Relatos desde la Pandemia #9

Relatos desde la Pandemia #9

-Son quinientos pesos por sesión y sólo acepto efectivo.
-Le puedo hacer una transferencia de Bancomer.
-No sea mamón licenciado, si ya sabe que no hay ni luz ni internet, por eso viene… ¡Mejor sáquese a la chingada!
-No, espérese doña Sadot. Sí los traigo en efectivo, a ver, aquí tiene.
Y el abogado entró rápido al departamento de doña Sadot Icazbalceta mientras ella revisaba la autenticidad del billete. Todo el lugar estaba impregnado de un aroma de ancianita, jabón Dove e incienso de tamarindo; lleno de repisas y cuadros barrocos, lámparas, figurillas de porcelana y cristal que hacían entrar en un estado de claustrofobia museográfica a cualquier persona. La cuarentena había confinado a todos los del edificio, que ya sin luz ni teléfono había quedado completamente aislado. No hubo contagiados en todo el lugar, pero el encierro resultaba ser más terrible.
-Sin que se ofenda doña Sadot, pero para qué quiere el dinero si no lo puede gastar.
-Pues para ahorrarlo. Esto no va a durar por siempre. Usted tiene mucho dinero abogado, ya después me pagará con sus rolex, pero mientras no deje la tranza. A ver, siéntese, vamos a empezar.
Doña Sadot puso los ojos en blanco después de encender las velas y hacer el ritual en la mesa. Truenos y una borrasca irrumpiendo por la ventana.
-Licenciado… Licenciado… ¿es usted?- La voz de Sadot Icazbalceta era hueca y gruesa, como la de un canceroso terminal.
-Dónde dejaste el verdadero testamento. Dónde lo pusiste- preguntó el abogado con angustia.
-No sé… No lo recuerdo.
-Por favor, trata de recordar…
-No lo sé, no lo recuerdo… perdóneme licenciado.
Sadot despertó del trance con un grito ahogado y se desplomó. Parecía una muerta; pero regresó a la vida justo cuando el abogado iba a llevarse los quinientos pesos.
-No la chingue abogado, no la chingue…
-No la chingue usted doña Sadot, es la tercera sesión de la semana y no aguanta el trance.
-Pues su pinche ayudante idiota. Si quiere saber dónde chingados dejó el verdadero testamento, bien podría ir a preguntarle usted, el pendejo vive aquí a la vuelta.
El abogado salió azotando la puerta. Sadot sabía que volvería, como todos, porque era ella el único medio de comunicación con el mundo de afuera.

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