CUESTIÓN DE FE

CUESTIÓN DE FE

Yazz

21/04/2020

-Agarre el dinero, por favor. Hermano, se lo estamos dando – le exigió.

– ¿Ustedes comprenden lo que están haciendo? No es así como se hace- les aseguro.

– ¿Cómo qué no? Estamos robando, nos lo vamos a llevar, el dinero que le estamos entregando es una muestra de nuestra gratitud.

– ¿Gratitud?

– Claro, estamos robando, si, pero queremos darle el dinero por dejarnos robarle, no por las prendas.

– Vámonos Silvia, por favor, el señor tiene razón. – le dijo vergonzosa la monja.

– ¡No Graciela! ¡No nos vamos hasta que el hombre agarre la plata! – Le contesto indignada.

Carlos no podía salir de su asombro. Dos jóvenes monjas, en sus treinta posiblemente, habían entrado a su tienda, le habían dado los buenos días y su bendición, le pidieron amablemente que las ayudara a seleccionar los artículos y alcanzarles aquellos que estaban en lo alto de la repisa, habían charlado cordialmente y ahora, lo estaban conminando a aceptar dinero en nombro de un “robo”.

– Pero, hermanas… – les explico nervioso- entiendan, por favor, si esto es un robo no me tienen que dar nada. No tienen que darme dinero. Deben llevarse las cosas y salir por la puerta– Carlos se las señalo, confundido. Llevaba un buen rato tratando de explicarles que la formula del robo era “irse sin pagar”.

– Ya le dije señor, ¡no le estoy pagando por estas cosas! – se impuso la hermana Silvia – ¡el dinero se lo doy porque corresponde! – le corrigió la monja- Es asi como debe ser, si no lo agarra por nuestra gratitud, que sea por el pecado que debe presenciar.

– Silvia, por favor, vámonos. Estamos haciendo las cosas mal ¡Ay, Dios Mio! ¡¿Qué estamos haciendo?! – le reclamo nerviosa la hermana Graciela, la situación le generaba tanto stress que comenzó a abanicarse con la lista de proveedores que tenia Carlos sobre el mostrador.

De las dos, Graciela eran quien más lo padecía, la pobre había caído ante la presión, le sudaban las manos y miraba hacia todos lados esperando no le cayera el castigo divino, mientras la hermana Silvia prefería aparentar que llevaba tanto tiempo con el hábito como robando bancos.

Las siervas de Dios habían comenzado con el número del robo, hacia media hora, durante todo este tiempo Carlos estuvo detrás del mostrador explicándoles que la mecánica no era esa, sin importar el costo de las cosas que pretendían robarse, entregarle el dinero anulaba el ilícito.

– ¡Graciela, basta! Elegimos este camino, no hay vuelta atrás.

– ¡¿En qué nos convertimos?! – exclamó afligida – Unas bandidas, somos parias. ¡Ay, Virgen santísima, que será de nosotras! – remató, mientras preparaba su rosario para comenzar una oración.

– No hermana por favor, no se ponga así. Permítame traerle un vaso de agua – la reconforto Carlos, amagando ir a la cocina-

– Nada de vasos de agua, ¿o usted le da un vaso de agua a cada ladrón que se mete a su negocio? Le estamos robando, no se olvide, nos tiene que tratar como cualquier maleante ¡Agarre la plata, ahora! – le gritó-

– Hermana Silvia ¿Puedo decirle Silvia? – inquirió Carlos con mucha paciencia-

– Solo si agarra el dinero.

– Silvia – trato de razonar Carlos nuevamente- no me están robando, por eso les ofrezco agua, ¿quieren comer algo? Por favor, si puedo ayudarlas díganme.

– Nos ayuda agarrando el dinero y tal vez, con un vaso de agua para ella- le dijo altiva, señalando a su secuaz.

– Ya les traigo – les dijo Carlos desapareciendo tras el mostrador.

– Dios te salve María, llena…

– ¡Podes parar Graciela por Dios te lo pido! – le regaño entre dientes -Deja de murmurar el rosario ¡ahora somos ladronas! El rosario es muy largo, no tenemos tanto tiempo –

– No lo nombres en vano, Silvia…

Comenzaron a discutir sobre los contras de la vida delictiva. Primero, habían tenido que caminar mucho hasta encontrar un lugar donde robar, segundo no les parecía bien robar en algunos lugares. No niños, no necesitados, no inválidos, no embarazadas, la lista de posibles lugares era bastante reducida. Además, Silvia estaba en contra de asaltar un maxiconsumo aunque Graciela insistía en que siendo un lugar tan grande, tan abastecido, aceptarían cualquier muestra de gratitud.

Silvia creía fervientemente que su actuar era correcto, ella no estaba pagándole por las cosas que se iba a llevar, sino por el pecado del que hacía cómplice a Carlos, el dinero que le daba era una muestra de gratitud, no tenía relación alguna con la moralidad del actor, eso había quedado atrás, su vida era en pecado. Ahora la única omnipotencia que las perseguía, eran las cámaras de seguridad.

Estaba dispuesta a cambiar el habito por la adrenalina y la delincuencia desde que había olvidado pagarle al taxista que las llevo desde el aeropuerto a la parroquia, sin embargo, como le sucedía ahora, todo se trataba de una confusión ya que el buen samaritano se había ofrecido a llevarlas gratis.

– Señoras, de nuevo – respiró Carlos, al tiempo que dejaba los vasos sobre el mostrador – no me están robando, mucho menos me siento robado o intimidado por ustedes. Les ofrezco se lleven las cosas sin pagar y nos ahorramos este mal momento, les doy la otra mejilla. Es un regalo, ¿Qué dicen?

– A mí me parece – dijo Graciela complaciente– es lo más cristiano.

– Graciela, no. Si vamos a pecar, lo vamos a hacer bien y esperar que Dios haga justicia por nuestros actos- dijo como señalando las cosas como si se trataran de bolsones de dinero- Le dejo el dinero. Graciela, nos vamos – tomo por el codo a su compañera que estaba bebiendo agua aun-

-Basta – sentenció Carlos- ¡Les voy a mostrar cómo se hace! – dijo saliendo de atrás del mostrador. Les quito las cosas de las manos y les aclaró – si van a robar de ahora en más, es así, las cosas las sacan con violencia, ¡las arrancan! – les gritó quitando de las manos de Silvia el dinero – y cuando tienen todo, ¡se van! – menciono al tiempo que salía corriendo.

Las monjitas se mantuvieron en el lugar como estatuas, cinco, diez, quince minutos y el hombre no volvía. Media hora mas tarde, se atrevieron a acercarse a la puerta, todos los negocios estaban abiertos, pero Carlos, no asomaba por ningún lado.

Al cabo de un rato, Graciela se atrevió a hablar:

– Mi Dios Santísimo ¿seremos perdonadas por esto?

– Graciela no digas su nombre en vano y hasta que no regrese, no terminamos de robar.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS