Un ritual: cerrar la ventana, correr las cortinas y descolgar el teléfono. Pasos previos a su huida diaria. Desea vivir otras vidas, aunque solo duren las pocas páginas de un libro.
Hoy, el rito no se produce. El cielo se ha transformado en fuego y ya no sonará teléfono alguno. Las cortinas abrasadas no pueden contener las vidas que un día vivió: las cenizas de todas ellas se escapan flotando a través de la ventana abierta.
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