue predicho por mi hermano.

En mis manos, mi legado a la humanidad descansa, descansa mucho, el descanso de un feto, uno vivo que tiene un corazoncito palpitando vida. La memoria de la muerte, la memoria de la desesperación, la memoria de la ira. He devorado cada palabra y son parte de mi ahora. Las compartiré suponiendo que quede un mundo al cual compartirle algo luego de que la mitad del continente está convertido en un criadero de cenizas que bailan con la promesa de la eternidad y del aire pernicioso.

He aquí mi propia memoria. Lacónica, breve. La vida misma se traduce en lo mismo.

Espero casi con plegarias que alguien con una dieta similar a la mía la vea.

Les deseo un feliz fin del mundo.

Buenas tardes a todos…

FIN

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS