La habitación 23 RN

La habitación 23 RN

Francisco Medina

27/05/2017

A pesar de ser las tres de la mañana, acababa de recibir una llamada de un huésped malhumorado quejándose de un ruido muy fuerte proveniente de la habitación 23, así que fue allí a ver qué había ocurrido. Llamó a la puerta, pero no obtuvo ninguna respuesta, así que decidió entrar con su llave para quedarse más tranquilo. Sin embargo, en cuanto encendió la luz, la imagen del cuerpo de un hombre de mediana edad tirado en el suelo, junto a un charco de sangre, le hizo estremecerse por completo. El recepcionista no quiso acercarse demasiado, ya que aquella visión le pareció completamente desagradable, aunque no le hizo falta para darse cuenta de que aquel hombre estaba muerto.

Lo primero que pensó fue que quizás se había tropezado y golpeado la cabeza con la mesilla de noche. En cualquier caso, como no había nada que pudiese hacer, volvió rápidamente a la recepción con la intención de avisar a la policía, aunque antes decidió mirar por curiosidad en el registro quién era la persona que estaba hospedada en esa habitación. Sin embargo, al ver en la pantalla del ordenador a nombre de quién estaba hecha la reserva se llevó otra sorpresa, ya que se trataba de Miguel Martínez.

A pesar de que parecía un nombre auténtico, sabía que se trataba de un seudónimo, ya que ése era el alias que solía utilizar el hijo del dueño cuando se alojaba en el hotel, lo cual era algo que hacía regularmente, aunque había veces que ni siquiera aparecía por allí después de haber efectuado una reserva. De todas formas, estaba convencido de que el hombre que acababa de ver no era él, así como de que aquel individuo tampoco era la clase de compañía con la que el hijo del dueño solía pasar las noches en el hotel.

En cualquier caso, pensó que quizás sería mejor llamar antes al dueño para contarle todo, a pesar de que seguramente estaría dormido a esas horas. Sin embargo, éste le agradeció que lo hubiese telefoneado a él en primer lugar, y de paso le pidió que no avisara a la policía hasta que llegase al hotel, a lo cual accedió el recepcionista, ya que su jefe no vivía lejos de allí y no le costaría mucho llegar.

Tras colgar el teléfono, se sentó tras el mostrador dispuesto a esperar hasta que llegase, aunque estaba demasiado alterado como para aguantar sentado. Por un lado sentía la necesidad de hablar con alguien de lo sucedido, pero por las noches nunca había más empleados trabajando en el hotel. Sin embargo, tampoco le apetecía quedarse allí quieto sin hacer nada, así que empezó a caminar de forma compulsiva de un lado para otro, sin poder evitarlo.

A pesar de que la primera vez que había visto el cadáver le había parecido bastante desagradable, sentía curiosidad por volver a la habitación y echar otro vistazo, ya que nunca antes había tenido ocasión de ver una persona muerta, por lo que finalmente decidió subir de nuevo.

Al llegar a la habitación 23 abrió la puerta con decisión, no sin antes mentalizarse de la escena que iba a presenciar, aunque, una vez dentro, descubrió que el cuerpo de aquel hombre no se encontraba por ningún lado. De hecho, de no ser porque la alfombra sobre la que yacía el cadáver había desaparecido también, no había nada que hiciese pensar que en ese lugar acabara de fallecer alguien, ya que a primera vista tampoco había ni un solo resto de sangre, pues éstos se debían encontrar solamente sobre la alfombra desaparecida.

Aunque ni siquiera se le había pasado por la cabeza en un primer momento, el hecho de que alguien estuviese tratando de ocultar el cuerpo le hizo darse cuenta de que seguramente no se hubiese tratado de un accidente, y que aquel hombre hubiese sido en realidad asesinado.

Además, se dio cuenta de que la persona responsable de tal atrocidad no debía estar muy lejos de allí, ya que, desde que fue a la recepción para llamar por teléfono hasta que volvió a subir, apenas habrían pasado diez minutos, por lo que el autor del crimen no había tenido mucho tiempo para envolver el cadáver en la alfombra y llevarse todo a rastras hasta otro sitio, todo ello teniendo cuidado además de no dejar rastros de sangre por el camino.

Darse cuenta de aquello le hizo estremecerse de repente, ya que eso significaba que el cadáver podría estar oculto en cualquier sitio, incluso debajo de la cama que tenía a su lado, y el asesino podía estar encerrado en ese momento en el baño. Sin embargo, el recepcionista no se atrevió en ninguno de los dos sitios. De hecho, se quedó mirando fijamente la puerta del baño, que permanecía cerrada en ese momento, y se mantuvo en silencio durante un instante tratando de escuchar el más mínimo ruido procedente de su interior. Aunque no oyó ningún sonido que indicase que había alguien allí escondido, el miedo se había apoderado de él. Las piernas le habían empezado a temblar sin que pudiese hacer nada por evitarlo, y podía sentir cómo las pulsaciones se le habían acelerado.

Durante unos instantes permaneció inmóvil sin saber muy bien qué hacer, simplemente observando la puerta. En un principio pensó en abandonar la estancia metiendo el menor ruido posible, pero sabía que si el asesino estaba allí escondido, podría salir en cualquier momento, así que terminó saliendo de la habitación lo más rápido que pudo. Se aseguró de cerrar la puerta al salir, pero luego no dejó de correr ni un momento, y ni siquiera esperó a que se abriese la puerta del ascensor, sino que bajó corriendo por las escaleras.

Una vez en la recepción se sintió más aliviado, ya que se encontraba más tranquilo estando cerca de la entrada del hotel, sabiendo que podría salir corriendo por ésta lo más rápido posible si alguien bajaba por las escaleras o salía del ascensor, y ya de paso podría esperar allí a que llegase el dueño, a quien no le debía faltar mucho para aparecer.

Pensando en el dueño, sopesó la posibilidad de que su hijo hubiese sido el responsable de lo que había sucedido, ya que la persona que había reservado esa habitación tenía el mismo nombre que él solía utilizar, aunque en realidad estaba convencido de que esa noche no había aparecido por el hotel.

Empezó a pensar entonces quién había podido ser el responsable de aquello, así que decidió volver a mirar en el ordenador el registro de aquellos que estaban hospedados en el hotel. Al principio descubrió algo que le llamó la atención, y es que en la planta en la que se encontraba la habitación 23 sólo había otra más ocupada, pero se trataba de la habitación desde la que habían llamado quejándose del ruido. Una habitación en la misma planta hubiese sido un buen escondite para el asesino, pero no tenía ningún sentido que la persona que había avisado a recepción, estuviese intentando ocultar después el cadáver.

Siguió comprobando qué habitaciones del resto de plantas estaban ocupadas, aunque le costaba imaginarse que alguien se hubiese arriesgado a mover un cadáver envuelto en una alfombra de un piso a otro, ya fuese utilizando el ascensor o llevándolo a rastras por las escaleras. Sin embargo, no tuvo tiempo para pensar mucho, ya que el propietario apareció de repente ante sus ojos, lo cual le hizo dar un pequeño salto sobre el asiento al levantar la vista y verle justo delante suya.

–¡Vaya! No le había visto entrar por la puerta.

Se levantó inmediatamente y miró al dueño de arriba abajo, quien realmente tenía aspecto de haber ido lo más rápido posible hasta el hotel, ya que no iba tan bien arreglado como de costumbre.

–¿Qué estabas haciendo?

–Estaba comprobando el registro.

–¿Has llamado a la policía?

–No, estaba esperando a que llegase. ¿Quiere que le llame ya?

–¿Por qué no vamos antes a la habitación y me enseñas lo que ha pasado?

El recepcionista seguía alterado, aunque accedió a volver a la escena del crimen, ya que no creía que nadie fuese a hacerles nada estando los dos juntos. Condujo por tanto a su jefe hasta la puerta de la habitación, la cual abrió con su llave, aunque dejó que el dueño entrase primero.

–¿Es ésta la habitación? –dijo mientras miraba de un lado a otro.

–Así es.

–¿Y dónde está el cadáver?

–El caso es que después de llamarle por teléfono volví aquí, pero el cuerpo había desaparecido.

–¿Estás seguro de que aquí había un hombre muerto?

–Sí, completamente. Además, si se fija bien, la alfombra ha desaparecido también –dijo mientras señalaba hacia el suelo, al lugar donde debería estar–. Seguramente la usaron para envolver el cuerpo.

El dueño se quedó pensando durante un instante, mientras seguía inspeccionando la habitación con la mirada.

–Si es verdad que se ha producido un crimen aquí, debería haber alguna mancha de sangre por algún sitio. ¿Por qué no me ayudas a buscarlas?

El recepcionista no entendió muy bien por qué su jefe quería hacer eso, aunque accedió a ayudarle. Sin embargo, en realidad se limitó a observarle cómo éste desordenaba la habitación. Primero deshizo completamente la cama y miró debajo de ésta, lo cual no se había atrevido a hacer él, aunque en realidad no había nada allí debajo.

La actitud del dueño le resultó extraña al recepcionista, aunque no hizo nada por detenerle. Sin embargo, cuando el cuarto ya estaba completamente patas arriba, fue consciente de que no tenía que haberle dejado hacerlo.

–Creo que deberíamos haber dejado la habitación como estaba. Cuando venga la policía no les va a hacer ninguna gracia que hayamos alterado la escena del crimen.

–En cuanto a la policía –dijo el dueño, haciendo un pequeño descanso–, has dicho que no les has llamado, ¿no?

–Así es.

–¿Y no le has dicho a nadie más nada de todo esto?

–No he tenido la oportunidad de hacerlo.

–¿No se ha enterado nadie más entonces?

–No. ¿Por qué me lo pregunta?

–Está bien, ya puedes salir –dijo finalmente el jefe mientras giraba su cabeza hacia la puerta del baño.

Su hijo salió entonces del interior, llevando puestos unos guantes de plástico, y con su camisa ligeramente manchada de sangre.

–¿Qué hacía él ahí dentro? –preguntó el recepcionista, quien no entendía lo que estaba sucediendo.

–Verás, mientras venía hacia aquí, llamé a mi hijo para ver si sabía lo que había ocurrido.

–¿Y qué tiene él que ver en esto?

–A veces utilizo las habitaciones para llevar a cabo algún trato del que no quiero que nadie se entere –dijo el hijo esta vez–, aunque en esta ocasión no salió bien.

–¿Qué clase de tratos? Siempre que vienes aquí lo haces rodeado de mujeres.

–En realidad, muchas veces utilizo las habitaciones sin que nadie se dé cuenta. Lo único que tengo que hacer es reservar la habitación en la que me voy a colar, para asegurarme de que no vaya a estar ocupada, y luego entro al hotel por la parte de atrás sin que nadie se entere.

Al recepcionista le costaba creer que aquel joven hubiese sido capaz de hacer algo tan horrible, aunque se dio cuenta de que en realidad no le conocía como creía.

–¿Y qué vais a hacer ahora?

–Lo siento, pero no puedo dejar que mi hijo vaya a la cárcel. Vamos a limpiar todo y sacar los cuerpos de aquí sin que nadie se entere.

–¿Los cuerpos? –preguntó asustado el recepcionista.

Apenas hubo terminado de pronunciar sus últimas palabras, el dueño y su hijo empezaron a acercarse lentamente hacia él. El recepcionista, quien nunca había creído que ninguno de los dos fuese capaz de hacer algo malo, había cambiado de repente de opinión.

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