En las oscuras noches de invierno, en cercanías del bosque de las tempestades, como le llaman los habitantes del pueblo, se escuchan gritos y aullidos aterradores desde hace algunas semanas. Vienen desde bien dentro de las sombras, y nadie se ha animado a adentrarse hasta allí. Aunque son personas jóvenes y fuertes, tienen miedo a lo inexplicable.
Temen que esos gritos sean el último recuerdo de sus vidas, y por eso al mirar hacia atrás, miran a su familia y deciden que aquellos alaridos de terror sigan acechando, sin ser jamás enfrentados. Prefieren parecer cobardes que convertirse en cadáveres, cuerpos sin pasado ni futuro. Al enterarme de la situación del pueblo, como visitante y explorador de lo desconocido me ofrecí a tomar riendas de aquello, de ir en persona ante la noche oscura y los gritos aterradores.
No soy una persona de miedo, al contrario me atrevo siempre un poco más de lo que cualquiera podría ir. Pero de aquel bosque perdido en el medio de la nada y maldito, había algo que me daba mala espina. Durante toda la tarde estuve preparando mi equipo de investigación, compuesto por cámaras nocturnas, grabadoras y demás cosas útiles por si sucediera algo fuera de lo normal y debía quedarme un tiempo más prolongado en esa ubicación. También llevaba mi radio conmigo, desde ella estaría en contacto casi permanente con el pueblo.
Luego de la cena emprendí la caminata de casi tres kilómetros que separan el pueblo con el bosque. Era una noche por demás oscura, los nubarrones avecinaban una tormenta. La negrura del camino y del cielo se fue apoderando de mí, asique apresure el paso y encontré un buen refugio bajo un árbol gigante y añejo. No pasaron cinco minutos de llegado que la tormenta azoto la zona, rayos y centellas dibujaban figuras de terror en la sombría noche. Arme mi pequeña carpa bajo el árbol, encendí un cigarro y espere que la tormenta cesara y que los gritos aparezcan de una vez por todas…
La mala espina no dejaba de atormentarme, aquello podría ser mi última investigación y por osado ante lo extraño sucumbiría. Algunas noches atrás había tenido un sueño, donde un ser mitad hombre mitad bestia, me lanzaba por los aires y mi cuerpo golpeaba mortalmente en el piso. Eso que soñé, reconozco que me afecto. Alguna relación había entre aquello y este bosque.
Pasaron unas cuantas horas sin que nada pasara, mientras llovía horrores ahí afuera. Entre un cigarro y otro, recordaba a la bestia, era enorme. Había aparecido detrás de la maleza, cuan fiera al acecho. En el sueño yo estaba quieto, no me podía mover, como si fuese un árbol clavado al suelo. Quise gritar, escapar o darle un golpe certero para evitar el ataque y no pude en ningún momento, estaba paralizado.
Todos esos recuerdos corrían por mi mente a mil por hora, mientras la tormenta y la oscuridad acechaban afuera de la pequeña tienda. Respiraba ansiedad, necesitaba que esos gritos aparezcan.
Cuando la tormenta fue cesando y el silencio se hacía dueño del lugar, ruido de pisabas se oían afuera. Encendí la cámara nocturna y la enfoque desde la puerta de la tienda, desde una pequeña hendija. Los pasos aumentaban mientras se acercaban.
Una sombra se fue asomando, con una respiración y hedor muy fuerte. Era la bestia que tanto temía. Acechando por mí, queriéndome cazar como en mi sueño. Los pueblerinos no lo habían visto nunca, y yo en ese momento ya era la segunda vez. El déjà vu se había vuelto real y la muerte rondaba por mis alrededores. Había muerto en el sueño, y no quería hacerlo en la realidad. Quizás la cobardía de la gente del pueblo fue la señal que no vi. Y los alaridos eran la llamada de la bestia.
La tormenta ya es tiempo pasado, solo quedo el viento corriendo como un lobo feroz, acechando a la presa desde todos los rincones. Entonces los pasos cesaron, desde las paredes de la tienda se podía ver aun la sombra gigante. La respiración se había transformado en un leve gruñido, que se fue trasformando en el auténtico y temerario aullido del lobo.
El impacto de un rayo en la rama más alta del árbol fue la señal de que todo empezaba a acabar. Las garras de la bestia desgarraron de un solo zarpazo las débiles paredes de la tienda, y los ojos del infierno estaban ante mí, que me encontraba totalmente indefenso. Intente golpearlo y salir huyendo del lugar, pero no pude, estaba paralizado…
Es lo último que recuerdo de mi vieja vida, ahora que vivo en el aire, como el viento yendo de aquí a allá…
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