Capítulo 1. HIJA DE MARTE.
_Valentina…
Una vez más, aquella voz extrañamente familiar la despertaba de un sueño que en los últimos meses se repetía contínuamente. Y, una vez más, abría los ojos y a su lado no había nadie para calmar esa sensación de vacío inmenso que amenazaba con apoderarse de todo; una sensación que se hacía cada vez más intensa, y que la tenía en un estado de alerta y ansiedad que no podía controlar.
Durante los años que llevaba viviendo en esa casa, con la que se había convertido en su familia, rara vez había sentido la necesidad de preguntar por su pasado, y cuando lo hizo, fue más por curiosidad que por añoranza. Sin embargo, desde que esos sueños la atosigaban, crecía su obsesión por intentar recordar algo: un rostro, una palabra, un nombre… Cualquier cosa que explicara el porqué de esa inquietud, de su pérdida de memoria o de su peculiar aspecto. Era alta, aunque no en exceso, con un cuerpo esbelto y tonificado, y la piel dorada; una chica bonita… y normal si no reparamos en su pelo y sus ojos. Tenía el cabello largo, por las caderas, de un color gris titanio, algo que los médicos achacaban al posible trastorno que pudo sufrir cuando la encontraron inconsciente; y estaba adornado en algunas zonas con mechas rosas, que iban aumentando conforme pasaba el tiempo, cosa para la que no encontraban una explicación coherente. Y sus ojos, con el iris de un gris plateado, poseían unas fisuras del mismo color que las mechas de su pelo.
Mientras se preguntaba el motivo de estas, y de otras mil cosas, el sonido de alguien llamando a la puerta de la habitación, la sacó de su ensimismamiento.
_Valentina, han venido a buscarte.
_Bajo enseguida.
Tardó dos minutos en ponerse sus vaqueros rotos y la camiseta blanca sin mangas que tanto le gustaba, entre otras razones, por la capucha azul que llevaba, como la inmensa mayoría de sus camisetas, sudaderas o chaquetas, y por el dibujo de unos lirios que decoraba ambos costados de la espalda; y se guardó sus botas deportivas en la mochila. Luego se cepilló el pelo hasta desenredarlo y se cogió los patines para ponérselos abajo, bajo el suave sonido del repicar de las campanillas de cuarzo cristal del porche.
Mikael la esperaba fuera, como cada mañana, para ir juntos al instituto. A ella le encantaba salir y verlo allí, con sus pantalones estilo militar en tonos blancos, grises y azulados, con dos correas negras en la pierna derecha, de las que colgaban unas cadenas y unas llaves; y con su camiseta azul de manga corta, con la capucha siempre ladeada, mientras el viento ondeaba su pelo negro con mechas cobalto y miraba hacia su amiga clavando en ella sus ojos, de un azul tan claro que parecían arrancados del mismo cielo. En su rostro y sus gestos nunca se reflejaba preocupación alguna, era la calma personificada, pero estando siempre vigilante cuando se trataba de proteger a Valentina, como el mejor de los soldados.
La chica se lanzó a sus brazos nada más verlo, como hacía cada día, dado que la relación que tenían era realmente especial, y le hizo soltar la chaqueta que llevaba colgada del brazo, que cayó al suelo, para poder rodearla por la cintura. Se sentía demasiado agobiada, pero ya podía estar pasando por cualquier tipo de problema, o podía romperse el mundo en mil pedazos, que estar cerca de Mikael lo arreglaba todo, para ella no había lugar más seguro que sus brazos, ya que ningún miedo podía alcanzarla allí.
Mientras Valentina estaba sentada en la escalera atando los cordones de los patines, Mara salió con el almuerzo de ambos y se lo ofreció al chico, que se acercó y la besó en la mejilla.
_Mikael, cuida de ella.
_Para eso estoy aquí -contestó con una mirada cómplice.
Valentina se puso en pie cuando estuvo lista, cogió la chaqueta del chico, que había dejado en su regazo y se acercó a Mara para darle un fuerte abrazo antes de marcharse con su amigo.
*****
De camino al instituto iban jugando y riendo como siempre, pero la sombra de la preocupación era evidente en el rostro de Valentina.
_Esos sueños siguen desvelándote, ¿verdad?
Ella asintió. No quería preocuparlo, por lo que evitaba el tema la mayor parte del tiempo, aun sabiendo que a él no podía engañarlo con facilidad.
_Sólo son sueños, ya lo sé. Pero la sensación de que se repiten por un motivo es tan fuerte… Y esa voz… la he escuchado antes, pero no consigo recordarla -paró un instante y cogió el colgante que llevaba alrededor del cuello-. Las dos últimas veces me he despertado agarrando esto.
El colgante tenía forma de punta de flecha, con unas ondas en gris y rosa que parecían cambiar según la posición desde donde lo miraran, y colgaba de una cadena blanca y corta, cuyos eslabones tenían la forma del símbolo de infinito. No sabía a ciencia cierta de qué estaba hecho, mucho menos quien se lo había regalado, ya que, junto al suave algodón blanco con el que le habían hecho la camiseta que llevaba puesta, era todo lo que tenía de su anterior vida.
_¿Me estoy volviendo loca, Mika?
Él la cogió por los brazos, haciéndola girarse hacia él, y la miró un segundo a los ojos.
_¡Vamos! Esa pizca de locura siempre ha sido parte de ti, es lo que te hace tan especial -dijo intentando quitar importancia a las inquietudes de Valentina.
Ella agachó la cabeza, asustada, y entonces él la abrazó. Sabía muy bien que si había algo que pudiera hacer que sus preocupaciones desaparecieran por un momento, era eso. Nada era más efectivo.
_Si sientes que estás perdida, que te hundes o que te rodea la oscuridad, sólo tienes que coger mi mano, lo sabes. Aunque esté lejos, aunque no puedas verme, siempre voy a estar cerca de ti para sostenerte -dijo cogiéndole la mano-. Nunca voy a dejar que te pierdas, Val… Nunca voy a dejarte caer.
Y un escozor se apoderó de los ojos de Valentina mientras las lágrimas resbalaban sin control por sus mejillas, sabiendo que no tenía sentido que un sueño alterase de esa forma su bienestar. Aunque, si se paraba a pensar, pocas cosas en su vida tenían sentido.
*****
Mikael la acompañó casi hasta la puerta de la clase, donde aquel día el profesor estaba presentando a una alumna nueva, Analía Rosales, una chica extremadamente delgada, con la tez pálida y grisácea, el cabello color plomizo por los hombros y un rostro afilado en el que destacaban especialmente los ojos, de un gris tan claro que casi parecían plateados. Al pasar por delante de ella, se cruzaron sus miradas y un escalofrío recorrió el cuerpo de Valentina. De cerca, pudo ver que, además de tener un color inusual, los ojos de Analía también destacaban porque estaban bordeados en negro, y el iris tenía pequeñas motas del mismo color.
_Tus ojos ya no son los únicos especiales, ¿eh? ¿Celosa?-dijo bromeando Elisabeth, su compañera y mejor amiga, a excepción de Mikael.
_Aliviada, más bien -contestó sin poder apartar la mirada de la chica nueva. Había algo en ella que le atraía de un modo extraño, algo que le resultaba familiar.
Finalmente apartó la vista y se dio la vuelta, dirigiéndose a su mesa, al lado de la ventana. Una vez sentada, miró a través del cristal procurando despejar la mente, y vio que Mikael estaba fuera del instituto hablando con alguien de quien sólo pudo distinguir una chaqueta con capucha violeta. En ese instante, un destello de luz azulada la hizo apartar la mirada y, cuando se giró de nuevo, su amigo ya no estaba allí, y no pudo ver qué dirección había tomado.
_Acabará dejándote sola, siempre lo hacen. Todos.
Valentina se sobresaltó. Estaba tan sumida en sus pensamientos, que no se percató de que Analía se había acercado a ella.
_¿Cómo dices?
_El amor. Es la peor de las torturas. Provoca heridas que no sanan nunca.
_Estás equivocada -contestó sin siquiera saber porqué le daba explicaciones-, Mikael y yo sólo somos amigos.
_¿Estás segura de eso? -añadió con un tono de voz que pretendía hacer dudar a Valentina.
-¡Por supuesto! -dijo sin vacilar.
Se dio cuenta de que Elisabeth miraba, preguntándole con la mirada si todo estaba bien. Valentina asintió, sonriendo, aunque no pareció convincente a los ojos de su amiga. Se volteó de nuevo hacia la ventana, evitando a Analía, y miró al lugar donde había visto a Mikael unos minutos antes. Era cierto que sólo eran amigos y, aunque su relación era muy íntima, no tenía ningún derecho a pensar que él tenía la obligación de contarle todo, o de decirle dónde iba a estar a cada instante, pero se sentía tan perdida cuando no lo tenía cerca… Miró sus manos y cerró los ojos, recordando lo que Mikael le había dicho mientras la abrazaba aquella mañana en la puerta. Y, apenas sin darse cuenta, apretó los puños y una voz la sorprendió de nuevo.
_Sigo aquí contigo.
Abrió los ojos de par en par, mirando a todos lados. A su alrededor, los compañeros atendían al profesor. Sólo Analía se giró hacia ella, como si también lo hubiera escuchado, y le sonrió maliciosa. Valentina apartó la vista y la dirigió a sus propias manos, que seguían cerradas, y, poco a poco, una oleada de calma se fue adueñando de ella.
*****
El resto de la mañana, la pasó realmente tranquila. A la hora del almuerzo estuvo con Elisabeth, y quedaron para ir a comer juntas cuando salieran a mediodía, ya que su amiga había estado muy inquieta toda la mañana, viendo la tensión que se quedó reflejada en el rostro de Valentina desde que Analía había ido a hablar con ella en clase, y necesitaba asegurarse de que todo iba bien.
Así que salieron de clase y se dirigieron a la cafetería que había en el callejón del parque. Estaba algo escondida, sólo se podía acceder por una calle que resultaba algo estrecha, pero quien conocía el lugar no lo cambiaba por otro, ya que era un local pequeño, pero muy acogedor; con las paredes blancas y doradas, decoradas con macetas de flores rosadas que despedían un olor relajante, y unos sofás individuales del mismo color, con el nombre del local impreso en letras blancas: »Anahata». Las siete mesas de las que disponía el local, las habían hecho con troncos de árboles grandes y, en el centro de cada una, había una figura hecha a escala de diferentes animales: un gato, un lobo, un búho, un caballo, un águila, una serpiente y un puma.
Las chicas se dirigieron a su mesa de siempre, la que tenía la figura del puma, en el rincón que había más alejado de la puerta.
_Y ahora, ¿puedes decirme lo que quería la tipa esa? -dijo Elisabeth mientras se sentaban.
_Nada, sólo es una chismosa que le gusta opinar sin saber.
_¿Por eso se te descompuso la cara de esa manera? -le preguntó con preocupación.
Valentina se quedó callada unos segundos, dudando si quería seguir con la conversación.
_Me dijo que Mika acabará dejándome sola -contestó con tristeza-. Que el amor es la peor de las torturas.
_Mikael nunca haría nada que pudiera lastimarte.
_Lo sé. Y ella no va a conseguir que dude de él.
_Entonces, ¿cuál es el problema? ¿A qué se debe esa cara de preocupación?
_¿Sabes qué más me dijo? Que si estaba segura de que sólo somos amigos.
_Pero eso es normal, viendo el tipo de relación que tenéis, es evidente que sentís más que amistad.
_¡Lis! ¿Tú también? -Valentina no sabía bien cómo tomarse las palabras de su amiga.
_Vamos, Valen. Piénsalo. Estáis siempre juntos, no se ha separado de ti desde… Bueno, ya lo sabes… Los dos tenéis una forma especial de demostrarnos a los demás cuánto nos queréis, nos lo decís a menudo y nos abrazáis con total naturalidad, vais derrochando cariño sin avergonzaros por ello. Pero, cuando lo hacéis entre vosotros, la luz que irradiáis es totalmente diferente, es mucho más íntimo, casi mágico…
Valentina bajó la cabeza, y la sombra de tristeza que se apoderó un momento antes de su voz, se hizo visible en su mirada.
_Lis… Me salvó la vida.
_Y, ¿sólo es eso lo que sientes? ¿Gratitud?
_No lo sé, pero es normal que me sienta tan unida a él, o tan perdida cuando no está. Mika me encontró en el embalse, él es lo primero que recuerdo desde que desperté. Los primeros días en el hospital fueron horribles. Yo no recordaba más que mi nombre, y nadie me reconocía, nadie había denunciado mi desaparición. Tenía pesadillas en las que me perdía en un bosque en llamas, o me ahogaba en la cascada del Jardín donde aparecí… Y, siempre que despertaba, Mika estaba ahí, cogiendo mi mano para tranquilizarme. Sin ni siquiera conocerme, no se movió de mi lado durante las siete semanas que pasé en el hospital.
_Hasta que Mara te acogió -continuó Elisabeth.
_Así es. Después de atenderme durante todo ese tiempo en el hospital, me permitió formar parte de su familia. Y Mika seguía ahí, día tras día, durante los primeros meses pasaba incluso las noches conmigo en casa de Mara, asegurándose de que esas pesadillas no se repetían. Cada vez que empezaba a dudar de que este era mi lugar, me demostraba lo equivocada que estaba. Consiguió hacer que la necesidad de preguntar por mi pasado desapareciese, haciéndome ver que tenía todo lo que me hacía falta para ser feliz: una familia que se desvivía por mí, muchos amigos que me querían sin hacer preguntas incómodas,… Y a él, mi protector, quien me ha guiado desde entonces. No sólo salvó mi vida, Lis, salvó mi alma -y por segunda vez ese día, las lágrimas se dejaron ver en el rostro de la chica.
Elisabeth cogió con firmeza las manos de su amiga por encima de la mesa, dejando al descubierto la pulsera de siete esferas, cada una de diferente color, que ella llevaba , y el brazalete de cuero índigo que portaba Valentina en la muñeca izquierda. Un brazalete que Mikael le había regalado, y del que él llevaba otro a juego. Ambos eran exactos, a excepción de que el del chico llevaba bordado en plata una espada, y el de ella un escudo.
_Valentina… -dijo Elisabeth aplicando un poco más de presión a las manos de su amiga para conseguir que la mirase- No es pecado estar enamorada.
En ese momento, un resplandor rosa inundó los ojos de Valentina, y sintió una profunda punzada en el centro del pecho que le hizo cerrar con fuerza los puños.
_¡Valen! ¿Estás bien? -se preocupó Elisabeth al notar la presión en sus manos.
No era la primera vez que la chica veía ese brillo en los ojos de Valentina, era una de las peculiaridades de su amiga. Cada vez que veía a alguien pasando por un buen momento, sus ojos se iluminaban con ese tono rosáceo; si, por el contrario, presenciaba algún tipo de discusión o era testigo de algún tipo de tristeza, momentáneamente desaparecían las fisuras rosas que los caracterizaban. Pero jamás brillaron con tantísima intensidad, y en ninguna ocasión le provocó dolor.
_Estoy bien -sonrió levemente-. De verdad.
_¿A qué ha venido eso?
_No ha sido nada, es que últimamente no estoy descansando bien y me empieza a pasar factura. -Y, sintiendo un extraño impulso, añadió:- Tengo que volver a clase, me he dejado los patines.
_Espera, te acompaño.
_No te preocupes -dijo sin saber porqué la evitaba. Se levantó de la silla y la besó en la mejilla-. Hay algo que necesito hacer. Nos vemos mañana. Te quiero Lis.
_Y yo a ti Valen -dijo con pesar.
Cuando Valentina salió por la puerta, Selena, la camarera, se acercó a recoger su plato, que estaba prácticamente intacto. Miró a Elisabeth y le dijo:
_Deberías haber ido con ella, centinela.
_No podía seguirla, quería ir sola. Tengo la obligación de respetar su voluntad -contestó con una mezcla de rabia y pena en la voz.
*****
Mikael se puso en contacto con un amigo desde el instituto, nada más dejar a Valentina en clase, y salió a reunirse con él, que llegó unos segundos más tarde.
Hacía años que no se veían y, aunque Ezequiel llegó con el rostro cubierto por la capucha violeta de su chaqueta, Mikael lo reconoció enseguida, su aura era inconfundible.
_Tenemos que hablar -le dijo sin rodeos a su amigo-. Vamos al Jardín.
Una vez allí, a Mikael le era imposible disimular su inquietud, daba dos pasos y volvía al mismo lugar de nuevo, algo que era totalmente impropio de él.
_Cálmate Mikael. ¿Qué es tan urgente para que me hagas llamar?
-Se está acercando a ella, intenta atraparla mientras duerme, cuando es más vulnerable.
_Lo sé, -Mikael se sorprendió- Samael la llama para despertarla antes de que la encuentre.
_Entonces, la voz que ella escucha es la de Samael, por eso le resulta familiar -dijo, casi en un susurro, con un deje de alivio en la voz.
_Sí. Pero no sé hasta cuando podrá seguir ocultándosela, Rossier es muy astuta.
_Pero no podemos dejar que se acerque más, y ya no sé qué más puedo hacer para protegerla, lleva parte de mi casco y mi escudo. Ayúdame, por favor, Ezequiel.
_Mikael, lo siento, no puedo involucrarme más.
_Pero si consiguen hacerse con ella entraremos en batalla, y el poder que tiene, en las manos equivocadas, es impredecible.
_Lo es incluso en las suyas propias, lo sabes -un silencio inquietante llenó el lugar-. Si tenemos que luchar, lucharemos. Siempre hemos encontrado la forma de vencer.
Mikael se mostró perplejo. Esa idea no era, ni mucho menos, aceptable. Ninguna idea que implicase hacerle el mínimo daño a Valentina lo era. Ezequiel continuó hablando al ver la expresión de su rostro.
_Todos sabemos porqué te quedaste con ella, Mikael, porqué no permitiste que nadie más la guardara -empezó a decir intentando mostrar la comprensión que sentía-. Tu deber es proteger a los humanos, pero esta vez no ha sido ese el único motivo que te ha impulsado; y no te culpo, las almas puras no tienen poder para decidir a quien entregarse, simplemente sucede. Pero la suya no lo es, tienes que recordarlo. Te condenarás, Mikael.
De pronto, un enorme vacío se abría paso en el interior de Mikael, una sensación intensa que lo hizo tambalearse.
_Valentina… -dijo para sí- Algo va mal, no puedo sentirla.
Se dispuso a marcharse a toda prisa, pero Ezequiel lo agarró por la muñeca y su amigo se giró para mirarlo.
_Mikael, sé que la protegerás ante todo y, si se diese el caso, ante todos. Piensa bien las consecuencias.
Lo soltó y desapareció, dejando tras de sí un rayo de luz violeta. Por su parte, el rayo de luz azulado que había cegado aquella mañana a Valentina, apareció en el callejón de la cafetería, y Mikael con él.
Entró en Anahata, y vio a Elisabeth sentada al fondo, con cara de preocupación y tocando las esferas de su pulsera con nerviosismo. Se acercó con el corazón acelerado, sin entender porqué Valentina no estaba allí con su amiga. Ya a su lado, le preguntó qué hacía sola, y si sabía donde podía encontrarla.
_Esa estúpida norma… -dijo enfadada- No he podido ir con ella, quería ir sola. Ha vuelto al instituto porque olvidó sus patines.
El chico le rozó la mejilla con la yema de los dedos para tranquilizarla.
_Mikael, me tiene preocupada. Algo no va bien, ¿verdad? Hoy…
_Tranquila, yo lo arreglaré -dijo sin dejarla terminar.
Y se marchó hacia el instituto, esperando que Valentina aun estuviese allí, rogando para que estuviese bien… sobre todas las cosas, rogaba que estuviese bien.
*****
La escuela estaba prácticamente desierta cuando Valentina llegó, apenas quedaban cuatro o cinco alumnos que aprovechaban que las puertas seguían abiertas para estudiar en la biblioteca, algún profesor que terminaba de corregir exámenes y el personal de limpieza.
Cuando la chica entró a la clase, se sorprendió al darse cuenta de que, sobre su mesa, estaba sentada Analía, mirando por la ventana.
_Supuse que volverías a buscarlos. -Dijo sin ni siquiera girarse hacia ella.
Se acercó con cautela, inquieta, preguntándose porqué la chica nueva estaba allí ocupando su sitio y, al parecer, esperándola. En un primer momento, por la mañana, su rostro le resultó conocido, lo que le hizo pensar que, de un modo u otro, podría ser parte de su pasado, pero se sentía tan agitada cuando se acercaba a ella, que no se veía capaz de preguntarle si la reconocía, así que se dispuso a coger los patines de la percha que había al final de la habitación, y a marcharse de allí. Pero, cuando se dio la vuelta para salir de la clase, Analía estaba frente a ella, bloqueándole el paso mientras fijaba su mirada en el colgante abriendo intensamente los ojos.
_Hacía mucho que no lo veía.
Valentina se quedó petrificada, una extraña corriente la recorría de arriba a abajo e hizo que se quedara inmóvil, sin saber cómo reaccionar a lo que la chica acababa de decir.
En ese momento Mikael apareció en la puerta, con el semblante preocupado y los puños cerrados mientras miraba la escena. Al verlo, Analía sonrió pícara, disfrutando de la situación, y se acercó a Valentina para coger el colgante con la punta de los dedos, diciéndole al oído de un modo tan suave que el chico no fue capaz de escucharlo:
_Este es mi regalo para ti, hija de Marte -y se marchó sin decir nada más, mirando desafiante a Mikael.
Durante unos segundos que parecieron eternos, los dos amigos se quedaron con los ojos clavados en la puerta, sin entender muy bien lo que acababa de pasar.
Valentina fue a dar un paso hacia Mikael, pero apenas le dio tiempo. El chico se movió tan rápido que, cuando se dio cuenta, ya lo tenía frente a ella, abrazándola con fuerza, casi con desesperación, como si teniéndola así pretendiese conseguir que nadie pudiera arrebatársela jamás. Ella se quedó tan sorprendida al sentir la intensidad de ese abrazo, que no fue capaz de articular palabra alguna.
_Creía que te había pasado algo, no conseguía encontrarte, no sabía qué hacer -dijo sin aflojar la presión de sus brazos-. Si te hubiera pasado algo… si algún día te pasa algo… -se le hizo un nudo en la garganta y no pudo más que hundir el rostro en el cuello de su amiga.
Valentina, que hasta el momento había permanecido inmóvil, rodeó con los brazos a Mikael por la cintura. Él relajó ligeramente la tensión y la miró a los ojos, diciendo con tristeza:
_No te vayas. No te alejes de mí.
_Mika…
Valentina se sobrecogió. Tenía mil cosas que decirle, que preguntarle. Era él quien se había ido aquella mañana sin decir nada a nadie, ¿por qué le pedía a ella que no se fuese? ¿Dónde había estado para volver así? ¿A qué se debía tanta preocupación si sólo se habían separado unas horas?… Sin embargo, no dijo nada en ese momento. En su lugar, apoyó la cabeza en el pecho de Mikael, permitiéndose escuchar durante un par de minutos ese latido que devolvía la calma a cada resquicio de su ser. Y, entonces, sin alejarse ni un centímetro, sólo añadió:
_No voy a ningún sitio donde tú no puedas acompañarme.
Y la puerta de la clase se abrió, dejándoles ver la expresión sorprendida del señor Iuvart, el director del instituto.
_¿No es tarde para que estéis aun aquí?
Los chicos asintieron y, después de coger sus mochilas y los patines, salieron a la calle.
*****
De camino a casa, Mikael cogió la mano de Valentina, entrelazando sus dedos. Ella lo miró.
_Hoy soy yo quien se siente perdido -le dijo sin apartar la vista del suelo.
Valentina le hizo levantar la cabeza para clavar sus ojos en los de él, poniéndole la mano en la barbilla.
_Yo tampoco te voy a dejar caer, Mika -y le besó la mejilla, sonriéndole dulcemente.
Él le devolvió la sonrisa, recuperando un poco de la calma que había perdido por primera vez desde que Valentina lo conocía.
_Tu pelo ha vuelto a cambiar… Estás muy bonita -dijo con ternura.
Era cierto, desde que salió de la cafetería, las mechas rosas de su pelo habían aumentado de nuevo, convirtiéndolo así en el tono principal.
Siguieron caminando sin decir nada más. En los veinticinco minutos que tardaban en llegar a pie desde el instituto hasta su casa, esa fue toda la conversación que tuvieron. Los dos estaban intentando asimilar lo que había pasado a lo largo del día, sin mucho éxito por el momento, y la tensión era evidente.
*****
Cuando por fin llegaron a la escalera del porche de Valentina, los chicos seguían cogidos de la mano, y también continuaba en sus rostros la necesidad de tener una explicación.
Valentina empezó a subir los escalones, pero Mikael la abrazó suavemente por detrás, apoyando la cabeza en el centro de su espalda, y tuvo que parar en el primer peldaño.
_Deberías irte a descansar, Mika -dijo acariciándole las manos. Y un momento después, bajó la cabeza con tristeza, añadiendo:- Quisiera tener la mitad de la facilidad que tú tienes para serenar mi alma. Es una tortura no saber cómo calmar la tuya.
Mikael apartó la cabeza para presionarla un poco más contra su pecho, y apoyó su barbilla en el hombro de ella.
_Mi alma está en paz cuando estás cerca.
_Pues quédate conmigo esta noche -se apresuró a responder, girándose hacia él-. Por favor Mika, que ese sea mi regalo.
_Val…-Mikael se quedó absorto.
En ese instante Mara abrió la puerta, haciendo sonar las campanillas que tenía colgadas. Los había visto llegar desde el ventanal y salió a recibirlos, escuchando la última parte de la conversación. Valentina se abrazó a ella agotada por tanta tensión.
_Es evidente que ninguno de los dos ha pasado un buen día -dijo al ver los rostros afligidos de ambos-. ¿Te quedas Mikael? A Valentina le vendría bien descansar una noche, esos sueños van a acabar con ella.
_Claro -respondió mientras subía a darle un beso en la mejilla y un abrazo fugaz, a modo de saludo.
_¿Qué haríamos sin ti? -le sonrió.
*****
Después de cenar, Mara se fue a la habitación y los chicos recogieron la mesa. Cuando todo estaba guardado, Valentina fue a darse una ducha repasando, una por una, las cosas que Analía le había dicho: »…hacía tiempo que no lo veía…» »…hija de Marte…» »…¿estás segura de eso?…» Lo que le llevó también a recordar la conversación con Elisabeth: »…¿eso es todo lo que sientes?…» »…no es pecado estar enamorada…». Ya no estaba segura de nada, en un solo día su mundo se giró por completo.
Salió de la ducha y se puso su pijama gris de pantalón corto con un lazo púrpura en cada pierna, y camiseta de tirantes también con una lazada en la cintura. Cogió, de la habitación que había al lado del baño, un pijama de pantalón largo y camisa de manga corta de lino blanco con cordones color salmón que pertenecía a Sam, el hijo de Mara, al que Valentina sólo vio un par de veces durante el primer año que vivió allí, y se lo llevó a Mikael.
Ambos se acomodaron en el sofá, Valentina medio tumbada y acariciando el cabello de Mikael, que se recostó apoyando la cabeza en las piernas de su amiga. Y buscaron en la televisión algo que ver, intentando evadir preguntas de las que no estaban seguros si querían oír las respuestas. Cuando la película que habían dejado puesta terminó, Valentina se levantó con cuidado, hacía rato que Mikael se había quedado dormido. Lo tapó con una manta fina de algodón azul que él le había regalado y que siempre utilizaba cuando estaba en el sofá, le besó la frente y salió al porche, apoyándose en la barandilla mientras intentaba despejar la mente, concentrándose en el olor que le hacía llegar la brisa marina y mirando las estrellas de un cielo totalmente despejado.
Se ausentó por completo de la realidad durante una media hora, aproximadamente.
_¿Va todo bien? -preguntó de pronto Mikael adormilado, con una voz tan suave que Valentina ni siquiera se sobresaltó, a pesar de no haberlo escuchado acercarse.
_Sí, todo va genial, -contestó sonriendo- te has dormido…
_Lo sé, lo siento. Debía cuidar de ti y… -dijo mientras agarraba la manta que se había puesto sobre los hombros.
_No lo sientas. Has conseguido deshacerte de esa inquietud que se estaba adueñando de ti. Eso me hace sentir aliviada.
_Sólo necesitaba tenerte cerca, ya te lo dije -respondió mientras se acercaba por la espalda y la rodeaba con los brazos para abrigarla a ella también con la manta-. Vas a coger frío. No puedo descuidarme ni un momento contigo -sonrió.
Valentina le devolvió la sonrisa sin mirarlo. No se había girado desde que salió fuera. Se quedaron varios minutos así, tapados, en silencio, sintiendo el aire en la piel que quedaba descubierta. Después, la curiosidad pudo más que Mikael.
_¿Puedo preguntarte algo?
Ella asintió.
_¿Por qué justo hoy me pides que me quede ‘como regalo’? Nunca has permitido que te regalen nada en estas fechas.
_Esta noche no quería estar sola -juntó su espalda aun más contra el pecho de Mikael-. Necesitaba esto… tenerte aquí.
_Estoy aquí. Siempre estoy aquí.
Valentina dejó de sonreír, y su mirada se quedó fija en el horizonte, pensativa.
_¿Qué sucede? -quiso saber el chico, viendo la preocupación en los ojos de ella.
_Analía, la chica nueva… sabía que hoy es mi cumpleaños. ¿Cómo es posible?
_Val, hoy hace siete años que apareciste en el embalse. Tu historia apareció en todos lados, buscando respuestas. Y se dijo que sería tu cumpleaños porque fue cuando comenzó tu nueva vida. Hay miles de personas que saben eso, no le des más vueltas.
_Pero ella sabe más. Estoy segura de que tiene algo que ver con mi pasado -añadió inquieta.
_Hagamos una cosa. Vamos a entrar a descansar, que lo necesitas, y mañana tenemos todo el día para nosotros, iremos al bosque y me cuentas todo. Esta noche déjame que cuide de ti ¿Trato hecho? -le propuso mientras la cogía de la muñeca y subían a la habitación.
_¡Eso lo haces siempre! -dijo ella dándole un cariñoso empujón con el hombro cuando entraron al dormitorio.
Mikael se tumbó en la cama, boca arriba, con un brazo por detrás de la cabeza.
_Y lo que te queda -contestó mirando fijamente a Valentina, mientras se tumbaba a su lado-. Siempre voy a hacer lo que sea necesario para protegerte.
_Lo sé -afirmó apoyando la cabeza en el pecho de su amigo y dejando que la venciera poco a poco el sueño-. Te quiero, Mika.
Mikael la rodeó con el brazo que le quedaba libre y la besó en la cabeza con ternura.
_Y yo te quiero a ti, Val.
*****
De madrugada, Mikael escuchó tocar la puerta de una forma muy suave. Era Mara, que pasaba a ver cómo estaba Valentina. No se sorprendió al ver que el chico estaba despierto. Desde que se acostaron no había dejado de mirar a su amiga, que seguía tumbada sobre su pecho, ni de acariciarle el brazo suavemente con la yema de los dedos, mientras recordaba la conversación que tuvo con Ezequiel y la horrible sensación que se apropió de su interior y le hizo pensar que a Valentina le había pasado algo. Jamás sintió un vacío tan inmenso, y supo de inmediato que era por ella.
Mara interrumpió sus pensamientos.
_Lleva semanas que no duerme tranquila. Esta noche sonríe, es increíble.
Mikael también sonrió, de manera casi imperceptible. Y Mara añadió:
_Creo que nosotros también deberíamos descansar. Gracias por quedarte esta noche.
_No, gracias a ti por resguardarla aquí.
Mara salió de la habitación y se fue a dormir, tranquila porque esa noche Valentina dormiría sin que las pesadillas le arrebataran el sueño.
Mikael también cerró los ojos para descansar. Tener entre sus brazos a Valentina, sentir el calor que desprendía, pensar que podía tenerla así siempre,… Esa era la mejor medicina para la tensión que había acumulado a lo largo del día. Sólo necesitaba saber que estaba con él, que podía protegerla, y todo estaba bien.
_A partir de hoy cambia todo, pero yo te seguiré sosteniendo. Siempre.
Capítulo 2. DESPIERTA.
Aquella mañana, cuando Valentina se despertó, abrió los ojos y se quedó tumbada, abrazando la almohada varios minutos, mientras los sueños que tuvo esa noche pasaban una y otra vez por su cabeza. No tuvo pesadillas, no se despertó agitada ni empapada en sudor como lo había hecho otras muchas veces durante los últimos meses, pero a pesar de que la sonrisa se le escapaba mientras dormía en los brazos de Mikael, le resultaba inquietante recordar ciertos detalles que vio aquella noche.
Mikael. No estaba con ella en la cama. Se levantó y, aun frotándose los ojos, salió a ver si estaba en la terraza de su habitación, puesto que ambos disfrutaban de la paz de ese lugar tumbados en la hamaca de tela, o de las increíbles vistas que ofrecía sentados sobre la celosía. Pero nada, tampoco lo encontró allí. Volvió a entrar para vestirse y, viendo que el sol se proponía brillar con fuerza ese día, se puso un pantalón corto blanco y una camiseta sencilla de tirantes roja con un corazón bordado en dorado a la altura del suyo propio. Se sentó en el suelo para ponerse las botas deportivas que llevaba casi todos los días, y al ponerse en pie, vio que la chaqueta azul de Mikael estaba colgada en la silla que tenía junto a la cama, por lo que supo enseguida que debía de seguir en la casa, Mikael era muy cuidadoso con sus cosas, y nunca las dejaba en ningún lugar si él no estaba cerca.
La cogió y bajó a la cocina, donde lo encontró hablando con Mara y guardando botellas en una mochila.
_¡Buenos días, dormilona! -le dijo con su sonrisa habitual.- Pensaba que tendría que anular los planes de pasar el día juntos.
Cualquier rastro de agobio, preocupación o estrés que se hubiera reflejado en el rostro de Mikael, había desaparecido por completo, no quedaba nada que pudiera evidenciar las inquietudes que lo atormentaban unas horas antes. Estaba radiante, con las bermudas del mismo estilo que el pantalón que llevaba el día anterior (era tremendamente fiel a ese estilo de ropa), y la camiseta blanca con líneas azules a modo de rayos de luz que cruzaban su pecho, hacía resaltar los reflejos de su cabello. Sus ojos, iluminados por el sol que entraba por el gran ventanal que tenía tras él, volvían a irradiar la calma que siempre los había caracterizado.
Se acercó a ella para abrazarla, como siempre, con el cariño que sólo él sabía mostrarle, y le besó la frente.
_¿Nos vamos? Hoy tenemos mucho de qué hablar -le dijo mirándola a los ojos, aun teniéndola en sus brazos.
_Sí, claro… -ella también estaba más tranquila, sobre todo al verlo a él tan seguro, pero no tenía la misma facilidad para olvidar todo lo que había pasado.
Mikael cogió la mochila donde había estado guardando el par de botellas de agua y unos bocadillos para el almuerzo y la comida. Agarró a Valentina de la mano y se acercó a despedirse de Mara con un abrazo.
_Tened mucho cuidado -dijo sin poder ocultar la mezcla de tristeza y temor que sentía-. Ese lugar no siempre es seguro.
_Tranquila Mara, no vamos a adentrarnos mucho, iremos hasta el merendero -le contestó Valentina después de besarle la mejilla.
Valentina se percató unos días atrás que Mara se preocupaba de más por ella últimamente, desde que no descansaba bien. Tenía diez años cuando le abrió las puertas de su casa, no era su madre, pero siempre la trató como si lo fuera, nunca dijo una palabra o hizo algún gesto que pudiera mostrar lo contrario, y Valentina la respetaba y la quería como tal. No le dio la vida, pero era la madre que había tenido desde que recordaba.
Cuando era pequeña, uno de sus pasatiempos favoritos era sentarse en el taburete de la cocina y mirarla fijamente mientras preparaba cualquier cosa para comer, intentando memorizar cada uno de sus rasgos. Y, poco a poco, fue grabando en su mente la imagen de Mara como si fuera una fotografía. Era un poco más bajita que ella, con la piel excesivamente blanquecina, lo que hacía resaltar el color de su cabello, castaño caoba, que le llegaba un poco más abajo de los hombros, y que siempre llevaba recogido en un moño donde cruzaba dos palillos chinos hechos de turmalina o, según la ocasión, de cuarzo blanco o de jade verde; y sus ojos, del mismo color rojizo que el pelo, eran capaces de expresar cualquier sentimiento que cruzase por ellos de una manera extremadamente clara. O, quizás, era lo que Valentina pensaba porque la conocía tan bien que ella podía apreciarlo con total transparencia. Y, el detalle que más llamó siempre la atención de la chica, era la cicatriz blanca en forma de media luna creciente que tenía en la parte de atrás de su cuello, y que Mara dejaba al descubierto con sus recogidos porque sabía que a ella le encantaba mirarla.
Aun pensando en todo esto, los dos chicos se dirigieron a la puerta y, antes de cerrar, Valentina se giró hacia la cocina.
_Te quiero mucho, Mara -dijo con tanta ternura que casi no cabía en sus palabras.
Y se fueron, sin ver las lágrimas que caían de los ojos de Mara cuando cerraron la puerta. Valentina se giró sólo un momento, mirando como el viento hacía sonar las campanillas con un suave movimiento.
*****
Valentina y Mikael iban caminando por el sendero que empezaba casi un kilómetro por detrás de la casa de la chica. El camino era llano al principio, bordeado de piedras volcánicas y con un poco de vegetación que crecía entre ellas. Conforme se iban adentrando, los arbustos se hacían más frondosos, y las flores y frutos silvestres impregnaban el aire de un aroma que llenaba de vitalidad a cualquiera que pasara por allí. Un poco más adelante, cuando los árboles empezaban a abrirse paso a través de las enredaderas y la maleza, y al sol le costaba más hacer llegar sus rayos hasta el suelo, llegaron a un claro que visiblemente no se había formado de manera natural, donde habían varias mesas redondas con bancos de madera. A la derecha del merendero, una gran fuente de piedras jaspeadas refrescaba el lugar, cruzando todo el parador.
Los chicos se sentaron en la mesa del final, la que quedaba más cerca de la continuación del bosque, y de donde brotaba el agua del manantial. Mikael se puso frente a su amiga y, sin perder la serenidad de su rostro, le preguntó a Valentina sobre los motivos por los que se había sentido inquieta el día anterior, mientras sacaba el almuerzo de la mochila y lo iba dejando en la mesa, esperando que ella se decidiera a contestar.
_Creo que tenías razón, me sorprendió que Analía supiera lo de mi cumpleaños, pero es una fecha que conoce el país entero, prácticamente -dijo unos segundos después, dejando a un lado cómo se sentía realmente.
-No me lo creo -respondió con total seguridad.- La inquietud que reflejan tus ojos dice otra cosa. ¿Qué te dijo al oído cuando yo llegué?
La duda que había sentido Valentina al contestar, se hizo más obvia en ese momento. Agachó la mirada.
_Me dijo: ‘Este es mi regalo para ti ‘… -y omitió el resto de la frase.
_¿Regalo? ¿Qué te regaló?
_¡Nada! Me dijo eso y se marchó, ya lo viste.
Apartó la mirada de él, haciéndole saber que no quería seguir hablando del tema, y la dirigió hacia el fondo del bosque, rozando su colgante con los dedos. Se quedó un par de minutos así, con la mirada fija en la nada, respirando el aroma a hierbabuena y jazmín que inundaba ese espacio. Hasta que vio como la oscuridad se iba acercando a ellos a través de los árboles y el olor a madera quemada lo cubría todo. Entonces, sus ojos se abrieron de par en par e irguió su espalda, conteniendo el aliento y buscando sin mirar la mano de Mikael para sujetarla.
_Mika… -el chico se fijó en su mirada desorbitada y, de manera instantánea, se puso en pie delante de ella, alerta.- Este lugar… el bosque… lo he visto antes… No me dejes sola, Mika, no me sueltes… no me sueltes…
El temor se apoderó de ella, se nublaron sus ojos y un zumbido incesante recorría sus oídos. Mikael la llamaba, zarandeándola enérgicamente, pero ella no era capaz de escucharlo, ni de verlo. Sus ojos se cegaron, y sólo era capaz de gritar ‘no’ mientras su voz perdía intensidad y se iba apagando, y su cuerpo sufría espasmos intentando desasirse de los brazos de Mikael, como si alguien tirase de ella a sus espaldas. El chico la abrazó para calmarla, pero no funcionó… por primera vez, lo único que la hacía olvidarse de todo, alejarla de cualquier miedo, no funcionaba.
La desesperación volvió a manifestarse en los gestos del muchacho, mirando en todas direcciones, sin saber qué había podido alterar así el estado de Valentina. Y el horrible vacío que sintió el día anterior, volvió a golpear el pecho de Mikael, pero esta vez no se tambaleó, nada le haría aflojar la presión con la que cogía a la chica, que seguía forcejeando en sus brazos.
Viendo que Valentina no volvía en sí, la tumbó en el suelo y la inmovilizó poniéndose a horcajadas sobre ella, utilizando su propio peso. Agarró con fuerza las muñecas de la chica, extendiéndole los brazos hacia atrás, por encima de la cabeza, para minimizar sus movimientos y evitar así que se lastimara. De esta forma, quedó cara a cara con ella.
_Mírame Val, por favor… Mírame, soy yo… Soy Mika… estoy aquí… Vuelve conmigo, vuelve Val… No puedes irte, te necesito aquí… te quiero… Valentina… -cerró los ojos y una lágrima añil resbaló por sus mejillas, cayendo en la punta de flecha de la chica, lo que hizo que ésta desprendiera un rayo de luz rosa que los envolvió a ambos.
Valentina dio una violenta sacudida, luego dejó de moverse. Mikael, que se había tumbado sobre ella en un acto reflejo intentando protegerla, soltó las muñecas de la chica poco a poco, sin separar su frente del centro del pecho de Valentina, donde había quedado apoyado, y le pasó las yemas de los dedos suavemente por las palmas de las manos, acariciándolas, hasta llegar a los dedos y entrelazarlos con los suyos, permitiéndose un momento de paz,… escuchando el suave latir del corazón al que pertenecía su alma.
*****
Mara se quedó apoyada en el ventanal de la cocina, mirando cómo los chicos se dirigían a la parte de atrás, recordando momentos que había vivido con la que se convirtió en su niña.
Habían pasado siete años desde la primera vez que vio a Valentina,… casi siete años desde que pisó su casa por primera vez. Las primeras semanas fueron complicadas, tanto por las pesadillas que la acosaban, como por la desconfianza que mostraba hacia cualquiera que se acercara a ella, sólo permitía la cercanía de Mikael. En aquel entonces, era una niña distante, lejana, buscando siempre cualquier excusa para estar sola en su habitación, donde se arrinconaba detrás de la puerta hasta que llegaba Mikael.
Poco a poco, y con mucha paciencia, Mara se fue ganando su confianza. En ningún momento intentó forzarla, dejó que ella estuviese preparada para dar el paso, comprendía que la situación que había tenido que sufrir, la hubiese descolocado de tal manera, que encontrar el camino de vuelta le resultase una tarea complicada. Pero no se dio por vencida, estuvo día tras día, noche tras noche, velando por ella, creyendo que la muchacha no se daba cuenta o que estaba dormida, pero no era así… Valentina fue consciente de cada una de las veces que la arropaba por las noches, de cada beso que le daba antes de irse a dormir y al levantarse, de cada llamada que hacía a Mikael cuando lloraba y no le permitía consolarla… Hasta que descubrió la tristeza y el dolor que le provocaba con cada desplante. Y cambió.
Fue entonces cuando aprendió a buscar refugio en Mara si algo no iba bien, cuando decidió que quería devolverle lo que había recibido de ella, y empezó a mostrar su afecto, a dar abrazos cuando lo sentía necesario, a besar cuando lo creía oportuno… Y no sólo en casa, allí donde iba irradiaba felicidad, llenaba de luz cada rincón que pisaba,… consiguió cambiar la palidez grisácea que cubría su piel y sus ojeras, por el dorado resplandeciente que la caracterizó desde entonces; y la tristeza que bañaba sus mejillas, por sonrisas que la hacían verse plena de vida. Y Mara se enorgullecía cada vez que veía esas sonrisas.
Fue un cambio casi radical, sólo unas semanas y era una niña nueva, rebosante de energía y con mucho amor para dar. Mara también cambió, todo el pesar que sentía al ver a Valentina tan rota desapareció. Y, si quedaba algún pequeño resquicio de su ser que aun dudara de que aquello era lo correcto, Valentina se ganó por completo su corazón cuando, unos meses después, empezó a observarla cada día desde la banqueta de la cocina y, al preguntarle qué miraba, contestó:
_No me importa si no vuelvo a recordar mi pasado, pero a ti quiero recordarte siempre.
Habían pasado por mucho, y cuando decidió convertirse en su refugio sabía a lo que se exponía, sabía que llegaría el momento en que aparecería quien la reclamara, quien intentara arrancarla de su lado. Y, aun así, no se acobardó, sólo pensó en resguardarla, decidió luchar con ella y por ella. Pero esas últimas semanas… sabía que el momento se acercaba, y no estaba preparada… aun no.
*****
Valentina abrió los ojos con dificultad, pues la intensidad de los rayos del sol daba de lleno en su rostro. Sintió los dedos de Mikael alrededor de los suyos y le devolvió la presión, haciéndose consciente poco a poco de que el calor que sentía no era sólo debido a la temperatura ambiente, sino a la calidez que desprendía el cuerpo del chico.
_Mika… ¿estás bien? -dijo como si le costara pronunciar cada palabra.
Mikael alzó la cabeza para mirarla, y Valentina pudo ver que tenía las mejillas húmedas.
_¡Mika! ¿Qué pasa? -la sorpresa que expresaba el rostro de la chica se mezcló con la inquietud de ver lágrimas en el rostro de Mikael por primera vez.
Se incorporó con esfuerzo y rodeó su cuello con los brazos, intensamente, preocupada. Él la abrazó por la cintura, con la cabeza apoyada en su hombro.
_No puedo más Val… No lo puedo soportar más tiempo…
_Mika… -lejos de hacer desaparecer la ansiedad que empezaba a sentir Valentina, esas palabras le golpearon con fuerza.
La muchacha se apartó levemente y tomó el rostro del chico entre sus manos, mirándolo a los ojos, en los que se reflejaba un agotamiento extremo, más mental que físico, intentando averiguar qué era lo que tanto lo atormentaba. ¿Se había cansado de tener que cuidar de ella? ¿De no poder ir a ningún sitio sin tener que llevarla con él? ¿De ser quién la salvara siempre de sí misma?… Si no, ¿qué era tan insoportable? Lo soltó y se alejó sólo un poco más, ya que Mikael seguía con una pierna a cada lado de las de ella, apoyado sobre sus propias rodillas, y la tenía prácticamente atrapada.
_Te entiendo… -bajó la mirada, tocándose las manos, nerviosa.- Siempre has hecho más de lo que hubiese esperado de nadie. Tengo que aprender a cuidarme sola, sin depender de ti por completo. No me había parado a pensar en lo egoísta que he sido contigo…
_No, Val…
_No puedo pretender tenerte sólo para mí.
_Val, te estás equivocando -Mikael le cogió las manos.
_¿Y qué es lo que no soportas, entonces? -preguntó sin entender nada.
_¡Esto, Val! -Señaló abriendo los brazos la escena en la que se encontraban.- No soporto esto. Vivir con el miedo de que te pase algo, de que acabes herida, de que te alejen de mí… o te vayas tú -y entonces fue él quien sostuvo la cara de ella entre las manos, muy cerca de la suya.- No soporto pensar que pueda perderte, Val. Te quiero tanto…
Valentina sonrió, más tranquila, y agarró al chico por las muñecas.
_Lo sé, Mika. Y yo te quiero a ti.
_Val… Yo…
_¡Mikael! -se escuchó desde el principio del merendero.- ¿Qué ha pasado?
Valentina se giró sobresaltada. Junto a la primera mesa de la fila del medio, pudo distinguir la chaqueta violeta del chico que estuvo con Mikael en la puerta del instituto el día de antes. En ese momento, también llevaba la capucha puesta, a pesar de los veinticuatro grados que debía de hacer ese día, lo que sólo le dejaba distinguir unos labios gruesos y una barba que empezaba a asomar; ningún otro rasgo de su rostro era visible. Pero pudo observar algo más que la primera vez que lo vio. Llevaba un pantalón largo del mismo estilo que el de Mikael y con las mismas correas en la pierna derecha, con la diferencia de que el estampado no era militar, sino un remolino de llamas blancas y grises violáceas, y de sus correas no colgaban llaves ni cadenas, sino un par de dagas enfundadas, de las que sólo se veía la empuñadura blanca con estrellas púrpuras. La chaqueta llevaba la cremallera a medio subir, y dejaba entrever una prenda ligera de un algodón blanco muy parecido al de la camiseta de los lirios que solía llevar Valentina.
_¿Estás bien, Valentina? -le preguntó Ezequiel, viendo que la chica lo observaba fijamente.
_Ammm… Sí… -Lo miró con desconfianza, no comprendía cómo podía saber su nombre.
Mientras, Mikael se ponía en pie y le ofrecía las manos para ayudarla a levantarse también, e inmediatamente se puso delante de ella, como ocultándola, y la cogió de la mano para dirigirse al sendero que llevaba de nuevo a su casa.
_Está bien, Ezequiel, y no ha pasado nada. Voy a llevarla a casa.
_No tienes que protegerla de mí, Mikael -dijo mientras se acercaban a él. Cuando llegaron a la altura donde se encontraba, le puso la mano en el hombro para detenerlo un momento, diciéndole al oído:- Protégete a ti mismo de tus actos. Si desciendes, es para siempre, y la eternidad es mucho tiempo.
Mikael lo miró un par de segundos, sin saber si debía contestarle. Valentina, más que extrañarse por aquellas palabras, también se giró hacia él, curiosa, y vio, de soslayo, que las puntas del cabello que se dejaban asomar por los lados de la capucha, eran de un color exacto a ésta. Y, aunque no pudo verle los ojos, notó su mirada, dura y penetrante.
Los dos amigos empezaron a caminar, agotados. A mitad de camino, Valentina tropezó, ya que sentía sus músculos aturdidos por el esfuerzo del forcejeo que tuvo con Mikael. El chico la sujetó y, al pasarle el brazo por detrás, se dio cuenta de algo en lo que no se había fijado antes.
_Val, hoy no llevas capucha. Nunca sales sin una prenda que la lleve.
_No, he pensado que la temperatura era muy alta para llevarla.
_No deberías salir sin ella. -Y le puso su chaqueta azul sobre los hombros, cubriéndole la cabeza. Ésta era tan ligera, que en lugar de darle calor, la hizo sentirse más fresca al tapar su piel de los fuertes rayos del sol.
Valentina le sonrió a duras penas. Volvió a fijar la vista en el sendero, sin saber porqué Mikael se preocupaba en ese momento de algo que, a su parecer, era tan insignificante. Y siguieron andando poco a poco, sirviéndole él como apoyo el resto del camino.
*****
Cuando llegaron a casa, Valentina apenas podía mantenerse en pie. Mikael abrió la puerta haciendo sonar las campanas, y encontraron a Mara y a Elisabeth sentadas en las banquetas de la cocina, tomando algo que parecía limonada. Al ver aquella escena, ambas se levantaron y siguieron al chico, apresuradamente, hasta la habitación de Valentina, donde la recostó.
_¡Valentina! ¿Qué te ha pasado? ¿Estás bien? -a Mara le temblaba la voz mientras la miraba en ese estado.
_Valen…
Elisabeth no podía articular palabra. Se quedó paralizada, mirándola con sus oscuros y hechizantes ojos negros, que se empañaban por las lágrimas bajo la gorra que ese día ocultaba casi por completo su mirada. Siempre llevaba alguna prenda que le cubría el largo y trenzado cabello azabache, así como ropas oscuras y anchas, que le permitían moverse con libertad, sin sentirse oprimida, y que la mayor parte del tiempo mostraban algo de su oscura y extremadamente tersa piel desnuda: el ombligo, los hombros o parte de las piernas a través de cortes en el pantalón.
_Estoy bien, sólo es agotamiento. En cuanto descanse un poco estaré dando guerra otra vez. -Valentina intentaba sonreír, pero estaba demasiado exhausta.
Mara dirigió la mirada a Mikael, rogando una explicación. Él se puso el dedo sobre los labios, pidiéndole silencio y señalando con la mirada hacia la puerta, y ella supo que no era el lugar para tener esa conversación.
_Está bien, descansa. Si necesitas cualquier cosa, sabes que estamos abajo para ti -concluyó Mara, que se impacientaba por saber qué era lo que había dejado así a la chica.
Mara salió la primera, nerviosa. Mikael se acercó a Elisabeth, que permanecía inmóvil junto a la cama, sujetándose los brazos y observando a su amiga con los ojos irritados, intentando no derramar las lágrimas que se asomaban en ellos; el muchacho la agarró de los brazos intentando calmarla.
_No voy a dejar que le hagan daño. Pero necesito que hablemos. Vamos abajo, por favor. -Dijo en un susurro.
Y ella se giró, sin decirle nada, sin mirarlo en ningún momento,… volteó la cabeza sólo un instante al llegar a la puerta para volver a mirar a Valentina con una tristeza inmensa en la mirada.
Cuando Mikael se decidió a seguirla, escuchó la voz de Valentina, casi sin fuerza.
_Mika, -él se volvió hacia ella- anoche soñé contigo…
_Espero que algo bueno… -Mikael le dedicó una media sonrisa, y se sentó junto a ella en la cama, cogiéndole la mano.
_Soñé con el día que me encontraste, con el embalse… -el chico se tensó levemente- En mi sueño me cargabas en brazos, yo era una niña, pero… tú estabas igual que ahora. -Sonrió, con los ojos entreabiertos- Bueno, casi… Tu pelo era totalmente azul, un azul eléctrico… y tenías unas alas blancas y enormes en la espalda, con las plumas de abajo del mismo color que tu pelo… y me envolvías con ellas… -Sonrió con un poco más de intensidad, sin fuerzas para seguir manteniendo los ojos abiertos.- Era como si pudiera sentirlo… como si pudiera sentirte a ti…
_Podías sentirme porque estaba contigo.
Intentaba disimular la sorpresa que había en su voz, pero no necesitaba esforzarse, Valentina estaba tan vencida que, aunque hubiese sido más evidente, no la hubiese notado. Se puso en pie despacio y le besó la mano que tenía cogida.
_Te quiero Val. -Le susurró rozando su mejilla con la de ella.
_Y yo te quiero a ti, Mika. -Contestó, con apenas un hilo de voz, antes de que Mikael se alejara de su oído.
*****
Mikael bajó, dejando a Valentina ya dormida por completo, y se dirigió al porche, donde estaban Mara y Elisabeth.
_¿Quién ha sido? -Preguntó la amiga antes de que el chico terminara de cerrar la puerta.
_No lo sé, no había nadie. Se quedó mirando al bosque y de repente se descontroló, estaba aterrada,… pero allí no había nada. Se agotó intentando hacer que la soltara, como si quisiera huir… Pero, ¿de qué? No vi nada, no sentí nada… ¡ni a nadie! -iba explicando mientras se sentaba en el banco de madera.
Apoyó los codos en la mesa y se cubrió la cara con las manos, desesperado porque no lograba entender qué había pasado, qué había hecho a Valentina ponerse así.
_Algo ha tenido que ver -dijo Mara intentando encontrar una lógica.- Pero tienes razón… es imposible, tú estabas allí, nada ni nadie hubiese podido acercarse a ella, lo hubieses sentido… lo hubieses sentido antes de que llegara a cruzar.
En ese momento, Mikael levantó un poco la cabeza, mirando a Mara.
_A no ser…
Y pensó en cuando le preguntó a su amiga en el parador por la conversación que tuvo con Analía. Valentina cogió su colgante con la punta de los dedos… de la misma manera que lo cogió Analía el día anterior cuando le ofrecía su regalo.
_Son recuerdos…
_¿Recuerdos? ¿Es posible que alguien haya podido quebrar el velo de Uriel? Sólo sería posible… ¿Rossier?
_No, no es ella. Ha sido Anhelo, la ha encontrado… Se oculta tras el nombre de Analía, y ayer le hizo ‘un regalo’. Quiere despertar sus recuerdos a través de la conexión que Rossier tiene con el colgante, para que la encuentre. ¿Cómo no me he dado cuenta…? -volvió a bajar la cabeza hacia sus manos y las cerró, agarrándose el pelo, intentando pensar qué hacer, a ser posible, sin lastimar a nadie.- Tengo que hablar con ella… Tengo que contarle todo…
_Mikael… -empezó a decir Elisabeth- ¿Estás seguro? Quizás no es…
El chico levantó la cabeza para mirarla, confuso, prácticamente hiperventilando…
_Anoche me recordó, y lo de hoy deben de ser fragmentos de otros recuerdos.
_Pero no puedes… no es decisión tuya. Podrías desatar el caos si despiertas su poder.
_¡Ya se está despertando! -dijo como si fuera obvio- Nunca debimos ocultarla, jamás debí permitirlo… ¿Cómo pude hacerle esto? -la rabia que sentía empezaba a dejarse ver en sus lágrimas.
_Mikael, tranquilo, sólo la estabas protegiendo. Si no lo hubieras hecho no estaría aquí con nosotros. -Mara se acercó a él y lo abrazó, mientras Elisabeth lo miraba confusa.- Valentina te necesita bien, no puedes romperte así.
_Ella no es como su hermano, Mara… -dijo con la voz quebrada- No es como su hermano… No lo es…
_Sshhh… No… no lo es…
Lo calmaba Mara bajo el suave susurro de las campanas de viento.

Capítulo 3. MI ESCUDO.
Cuando el sol empezaba a perder intensidad, y después de que Mikael encontrara las fuerzas suficientes para poder fingir que no había de qué preocuparse, se levantó del último escalón del porche y decidió que podía ir a ver cómo se encontraba Valentina.
Nada más ponerse en pie pudo notar un suave olor a incieso, dulce y exótico, que iba envolviendo cada rincón que alcanzaba, con un velo de relajante aroma, haciéndose más intenso cuanto más cerca estaba de la puerta.
_Sándalo, ¿verdad? -le dijo a Mara, que estaba poniendo una varilla más en el pasamanos de la escalera.
Ella asintió, con media sonrisa en los labios.
_He pensado que podría ayudarla a descansar mejor.
Mikael la miraba con una inmensa gratitud, pues era consciente de todo lo que Mara había sacrificado por Valentina, de todo lo que arriesgaba ahora por resguardarla ahí. Y sabía muy bien que nada podría hacer que se arrepintiera de la decisión que tomó.
_Gracias Mara -le dijo poniéndole una mano sobre el hombro.
_Tenemos… -calló un segundo, cogiendo aire- Tienes que protegerla. No podemos permitir que la alejen de nosotros.
_Eso no pasará.
Hizo un poco más de presión con la mano que tenía sobre el hombro de Mara y, seguidamente, se dirigió al piso de arriba.
*****
Mientras estaba fuera de la casa, Mikael estaba convencido de que lo mejor era contarle toda la verdad a Valentina y despertar sus recuerdos al completo. Ahora, frente a la puerta de su habitación, empezaban a asaltarle las dudas y el valor se iba esfumando poco a poco. Valentina siempre le decía que él era el pilar que la mantenía en pie, que era él su escudo cuando estaba a punto de quebrarse… pero, lo que él nunca le dijo, es que en realidad era ella quien lo hacía fuerte. Y temía que, lo que iba a hacer, pudiera alejarla de él, hacer que llegase a odiarlo por ocultarle tantas cosas, durante tanto tiempo. Todo lo que habían vivido, todo lo que eran juntos, podría desparecer en el momento en que le contase lo que sabía.
Estuvo un instante así, parado frente al dormitorio, respiró hondo y abrió la puerta poco a poco, con la intención de no interrumpir el sueño de la chica, pero al asomarse y mirar a la cama se dio cuenta de que ya no estaba tumbada.
Instintivamente, dirigió su mirada hacia la terraza, donde habían pasado horas y horas juntos, y la vio allí de pie, apoyada en la barandilla y con su chaqueta azul aun puesta, resguardándola del aire fresco que se levantaba al atardecer. Se acercó y apoyó tambien sus brazos en la celosía, junto a ella, intentando escoger las palabras correctas para herirla lo más mínimo, pero no era fácil empezar una conversación donde tenía que explicarle a su amiga que toda su vida era una mentira… y que él fue quien tomó la decisión de que fuera así.
_Deberías estar descansando.
_Estoy bien, Mara hace maravillas con el incienso -le contestó sonriendo.
Mikael la miraba, respirando suavemente, para que el tono de su voz sonara relajado y confiado.
_Valentina…
_No, Mika… -lo sorprendió. Luego se giró hacia él, agarrándolo suavemente de la camiseta con las dos manos y mirándolo a los ojos.- Siempre que me dices ‘Valentina’ es para hablar de algo serio o demasiado formal -apoyó su frente en el pecho de él.- Hoy no, por favor.
_Val…
Le dijo en un suspiro mientras la rodeaba con sus brazos.
_Sea lo que sea, puede esperar. Tenemos toda una vida.
El chico la abrazó aun más fuerte, bajando sus labios hasta rozarle levemente el pelo.
_Haremos que sea una eternidad.
Mikael la besó en la cabeza con una inmensa ternura y, sin necesidad de mirarla, pudo notar que Valentina sonreía, haciendo aparecer de nuevo ese intenso destello rosado en sus ojos.
Ambos podrían haber pasado así un largo rato pero, tan sólo pasaron un par de minutos cuando escucharon las campanillas del porche y, un momento después, la voz de Elisabeth en la puerta entreabierta del dormitorio.
_¿Valen?
_Pasa -le dijo alejándose un poco de Mikael, pero sosteniendo aun su camiseta con una de las manos.
_Mara me ha dicho que podía subir a verte -le dijo con la voz entrecortada- ¿Cómo estás?
_Estoy bien, ya te dije que sólo era agotamiento.
Elisabeth se sorprendió al ver la sinceridad de la sonrisa que lucía su amiga después de todo lo que había pasado unas horas antes e, impulsivamente, se abalanzó sobre ella para abrazarla.
_Ahora que no te quedas sola, yo debería de irme -le dijo Mikael a Valentina poniéndole una mano en la espalda.
_¿Hoy no te quedas?
_No, hoy no puedo. Hay algo que tengo que hacer.
Valentina lo acompañó hasta la puerta de la habitación, y le cogió la mano al llegar, dejando aparecer en su rostro una pequeña sombra de tristeza. Mikael entrelazó sus dedos con los de ella al notarlo.
_Es importante, y no vas a estar sola -le puso la otra mano sobre la cara, acariciando su mejilla con el pulgar.- Pero, si quieres que me quede, sólo dímelo.
Valentina sonrió.
_Tranquilo -contestó negando con la cabeza.- Tendremos una eternidad.
Y a Mikael también se le escapó una sonrisa de lo más sincera al escucharla. La acercó aun más a él, tirando de la mano que aun le tenía cogida y poniéndosela a sus espaldas.
_Te quiero, Val -dijo presionando sus dedos.
_Y yo te quiero a ti, Mika.
El chico se fue, y Valentina cerró, dejando caer su espalda contra la puerta, mientras apretaba la mano para mantener un poco más la sensación de que Mikael aun la cogía.
_Sólo amigos… Claro que sí… -sonreía Elisabeth burlona.
_¡Lis! -Valentina se sentó en la cama y le lanzó un cojín a su amiga.
_Creo que deberías comer algo, con todo el ajetreo ni siquiera llegasteis a probar el almuerzo. ¿Te sientes lo bastante bien como para salir?
_Claro. ¿Anahata?
_No, demasiado alejado. Si acaso te vuelves a sentir mal, será mejor que estemos más cerca de tu casa.
_Me parece bien -dijo quitándose la cazadora.- Mikael se ha dejado aquí su chaqueta… -susurró para sí misma.
Valentina fue hacia el armario para cambiarse el pantalón y la camiseta que aun llevaba llenos de polvo del forcejeo con Mikael en el merendero. Se puso unos vaqueros blancos y una camisa púrpura sin mangas, después agarró su chaqueta blanca unos segundos, pero la soltó y volvió a ponerse la de Mikael. Se cepilló el pelo y las dos amigas bajaron a buscar a Mara para que las acompañase a cenar, pero no estaba en la casa, así que le dejaron una nota para que no se preocupase y se marcharon.
*****
Mikael salió de la casa, apresurando el paso una vez bajó los escalones del porche. Al girar en la segunda calle, escuchó que alguien se acercaba a él por la espalda, corriendo, y acercó la mano en un acto reflejo al brazalete que llevaba en la mano derecha.
_Soy yo, Mikael -dijo Mara, con la voz entrecortada. Había salido a todo prisa detrás de él cuando escuchó sonar las campanillas de la terraza.- Voy contigo.
_Mara, no puedes entrar al Jardín.
_Lo sé, me quedaré en la puerta. Seré tu testigo si lo necesitas.
Mikael la miraba, con un remolino de emociones en sus ojos: gratitud, cariño, duda,…
_Haces más de lo que te pedí, es arriesgado que te involucres más.
_Yo tampoco quiero que la alejen de mí -lo agarró de la muñeca y bajó la mirada, con tristeza.- Valentina es mi hija, Mikael.
En ese momento, un resplandor azul envolvió al chico, y sus ojos destellaron. Entonces, sí cubrió su brazalete con la palma de la mano, haciendo así aparecer en ella una espada con la empuñadura de plata grabada con estrellas perladas, y un rayo de luz celeste que cruzaba la hoja. Acto seguido, surgieron de la nada, quedando frente a ellos, dos hombres recios y de tez paliduzca; llevaban una media melena grisácea y vestían ropas anchas de color negro. Despedían olor a madera quemada y, sus ojos, eran incapaces de mostrar expresión alguna.
_¡Ella no es tu hija! -dijo uno de los dos.
_¡Mara! ¡Detrás de mí! -exigió Mikael viendo la intención que ella tenía de enfrentarlos.
En ese breve instante de descuido, el otro hombre se avalanzó sobre Mikael, que se cubrió con el brazo para protegerse, pero no pudo evitar que la empuñadura le golpease en el labio inferior. Después, sólo tuvo que alzar la espada al aire, llenando el rayo que la cruzaba con el brillo de la luz de la luna, dibujó un corte en la dirección que se encontraban los dos atacantes y éstos desaparecieron.
_Mikael, ¿estás bien? ¿Cómo han podido…? -Mara observó un segundo al chico.- No llevas el casco.
_No. Se lo dejé a Valentina. No podrán encontrarla si lo lleva.
Mara negaba con la cabeza, sonriendo a duras penas, mientras limpiaba una gota de sangre que caía del labio de Mikael.
_No hay duda de que harás todo y más de lo que tienes permitido para protegerla.
_Como tú -contestó cogiéndole la mano con la que lo limpiaba.- Sabes que no puedes luchar, no dejes que te provoquen con sus juegos -miró hacia el cielo, el horizonte después, meditabundo, y suspiró.- Creo que será mejor que hagamos bien las cosas, esta noche estaré en el refugio, intentaré hablar con Samael. Iremos al Jardín de manera segura cuando pueda dejar a Valentina en algún lugar donde esté totalmente a salvo.
Mara asintió, le dio un abrazo y cada uno tomó una dirección.
*****
Faltaban diez minutos para las doce de la noche, cuando Valentina y Elisabeth salieron de uno de los muchos puestos de comida que llenaban el paseo de la playa. Se descalzaron y, las horas que estuvieron paseando por la arena, riendo y bromeando como si fueran niñas de ocho años, fue algo que en las últimas semanas hubiera parecido imposible para cualquiera de las dos. Fueron muchas noches que se hacían eternas, levantándose entre gritos y sudores, agotada y con el pulso acelerado. Pero en esos instantes estaba bien, se sentía realmente bien, tanto que aquellas pesadillas parecían ser de mucho tiempo atrás. Se les pasó el tiempo en un abrir y cerrar de ojos, y cuando se dieron cuenta eran casi las tres, así que Elisabeth la acompañó hasta el porche para asegurarse de que llegaba bien a su casa, y se marchó.
Valentina entró y se dio cuenta de que Mara se había quedado dormida en el sofá esperándola, con la nota que le había dejado en la mesa antes de irse, a su lado. Cogió la manta azul del respaldo del sofá, se la puso por encima y la besó en la cabeza.
_Te quiero, Mara.
Después de darse una ducha, cogió la chaqueta y subió a su habitación, envuelta en una toalla y secándose el pelo con otra. Allí, se puso el pijama, pero no sentía nada de sueño después de haber pasado tantas horas durmiendo aquella tarde, así que cogió la sábana de su cama, que aun estaba deshecha, salió a la terraza y se tumbó en la hamaca, balanceándose ligeramente, y dejando que el suave olor a incienso de sándalo que aun perduraba, mezclado con la fresca brisa del mar, la relajase de una manera casi mágica, como siempre lo había hecho, y en esos momentos sólo pasaban por su mente recuerdos de Mikael abrazándola, de Mara sonriendo mientras ella miraba la cicatriz de su cuello, de Elisabeth corriendo por la playa… De pronto, notó como si algo, o alguien, rajara la tela donde estaba acostada haciéndola caer.
_Valentina… ¡Valentina!
Y, una vez más, aquella voz que sólo pronunciaba su nombre, la despertó de su pesadilla, mientras se aferraba con las manos a la hamaca donde se había quedado sentada, respirando ansiosamente. O eso pensó. No estaba segura de haberse dormido, hubiera asegurado que no lo hizo, y la sensanción de la caída fue tan real que su corazón aun estaba acelerado por la impresión.
Casi eran las seis y media, y no quería quedarse dormida de nuevo. Entró en su habitación, cogió la chaqueta de Mikael, que dejó unas horas antes encima de la cama y se la puso mientras bajaba las escaleras. Se dirigió de nuevo a la playa, caminando por la orilla, dejando que las suaves olas de aquel día le mojaran los pies y le despejaran la mente. Llegó hasta el espigón de rocas que había a unos cuatrocientos metros de su casa, caminó por encima de él, y se sentó en una de las piedras del final, donde estaba el viejo faro abandonado, dejando caer sus piernas al agua, que sentió extrañamente tibia para ser tan temprano.
Tan sólo unos minutos después, vio que alguien más se acercaba por la orilla en esa dirección, como bucando algo. No fue hasta que estuvo a la altura del espigón, que pudo darse cuenta de que era Analía, con la pálida tez y oscuras ojeras que la caracterizaban. Valentina se puso la capucha de la chaqueta y agachó la cabeza ligeramente, ocultándose así de ella, pero sin dejar de mirarla, sentía una pasmosa curiosidad por saber qué era lo que la otra chica buscaba. Pero no pudo comprobarlo, al parecer, lo que quería encontrar no estaba allí, ya que se fue alejando, desprendiendo una mezcla de rabia y desesperación en cada uno de sus gestos, como si no llegase a entender porqué no podía hallarlo. Y, cuando estaba tan lejos que apenas podía distinguirse que era una persona, Valentina respiró hondo y pudo hacer desaparecer la rigidez que se adueñaba de todo su cuerpo y que le provocaba latigazos eléctricos en cada músculo, miró al cielo y se echó hacia atrás hasta que su cabeza quedó apoyada en la roca que tenía a sus espaldas.
El sol empezaba a dejarse ver en el horizonte, como si estuviera emergiendo del fondo del mar, y los primeros rayos dieron de lleno en la cara de Valentina, que continuó apoyada, sintiendo el calor en su rostro, con los ojos cerrados, intentando entender porque esa angustia se apoderaba de ella con el simple hecho de tener a Analía cerca. Apenas pasaron treinta o cuarenta minutos desde que salió de su casa, y los últimos diez le parecieron eternos.
Mientras se sumía en estos pensamientos, notó un ligero olor a café y una sombra que le tapaba la luz del sol, y sonrió, sin siquiera abrir los ojos.
_¿Sonríes? ¡Qué bonito! -dijo Mikael haciéndose el ofendido-. Me preocupo de llevarte el café a tu casa y me encuentro con que no estás. Y no sólo eso, vienes a ver el amanecer aquí, sin siquiera llamarme y ¿aun tienes el valor de sonreír?
_Sonrío porque eres tú -le dijo abriendo un solo ojo para mirarlo, mientras intentaba cubrirse del sol con el brazo-. Sabía que me encontrarías.
Mikael le sonrió también, ofreciéndole el vaso de corcho rosado con tapa dorada para llevar que le servían en Anahata, y que contenía el café con leche tal y como le gustaba a ella, con azúcar moreno, espuma y una pizca de canela.
_¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó mientras se sentaba junto a ella.
_No tenía sueño, y quise salir a despejarme un poco -dirigió su mirada al agua que mojaba sus pies-. Nada como el mar para eso…
_Y, ¿ese deje de inquietud?
Valentina negó con la cabeza, quitando importancia a lo que iba a decir.
_Analía ha estado en la playa, buscaba algo.
El chico se tensó de manera casi imperceptible.
_No. Buscaba a alguien -dijo Mikael, casi en un susurro, dejando su vaso en una de las rocas que tenía cerca, y Valentina lo miró extrañada-. ¿Te ha dicho algo?
_Creo que no me ha visto… Ha mirado hacia aquí un par de veces, y ha hecho el amago de subir al espigón, pero se ha ido. Lo que estaba buscando, no debía de estar aquí.
Mikael la observaba con preocupación mientras ella hablaba, notando como a la chica se le tensaba cada músculo con tan solo recordarla.
_Sí que estaba -sonrió mientras pasaba los dedos por el borde de la capucha que Valentina aun llevaba puesta, tiró de ella y besó a su amiga justo entre los dos ojos, durante unos tres segundos- sólo que no lo ha visto -continuó apartando ligeramente los labios. Luego apoyó la cabeza en su hombro-. Val, tenemos que hablar.
La chica dejó también su vaso, y agarró las manos de Mikael, sin levantar la vista de ellas.
_¿Por qué me da la sensación de que no me va a gustar? -suspiró.
_Porque no va a ser fácil de asimilar todo lo que te tengo que decir -dijo con tristeza, mirando como ella le cogía las manos.
Valentina lo soltó y le alzó la cabeza con ternura para que la mirase a los ojos, poniendo sus dedos debajo de su barbilla.
_Tú me haces fuerte. Puedo soportar cualquier cosa… mientras no me digas que mentiste las veces que me decías ‘te quiero’.
Mikael se acercó más a ella, apoyando la rodilla en la roca donde Valentina estaba sentada, justo en medio de sus piernas, y la abrazó.
_Nunca… ¿cómo puedes pensar siquiera…? -sus ojos empezaban a verse vidriosos.
_Mika, ya lo sé -le cogió la cara entre sus manos, acariciándola con los pulgares, y lo besó en la mejilla-. Estaba bromeando. Lo siento.
En cualquier otro momento, a Mikael no se le hubiera ocurrido pensar que Valentina hablaba en serio. Pero en esos instantes, en que lo único que pasaba por su mente era que necesitaba encontrar las palabras adecuadas para no perder a su amiga, no pudo distinguir el ligero tono burlón que ella le dio a aquella frase. Intentaba respirar con calma, la preocupación que él sentía era más que suficiente y, alterarse, sólo conseguiría que Valentina se sintiera insegura, y la situación sería mucho más incómoda y complicada.
_Jamás te he mentido… -dijo con voz tranquila mientras se sujetaba a las muñecas de ella- pero sí te he ocultado cosas. Tú tenías razón en todo, esas pesadillas no son sólo sueños; esas sensaciones que tienes, tienen una explicación; las cosas que ves… incluso cuando dijiste que pensabas que Analía era parte de tu pasado… Tenías razón en todo -poco a poco la velocidad y el volumen de sus palabras iba descendiendo.
_Mika…
_Lo siento, Val. No tenía muchas opciones, no me dieron tiempo para encontrar otra manera… Intentaba protegerte, mantenerte conmigo hasta demostrar al universo entero cómo eres en realidad, no podía dejar que te hicieran desaparecer una y otra vez… Te contaré todo… pero no te alejes de mí.
Valentina se quitó la capucha y se bajó ligeramente la cremallera de la chaqueta, ya que empezaba a sentir su pulso acelerado y la respiración entrecortada. Miraba a Mikael, intentando disimular el nerviosismo que se hacía evidente en sus ojos, y que no sabía bien si se debía a lo que estaba escuchando o al hecho de ver por primera vez al chico sin saber cómo actuar. Mikael siempre lo tenía todo bajo control y, sin embargo, en esos momentos parecía totalmente perdido.
_Mika, no sé muy bien lo que me quieres decir, pero estoy aquí. Y después de todo lo que has hecho por mí…
_No digas eso…
_¡Es cierto! Mika, mírame -dijo haciendo un poco de presión con los pulgares en el rostro del muchacho-. No me importa lo que hicieras, ni lo que haya pasado, me importa lo que recuerdo. Y en todo lo que recuerdo estás tú, abrazándome con o sin motivo, velándome mientras duermo, protegiéndome ¡todos! los días…
_Pero aun no sabes nada… -dijo el chico con apenas un hilo de voz.
_¿Sabes qué es lo que sé? -Valentina se acercó un poco más a él-. Sé que te quiero, Mika.
Mikael negó con la cabeza, sonriendo suavemente, alejando por un instante todo lo que lo estaba atormentando.
_Y yo te quiero a ti, Val.
_No, entiéndeme -dijo Valentina acercándose tanto a él que entre ambos no había más de medio palmo de distancia, a la vez que cogía la mano del chico y la ponía sobre su pecho, a la altura del corazón-. Te quiero, Mikael.
Mikael abrió los ojos un poco más, dejando escapar un intenso destello celeste. Mantuvo la respiración unos segundos, y apoyó su frente en la de la chica, clavando su mirada en la de ella, mientras lágrimas azules mojaban sus mejillas.
_Valentina… -dijo con inmensa ternura.- Yo…
No pudo terminar de contestarle. Ambos notaron un leve temblor que, poco a poco, fue en aumento, hasta que tumbó los dos vasos que dejaron apoyados en las rocas y les hizo tambalearse. En un acto reflejo, Mikael apartó a la chica con el brazo y la ocultó tras él, y acto seguido cubrió su brazalete con la mano para hacer aparecer su espada en un abrir y cerrar de ojos. Valentina se sorprendió un instante al ver aquello, pero nada como cuando, tan sólo un segundo después, algo sacudió violentamente el espigón entero, y, a través de una espesa mancha negra que fue apareciendo ante ellos, vio emerger del agua lo que en un principio pareció ser una serpiente enorme, pero tenía unos cuernos retorcidos y unas membranas de piel, que le daban más el aspecto de un dragón sin alas, con unos centelleantes ojos púrpura y una rugosa piel negra atravesada por grietas violáceas, que se plantó con mirada desafiante a menos de un metro de las rocas. Sus ojos estaban fijos en los de Mikael, que se mostraba alerta, pero no reflejaba miedo ninguno.
Valentina se puso entre ellos, abrazando al chico por la cintura. Estaba asustada, pero eso no sería un impedimento para intentar protegerlo, aun sabiendo que no tenía mucho que hacer y, ante ese movimiento, aparecieron seis criaturas más, iguales, un poco detrás de la primera. Mikael la rodeó con el brazo que le quedaba libre, con el que no cogía su espada.
_Val, tienes que ir a casa -le dijo sin apartar la vista del animal.
_¿Tengo? ¡No te voy a dejar aquí!
Mikael la soltó y dejó su espada a un lado por un momento. Subió la cremallera de la chaqueta que llevaba Valentina y le volvió a poner la capucha, cogiéndole el rostro para que lo mirase.
_Voy a estar bien, te lo prometo. Jamás te he mentido, y no voy a empezar ahora.
_Hace un momento me pediste que no me alejara de ti.
_Y no lo harás -le contestó mientras ponía su mano izquierda en el pecho de ella-. Tú cuidas mi alma.
Valentina bajó la mirada, dubitativa, y se levantó un poco la manga, dejando al descubierto su brazalete. Lo miró un instante, se lo quitó y se lo puso a Mikael en la muñeca que aun tenía sobre su pecho. Le cogió la mano derecha y le cubrió el brazalete con ella, haciendo que apareciera alrededor de él una especie de aire más espeso que lo envolvía.
_Ahora sé porqué me lo regalaste. Estaré más tranquila si lo llevas tú.
Mikael le sonrió, sorprendido y orgulloso.
_Te lo devolveré.
_Lo sé -le dijo mientras se agachaba a coger la espada para ofrecérsela-. Ten mucho cuidado.
Mikael le acarició la cabeza cubierta por la capucha.
_No te la quites hasta que vuelva, o hasta que estés en casa. -La miró fijamente unos segundos, luego le dio un beso en la frente y, sin apenas apartarse, otro en la nariz, haciendo que ella dejase ver una media sonrisa. Luego, acercó sus labios a los de ella, rozándolos muy levemente, para acabar besándola justo en la comisura-. Valentina…
Y, justo entonces, la criatura, que había permanecido inmóvil hasta ese momento, se abalanzó sobre Mikael, y lo sumergió entre sus fauces de inmensos colmillos afilados, dejando a Valentina totalmente petrificada, con las mejillas empapadas de lágrimas, viendo como el chico, con una melena que se había vuelto totalmente cian, se hundía en la profundidad, mientras se daba cuenta de que no había siete seres iguales, sino uno sólo que poseía siete cabezas.
Se mantuvo así, mirando al agua, un par de minutos y, cuando pudo reaccionar, decidió volver a casa, no sin antes echar un último vistazo al lugar donde desapareció el muchacho.
_Y yo te quiero a ti, Mika.
Empezó a caminar por encima del espigón, con la mirada en el suelo, afligida. Y, llegando al final de las rocas, vio algo que brillaba con los rayos del sol. Se sintió sorprendida cuando se acercó y se inclinó para cogerlo, pues se encontró con algo que le resultó familiar, algo que veía prácticamente cada día, sólo que en esos momentos estaba manchado de una espesa tinta negra. Una pulsera con siete esferas, cada una de un color diferente.

Capítulo 4. REALIDAD.
Valentina cerró el puño fuertemente con la pulsera de Elisabeth en su interior, y dirigió su mirada de nuevo al mar. Una sensación de inmensa inquietud se apoderó de ella y la impulsaba a volver, necesitaba encontrar a su amiga, saber si estaba bien.
Dio un par de pasos en dirección a donde estaba antes y, aquella voz que la despertaba una y otra vez de sus pesadillas, la llamaba ahora en su realidad.
_Valentina…
Se quedó paralizada unos segundos. El hecho de haberse quedado dormida explicaría muchas de las cosas que habían pasado en los últimos minutos. Quizás, al recostarse en las rocas y cerrar los ojos cuando empezó a salir el sol, la venció el cansancio que la invadió después de sentir las descargas que le recorrían el cuerpo cuando veía a Analía. Pero no, estaba convencida de que todo lo que había pasado, no era parte de un sueño. Sacudió la cabeza intentando despejarla, y se dispuso a seguir el camino.
_Valentina, no vayas.
Se giró bruscamente, buscando de donde provenía la voz. Si hubiese estado soñando, se hubiera despertado, como siempre que la escuchaba. Si no lo estaba, alguien tenía que estar ahí para llamarla. No consiguió ver a nadie.
_¡No! ¡Ya está bien! ¿Por qué debería de hacerte caso sin saber quién eres? ¡Si ni siquiera puedo verte! -dijo mientras se llevaba las manos a la cabeza, pensando si se estaría volviendo loca, hablando a la nada.
Bajó del espigón y se sentó en la arena, cogiéndose las rodillas con las manos y apoyando la cabeza en ellas, derrotada, sin saber qué debía de hacer, qué le había pasado a Elisabeth o qué era esa criatura que había arrastrado a Mikael bajo el agua. Ya ni se molestaba en secar sus lágrimas, porque no encontraba el modo de hacer que parasen.
De pronto, sintió como alguien se sentaba a su lado y le ponía la mano en el hombro, presionando ligeramente.
_Lo siento, Valentina.
Reconoció la voz al instante. Aun apoyada en sus rodillas, abrió los ojos de par en par, pero sintió que no era lo suficientemente fuerte como para levantar la mirada.
En ese momento, el suelo volvió a temblar e, instintivamente, se echó hacia atrás, quedando apoyada en quien había puesto la mano en su hombro. Del suelo, empezaron a salir árboles enormes y arbustos que dejaban un ligero aroma a jazmín y hierbabuena en el aire. Unos pasos delante de ella, en el agua, las rocas del espigón se elevaron hasta formar una cascada. Unos segundos después, Valentina se vio en un sitio totalmente diferente a donde se encontraba antes, vestida con una simple túnica de algodón blanco que se abría a los lados de ambas piernas casi hasta la cadera y atada a la cintura con un cordel trenzado de color dorado y rosa. Se apoyaba en alguien que la rodeaba con sus brazos, y que le transmitía una enorme sensación de seguridad y bienestar. Sus ojos seguían muy abiertos, la escena le resultaba tremendamente familiar, a pesar de no saber dónde se encontraba, y miraba cada detalle de aquel lugar: los grandes cedros envueltos por las enredaderas de jazmín, las rocas volcánicas que bordeaban la cascada y que se desperdigaban por el césped del lugar, el agua tan mágicamente transparente y en calma…
_Lo siento, Valentina…
Y, repentinamente, un destello de luz verdosa la cegó, y los brazos que la rodeaban habían desaparecido. En su lugar, sólo sentía un frío que la paralizaba, que no la dejaba respirar, que la ahogaba… y comprendió que estaba dentro del agua, y la fuerza de la cascada la volteaba y empujaba hacia el fondo. Mientras, sólo escuchaba su propio pensamiento… ‘Papá’…
En ese momento, sintió un ligero zarandeo y unas manos extremadamente suaves que sostenían sus mejillas con una ternura inmensa, mientras intentaban hacer que volviera en sí. Sacudió poco a poco su cabeza y se llevó una mano a la nuca, mientras con la otra se sostenía a la camisa de quien tenía en frente, dándose cuenta poco a poco que seguía sentada en la playa.
_Mika… -dijo aun sin mirar.
Pero no era Mikael. A su lado, pudo ver a un chico alto, con una brillante melena por debajo del hombro, rubia y con unas mechas del mismo color que las que ella tenía. Sus ojos eran totalmente rosas, exactos a las grietas que adornaban los de Valentina, pero sin el gris que caracterizaba los de ella, y vestía con un pantalón y camisa de lino asalmonado con vetas blancas.
_Tú… -Valentina no supo reaccionar, sólo fue capaz de ponerse en pie, sobresaltada.
_Espera, déjame explicarte. Soy Sam…
_¡No! Sé quien eres -lo interrumpió mientras daba unos pasos atrás-. No deberías estar aquí, no deberías haber vuelto -y echó a correr hacia su casa, mientras el cielo despejado que había amanecido aquella mañana, se volvía oscuro y dejaba caer una intensa lluvia que cubría con un manto frío y gris todo lo que Valentina alcanzaba a ver.
*****
Mara, que estaba en la mecedora del salón, leyendo, se sobresaltó al escuchar la forma en la que golpeaban la puerta y el penetrante sonido del repicar de las campanillas del porche, que sonaban de manera inquietante en ese momento, como si alguien los agitase enérgicamente. Se levantó apresuradamente y se dirigió a la entrada. Cuando abrió, vio a Valentina temblando, con las mejillas totalmente bañadas en lágrimas, y con un terror en la mirada que se mezclaba con un millón de dudas. Tenía la respiración entrecortada, como si hubiese estado corriendo varios kilómetros hasta llegar a su casa. Mara la abrazó, aterrorizada, pero Valentina no le devolvió el abrazo, se quedó totalmente inmóvil, sintiendo cómo el frío de su ropa se le calaba hasta los huesos al sentirla presionada contra su piel mientras Mara la abrazaba. Por primera vez, no quería que la abrazara, sólo quería entender lo que estaba pasando, así que se alejó un poco, sin brusquedad.
_Sam… -susurró.
Mara se tensó al escuchar el nombre en labios de Valentina, una tensión que se hizo más que evidente.
_Sam no es tu hijo. ¿Por qué me mentiste?
_Valentina… nunca te mentí.
_Ya… sólo me ocultaste la verdad -dijo recordando las palabras que le había dicho Mikael-. Nunca me dijiste que fuera tu hijo, sólo me dejaste creerlo.
_¿Qué ha pasado?
Mara le cogió las manos y notó que de una de ellas goteaba algo negro y espeso, y que estaba fuertemente cerrada. La chica miró su puño cerrado un momento, luego lo abrió poco a poco, dubitativa, dejando caer la pulsera, aun manchada, en la mano de Mara.
_Si te lo cuento vas a pensar que estoy loca -dijo dirigiendo su mirada al suelo.
_Valentina… -le levantó la cabeza poniendo la mano en su barbilla.
_Una especie de… dragón acuático con siete cabezas se ha llevado a Mika cuando estábamos en el espigón -empezó a explicarle con la voz temblorosa-. Me dijo que viniera a casa, pero casi llegando a la arena he visto la pulsera de Lis, manchada con esa cosa espesa que también estaba en el agua. Quise ir a buscarla, a ver si le había pasado algo, pero escuché una voz que me decía que no fuera. Y después vi a mi… a Sam. Y recordé quien era.
_Sólo tenías que verlo para recordarlo.
_Por eso sólo me llamaba. Era él quien me despertaba de las pesadillas.
_Sí, me lo dijo Mikael.
_¿Mika lo sabía? ¿Hay algo que me hayáis contado?
_Valentina… sólo intentamos…
_No, Mara -dijo levantando las manos y dando un par de pasos hacía atrás-. ¿Sabes qué? Ya estoy cansada de excusas, no quiero que me digáis lo que necesito oir para pensar que todo está bien, porque no es así, nada está bien -decía mientras el brillo rosado de sus ojos iba perdiendo intensidad-. ¡Nada está bien!
En un rápido gesto, Valentina volvió a coger la pulsera de Elisabeth y corrió escaleras arriba, hacia su habitación, dejando un rastro de gotas negras a cada paso que daba.
Cerró la puerta y comenzó a quitarse la ropa mojada. Cuando sólo le quedaba la ropa interior y la camiseta del pijama con el que había salido esa mañana a la playa, sintió el impulso de salir a la terraza. Pasó junto a la hamaca y la acarició melancólicamente con los dedos, hasta llegar a la barandilla, donde apoyó sus brazos, como tantas otras veces, dejando que el agua que caía resbalase por su largo cabello y su dorada piel.
_¿Dónde estás, Mika? -susurró.
En ese momento, unos intensos rayos de sol atravesaron las densas nubes grises, dando suavemente en el rostro de la chica, y haciendo que el repentino temporal pasara a ser una ligera llovizna. Valentina dio media vuelta y apoyó la parte baja de su espalda en la balaustrada, cerrando los ojos mientras se permitía sentir el calor de esos rayos que parecían brillar sólo para ella.
Después de unos minutos de calma, Valentina empezó a notar que le costaba respirar, como si el aire se estuviera haciendo más espeso. Sus músculos empezaron a entumecerse, haciéndole sentir pequeñas descargas por todo su cuerpo. Hizo un enorme esfuerzo por ponerse en pie y, cuando por fin lo consiguió, quedó apoyada en la barandilla, de cara a la playa, como estaba sólo unos minutos antes. A lo lejos, en la arena, vio la silueta de una chica, totalmente mojada, que parecía dirigirse, muy despacio, hacia la casa. Cuando estaba un poco más cerca, Valentina pudo reconocerla. Le costó un poco más porque, desde detrás de la oreja derecha hasta la rodilla del mismo lado, pasando por el brazo y casi la totalidad del pecho y el abdomen, estaba cubierta por esa mugre negra y viscosa que manchaba también la mano, aun cerrada, de Valentina.
_Lis… -susurró. Y echó a correr escaleras abajo, olvidando por completo el dolor que hacía un momento se adueñaba de ella.
Salió por la puerta a toda prisa, haciendo repicar de nuevo las campanillas de la casa, sin pensar en nada más que en ayudar a su dolorida amiga. Elisabeth se había quedado parada cuando la vio salir por la puerta, esperando a que llegase donde ella estaba. Valentina quiso lanzarse a sus brazos, comprobar que estaba bien, que no estaba herida… pero cuando quedó a dos pasos de ella, notó que alguien ponía un dedo entre sus ojos, y quedó totalmente petrificada. El entumecimiento que sentían sus músculos cuando estaba en la terraza de su habitación, pasó a dejarla totalmente rígida, y las pequeñas descargas se convirtieron en una corriente contínua a través de todo el cuerpo.
Desde esa posición, frente a su amiga, podía verla con detalle. Sus ojos eran totalmente negros, y sólo expresaban una extraña mezcla de rencor y soledad. Su cabello había quedado descubierto en parte, pues, la ancha capucha que lo cubría, había sido cortada casi por la mitad, llevándose también una de las numerosas trenzas que siempre llevaba. Pudo darse cuenta además, de que esa cosa negra que la cubría, no parecía una mancha, es como si brotase de alguna herida que tenía en la parte de atrás, pero que no alcanzaba a ver. ¿Cómo era eso posible? Si se paraba a pensarlo, la textura era muy similar a la sangre, ligeramente más espesa tal vez, pero muy, muy parecida.
Una mayor intensidad en el dolor que sentía, la hizo cerrar los ojos con fuerza, ya que era lo único que aun podía mover. Ni siquiera tenía la opción de gritar, a pesar de que lo intentaba intensamente. Abrió de nuevo los ojos, con dificultad, fijándolos en el dedo que aun se apoyaba en su entrecejo, y vio una mano pálida y reseca, con las uñas amoratadas y un insoportable olor a humo. No necesitó mirar más allá para saber quien era…
*****
Bajo el mar, una vez alcanzaron la profundidad suficiente para alejarse de cualquier amenaza, un rayo violeta destelló, devolviendo a Ezequiel a su forma humana, y haciendo aparecer a los dos chicos en el Jardín.
_¿Qué ha pasado ahí abajo? -preguntó Mikael.
_La centinela del mar se ha liberado. Intentó abrir la entrada que guarda.
_Supongo que lo impediste.
_Sí, a duras penas. Huyó al cortarle una de las cabezas. -Luego endureció la voz- Tú eres quien debió estar ahí, lo estás poniendo todo en peligro. Hay que cambiar las cosas.
Mikael sabía que tenía razón, que no es así como debía de haber pasado todo, pero Valentina era su talón de Aquiles. Su principal objetivo, ante todas las cosas, era la seguridad de ella.
_Ezequiel… -hizo una pausa-. No estoy completo, ahora soy sólo la mitad de lo que era.
_Lo sé. Tu alma te impide sentir todo lo que está pasando porque te ciega de una manera exagerada. Hazte a la idea de que tendrás que volver a ocupar tu lugar, y asignarle a ella un guarda.
_¡No! No puedo…
De repente, un dolor extremo le atravesó el pecho, y se lo cubrió con las manos abriendo los ojos de par en par, mientras caía de rodillas al suelo.
_Valentina… -susurro casi sollozando por el dolor.
_¡Mikael! -Ezequiel lo incorporó, mientras notaba que el chico se ahogaba-. ¿Qué pasa? ¡Mikael!
_Valentina… Llévame a la playa.
Ezequiel hizo aparecer sus enormes alas blancas con brillantes vetas malvas, y lo envolvió con ellas, dejando escapar su destello para llevarlos a los dos a la playa donde estaba Valentina.
*****
Un rayo de luz violeta, cayó unos pasos detrás de Elisabeth con un fuerte estruendo, dejando a Mikael y a Ezequiel sobre la arena cuando desapareció, con las alas de ambos desplegadas y el escudo de aire cubriéndolos. Mikael llevaba su espada de rayos en la mano, y Ezequiel sus dagas con empuñaduras de estrellas.
Valentina dirigió la vista hacia ellos.
_Mika -dijo con un hilo de voz y una leve sonrisa en los labios.
Mikael se estremeció al ver la inmensa fe con que ella lo miraba, con ese brillo rosado que relucía a pesar de la oscuridad de la noche que llegaba poco a poco.
Por el contrario, Analía se sobresaltó, sin entender cómo consiguió articular el nombre del chico estando bajo su influencia. En un gesto tremendamente veloz, quitó su dedo del entrecejo de Valentina y, con un intenso golpe, puso su mano abierta sobre el pecho de la chica, a la altura del corazón. Valentina sintió que éste se detenía poco a poco; sus ojos se abrieron de par en par, y las pupilas se contrayeron hasta el punto que apenas se veían. De nuevo, quedó totalmente inmóvil y, poco a poco, las voces se iban apagando, igual que sus ojos. Y en su pensamiento, sólo se repetía una y otra vez, lo último que escuchó… a Mikael llamándola, desesperado, con tanto dolor en la voz que la rompía a ella por dentro.
_¡¡VALENTINA!!
_Anhelo… -dijo Ezequiel en un susurro lleno de desprecio, lo que hizo sonreír con malicia a Analía, que lo escuchó perfectamente.
Analía se acercó a ellos, arrastrando con ella a Valentina, que levitaba a un par de centímetros del suelo, para no apartar su mano del pecho de la chica.
Miró con perversidad a Ezequiel, que se tensó y se puso en guardia mientras ella se acercaba.
_No intentes nada. Mi centinela te lo ha puesto demasiado fácil, pero no va a ser así conmigo.
Y dirigió la mirada a Mikael, amenazante.
_Casi puedo escuchar cómo tu alma se rompe en pedazos -le dijo sonriendo con inmensa maldad-. Mi madre me va a adorar cuando acabe contigo.
_No puedes tocarme -le replicó Mikael con toda la firmeza que pudo fingir.
_No… por ahora. Pero no necesito tocarte para destruirte -miró a Valentina y clavó sus dedos en el pecho de ella. Valentina soltó un grito desgarrador que hizo retroceder a Mikael.
Ezequiel lo sujetó por los hombros, y sintió el impulso de abalanzarse sobre Analía, pero sabía que ponía en peligro a Valentina.
_¡No! ¡Para! -le gritó Mikael.
_¿Quieres que la deje? Hagamos un trato.
Mikael la miró, con desconfianza, y luego a Ezequiel, buscando consejo, no sabía hasta qué punto podía creer en su palabra. Finalmente, dirigió su mirada a Valentina. Valentina… que tenía fe ciega en él, que lo iluminaba con solo tenerla cerca, que era capaz de hacer que nada más fuera importante cuando la tenía en sus brazos. Ella, que era la dueña de su alma…
No, no podía perderla. Si confiar en Analía era la única opción que tenía, no había nada que pensar.
_¿Qué quieres que haga? -le dijo con resignación.
Analía volvió a sonreír.
_Rómpele el corazón.
En ese momento, fue Mikael quien se quedó paralizado.
_Pero… ¿cómo voy a hacer eso? Sabes que no puedo mentir.
_Tendrás que hacerlo. O le rompes tú el corazón, o lo haré yo -dijo mientras mostraba la intención de volver a clavar sus dedos en el pecho de Valentina.
_¡No! Está bien. Pero si lo hago la tienes que dejar en paz, no volverás a molestarla.
_No la molestaré siempre que ella no me busque. Sabes que si decide buscarme, no podré esconderme.
Miró a los dos chicos y después a Elisabeth, que había estado en total silencio con la mirada fija en Valentina.
_Tienes hasta mañana a medianoche.
Y desapareció, llevándose a Elisabeth con ella y dejando caer a Valentina sobre la arena, que ya se notaba fría a esa hora.
Mikael y Ezequiel se apresuraron a ayudar a la chica, que intentaba incorporarse con dificultad, ya que el dolor que había sentido no había desaparecido del todo.
Mikael se puso a horcajadas sobre las piernas de ella, cogiéndola por las muñecas para ayudarla a sentarse sobre la arena. La abrazó, presionando la cabeza de ella contra su pecho, sin dejar de repetir su nombre. Y ella se aferraba a él con la poca fuerza que le quedaba, sollozando aun cada vez que movía un músculo.
_Gracias -le dijo susurrando-. Gracias por salvarme.
Mikael la apretó aun más contra él, llorando.
Cuando se calmaron un poco, la ayudó a ponerse en pie. Valentina se sacudió un poco la arena de sus piernas desnudas, después se acercó a Ezequiel, que la miraba con preocupación y, ante su sorpresa, lo abrazó.
_Gracias Zack -y un ligero destello violeta llenó los ojos del chico de sorpresa y ternura, haciendo desaparecer por un momento la dureza que los caracterizaba. Y también la abrazó con fuerza.
Mikael también se sorprendió, y un deje de alivio cruzó su rostro.
_Me has recordado. ¿Cómo…? -preguntó apartándola un poco de él.
_He visto a Sam…
_A tu padre -corrigió poniéndole una mano en la barbilla para levantarle la mirada
_Ya… -contestó girando los ojos a un lado-. Desde que lo vi he empezado a recordar algunas cosas, pero vagamente, son sólo imágenes, palabras… algún nombre…
_Poco a poco. Empezarás recordando las cosas que más te importaron -le dijo mientras le acariciaba el pelo de una manera fraternal-. Cuánto te he echado de menos, pequeña -y volvió a abrazarla, mientras notaba cómo ella sonreía.
_Deberíamos llevarla a descansar -dijo Mikael preocupado.
_Sí. Vamos a acompañarla y después arreglaremos algunas cosas.
*****
Los tres se dirigieron a casa de Valentina. Cuando subieron al porche, las campanillas de cuarzo cristal empezaron a sonar con suavidad y, enseguida, Mara les abrió la puerta.
Se sobresaltó un poco al verla magullada y dolorida. Pero ver que Mikael y Ezequiel iban con ella, la tranquilizó instantáneamente.
La acompañaron a la habitación y la recostaron. Ezequiel se sentó unos segundos a su lado, mirándola sin decir nada. La besó en la frente y se levantó. Ella le sujetó la mano.
_Te quiero, Zack.
_Y yo te quiero más, Valentina.
Y se sonrieron mutuamente.
Cuando Ezequiel salió de la habitación, y Mikael se quedó a solas con Valentina, se acercó lentamente a la cama desde la puerta de la terraza, donde había permanecido desde que dejó a la chica acostada.
_Lo siento, Valentina -dijo sin siquiera levantar la mirada del suelo, dejando que sus lágrimas se vieran una vez más.
_Mika… -Valentina le cogió la mano-. ¿Qué pasa?
_No he sabido protegerte. ¿Cómo he podido dejarte sola?
_Mika… tú me has salvado -le dijo apretando sus manos-, más de una vez.
_Lo he hecho tan mal… todo… contigo.
_No es cierto. En mi mundo todo estará bien mientras estés tú, porque sé que te tengo a mi lado, siempre, aunque haya distancia de por medio. Tú eres esas pequeñas cosas que se vuelven inmensas porque les das un significado nuevo -Valentina cogió su cara entre las manos para que la mirase-. Sabes muy bien que estaría perdida sin ti.
Mikael sentía que cada palabra que Valentina le decía era una aguja que se le clavaba en el pecho, y el dolor era insoportable. La miró fijamente a los ojos.
_Valentina, nunca te he mentido… No puedo.
_Lo sé, Mika -dijo extrañada-. Y ahora entiendo el porqué -añadió acariciándole la espalda, donde habían aparecido esas enormes alas cuando estaban en la playa.
_Recuérdalo siempre -dijo mientras se dejaba caer en sus brazos, tumbando la mitad de su cuerpo sobre el de ella-. Déjame velarte esta noche… sólo esta noche. No quiero alejarme de ti.
_Mika… -fue todo lo que contestó.
Poco después, Mikael se tumbó al lado de la pared y acercó a Valentina hacia él. La chica apoyó la cabeza sobre su pecho, pudiendo sentir como cada rincón de su ser volvía a la calma al ritmo del latido de ese corazón.
Mikael la abrazaba al principio. Después, una mano acariciaba con tremenda dulzura su brazo, y la otra, entrelazaba sus dedos una y otra vez con los de ella, pensando en lo que había hablado con Analía, buscando una alternativa que no era capaz de encontrar, quebrándose con cada intento inútil de hacerse a la idea.
_Te quiero, Mika -susurró Valentina en sueños, sacándolo de su ensimismamiento.
¿Cómo podía renunciar a eso?
No. No podía.
La volvió a abrazar, intentando guardarse cada pizca del calor que emanaba de su cuerpo, el olor de su piel, los hoyuelos de su espalda… intentaba memorizar, una vez más, cada pequeño detalle de ‘su’ Valentina.
_Y yo te quiero a ti, Valentina.

Capítulo 5. MEDIAS VERDADES.
Cuando Ezequiel bajó las escaleras, Mara estaba con la mirada perdida en el mar, apoyada en el marco de la puerta, que se había quedado abierta cuando entraron con Valentina. Se la veía inquieta, acariciando con la yema de los dedos la cicatriz de su cuello, que sentía algo más caliente que de costumbre.
_Mara, tienes que arreglar las cosas y marcharte -le dijo sin acercarse demasiado.
Ella vaciló unos segundos.
_No puedo… -le costaba articular cada palabra.
_Mara… No hay elección.
Mara se tensó mientras sus ojos se llenaban de lágrimas, tan brillantes que parecían arrastrar pedacitos de estrellas, algo que Ezequiel no veía, ya que ella ni siquiera se había dado la vuelta desde que él bajo. La tristeza por lo que tanto había temido que llegara, el miedo por lo que pudiera pasar y la rabia por no poder decidir qué hacer, se mezclaba en su rostro y sus palabras.
_¿Qué ha pasado hoy? ¿Por qué has aparecido como Hydra delante de ella esta mañana?
_Medusa se ha liberado, consiguió anular sus esposas. Iba a por Valentina cuando estaba con Mikael en el espigón, y él ni siquiera lo pudo sentir… esto no es bueno -decía acercándose a Mara. Le puso la mano en el hombro para girarla-. Está pasando, Mara -le dijo mirándola a los ojos-. Anhelo podría habérsela llevado antes, en la playa.
_¿Cómo voy a alejarme de ella?
_Iremos a ver a Rafael. Te ayudará.
La abrazó, haciendo brillar su aura violeta, para aliviar el inmenso vacío que se iba apoderando de ella.
*****
Con los rayos del sol de mediodía cruzando las puertas abiertas de la terraza, Valentina abrió poco a poco los ojos. Estaba tal y como se había dormido, apoyada sobre el pecho de Mikael, y con él abrazándola. Sentía el brazo que había quedado debajo de su cuerpo entumecido, así que se giró, despacio, intentando no despertar a Mikael.
_¿Intentas escaparte de mí? -le dijo mientras se incorporaba un poco, apoyándose sobre la almohada con su brazo.
_No se me ocurriría -le sonrió levemente-. Perdóname, no quería despertarte.
_Tranquila, estaba despierto. No he podido dormir.
‘Necesito pasar despierto cada segundo que me queda contigo’. Pensó, dejando que su mirada se nublara de tristeza, mientras Valentina se sentaba en la cama y apoyaba su espalda en el cabezal.
_¿Estás bien? -le preguntó poniendo la mano en su pelo, que había pasado del azul eléctrico de la mañana anterior, a un azul tan oscuro que parecía negro.
_Todo lo bien que se puede estar después de lo que pasamos anoche -fingió una sonrisa-. Pero todo acabará pronto.
Mikael se sentó junto a ella e, incluso él, se notaba extrañamente callado aquella mañana. Le quedaban tan sólo unas horas para estar con Valentina, y no tenía la menor idea de cómo pasarlas. Quería explicarle todo, decirle las palabras que se perdieron la mañana anterior en el espigón, recuperar ese momento… pero no podía. Lo mejor que podía hacer era distanciarse un poco, empezar a mostrarse más frío con ella, para que el golpe no fuese tan devastador. Pero tampoco podía…
Mientras se desesperaba pensando, se fijó en las manos de Valentina, y vio que estaba toqueteando algo, dándole vueltas, pensativa. Le cogió una de las manos para tranquilizarla y poder ver lo que tenía.
_Son esposas -le explicó cuando vio la pulsera.
Valentina la miraba fijamente, y sus ojos se llenaron de lágrimas.
_Así que Elisabeth, tampoco es Elisabeth… -dijo con tristeza mientras recordaba la extraña mirada que su amiga tenía la noche anterior-. ¿Quién es?
_Medusa. Es un centinela. Vigila y protege a quien esté a su cargo hasta que llega su poseedor -la miró a la cara unos segundos, con la inquietud y el temor de saber que estuvo a punto de perderla-. Después, abre las puertas del inframundo que se encuentran bajo el agua y se lo entrega.
A Valentina, lejos de sonarle imposible todo lo que Mikael le contaba, le iban apareciendo imágenes de todo eso, flashes de recuerdos que ya había vivido: Medusa, con su piel tan tersa y oscura como su cabello, formado por largas serpientes; el fondo del mar, profundo y negro, con mil secretos y extrañas criaturas escondidos; Hydra, con sus brillantes vetas malvas atravesando todo su cuerpo, guardando esas puertas que llevaban directas al inframundo…
_Ayer, en el espigón… Zack la atacó.
_Te protegió.
_Lo sé -contestó con firmeza, sin apartar ni un segundo la mirada de la pulsera.
_Las esposas están hechas de energía angelical. Cada uno de nosotros ponemos una esfera. Eso evitaba que pudiese contactar con cualquier tipo de energía maligna, o que abriese las puertas. La tranquilidad de que estuviese contigo, se debía a eso, su deber era vigilarte y protegerte y, al estar esposada, no podía entregarte a nadie -cambió su rostro, autoinculpándose-. Pero se las quitó, y si Hydra no hubiese estado cerca…
En ese momento, Valentina, que había permanecido escuchando a Mikael sin levantar la vista de sus manos, palideció, se levantó a toda prisa y salió corriendo escaleras abajo, dejando caer al suelo la pulsera.
_Lo siento, Mika -dijo apresuradamente.
_¡Valentina! -se sorprendió.
Durante un momento, no supo cómo reaccionar, pero se levantó enseguida y fue tras ella sin calzarse siquiera.
Valentina se había metido en el baño y abrió el agua de la bañera. Mikael la llamaba desde la puerta, golpeándola nervioso con el puño.
_Valentina, abre. ¿Estás bien? Valentina, por favor.
_Es sangre… es sangre… -es lo único que alcanzaba a escuchar.
_Valentina, voy a entrar.
Mikael dio un fuerte empujón a la puerta y consiguió desencajarla. Con un segundo golpe arrancó los goznes, haciendo caer un par de tornillos al suelo.
Una gran nube de vapor, con intenso olor al gel de melocotón que siempre utilizaba Valentina, le dio de lleno en la cara. La camiseta de pijama, aun manchada de negro, que llevaba la chica unos minutos antes y su ropa interior estaban tiradas por el suelo. Y, a ella, se la encontró sentada dentro de la bañera, frotándose enérgicamente las manos y los brazos, mientras ésta se llenaba de agua y espuma del bote de jabón que había caído dentro. Tenía la mirada pérdida observando cómo la esponja blanca con que se limpiaba, se iba volviendo grisácea.
_Es su sangre… es su sangre… -repetía una y otra vez.
_Valentina… -susurró para sí. A Mikael se le helaba la sangre al verla en ese estado.
La abrazó, sujetándole los brazos para que no se lastimara-. Tranquila, Valentina, cálmate.
_No puedo quitarla de mi piel… ¡No consigo que se vaya!
Mikael dejó de abrazarla para sujetarle sólo las manos. Se quedó mirándola, tan frágil como se veía en ese momento, con la mirada ausente en la espuma que la rodeaba y, parte del rosa de su cabello, tornándose gris y apagado.
_Valentina, así no la vas a quitar -entró en la bañera sin soltarla y se puso frente a ella, en cuclillas-. La mancha durará unos días, pero se irá.
_No puedo ver cada día la sangre de Lis en mis manos… ¿Cómo lo voy a hacer?
_Yo est… -calló antes de terminar.
‘No, no estaré con ella’. Bajó un momento la mirada hacia las manos cogidas de ambos. Luego, viendo que la chica ya no tenía intención de seguir frontando, soltó una de sus manos y le pusó los dedos en la barbilla para conseguir que lo mirase.
_Yo estoy seguro de que podrás con todo.
Se levantó y la alzó a ella también, para ayudarla a salir de la bañera. La abrazó fugazmente y se dirigió al mueble que había colgado junto al espejo, para coger una toalla y envolverla con ella. Le acarició la mejilla con ternura.
_Eres más fuerte de lo que crees, Valentina.
Valentina se sentía exhausta. Suspiró y apoyó su cabeza en Mikael, mientras intentaba que sus pulsaciones se calmaran.
_Desde anoche tengo una sensación de vacío inmensa -comenzó a decirle-. En parte, sé que es por Lis, pero hay algo más, algo más profundo… Y tú no haces más que llamarme Valentina -Mikael ni siquiera se había dado cuenta de que la había estado llamando por su nombre completo, por eso ella estaba también más ausente, sin apenas mirarlo-. Sé que soy fuerte porque tú estás conmigo, pero no sé qué te pasa…
Mikael tomó aire y lo expulsó lentamente. Cogió a Valentina por los hombros para apartarla un poco y poder mirarla a los ojos.
_Valentina, eso no es así, eres fuerte por naturaleza -bajó un instante la mirada, intentando elegir bien cada palabra-. De una forma o de otra, siempre voy a estar contigo. Y, si alguna vez pasa cualquier cosa, sabes que también tienes a Ezequiel. Y a los demás. Nunca vas a estar sola.
_Claro que no, pequeña -Ezequiel apareció en el pasillo, observando la escena: la puerta arrancada, la ropa de la chica por el suelo, a ella con lágrimas aun en las mejillas… Miró a Mikael y se acercó a ellos, con la mirada puesta en los brazos enrojecidos de Valentina-. ¿Estás bien? -preguntó cogiéndole delicadamente uno de ellos.
_Intentaba limpiarme -dijo con los ojos aun vidriosos-. Su sangre…
Ezequiel apartó a Mikael y pasó suave y lentamente sus manos por donde Valentina tenía las manchas, rozando muy levemente su piel. La chica sintió una sensación de calidez y ternura que la envolvía por completo, mientras veía el brillo violeta que envolvía a Ezequiel. Cuando él apartó sus manos, Valentina vio que las manchas habían desaparecido.
_Zack… -susurró, y después lo rodeó con los brazos por la cintura, agradecida.
_Es sólo una ilusión -dijo devolviéndole el abrazo-. Seguirá estando ahí durante unos días pero, al menos, tú no lo verás.
Se apartó un poco de él, quedando cogida a su brazo.
_Creo que debería vestirme y después ir a hablar con Mara.
_Valentina… -empezó a decir Ezequiel. Vaciló un momento y después continuó-. Mara no está. De momento, no se puede quedar aquí.
_¿Ella también? -su cabeza no dejaba de dar vueltas.
_Pequeña, tienes que entender que todo está cambiando. Todo lo que has vivido era una ilusión -le explicaba Ezequiel cogiendo su brazo y lo acarició para mostrarle que sus manchas no se veían-. Estás empezando a recordar, y tienes que estar preparada. Cualquiera de las personas que conoces, cualquier lugar que hayas visto… nada es lo que creías, o como creías. Poco a poco verás las cosas tal y como son.
Valentina se resignó. Respiró hondo, intentando hacerse a la idea. Miró de reojo a Mikael, que se había quedado tras ellos desde que Ezequiel lo apartó, y dirigía la mirada hacia el suelo, sin mirar nada en concreto. Luego volvió a mirar a Ezequiel.
_¿Quién es ella? -preguntó sin estar segura de querer escuchar la respuesta.
Ezequiel también miró a su amigo en ese momento, buscando una señal de aprobación para saber que le parecía bien que fuese él quien estuviera respondiendo a esas dudas. Pero no la obtuvo, Mikael estaba absorto en sus propios pensamientos.
_Es Mara, tal cual. Ella no se oculta bajo ningún otro nombre, ni ha estado esposada para cuidar de ti o protegerte. Fue ella quien decidió quedarse contigo -le puso la mano en la cara, acariciando su mejilla con el pulgar-. Como nosotros.
_Pero tampoco es humana… -dedujo por el tono de voz de Ezequiel.
_No. Es una bruja.
_Cuando escuché hablar de… de Hydra… o de Medusa, venían a mi memoria fragmentos de recuerdos. Con Mara no… No recuerdo nada. Sólo a ella.
_Nunca tuviste relación con brujas. Y con Mara… No ha hecho uso de su magia, quitando las salvaguardas de la casa y el incienso. Y ni siquiera nosotros sabemos cual es su forma natural. Jamás la ha utilizado.
_Y ahora se ha ido… -suspiró-. Al menos, ¿está bien? -preguntó preocupada.
_Lo estará. La he llevado con Rafael -viendo la expresión de la cara de Valentina, siguió-. No lo recuerdas aun porque sólo lo has visto un par de veces. Se podría decir que es nuestro médico, y tú no lo necesitaste más.
Valentina apoyó la frente en el pecho de Ezequiel, y él intentó consolarla acariciando su pelo, que estaba aun mojado.
_Vamos, sube a vestirte y seguimos hablando. Hoy va a ser un día largo. Esto no ha hecho más que empezar.
La besó en la frente, mientras ella echaba una mirada fugaz hacia donde estaba Mikael, preguntándose porqué no era él quien la consolaba en ese momento en que el mundo que conocía se iba desvaneciendo poco a poco.
*****
Mikael dejó de clavar los ojos en el suelo cuando escuchó que se cerraba la puerta de la habitación de Valentina y los fijó a Ezequiel, con la mirada devastada por el dolor.
_Ezequiel…
_No, Mikael, ni siquiera lo insinúes. Eres nuestro guerrero, las cosas se van a poner mucho peor si lo haces.
_Y, ¿qué más puedo hacer? -dijo con la voz rota-. Si no entrego mis alas no voy a poder mentirle. Y si no lo hago… -mientras hablaba, recordaba cada imagen de Valentina con Analía la noche anterior-. Necesito ser humano.
_Mikael, vamos a tener las cosas muy difíciles cuando tu alma se aleje. No puedes mentir, pero tu humanidad es cada vez más notable, se está adueñando de ti. ¿Has visto la puerta? Podías haber cruzado con tu destello, pero no, la has tirado abajo, como hubiese hecho cualquier humano -se acercó a él y le agarró la cara con las dos manos, mirándolo a los ojos-. Tienes que pensar en otra cosa, esa no es la solución. Lo que tienes que hacer, lo haces por ella.
_Pero…
_Y piensa que por ella debes hacerlo bien. Porque si algún día necesita que la protejas, siendo humano no podrás hacer nada.
Mikael lo agarró por las muñecas, y apoyó su frente en la de Ezequiel, respirando hondo lentamente, buscando la calma que le ofrecía su amigo.
_Tienes razón. Gracias.
Ezequiel le agarró la cabeza por detrás con una mano, presionando suavemente.
_Van a ser tiempos difíciles. Tenemos que pensar las cosas con mucha claridad.
_En unas horas, sólo te tendrá a ti para guiarla.
_No, Mikael, tú se lo dijiste antes. De una forma o de otra, nos va a tener a todos.
*****
Valentina subió las escaleras despacio, mirando el suelo manchado con las gotas negras que iban cayendo de su mano la mañana de antes, mientras repasaba los recuerdos que habían ido apareciendo desde que vio a Samael en la playa.
Entró a su habitación y cerró la puerta, más por costumbre que por necesidad. Fue hasta la comoda que tenía al lado del armario y sacó del segundo cajón un conjunto de ropa interior de algodón amarillo, se quitó la toalla que la envolvía y se lo puso. Después abrió el primer cajón, donde guardaba los pijamas, y cogió uno de pantalón largo rojo burdeos y camiseta de tirantes gris con las costuras del mismo color que el pantalón.
Una vez vestida, se acercó a la terraza y se quedó justo delante de la puerta, mirando hacia fuera, pensando si serviría salir y recostarse en su hamaca, dejando que la brisa del mar calmara su malestar. Pero el cielo gris y el aire frío que había empezado a soplar, sólo le recordaba que Mara no estaba, que no iba a sentir el aroma a sándalo del incienso que le ponía para que se relajase. Así que cerró las puertas y se dio la vuelta.
Vio encima de la cama la chaqueta azul de Mikael y la cogió para devolvérsela. Cuando llegó a la puerta de la habitación, agarró el pomo y se quedó quieta unos instantes. Luego, apoyó su espalda y se dejó resbalar hasta que quedó sentada en el suelo, mirando su habitación, pensando si también serían una ilusión sus muebles de madera blanca con lirios tallados y pintados de rosa y azul, su cama totalmente cuadrada cubierta por un ligero edredón blanco con franjas rojas, el armario con las puertas de espejos decorado con pequeñas salamandras lilas, la pared frente a su cama pintada con las huellas de las manos y los pies de Mikael y de ella en amarillo y verde, sus cortinas blancas bordadas con hilo dorado… Ni siquiera sabía cuántas de esas cosas eran reales. O si también desaparecerían.
*****
Después de hablar, Ezequiel fue hasta las escaleras y se sentó en el peldaño de abajo con las piernas flexionadas y los codos apoyados en ellas, esperando a Valentina o, a decir verdad, preocupado por si le pasaba algo estando sola en su habitación, ahora que no estaba Mara para salvaguardar la casa.
Mikael, por su parte, había salido a sentarse en el peldaño de la puerta del porche, bajo el sonido de las campanillas de viento que se movían inquietas en ese momento. Se frotaba las manos con nerviosismo, con la mirada fija en el horizonte, notando cómo el sol cambiaba de posición tras las nubes grises conforme iba pasando el tiempo.
Un par de horas después de estar ahí sentado, se giró hacia atrás para ver dónde estaba Ezequiel y se levantó. Cerró la puerta y se acercó hasta él, con una inmensa tristeza en su rostro y su voz.
_Valentina está tardando demasiado para vestirse. Debería de ir a ver cómo está.
_Mikael, está intentando asimilar todo lo que ha cambiado, es normal que sienta que su mundo se le viene encima -luego bajo la mirada-. Y aun no sabe lo que está por venir.
Los dos se quedaron callados unos segundos, sin mirar nada en concreto, pero con la mirada hacia el suelo.
_Voy a subir.
_Mikael, no la consueles. El golpe después será más duro, no entenderá nada.
_Lo sé. Voy a hablar con ella.
Incluso a Ezequiel le dolió el solo hecho de pensar en la situación.
_Aun puedes esperar un poco. Te queda toda la tarde para pasarla a su lado.
_Y, ¿para qué? -dijo dejando notar su desesperación en cada palabra-. ¿De qué me va a servir esperar? No puedo abrazarla, ni aliviar su dolor, ni decirle cuanto la… amo -paro un segundo mientras dirigía su mirada a un lado, pensando- La amo -susurró.
Mikael pasó a un lado de Ezequiel para ir escaleras arriba, con una clara idea en la cabeza.
_Mikael…
_Tranquilo, estoy bien. Creo que sé cómo lo puedo hacer.
_Tienes que estar preparado, sabes lo que puede pasar. Esto ya lo hemos vivido una vez.
_Ella no es como su hermano -dijo con más firmeza que la última vez que pronunció esas palabras.
_Estoy seguro de eso. Pero es mi deber advertirte.
Mikael le sonrió con una mezcla de gratitud y pesar en la mirada y, después, se dirigió a la habitación de Valentina.
*****
Mikael se paró delante de la puerta de la habitación de Valentina, respirando hondo para relajarse antes de entrar. Puso las manos con los puños cerrados en la puerta y, a través de la densa y negra madera de ébano de la que estaba hecha, pudo notar a la chica al otro lado. Abrió las manos y las dejó apoyadas en la puerta, bajándolas poco a poco hasta llegar donde Valentina tenía la espalda. Podía sentir el calor de su cuerpo atravesando cada grieta imperceptible de la puerta, su respiración agitada, el latir acelerado de su corazón… Y se pemitió el capricho de sentirlo durante unos minutos más.
Se levantó, cerró los ojos cogiendo aire y llamó suavemente a la puerta.
_Valentina, ¿puedo pasar?
Valentina se levantó, aun con la chaqueta de Mikael en los brazos, y abrió la puerta, cabizbaja. Sabía, por el tono de voz de Mikael y la forma de llamar a la puerta, que no le iba a gustar lo que tenía que decirle.
_Antes de nada… ¿estás bien? -le dijo sin ni siquiera acercarse.
En cualquier otra circunstancia, hubiese estado muy cerca de ella, para levantarle la vista del suelo al preguntarle eso. Y Valentina lo sabía muy bien.
_¿Cómo crees que puedo estarlo? -le dijo entre enfadada y pesarosa-. Creía que no recordar mi vida anterior era una tortura, pero me estoy dando cuenta que ni siquiera tengo la más remota idea de esta. Lis sólo fingía quererme, Mara se ha ido sin despedirse siquiera… no sé qué es real -iba diciendo mientras sentía que su corazón latía tan rápido que se le iba a salir del pecho-. Creo que tener de nuevo a Zack, es lo único que alivia un poco este vacío.
Mikael se percató que Valentina tenía su chaqueta e, instintivamente, sus ojos se volvieron vidriosos, pero consiguió que no derramasen ni una sola lágrima. Alargó el brazo y la cogió.
_Debiste hacerme caso… -dijo, casi para sí-. ¿Por qué Valentina? ¿Por qué te quitaste la capucha de la chaqueta antes de que volviera y saliste fuera?
Valentina recordó las palabras que le dijo Mikael en el espigón antes de que Hydra se lo llevase a las profundidades entre sus fauces: ‘No te la quites hasta que vuelva, o hasta que estés en casa’.
_Mika…
_Podrías haber evitado todo esto. Esta situación se podría haber alargado hasta que estuvieras preparada. ¡Hasta que lo estuviéramos todos!
Valentina dio un paso atrás.
_Lo siento, Mika. Vi a Lis desde la terraza, y parecía tan malherida que no lo pensé. Es… era mi mejor amiga, sólo pensé en ir a ayudarla -dijo mientras sus lágrimas se dejaban ver de nuevo.
_No es excusa -Mikael no podía mirarla directamente a los ojos mientras le hablaba así-. Lo único que te pedí es que no te la quitaras.
Valentina se arrojó a sus brazos, rodeándole el cuello y haciendo que él la sujetase en un acto reflejo por la cintura, para evitar que ambos cayesen al suelo. Algo, que le agradecería sin decírselo, ya que le dio la oportunidad de volverla a abrazar una última vez.
_Mika, perdóname. No fue intencionado -Valentina se sentía agitada-. Eres tú quien le dio sentido a mi mundo desde un principio… tú quien lo mantiene en pie a mi alrededor ahora que se hace pedazos. ¿Cómo puedes creer que haría la más mínima cosa que pudiera herirte?
Pero lo estaba haciendo. Cada una de las letras de esas palabras eran agujas que le atravesaban la piel y se le quedaban clavadas dentro.
Valentina dejó de abrazarlo para poder mirarlo a los ojos, y le cogió la mano para ponerla en su pecho, a la altura del corazón.
_Te quiero, Mika.
Mikael apartó la mirada y la dirigió a las puertas cerradas de la terraza. Valentina se tensó.
_Mika…
_Lo siento, Valentina -hizo una leve pausa para coger aire y mantenerlo un momento. Luego la miró-. Yo ya no te quiero.
Valentina se quedó totalmente rígida, incluso le pareció escuchar cómo se resquebrajaba todo en su interior. Dio dos pasos atrás, llevándose las manos al pecho y cayó golpeando con las rodillas el suelo, a la vez que un fuerte golpe de viento abría las puertas de la terraza y alborotaba su pelo que, de pronto, se tornó plateado. El corazón, que unos minutos antes estaba tan acelerado, latía tan suave que parecía haberse detenido, provocando un dolor y un vacío tan inmenso, que incluso Mikael lo sintió en su interior.
_Valentina… -susurró, haciendo el más arduo de los esfuerzos por no rodearla con sus brazos para mitigar su dolor… el de ambos, en realidad.
_Lo entiendo. Sólo has sido mi ángel de la guarda -dijo resignándose.
Valentina levantó la cabeza para mirarlo, con unos ojos que habían perdido su resplandor rosado y se habían vuelto grises y desolados. Al verlos, la sorpresa se dejó ver en el rostro de Mikael, lo que hizo que su pelo también cambiara y pasara a ser totalmente negro.
Se dio la vuelta para dirigirse a la puerta, incapaz de seguir viendo a Valentina hecha pedazos en el suelo y no poder remediarlo. Cuando llegó al umbral, escuchó a la chica, con la voz rota:
_Al final se trataba de eso… De no mentir, sólo decir medias verdades.
Mikael se paró agarrando fuertemente con su mano el marco de la puerta, pero ni siquiera se giró. Ya no soportaba más el escozor que las lágrimas provocaban en sus ojos, y no podía dejar que ella lo viera llorando.
_Exacto, Valentina. Recuérdalo siempre -dijo, queriendo sentir la esperanza de que, un día, ella supiera que aquello también era una verdad a medias.

Capítulo 6. EL AGUA.
Mikael salió de la habitación sin mirar atrás, pero con una pesadez en cada paso que casi le hacía arrastrar los pies. Se paró y se apoyó en la pared un par de minutos, deseando que Valentina lo llamase. Quería mantener la esperanza de que ella no había creído en sus palabras, que, de algún modo, hubiera entendido que había algo más detrás. Pero no lo hizo. Bajó las escaleras a tropezones, sujetándose a la barandilla con una mano, mientras que con la otra se apretaba el pecho, que sentía vacío y dolorido.
Ezequiel lo esperaba abajo, con el semblante preocupado y tenso, mirando a través del enorme ventanal de la cocina, mientras observaba como, en un momento, la ligera brisa fresca de la tarde, se cambió por un impetuoso viento que empezó a soplar con fuerza. Escuchó un golpe en la escalera y salió, encontrándose a Mikael sentado en ella, sudando y respirando con agitación.
_¡Mikael! -se acercó para ayudarlo a levantarse-. ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?
_Duele… -dijo apretando los dientes casi sin voz-. ¿Cómo puede doler tanto?
_Pasas por lo mismo que ella.
Repentinamente, el destello violeta de Ezequiel se dejó ver, envolviéndolo, y el sonido de las sillas del porche cayendo por la furia del viento, le hizo ponerse en guardia.
_Esto no me gusta -dijo con el ceño fruncido.
_No es cosa de Valentina -afirmó Mikael, mientras su débil aura azul intentaba hacerse visible.
_Lo sé -hizo una pausa-. Tienes que levantarte. Yo no puedo ser Hydra fuera del agua.
Mikael se levantó, pero no podía mantenerse en pie. Se apoyó en Ezequiel pasando el brazo por encima de sus hombros, y él lo sujetó por la cintura. Cerró un momento los ojos y cogió aire lentamente, aguantándolo unos segundos en los pulmones. En ese momento, la puerta se abrió de golpe, tan fuerte que quedó descolgada de la parte de abajo, haciendo saltar en pedazos parte del marco, que salió disparado hacia donde estaban los chicos. Mikael abrió los ojos, intensamente brillantes e iluminados, y sus hombros y espalda se ensancharon, cubriéndose de músculos extremadamente tensos y haciendo que se viese casi el doble de grande que Ezequiel, a pesar de que éste era un poco más alto y corpulento que él.
Tras el umbral de la puerta, estaba Analía, con su sonrisa malévola y su aspecto ceniciento, mirando con un placer enfermizo a Mikael y Ezequiel. Elisabeth iba con ella, con su actitud indiferente, pero irremediablemente sumisa, y con su mirada inexpresiva mientras observaba la situación.
_Desde el bosque he podido escuchar cada pedacito del corazón de Valentina cayendo al suelo -se rio.
_Me dijiste que no la molestarías más -le contestó Mikael furioso.
_Cierto. No he venido a por ella. He venido a por ti -le dijo acercándose a ellos.
Mikael se adelantó y puso a Ezequiel tras él, con la intención de protegerlo, sin apartar la vista ni un segundo de Analía.
_No te acerques más, Anhelo -la advirtió mostrando unos dientes que habían tomado un aspecto más felino, con colmillos inmensamente afilados.
Pero ella hizo caso omiso a esas palabras, y sólo paró cuando estuvo frente a él, más cerca de lo que Mikael hubiera querido.
_Nunca voy a perdonar cada uno de tus desplantes -le decía con un rencor guardado de años atrás-. Si no eres para mí, no serás para nadie. Hoy no la voy a tocar pero, en su momento, Valentina me buscará. Y, entonces, acabaré con ella.
Mikael rugió cual león furioso. Un rugido extremadamente potente, tanto que hizo temblar los puntales y las vigas de madera que sujetaban la cubierta del porche, haciendo pensar por un momento, que se vendría abajo. Elisabeth se sobresaltó, dando un par de pasos hacia atrás, asustada, intentando ocultarse tras la puerta, pues sabía que ese primer rugido era una peligrosa advertencia. Pero, seguidamente, el chico se tambaleó y volvió a su aspecto normal, mientras Ezequiel se apresuraba a sujetarlo antes de que perdiera totalmente el equilibrio.
Analía, que seguía frente a él, se reía, dando un golpe a Ezequiel en el pecho y haciéndole tropezar con la escalera que tenía detrás, sin apartar su satisfecha mirada de Mikael.
_Ni siquiera puedes convertirte en Androesfinge -se regodeaba-. Y no digamos de ti, que estás fuera del agua -le dijo a Ezequiel-. ¿Qué pensáis hacer? -su tono se volvía cada vez más burlesco.
Ezequiel sacó sus dagas y se puso a la defensiva, pero ella ya había cogido a Mikael por las mejillas, casi levantándolo del suelo, a pesar de ser una cabeza más bajita que él, y clavándole las afiladas y puntiagudas uñas en la piel, abriéndole pequeños cortes.
_Piénsate bien lo que quieres hacer -le dijo sin perder la sonrisa. Luego se dirigió a Mikael-. ¿Qué intentabas, gatito? ¿Paralizarme al segundo rugido? ¿O destruirme directamente con el tercero? -decía doblando la cabeza a un lado. Luego se puso seria-. ¿Crees que no sabía que si ella se rompía, tú sentirías el mismo dolor? No me subestimes. Soy consciente de que en tu forma natural no puedo vencerte, pero ¿te das cuenta de lo fácil que me va a ser acabar contigo en tu estado? Mírate… -volvió a sonreír-. ¡Medusa!
Elisabeth se rodeó de un espeso humo gris un instante. Cuando se desvaneció, sus trenzas se habían convertido en descontroladas serpientes negras de ojos rojos. Así mismo, su piel tomó el suave y resbaladizo aspecto de éstas, al igual que sus ojos, que dilataron tanto su pupila que se volvieron negros en su totalidad. Y, a pesar de su temible pero exóticamente bello semblante, no podía renunciar a su estado de subordinación y obediencia.
_Acércate -le ordenó Analía-. Vamos, Mikael -decía con un tono de voz insinuante y sus labios tremendamente cerca de los de él-, sólo tienes que mirarla a los ojos.
*****
Valentina se quedó sentada en el suelo, tal cual había caído unos minutos antes, mirando como cada una de sus lágrimas iba mojando el suelo de parquet. Tenía los brazos cruzados en el pecho, haciendo lo posible por soportar el dolor que la oprimía desde dentro y el enorme vacío que se iba abriendo paso.
No era capaz de entender lo que estaba pasando. Cómo, en poco más de veinticuatro horas, su vida dio un giro tan radical. Mara no estaba, Elisabeth nunca fue su amiga, y Mikael… sentía que Mikael la había tenido completamente engañada, a pesar de no poder mentir. Era cierto que llevaba unos días diciéndole que tenía que hablar con ella, que era importante, pero… ¿a eso se refería? ¿Al error que estaba cometiendo al enamorarse? Se reprochaba a sí misma cada una de las decisiones que había tomado con respecto a él.
_¿Cómo he podido dejarme llevar de esta manera…? -se decía en voz alta.
Giró la cabeza hacia el lado donde estaba la cama, enfadada consigo misma. Vio la pulsera de Elisabeth en el suelo, medio cubierta por el edredón que quedó parcialmente caído cuando se levantó repentinamente de la cama para ir al baño a lavarse. El primer impulso que sintió, fue el de acercarse a cogerla, intentar encontrar algo del calor que Elisabeth le dio durante esos años, teniéndola entre sus manos… pero esa idea le duró un segundo. En su lugar, se dejó caer al suelo, quedando tumbada sobre su espalda, respirando pesadamente a causa del llanto, mientras escuchaba cómo Mikael bajaba los escalones con torpeza, hasta llegar abajo y resbalar en el último. Escuchaba la voz de los chicos, mientras hablaban abajo, como un ligero murmullo. No era capaz de entender lo que decían, sólo de diferenciar la voz de cada uno. Se tapó los oídos y cerró los ojos con fuerza. Sólo quería descansar y olvidar por un momento todo lo que había pasado en el último día y medio. Por primera vez en mucho tiempo, sólo quería estar sola.
De pronto y, a pesar de tener los oídos tapados, escuchó un fuerte estruendo en el piso de abajo y se sobresaltó, quedando apoyada sobre sus manos y sus rodillas. Percibió la voz de Analía y, como siempre, sintió su presencia, con esas molestas descargas recorriendo su cuerpo, aunque, en esta ocasión, no las sintió tan violentas, supuso, debido a que la mezcla de emociones que experimentaba en ese momento eran mucho más intensas. Contrariamente a cuando escuchaba las voces de Mikael y Ezequiel un momento antes, de las que apenas distinguía las palabras, la de Analía la escuchaba con total claridad. No sabía lo que estaba pasando abajo, porqué los chicos no luchaban contra ella, pero, a pesar del temor que sentía, cuando escuchó a Analía llamar a Medusa, cogió la pulsera de Elisabeth y bajó corriendo las escaleras.
Se paró dos escalones antes de llegar abajo, y le puso la mano en el hombro a Ezequiel, que aun estaba al lado del último peldaño. Mientras, su corazón se desbocaba al ver a Mikael con las mejillas sangrando allí donde Analía clavaba sus uñas.
_Suéltalo Analía -le dijo con inmensa rabia en la voz.
_Hombre… Tú -dijo con el tono de voz que denotaba haberse salido con la suya-.
Sabía que acabarías buscándome.
_Valentina, no -Mikael apenas podía articular palabra.
_Lo siento, Mika, no voy a dejarlo estar.
Valentina hablaba sin ni siquiera saber qué podía hacer ella en esa situación. No hacía más que mirar a su alrededor buscando una solución que no hallaba.
_No intentes idear un plan. En este momento no eres rival para mí. Ni para Medusa, siquiera -luego se dirigió a su subordinada-. ¡Vamos, ven ya!
Valentina vio, angustiada, que Medusa se acercaba a Mikael, con un denso e hipnotizante humo gris plateado que comenzaba a salir de sus ojos, y las serpientes de su cabello volviéndose más frenéticas cuanto más cerca estaba. Súbitamente, notó cómo su sangre se alteraba, como si empezara a circular a una velocidad extrema a través de sus venas. Bajó su mano hasta rozar la de Ezequiel, acariciándole el brazo desde el hombro donde se había apoyado al bajar. Luego, se adelantó para ponerse entre él y Mikael, cerrando los ojos para intentar soportar esa sensación de suma agitación, sin saber qué le estaba pasando. Su mandíbula se desencajó, dándole el aspecto felino que unos minutos antes había tenido Mikael, su pelo se volvió completamente dorado, de la misma manera que sus ojos, que desprendían una luz inmensa una vez los abrió. Estaba sumida en un trance que parecía manejarla a su antojo. Alzó las manos hasta la altura del pecho, agachó la cabeza, como si estuviera orando y, en un rápido movimiento de las manos, un descomunal estallido se escuchó alrededor y, antes de que pudieran reaccionar, vieron como el agua del mar había llegado hasta la casa, en una colosal ola que lo cubrió todo.
Ezequiel aprovechó el momento para dejar ver sus alas, cubrirse con ellas y hacer aparecer a Hydra. En un gesto extremadamente veloz, nadó hasta Medusa y le colocó las esposas, que Valentina le había puesto en la mano al rozarla antes de perder el control sobre ella misma.
Inmediatamente, el agua empezó a retirarse, con tal fuerza, que Analía tuvo que soltar a Mikael para sujetarse y no ser arrastrada al fondo del mar. Por su parte, Valentina, ya como ella misma, reaccionó al instante, agarrando a Mikael por la parte de atrás de la camiseta para mantenerlo a su lado. Cayó sentada en los peldaños de la escalera, y él de espaldas sobre ella, mientras Ezequiel, ya con su forma humana, se apresuraba a echarles una mano.
Cuando se calmó la situación, Analía miraba fijamente a Valentina, incrédula y colérica.
_Esto no va a quedar así -dijo intentando mantener la compostura-. Nos vamos, Elisabeth.
Pero Elisabeth no la obedeció. Fue cuando Analía se dio cuenta de que tenía las esposas puestas. Sabía que ahora Elisabeth no podía acercarse a ella, mucho menos obedecerla. La rabia se hizo más evidente en sus ojos.
_La recuperaré de nuevo, y volveremos a vernos… hermanita.
Valentina abrió los ojos de par en par, sorprendida. ¿Hermanita? ¿Era eso cierto? ¿Por ese motivo le resultó familiar cuando la vio en el instituto, a pesar de no recordarla?
_Valen… -Elisabeth la hizo salir de su ensimismamiento-. ¿Qué ha pasado aquí? -dijo observando cómo había quedado todo-. ¿Estás bien?
Valentina la miraba. En ese momento, se la veía tan delicada y preocupada, que todo le dio un vuelco. Parecía su amiga, la que jugaba con ella en la playa, la que no dejaba de apretar sus manos cuando no estaba bien, la que siempre estaba pendiente de ella… Parecía Elisabeth, tan real…
_No, Elisabeth. No te acerques -decía sin convicción, rodeando a Mikael por los hombros con un brazo y alargando el otro para coger a Ezequiel por la muñeca.
_Pero… -dijo sin acercarse más.
Ezequiel las observaba, con el corazón en un puño.
_Valentina, ella no sabe lo que ha pasado -le explicaba con voz suave, bajando para quedar junto a ella y ayudarla con Mikael, que intentaba levantarse-. Mientras está esposada cuida de ti lo mejor que puede, pero no sabe lo que hace en su forma natural. Y mientras tenga las esposas, si tú eres su protegida, te obedecerá en todo, tiene la obligación de respetar tu voluntad.
Valentina se levantó, dejando a Mikael apoyado en Ezequiel y se puso entre ellos dos y Elisabeth.
_Entonces… -respiró hondo-. Elisabeth, no quiero que vuelvas a acercarte a mí.
Tanto Elisabeth, como Ezequiel y Mikael, se quedaron sobrecogidos.
_Valen, por favor…
_Lo siento, Lis… -decía mientras sus ojos se llenaban de lágrimas de nuevo y recuperaban su color plomizo de unos minutos antes, a la par que su pelo-. No voy a permitir que les hagas daño -le decía señalando a los chicos-, aunque para eso yo tenga que renunciar a ti.
Elisabeth salió corriendo de la casa, mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas, sin entender lo que estaba pasando.
Valentina se dejó caer para apoyar su frente contra la pared, exhausta y fatigada. Ezequiel intentaba decidir si seguir manteniendo a su amigo en pie, o acercarse a intentar aliviar su desdicha. Era devastador ver como ella se había resignado a perderlo todo en tan poco tiempo y, aun así, desechaba lo único que podía ser un consuelo, para no ponerlos en peligro a ellos dos, cuando ellos eran los que debían de mantenerla a salvo a ella.
Mientras Ezequiel pensaba en esto, Valentina se llevó las manos a la cabeza, mareada. Tosió y empezó a salir sangre por las comisuras de sus labios y, acto seguido, por los oídos y la nariz. Se dejó caer al suelo, sin fuerzas para mantenerse en pie, y los chicos se sobresaltaron. Mikael sacó fuerzas de donde no las tenía y fue a sujetarla, a la par que Ezequiel, llamándola angustiados.
_Mikael, tenemos que llevarla al Jardín. Llama a Rafael. Rápido.
Ambos hicieron brillar sus respectivas auras, azul y violeta, envolvieron a la chica con sus alas y desaparecieron.
*****
Una vez en el Jardín, los chicos recostaron a Valentina cerca del agua, esperando que llegara Rafael. Unos segundos más tarde, vieron destellar una luz verde y rosa, y supieron que acababa de llegar, acompañado de Samael.
Valentina estaba débil, apenas se mantenía consciente. No había dejado de sangrar, y la agonía de haberlo perdido todo la tenía agitada y dolorida. Un momento después, empezó a convulsionar y Rafael se acercó a toda prisa, poniéndole una mano en la frente y otra en la nuca.
_Dadle la vuelta -les dijo-. Tenéis que poner su frente en el suelo.
Mikael y Ezequiel obedecieron, y la chica quedó arrodillada, con su frente tocando la cálida pero húmeda tierra que había bajo el césped.
Poco a poco, notaron cómo se iba calmando, y miraron a Rafael, buscando una explicación.
_Mirad.
Rafael apartó el pelo de la espalda de Valentina y bajó un poco la parte alta de su camiseta, dejando a la vista el centro de los omóplatos de la chica. Mikael, Ezequiel y Samael se acercaron a observar, y vieron como aparecía un triángulo invertido, de unos dos centímetros, en la piel de la chica, como si fuese una herida que se abría desde dentro pero, en lugar de sangrar, parecía hecha de un agua espesa y azulada que giraba contínuamente.
_Es el símbolo alquímico del agua -empezó a explicar-. Todos sabemos lo que puede hacer siendo una alquimista, pero ella no, no lo recuerda. Debía de empezar controlando la tierra, para aprender a canalizar y equilibrar su energía, siempre se empieza por ahí -dijo preocupado-. Pero ella empezó por el agua, y el agua es devastadora.
Valentina había caído rendida. Acabó tumbándose en la hierba, sin estar muy segura de lo que hacía o de dónde estaba. Se acomodó sobre las piernas de Samael, que estaba arrodillado a su lado, mientras le acariciaba la mejilla delicadamente.
_Y, ¿manejar el agua es lo que ha hecho que acabe así? -le preguntó Samael.
_No es el hecho de manejar el agua, en sí. No sabe hacerlo, ha sido más la reacción involuntaria a una amenaza, un acto reflejo para defenderse… o defenderlos -añadió mirando a Mikael y Ezequiel-. Ha sufrido un colapso por un exceso de energía. Poner su frente sobre la tierra de algún lugar que sea significativo para ella, devuelve a la naturaleza la energía que no puede canalizar.
_Y, ¿el símbolo? ¿Cuánto estará ahí? -a Mikael le daba escalofríos el simple hecho de verlo en la espalda de Valentina.
_Es permanente, Mikael. Ya sabías que era una alquimista -insistía Rafael-. Cada elemento que controle, se grabará en su piel.
Mikael se acercó a ella y se sentó junto a Samael, cogiendo la mano de Valentina y presionándola con firmeza. Samael puso su mano encima de la de ambos, intentando ofrecer consuelo a Mikael.
_Está dormida. No sabrá que he estado tan cerca de ella -dijo con pesar.
_Bueno… si te consuela, a mí ni siquiera quiere verme.
_Cambiará de idea. Está confusa.
_No puedes mentirle y, aun así, has conseguido engañarla. Estoy impresionado.
_Desearía con todo mi ser no haber tenido que hacerlo -contestó apoyando su frente en el hombro de Samael.
_Lo sé…
_La amo tanto… -decía desconsolado.
_Lo sé…
Samael le sujetó la cabeza, mientras él seguía sosteniendo la mano de Valentina.
*****
Mientras Mikael y Samael hablaban, Ezequiel cogió a Rafael por el brazo y se apartó un poco. Había estado escuchando atentamente todo lo que el sanador explicaba, pero no hacía más que darle vueltas a todo lo que pasó en la casa durante los pocos minutos que Valentina había estado enfrentada con Analía: cómo cambió de color su pelo, su mandíbula desencajada para dejar espacio a los felinos colmillos, la intensa luz que emanaba de sus ojos cuando los abrió…
_¿Qué te preocupa? -preguntó Rafael.
_Hoy, durante el enfrentamiento con Anhelo, Valentina dejó entrever los rasgos inconfundibles de Ginoesfinge.
_Debe de ser su forma natural.
_Pero los alquimistas…
_Los anteriores alquimistas no podían cambiar su forma, pero eran humanos corrientes con demasiada energía y codicia. Valentina… Valentina es algo único. Todos sabemos lo que puede llegar a hacer, pero ninguno sabemos qué puede conseguir con total certeza -sonrió con una extraña mezcla de impresión y temor-. ¿Alguna vez viste un alquimista controlar el agua de tal manera? Consiguió arrastrar una ola de quince metros desde la playa y hacer que cayera sólo sobre la casa.
_Es una locura -Ezequiel también sonrió, orgulloso.
_Cuando aprenda a dominarlo a su antojo, no quisiera que nosotros estuviéramos en su punto de mira -se preocupó.
_Eso no pasará -dijo con seguridad.
*****
Unas horas después de que Valentina se quedará dormida, Samael seguía a su lado, con la cabeza de ella aun sobre las piernas, solo que las había estirado y estaba echado hacia atrás, apoyado en sus brazos. Mikael también seguía ahí, tumbado junto a ella, acariciándole el brazo con una mano mientras con la otra seguía sosteniendo la de la chica. En ese momento, notó cómo ella le presionaba ligeramente la mano, la miró y se dio cuenta de que se estaba despertando, así que, muy a su pesar, la soltó y se alejo un par de metros, apoyando su espalda en un gigantesco cedro que tenía detrás.
Valentina se sentía sin fuerzas para abrir los ojos siquiera. Cuando iba cogiendo consciencia, empezó a notar un relajante y familiar olor a bergamota que provenía de la ropa de quien la estaba sosteniendo. Abrió con dificultad los ojos, intentando enfocar cada detalle del lugar donde se encontraba. Vio el color asalmonado del pantalón donde estaba tumbada y, en un rápido movimiento, se apartó y quedó sentada, mirándolo a los ojos mientras se llevaba la mano al centro de la espalda, notando una mezcla de escozor y cosquilleo en el lugar donde había aparecido el triángulo. Luego se cubrió la cabeza con los brazos, pues flashes de nuevos recuerdos la avasallaban una vez más: ese lugar rodeado de cedros que en la distancia parecían quemarse; el lago con la cascada que se encontraba frente a ella, tan frío y profundo; los chicos repartidos por el lugar, sentados en alguna piedra volcánica o tumbados sobre el césped; el dulce y cítrico olor penetrante de la bergamota; y él, a su lado, abrazándola con esos brazos extremadamente protectores, mientras Mikael los observaba…
_Valentina… -Samael le puso las manos en los hombros, preocupado.
Lejos de la reacción que él esperaba, cuando Valentina volvió a levantar la cabeza, lo miró y se lanzó a sus brazos, rodeándolo con fuerza.
_Papá -dijo hundiendo su rostro en el cuello de él.
Él se quedó inmóvil un instante pero, inmediatamente, le devolvió el abrazo, aliviado. Mikael, con la mirada oculta tras el pelo que le ondeaba el suave y cálido aire, esbozó una leve sonrisa.
_Mi niña… perdóname.
_No, tú tienes que perdonarme. En la playa aun estaba muy desorientada, no sabía qué pensar… Aun no lo recuerdo todo, pero sé que siempre estuviste a mi lado.
Samael la besó en la frente y la hizo sonreír.
Se mantuvo a su lado unos minutos, después se quedó observando el embalse. Se puso en pie para acercarse al agua, pero aun se sentía débil y casi en la orilla se tambaleó. Mikael, de manera fugaz, apareció junto a ella y la sujetó por la cintura, lo que la hizo ruborizarse.
_Deberías seguir descansando.
_No tienes que preocuparte por mí -contestó cogiéndole las manos para apartarlas, sin mirarlo.
_¿Cómo no me voy a preocupar si no dejas de hacer estupideces? -sin darse cuenta, elevó ligeramente la voz, alterado-. ¿Cómo se te ha podido ocurrir bajar en tu casa y enfrentarte con Analía y Elisabeth? ¿Sabes lo que te podría haber pasado?
Valentina se alteró también.
_Y, dime, ¿acaso te importa?
Mikael sintió esas palabras como una puñalada. Claro que le importaba, no había nada en el mundo que le importara más. Intentó calmarse, ocultando el escozor que se apoderaba de sus ojos, e intentando encontrar las palabras correctas para contestarle.
_Soy tu ángel de la guarda, Valentina. Y, como tal, tengo la obligación de protegerte.
_Tienes la obligación… -Valentina se sentó, sintiéndose derrotada por esas palabras-. ¿Quieres saber por qué lo hice? ¿Por qué no podía quedarme escondida en mi habitación?
Mikael la miró desde arriba, sabiendo que ella no podía ver el gesto de dolor que se reflejaba en su rostro. Tras unos segundos de silencio, siguió hablando.
_Te escuché resbalar y caer en la escalera y, haciendo un terrible esfuerzo, me tumbé para evitar salir corriendo a ayudarte. Escuché el golpe de la puerta cuando entró Analía, notaba su presencia y, aun así, me resistí a bajar. Pero cuando escuché su voz, diciendo que iba a acabar contigo… -se sobrecogió al recordarlo.
Mikael se cruzó de brazos, apretándose a sí mismo con intensidad, nervioso, mientras sentía que su fuerza de voluntad se le quedaba extremadamente pequeña cuando se trataba de evitar dejarse caer al lado de Valentina y cubrirla con su abrazo.
_Pensé que no iba a conseguir nada, pero te haría ganar tiempo si la despistaba.
_Podría haberte matado. O haberte transformado en piedra -le reprochó molesto.
_Y saber eso, no hubiese cambiado mi forma de actuar -Valentina le alzó la voz-. ¿No entiendes que hubiera hecho cualquier cosa para intentar mantenerte a salvo?
_Soy yo quien debe mantenerte a salvo.
_Sí, pero… Tú me proteges por deber. Yo a ti porque te quiero, Mika -dijo con la voz rota.
_Valentina… -dijo agitado mientras se giraba para darle la espalda y así ocultar el brillo azul de sus ojos.
_Lo siento mucho, pero no te voy a mentir -el tono de Valentina bajó, dejando notar en el pecho de ambos, una vez más, las dolorosas punzadas que rompían en pedazos su interior-. Yo sí te quiero, Mikael.

Capítulo 7. ENERGÍA Y SENTIMIENTOS.
Después de la conversación con Mikael, y de que éste fuera de nuevo a tumbarse donde estaba unos minutos antes, Valentina se quedó mirando fijamente el agua unos segundos; después se acercó y se sentó en una piedra de la orilla que estaba parcialmente cubierta por el agua del embalse, y se inclinó hacia delante para poder mirar su imagen reflejada.
En un primer momento, no se reconoció. Con ese pelo plateado casi en su totalidad, los ojos que habían perdido sus fisuras rosas y la piel algo más paliduzca que de costumbre, pudo ver a la niña desconfiada y distante que era cuando llegó a casa de Mara. Y, durante un instante fugaz, le pareció que era el rostro de Analía el que se reflejaba en el agua. Sin tocarla, hizo con la mano el gesto de apartarla, y el agua se removió, haciendo que se borrara la imagen momentáneamente. Ella misma se sorprendió y fijó su mirada en las ondas que aun seguían vibrando. Sintió cómo su pulso se aceleraba, haciendo que su sangre volviese a circular más rápido, fue exactamente la misma sensación que sintió en la casa justo antes de que la inmensa ola lo cubriese todo. Y, acto seguido, notó que la recorría un frío intenso que provenía de la cicatriz que se le había abierto en la espalda, lo que hizo bajar la temperatura de su cuerpo, consiguiendo que su corazón volviese a latir a un ritmo normal. Puso la palma de su mano sobre las ondas, sin tocarlas, a unos diez centímetros, y vio cómo se detenían. Seguían estando ahí, pero totalmente inmóviles. Alzó un poco la mano y se alzaron con ella. Volteó la palma y quedaron suspendidas a unos centímetros sobre su piel. Sonrió mientras se quedaba embobada con la situación.
_Increíble.
Valentina se sobresaltó y se echó hacia atrás, apoyándose con las dos manos en la roca donde estaba sentada, para no caer, y el agua volvió de nuevo al embalse.
_¡Vaya! Lo siento -dijo Ezequiel dejando escapar una pequeña risa-. No quería asustarte.
Valentina le dio un empujón en las piernas, a modo de juego, haciendo que casi perdiera el equilibrio. Él se agachó y se sentó tras ella, abriendo las piernas para que Valentina quedase en medio.
_No recordaba nada de esto -decía ella con una minúscula sonrisa en los labios-. Aquí fue donde empezó todo.
Apartó la cabeza ligeramente a un lado y, moviendo solamente los dedos, hizo que unas gotas salpicaran a Ezequiel en la cara, haciendo reír a los dos.
_Demasiado rápido estás aprendiendo. No sé si eso es bueno para mí -bromeó mientras se secaba las gotas de agua.
_Sabes que nunca te haría daño, ¿verdad? -preguntó más seria, girándose para mirarlo.
_Estoy seguro de eso, pequeña -le sonrió.
Ezequiel vio brillar el triángulo en la espalda de Valentina justo antes de que ella le salpicara con el agua. Le apartó el pelo con cuidado y le acarició alrededor con la yema de los dedos.
_¿Te duele?
Ella negó con la cabeza.
_Antes de acercarme al agua sentía como un cosquilleo en esa zona, desde que me he despertado, me siento extrañamente atraída por ella. Cuando pienso en usarla, se me disparan las pulsaciones, mi sangre va demasiado rápido y siento que pierdo el control de mi cuerpo. Pero antes, ha sido como si esa marca desprendiese un frío intenso y me calmara. Creo que por eso en la casa apenas podía controlarme, porque aun no la tenía.
_¿Ves? Eres rápida aprendiendo.
Ezequiel apoyó su barbilla en la cabeza de ella, puesto que era más alto, le quedaba justo a la medida, y la rodeó con los brazos, mientras ella ponía sus manos sobre las rodillas flexionadas de él y apoyaba la espalda en su amigo. Se quedaron así unos minutos, en silencio, cada uno sumido en sus propios pensamientos. Luego, Valentina le preguntó, mientras recordaba el reflejo de su imagen en el agua:
_Es cierto, ¿verdad, Zack? -su voz era casi un susurro.
_¿Qué cosa?
_Analía… es mi hermana.
Ezequiel suspiró, agachando la cabeza para que lo que quedase apoyado fuese su frente, pensando que era demasiado pronto para explicarle todo a Valentina.
_Es tu hermano -suspiró-. Su nombre real es Anhelo de Rossier.
_¿Hermano? Pero… -Valentina se sorprendió, pero enseguida cayó en la cuenta-. Oh, claro. Todo son ilusiones… -dijo mirando sus brazos limpios de la sangre de Elisabeth.
Ezequiel cubrió uno de sus brazos con la mano, apretando ligeramente, pero con firmeza.
_Bueno, en este caso, sí y no. Anhelo ha sido instruido por un demonio, ha dejado que su maldad consumiera casi todo lo bueno de su alma. La oscuridad da poderes que están prohibidos, entre ellos, tomar el aspecto que uno quiera, para tener más fácil provocar o seducir a quienes persiguen. Pero conforme se van debilitando, más les cuesta seguir cambiando.
_¿Instruido por un demonio? ¿Por qué yo pude quedarme aquí con vosotros y él tuvo que quedarse con un demonio?
_Él vivía aquí con nosotros mucho antes que tú, pero a veces las cosas no salen como quisiéramos -Ezequiel se giró hacia donde estaba Mikael, que los observaba desde lejos-. ¿Verdad, pequeña? -Valentina siguió su mirada y puso sus ojos en los de Mikael un par de segundos, con tristeza, y volvió a poner su mirada en el agua-. Anhelo también se enamoró de él.
-¿Qué? -Valentina abrió los ojos de par en par, incrédula-. Y, ¿Mikael…? ¿Fue por ser… hombre? -Valentina no sabía cómo hacer la pregunta sin que pareciera ofensiva.
Ezequiel rio levemente.
_No, Valentina, los ángeles no se enamoran de ti por ser hombre o mujer. Se enamoran de tu alma, de lo que les haces sentir cuando están contigo, o lo que sienten cuando no estás. La soledad es tan inmensa… Es un amor puro, dejan todo su ser en tus manos y su mundo entero gira alrededor de ti. Y es para toda la eternidad.
Esas palabras describían tan bien lo que Mikael le hacía sentir a ella…
_Los ángeles… ¿Anhelo es… un ángel? -decía confusa.
_Sólo en parte. Y cuando lo teníamos aquí, pensábamos que era su parte dominante -Ezequiel cogió entre sus dedos el colgante de Valentina-. Esto le pertenecía a él.
_Por eso me dijo que hacía tiempo que no lo veía -recordó llevando su mano también al colgante.
_ Es un canalizador de energía. Esa pequeña tormenta gris y rosa que se ve en su interior, representa la energía que llevas dentro; en principio, debe atrapar las malas y dejar salir las buenas. Por eso varía el color.
_¿Por qué ahora lo tengo yo? ¿Qué cambió en Anhelo? -Valentina tenía tantas preguntas pendientes que no sabía por cual empezar. En esos momentos, su cabeza era una ruleta con mil dudas que no dejaba de girar.
_No fue correspondido -Valentina recordó las palabras de Analía cuando amenazaba a Mikael »…si no eres para mí, no serás para nadie…»-. Cuando te rompen el corazón, tu alma se quiebra en pedazos, y la punta de flecha no es suficiente para abarcar tanta energía. Sólo la fuerza de voluntad y la pureza de tus sentimientos puede salvarte de acabar en el inframundo, y Anhelo no supo enfrentar ese dolor. Así que el amuleto lo rechazó.
_Sé muy bien cómo se sintió -dijo dolida.
‘Yo también’. Pensó Ezequiel, suspirando, pero no dijo nada al respecto en voz alta.
_Su tristeza y su resentimiento empezaron a hacerse evidentes en él, tanto que se aislaba de todos; no podíamos ayudarlo, porque no quería ayuda. Se cegó en buscar la manera de hacer que Mikael sintiera lo mismo que él. Empezó a desaparecer sin decir nada, y no podíamos encontrarlo, salidas que eran cada vez más largas, a veces pasaba semanas fuera. Pensamos que necesitaba espacio para pasar el duelo, pero vimos que algo iba realmente mal cuando volvió como Analía, intentando seducir a Mikael con su nueva imagen. Estaba preciosa, radiante y llena de energía… pero la volvió a rechazar, y a partir de ahí fue degenerando cada vez más. Se marchó de nuevo jurando venganza y, con el paso de los años, caímos en una de sus emboscadas, donde acabamos mal parados. Desapareció y sólo volvimos a saber de él cuando te encontró siguiendo la energía del colgante -Ezequiel estaba con la mirada perdida, recordando-. Cuando tú empezaste a mostrar tus poderes, hubo opiniones diferentes en el Jardín. Existía la posibilidad de que te pasara lo mismo, ya que los ángeles no pueden controlar el agua, pero tú nunca tuviste a un demonio como tutor. Así que fuimos mayoría los que creíamos que merecías una oportunidad, bajo el cuidado de un ángel de la guarda que pudiera protegernos de ti en caso de ser necesario, nuestro arcángel guerrero, y por eso Uriel borró tu memoria… y yo convertí tu mundo en una ilusión -hizo una pausa-. Lo siento, no fue justo, pero créeme que era mucho peor a lo que estabas sometida antes de tomar esta decisión, y no podíamos verte así.
Valentina lo miró, sin saber a qué se refería.
_No recuerdo nada de eso.
_Lo sé. Poco a poco -le dijo acariciando su pelo-. Somos energía y sentimientos, lo que hace que no podamos ocultar nuestras emociones con facilidad, por eso Anhelo está tan demacrado, con ese aspecto ceniciento y esa mirada vacía, su ira y su rencor lo manejan -luego puso su mano en la barbilla de ella para mirarla a los ojos-. Por eso tu pelo y tus ojos también han cambiado. El color del cabello siempre habla de cómo nos sentimos interiormente, se aclara cuando la felicidad es alta y se oscurece cuando nos puede la tristeza.
_Pero el mío no se vuelve más claro o más oscuro, cambia completamente -decía mientras se tocaba las puntas de su pelo.
_Sí, el tuyo es diferente -decía poniendo la mano encima de la de ella-, pero tus ojos no. El color de los ojos habla de lo queridos que nos sentimos, irradian el brillo del amor que nos brindan los demás. Pero cuando nos rompen el corazón, nuestros ojos se vuelven de plata, fríos y tristes. Aun pueden emanar luz si comprendes que sigue habiendo gente que te quiere, pero no volverán a mostrar su color real.
Valentina pensaba en los ojos de Mikael, cuando habían estado hablando unos minutos antes, oscuros, pero manteniendo su color natural.
_Los ojos de Mika no han perdido su azul. Al menos, me consuela que el amor que él siente sí sea correspondido -dijo dudando si estaba siendo totalmente sincera.
_Valentina… a veces las cosas no son lo que parecen, ahora ya lo sabes. Aprendes rápido, y eres muy lista. Sólo tienes que fijarte en los detalles que parecen más insignificantes.
_Es que no doy a basto, Zack. Estoy cansada -a Valentina se la veía exhausta-. Estos dos últimos días han sido una tortura, no he dejado de llorar y, aun así, tengo la sensación de que necesito seguir haciéndolo. No puedo más, no voy a resistir más pérdidas… -Valentina ya no podía contener sus lágrimas; se giró un poco y apoyó su cabeza y sus manos en el pecho de Ezequiel, buscando consuelo-. Y hoy te podría haber perdido a ti también. Dime, ¿qué hago si te pierdo a ti?
_Pequeña… -Ezequiel la rodeó con los brazos, enérgicamente.
Valentina podía recordar en ese intenso abrazo, cada uno de los miles que habían compartido. Mikael siempre estuvo con ella, siempre fue quien la protegió de todo lo que podía herirla… pero, a pesar de que ella no lo sabía, Ezequiel era el único que siempre la había protegido de lo que Mikael no pudo: de lo que sentía por ella. Fue él quien lo obligaba a controlarse, quien seguía los pasos de Valentina cuando Mikael tenía que salir, quien lo detenía a él cada vez que intentaba confesarle que era ella, que siempre había sido ella… Y todo para evitar justo ese abrazo, el que le estaba dando en ese momento… el abrazo que intentaba calmar el dolor de un corazón roto.
*****
Mikael, que no había dejado de observar a Valentina y Ezequiel, se levantó repentinamente cuando vio aquel abrazo que ambos compartían. Se alejó un poco más del lugar donde estaban y, utilizando su destello, desapareció del Jardín.
Al ver el brillo de la luz azul, todos dirigieron su mirada hacia donde Mikael estaba un segundo antes. Todos excepto Valentina, que seguía apoyada en Ezequiel y, aunque pudo sentir unas ligeras punzadas cuando desapareció, no vio cómo se marchaba. Después, miraron a Rafael, y éste negó con la cabeza mientras ponía su mano en el hombro de Samael, que estaba a su lado.
Ezequiel cogió a Valentina con las dos manos por las mejillas para apartarla unos centímetros, con una ternura inmensa.
_Pequeña, espérame un momento. Vuelvo enseguida.
Le besó la frente, aun con su rostro cogido, y se levantó despacio, sin apartar las manos de ella hasta que estuvo en pie. Luego dirigió sus pasos hacia donde estaban sus compañeros.
_No deberíamos dejarlo solo -dijo cuando llegó a la altura de ellos, con la voz suave para que Valentina no lo escuchara-. Nos hemos volcado con Valentina, porque ha perdido demasiado, pero no debemos olvidar que no es la única con el corazón roto. Él está sufriendo exactamente lo mismo que ella.
En ese momento, una intensa luz blanca destelló.
_Pero Mikael no es peligroso -escucharon antes de que el resplandor se disipase por completo.
_¡Gabriel! -exclamaron Samael y Rafael.
_Valentina tampoco lo es -aseguró Ezequiel.
_Te veo muy seguro, Ezequiel. Después de lo que pasó con Anhelo, creo que deberíamos de ir con un poco más de calma a la hora de juzgar a los mestizos. Y más en este caso… Ni siquiera sé cómo sigue desprendiendo tanta calma después de estar tan rota.
_Pero, ¿es que no has visto lo que ha hecho? Si no fuese por ella, Mikael…
_Lo sé. Pero la cuestión no es lo que ha hecho… es lo que podrá hacer.
_Gabriel… -Ezequiel se sentía impotente al no poder defenderla de Gabriel. Él era quien tomaría la última decisión con respecto a lo que pasara con Valentina.
_Ezequiel… -Gabriel se acercó más a él y le puso las manos sobre los hombros, compasivo-. No estoy en tu contra, y tampoco en contra de ella. Pero entiende que no puedo dejarme llevar. La última vez nos costó la vida de dos compañeros, y no puede volver a pasar.
_Lo entiendo… -dijo agachando la mirada-. Es sólo que no quiero volver a perderla. La acabo de recuperar.
_Ahora, eso depende de ella.
En ese momento, vieron aparecer el destello de Mikael, que volvía de nuevo al Jardín.
_¡Valentina! -gritaba con desesperación-. ¡Valentina!
Al notar la agonía con la que Mikael llamaba a Valentina, miraron hacia donde Ezequiel la había dejado sentada, pero la roca estaba vacía. Recorrieron el Jardín con la mirada, y pudieron verla de pie, caminando en dirección contraria al embalse, adentrándose donde el bosque se volvía más frondoso y oscuro, donde el aire llegaba con más dificultad y, a cada paso que daba, los árboles dejaban menos espacio entre ellos para poder atravesarlos y la visibilidad menguaba debido al espeso humo. Se adentraba allí donde empezaba a verse el incendio que quemaba el resto del bosque.
*****
Valentina permaneció sentada, mirando cómo Ezequiel se acercaba a los chicos, andando totalmente erguido. Se preguntaba cómo alguien tan grande podía ser tan extremadamente tierno. Cuando lo vio con Mikael en el merendero no lo reconoció, ni siquiera le resultó familiar, como le pasó con Analía. Y, mientras lo observaba en ese momento, se preguntaba cómo se podía olvidar a alguien así, tan peculiar como era él, con su metro noventa de alto, tan recio y musculoso, con sus vestimentas estampadas con remolinos de llamas violetas y blancas, las puntas de su pelo negro que se volvían púrpuras, y el color plateado de esos ojos de mirada dura y penetrante que no dejaban indiferente a nadie. Ezequiel podía aparentar ser extremadamente severo e intransigente, pero ella tenía claro que sin duda era el más leal de los amigos y que, bajo esa tez oscura y la barba que empezaba a asomar, se ocultaba un corazón que muchos anhelarían tener cerca.
Se estremeció cuando Gabriel apareció con su intensa luz en el Jardín, vestido con una larga túnica blanca con la capucha cubriéndole el cabello, que era del mismo color que ésta, y la piel que era tan alba como la de Mara. Todo en él era deslumbrantemente blanco, exceptuando el dorado del cordón con el que ataba su túnica, el ribete de la capucha y el bordado de lirios que decoraba ambos lados de la espalda, exactamente igual al de la camiseta blanca que solía llevar Valentina.
_Los lirios hacen la forma de unas alas… -dijo en voz baja fijándose en el dibujo de las flores-. Nunca lo había pensado…
En ese momento, Valentina sintió que la punta de flecha se calentaba y se adhería a su piel, quemándole la zona donde se apoyaba.
_Valentina… ¿dónde estás? Cariño, no te escondas…Vuelve a casa…
Como hipnotizada al escuchar esa voz hueca y femenina, Valentina se levantó, sin saber muy bien a donde dirigirse. Se alejó unos pasos del embalse y observó el lugar, buscando de dónde provenía. Miró a los chicos, que estaban tan inmersos en la conversación que tenían, que no parecían haber escuchado nada. Luego miró hacia el bosque y, al parecer, era de allí dentro desde donde la llamaban, así que, echando un último vistazo a los chicos, decidió ir a averiguar quien la estaba buscando, sin pararse a pensar en el espeso humo negro y el olor a madera quemada que salía de allí.
*****
Mikael apareció con su destello en el porche de la casa de Mara y apoyó su espalda en la barandilla de madera, como había hecho cada mañana durante los últimos siete años cuando esperaba a Valentina. Sabía que ella estaba en buenas manos con Ezequiel, que él también haría todo lo que fuese necesario para protegerla, aunque a veces lo negase. Pero verlos en ese abrazo tan emotivo fue más fuerte que él mismo. Le resultaba increíblemente doloroso no ser él quien la tuviese entre sus brazos en esos momento en que estaba tan rota… ahora que era cuando más lo necesitaba, no podía estar a su lado. Al menos, no como quisiera.
Se apartó de la barandilla, dubitativo, y se dirigió hacia la puerta de la casa, que seguía tirada en el suelo desde que el agua arrastró todo lo que encontró en su camino unas horas antes. Cuando entró, observaba el destrozo que había quedado. Una casa que siempre había sido acogedora a más no poder, donde siempre había estado todo recogido y puesto con cuidado en su lugar, con la calidez de un hogar real, de una familia real… Y, en unos instantes, todo eso desapareció, y todo lo que quedaba eran muebles destrozados y tirados por el suelo y un intenso olor a humedad que llenaba el aire.
Mientras observaba todo el lugar, subió las escaleras, con la madera crujiendo bajo sus pies. Llegó arriba, y se paró frente a la puerta de la habitación de Valentina, que estaba entreabierta, empujándola lentamente con una mano para abrirla. El suelo estaba ligeramente mojado pero, a parte de eso, parecía que el agua no llegó más allá. Pasó, volviendo a dejar la puerta como estaba, y llegó hasta la terraza, que estaba abierta de par en par, dejando que el frío viento que soplaba llenase la habitación, así que las cerró, y apoyó una de sus manos en el cristal, mirando hacia fuera unos segundos. Luego, se giró y se apoyó en ella, mirando cada rincón de la habitación. Cuando su mirada llegó a la puerta, la bajó y vio el rincón que había tras ella, donde Valentina se refugiaba hasta que él llegaba las primeras semanas de estar en aquella casa. Fue hasta allí y se sentó, rodeándose las piernas con los brazos y apoyando su barbilla en las rodillas, tal y como estaba ella cada vez que él llegaba a consolarla.
Podía recordar miles de cosas en aquella habitación. Un lugar tan pequeño que, durante siete años, había dado para tanto. Tantas noches de pesadillas y preguntas al principio que, en poco tiempo, se convirtieron en noches divertidas de risas y bromas, o tiernas de abrazos y caricias… En noches frías de película y palomitas, o cálidas de hamaca y terraza. En noches de silencio y paz, o de música y juegos… De una manera o de otra, se convirtieron en noches de los dos, noches que nunca creyeron que perderían.
Mikael levantó ligeramente la cabeza y miró hacia la pared que tenía al lado, pasando la yema de los dedos por la madera que cubría esa zona. Pudo ver su nombre grabado decenas de veces, recordando que , cuando Valentina se ocultaba ahí y no podía llamarlo, se calmaba rayando la madera con las uñas mientras lo esperaba, y siempre acababa escribiendo su nombre. Casi involuntariamente, Mikael hizo aparecer su espada y utilizó la punta para grabar el nombre de ella por encima de todos los suyos.
Puso su mano encima mientras se levantaba y, en ese instante, le pareció que su corazón dejaba de latir durante un segundo. Se quedó rígido y cayó de nuevo al suelo, quedando sentado.
_Valentina… -susurró.
Y se apresuró a volver al Jardín, junto a ella, sin entender qué podía haberle pasado allí.
Apareció ante los otros chicos mostrando las alas y con el traje de combate: pantalón de camuflaje en tonos azules y blancos, y chaqueta con la capucha puesta del mismo color. Las botas de estilo militar eran blancas y estaban acordonadas. Llevaba las cadenas y las llaves colgadas de las correas de la pierna, como de costumbre, y la espada en la mano. Contrariamente a lo que era normal en él, su rostro se mostraba intranquilo y ansioso, mirando con nerviosismo en todas direcciones.
_¡Valentina! ¡Valentina!
Cuando la vio adentrándose en el bosque, echó a correr tras ella.
_¡Mikael! ¡Cuidado!
Pero Mikael no escuchaba nada en ese momento. Cuando pasó la primera fila de árboles, chocó fuertemente contra un muro de energía que no podía atravesar, y salió disparado un par de metros hacia atrás. Rápidamente, volvió a ponerse en pie y se puso frente al escudo, golpeándolo con los puños y con la espada.
_¡Valentina! ¡No! ¡Vuelve!
_Valentina… pequeña… -susurraba Ezequiel, que se había quedado en shock, viendo como Valentina se acercaba irremediablemente al fuego.
_Mikael, ¿estás bien? -preguntó Gabriel-. Ese golpe…
_¡No! ¿Cómo voy a estarlo? Tengo que pasar, tengo que traerla de vuelta.
_Mikael, no puedes cruzar la frontera. Y, por más que te esfuerces no la vas a echar abajo.
_No puede estar ahí, otra vez no… -Mikael soltó la espada, que volvió al brazalete, y cayó arrodillado en el suelo, con los puños apoyados en el muro y las mejillas cubiertas de lágrimas-. ¡Valentina! ¡Me mentiste! Dijiste que no irías a ningún sitio donde yo no pueda acompañarte.
En ese momento, Valentina, que estaba tan solo a un par de pasos del incendio, se giró hacia él, inmóvil. No podía escucharlo ni verlo, pero sentía que estaba ahí, que la llamaba. Dio un paso hacia donde estaban ellos, pensando que se lo estaba imaginando, que Mikael no estaba. Sabía bien que se había ido unos minutos antes… Aun así, esa sensación la hizo salir del estado de semi hipnosis que la envolvía, y sintió el impulso de volver. Pero, de pronto, una llamarada la envolvió, y sintió un calor extremadamente doloroso que le hizo arquear la espalda de manera exagerada.
_¡Mika! -gritó instintivamente.
_¡No! ¡Vuelve! -Mikael se desesperaba, y su impotencia se hacia más que evidente-. ¡Val!
Pero no podía hacer nada. Ninguno de ellos podía. Se quedaron así, mirándola. Ezequiel paralizado unos pasos detrás de los demás, sin creerse lo que estaba pasando; Samael cabizbajo, llorando en el más absoluto silencio; Rafael con la mano puesta en el hombro de Samael, sabiendo que en ese momento no era consuelo suficiente; Gabriel negando con la cabeza, preocupado por lo que pudiera pasar a partir de ese momento; y Mikael horrorizado, gritando su nombre mientras golpeaba de nuevo el escudo de energía con los puños, maldiciendo su imposibilidad de poder hacer algo, mientras veía cómo los ojos de Valentina se volvían dorados y las llamas la devoraban poco a poco tras un grito desgarrador que pudo escucharse antes de que se consumiera por completo.

Capítulo 8. DUELO.
Un solemne silencio y una perturbadora quietud, cubrieron hasta el último rincón del Jardín cuando Valentina desapareció entre las llamas. La suave brisa que unos segundos antes hacía ondear el cabello de los chicos, dejó de sentirse. Ni siquiera las copas de los árboles más altos se movían, haciendo que el susurro que provocaba el rozar de sus hojas también quedara callado. Incluso el agua de la imponente cascada que con tanta fuerza caía, había quedado inmóvil, silenciando así el sonido de cualquier resquicio del lugar.
Después de un par de minutos, un repentino pero leve golpe de gélido viento, devolvió la normalidad al ambiente. Los chicos empezaron a moverse poco a poco, mirándose entre ellos mientras salían de su ensimismamiento. Todos excepto Mikael, que seguía arrodillado frente al escudo de energía, con la frente apoyada en él y los brazos y alas inertes a ambos lados del torso.
Ezequiel lo miraba, sin saber si acercarse a él e intentar consolarlo, o dejarle pasar el duelo durante unos minutos, al menos. Bajó la mirada y decidió dejarlo solo. En ese momento, no se sentía con fuerzas suficientes para poder apoyarlo y, además, él también necesitaba ese momento para recuperarse. Sentía que no estaba del todo completo, que parte de él se había quemado en el mismo fuego que consumió a Valentina, y precisaba recomponerse a sí mismo para sentirse capaz de ayudar a los demás. Luego, dirigió la mirada a Gabriel, que se llevaba las manos a la cabeza, negando con la misma, y vio como su rostro se cubría de preocupación y temor.
_No puede ser, esto no es bueno -decía sin dejar de caminar de un lado a otro-. No puede estar pasando.
Rafael se acercó a él y le puso la mano en el hombro, pero Gabriel se la apartó.
_No, Rafael. De nada va a servir que intentemos aliviar ahora cualquier cosa que podamos sentir. Una vez más, la situación se nos ha ido de las manos.
_Deberías intentar tranquilizarte -decía Rafael con calma.
_Sabiendo lo que era, nunca debimos permitir que se quedara con nosotros, os lo dije. Era de esperar que, de un modo u otro, sólo nos trajera problemas.
_Valentina no ha hecho nada, Gabriel -le contestó.
_No. Pero puede que haberla perdido sea aun peor -replicó.
Ezequiel se acercó y se puso frente a ellos, con la mirada rota de dolor.
_Nosotros no podemos juzgarla. Tú deberías saberlo, Gabriel. Valentina nunca nos dio un solo motivo para desconfiar de ella… aun después de lo que le hicimos.
_No aprendiste nada con Anhelo -le espetó-. Se fue voluntariamente cuando no consiguió lo que quería, y Valentina ha hecho lo mismo. Aunque ahora no esté, sabes que haberla tenido aquí nos traerá repercusiones.
_Valentina no es como su hermano -le contestó Mikael con total convicción, a pesar de que su voz sonaba tenue y quebrada, mientras se ponía en pie y fijaba la mirada en las llamas que seguían consumiendo el bosque.
_La oscuridad siempre formará parte de ambos -dijo Gabriel alzando ligeramente la voz.
Mikael cerró fuertemente los puños, intentando contener la desesperación que se iba abriendo paso en su interior.
_Te digo que ella no es como Anhelo.
_¡Es una mestiza! -gritó Gabriel sin poder contenerse.
En un abrir y cerrar de ojos, Mikael apareció frente a él, rugiendo con fiereza. Desplegó sus enormes alas, mientras mostraba sus afilados colmillos; y su dorada mirada se clavaba, encendida y desafiante, en los ojos extremadamente claros de Gabriel.
_Igual que tú -le contestó al oído apretando los dientes.
La piel de Gabriel se tornó de oro, cubriéndose de finas y brillantes escamas. Sus ojos, completamente blancos, parecían querer atravesar los de Mikael.
_Insolente…
_¿Yo soy insolente? Tú eres el que habla sin saber. Porque no sabes nada de Valentina.
_Es cierto. Tú eres quien debería saberlo todo de ella, ángel custodio -le reprochó mientras le daba golpecitos con su dedo en forma de garra en el pecho, haciéndolo retroceder varios pasos-. Tú eres quien debió protegerla. Tú quien debió consolarla y guiarla cuando más perdida estaba… Tanto que te importaba, y la dejaste sola.
Mikael se vio acorralado entre Gabriel y el escudo que separaba el Jardín del bosque, notando cada una de esas palabras como afiladas flechas que se iban abriendo paso dolorosamente a través de su piel. Acto seguido, ocultó sus alas y agachó la mirada, notando cómo la culpa lo iba debilitando.
_¡Ya basta, Gabriel! -dijo Ezequiel, interponiéndose entre los dos, con su aura encendida-. Creo que ha quedado bastante clara tu posición.
Gabriel les dio la espalda y se dirigió junto a los demás, volviendo a su apariencia inicial.
Por su parte, Ezequiel se giró hacia Mikael, que mantenía su espalda apoyada en el escudo de energía y permanecía cabizbajo, aun con los puños apretados, tan fuertemente que él mismo se abría heridas en las palmas de las manos.
_¿Por qué lo hice? -se reprochaba.
_Mikael, no te autocastigues así -dijo, sujetándole las manos para calmarlo.
_Quizás, el dolor físico me haga más llevadera su ausencia. No sé estar sin ella -levantó con pesadez la mirada para fijarla en Ezequiel-. ¿Cómo me voy a perdonar esto?
Ezequiel le sujetó con firmeza los brazos.
_No tienes nada que perdonarte. Todo lo que has hecho, ha sido por ella, y lo has hecho de la mejor manera que has podido.
_Y no ha sido suficiente. No estuve con ella.
_No deberías de tener en cuenta las palabras de Gabriel. Después de la experiencia con Anhelo…
_Pero tiene razón -lo interrumpió-. No me quedé a su lado, la dejé sola.
Ezequiel hizo aparecer de nuevo su destello violeta, con la intención de aliviar un poco el inmenso dolor y la agonía que reflejaba el rostro de Mikael.
_En ese momento, estaba conmigo. Te fuiste porque estaba yo para protegerla, y ni siquiera vi que se marchaba -dijo afligido-. No ha sido culpa tuya.
_Es cierto -le contestó repentinamente, dándole un empujón en el pecho que le hizo retroceder un par de pasos atrás-. ¿Dónde te habías metido? ¿Cómo pudiste permitir que cruzara la salvaguarda?
La tristeza que unos segundos antes se reflejaban en los ojos de Mikael, dieron paso a una repentina ira que, a duras penas, podía controlar. Se alejó de Ezequiel y llegó hasta la orilla del lago, arrodillándose en la roca donde Valentina había estado antes de adentrarse en el bosque, para mirar su reflejo en el agua, exactamente de la misma manera en que lo hizo ella unos minutos antes. Notó un escozor en sus ojos y no opuso resistencia cuando las lágrimas, irremediablemente, se abrieron paso a través de sus mejillas.
_Lo siento, Val -se lamentaba-. Te amo.
El dolor por haberla perdido, volvió a golpearle sin previo aviso y, haciendo uso de su destello azul, desapareció una vez más del Jardín, intentando aliviar el peso de su desdicha con un fiero rugido que sonó aun después de su partida.
_Mikael… -susurró Ezequiel sin tratar de esconder la culpa que lo atormentaba ni el pesar que quebraba todo su ser y que, un momento antes, intentaba ocultar a su amigo.
Se dejó caer al suelo, sentándose en el césped con las rodillas flexionadas, los brazos apoyados en ellas y la mirada perdida en el agua que caía de la cascada, mientras su aura seguía resplandeciendo.
Unos segundos después, Samael se sentó a su lado.
_Tu poder para aliviar el sufrimiento y la angustia, no sirve contigo mismo -dijo apoyando la cabeza en su hombro.
_Lo sé… -contestó sin fuerza.
_Sin embargo, a mí me hace tanto bien…
_Eso ya es un consuelo. Aun hay algo para lo que sirvo.
_Ezequiel, todos hemos intentado protegerla de alguna manera. Pero teníamos que respetar su voluntad.
_Y, ¿su voluntad fue que la consumieran las llamas del otro lado? -preguntó mientras las lágrimas resbalaban por su rostro.
_Fue su voluntad cruzar la frontera, de lo contrario, Mikael hubiera percibido el peligro antes.
_No sabía dónde se adentraba, y yo fui quien debía cuidar de ella en ese momento. Mikael no le hubiera quitado la vista de encima ni un solo segundo de haber estado aquí. Delegó en mí, y le fallé. Fallé a los dos -se reprochaba.
_No tenemos que buscar culpables, Ezequiel. Gabriel tiene razón en preocuparse por la reacción que puedan tener Rossier y Anhelo, pero el motivo no es que tú, ni ninguno de nosotros, la hayamos dejado ir. Los cuatro estábamos aquí cuando pasó. Pero sabes lo que pasa cuando alguien como Valentina se va, su alma regresa a quien la trajo a la vida, llevándole con ella todo lo que sabe… Y Valentina sabía muchas cosas. Eso los puede favorecer en sus planes, y tenemos que estar preparados. Tú, junto a Uriel, eres el único que puede despejarnos la mente y, así, ayudarnos a que nos recuperemos.
_Lo siento, es que… Llevo tantos años teniendo que esconderme de ella… -su voz sonaba entrecortada por el llanto-. La acababa de recuperar, Samael. Podía volver a estar cerca de ella sin ocultarme, volver a tocarla, a abrazarla, a sentirla de nuevo como lo que siempre fue… mi pequeña -terminó susurrando.
_Te entiendo… -se limitó a decir Samael.
Ezequiel lo miró, sintiendo en ese momento que había sido terriblemente egoísta al decir esas palabras. Samael era el padre de Valentina, tampoco debió de ser fácil pasar todos aquellos años sin poder acercarse a su hija, viéndola únicamente durante sus sueños, para protegerla de quien quería hacerle daño. Y también él la había perdido. Lo abrazó sin decir nada, haciendo brillar su aura con mayor intensidad.
_Gracias -sonrió Samael.
Ambos, levantaron la mirada al sentir que una sombra les tapaba la luz.
_He estado hablando con Gabriel, y creo que nos hemos dejado llevar por lo que hemos visto, sin pararnos a pensar -dijo Rafael, agachándose para quedar a la altura de ellos-. Ezequiel, le dijiste a Valentina que, a veces, las cosas no son lo que parecen, que hay que fijarse en los detalles más insignificantes, ¿cierto? -le dijo, pasando el reverso de su mano por la mejilla de Ezequiel para secar sus lágrimas y calmar su dolor.
_Sí -contestó a secas, intentando averiguar a dónde quería llegar.
_Nos estamos volcando en lo que le ha pasado a Valentina porque ha sido un golpe muy duro. Pero, a mi parecer, lo realmente preocupante ahora mismo, es lo que pueda pasar con Mikael.
_No pensarás que puede hacer alguna tontería… -dijo Samael.
_No… voluntariamente.
Ambos lo miraron extrañados, pidiendo una explicación con la mirada.
_¿Os habéis fijado en el comportamiento que ha tenido en los minutos siguientes a la pérdida de Valentina? Estaba descontrolado, no podía dominar sus emociones.
Ezequiel recordaba el dolor que emanaba Mikael por cada centímetro de su piel cuando quedó arrodillado frente al escudo, y cómo pasó a transformarse en odio cuando se enfrentó a Gabriel. Después, lo consumía la culpa por haber dejado sola a Valentina, para dar paso en pocos segundos a la ira que lo hizo empujarlo a él. Y, al final, terminó por quebrarse completamente y llenarse de tristeza cuando se acercó al agua a pedirle perdón a una Valentina que ya no estaba a su lado.
_La impresión de ver a Valentina envuelta en llamas, ha hecho que pasemos por alto algunos detalles que he podido ver después de que tu aura brillase y aclarase mis ideas -dijo poniendo una mano en el hombro de Ezequiel-. Así que ahora pregunto: ¿Qué es lo que hace que podamos dominar nuestras emociones? ¿Qué nos da ese control?
_El alma… -susurró Ezequiel dejando que un haz de esperanza se dejara ver en sus ojos plateados-. Tengo que encontrarlo, debe de estar totalmente perdido -dijo levantándose apresuradamente del césped.
_Ezequiel, espera -Rafael lo paró cuando se puso en pie, sujetándolo por la muñeca y levantándose con él-. Tienes que saber que Gabriel no piensa igual que yo. Mikael no debió enfrentarse a él -dijo preocupado-. Eso le va a perjudicar. Nos perjudicará a todos, en realidad.
_Pero no era consciente de lo que hacía.
_Lo sé, pero no he podido convencerle de que estoy en lo cierto. Va a llamarlo para que lo juzguen y, en cuanto haga el acta, le quitarán el don.
_¿Van a hacerlo humano? ¿A nuestro guerrero? -Ezequiel se sentía escandalizado-. Tal y como están ahora las cosas, eso sería condenarnos.
_Eso también lo sé. Intentaré ganar tiempo. Tú encuéntralo antes que ellos y habla con él.
_Mientras tanto, yo iré a por Uriel. Él podrá ayudarnos -dijo Samael, que había permanecido sentado hasta ese momento. Y, acto seguido, se fue del Jardín, sin despedirse si quiera de los otros dos chicos.
Unos segundos después, Rafael abrazó a Ezequiel, haciéndole saber que también se iba a marchar. Cuando éste notó que se separaba, lo paró, estando aun muy cerca de él, y lo miraba con una preocupación diferente a la que expresaba anteriormente.
_¿A qué viene esa mirada? Pensaba que, por pequeña que sea la posibilidad, ahora tendrías un motivo para sonreír.
_No sé qué voy a hacer cuando lo encuentre. ¿Cómo le voy a hablar de estas cosas? Con el desorden que debe de haber en su interior, ni siquiera sé si querrá escucharme… o si le importará, al menos. Ahora mismo, Mikael es todo caos.
_Cierto. Y el caos, llama al caos, por eso no podemos dejarlo solo, y nadie mejor que tú para este trabajo. Tú lo controlas, y sé que encontrarás la manera de traerlo de vuelta.
Rafael le apretó con la mano en el hombro, a modo de despedida, y después se fue, dejando una brillante estela verde en su lugar.
Ezequiel, por su parte, se acercó a paso lento hacia el agua, meditabundo, hasta llegar a la orilla.
_¿Dónde estás, Mikael? -dijo levantando la mirada hacia el cielo.
Cerró los ojos, respirando hondo un par de veces. Después, saltó de cabeza al lago, y sus enormes alas blancas se dejaron ver, para envolverlo un segundo antes de alcanzar el agua, y dejarlo caer como Hydra, que fue nadando velozmente hacia el portal que se escondía en el fondo, tras la cascada que unos minutos antes había quedado inmóvil.
*****
Mikael apareció en el espigón de la playa, con su pelo negro y los ojos que habían vuelto a su color azul de siempre.
Es esos momentos, no quedaba nada de la calma que siempre lo había caracterizado. Se acercaba inquieto a la última roca y volvía hasta el faro, que estaba a unos pasos. Sus gestos eran impulsivos, lo que parecía acompañar al clima ventoso, que esa tarde dejaba un ambiente húmedo y oscuro, aunque con el mar extrañamente calmado.
Al final, acabó sentándose en el borde del faro, agarrándose tan fuerte al hormigón que se quedó con un trozo en cada mano. Soltó uno de ellos, que fue rodando hasta el agua, rebotando entre las rocas. Después, lanzó el otro con fuerza, haciendo que llegara a varias decenas de metros de donde estaba. Agachó la cabeza y se cogió el pelo, intentando calmarse.
_¿Qué te pasa, Mikael? -se decía a sí mismo, meciéndose-. Cálmate, este no eres tú.
Se puso en pie, y sentía que todo le pesaba en exceso. Se quitó la chaqueta y la camiseta, pero el agobio persistía. Se deshizo de sus botas y desabrochó las correas de su pierna derecha dejándolas en el suelo, con las llaves y las cadenas. Incluso notaba que los dos brazaletes tiraban demasiado de sus brazos, así que los dejó junto a todo lo demás.
La temperatura de su cuerpo empezó a subir y sentía que todo el torso le escocía. Decidió meterse al agua para calmar su piel y relajar la tensión de sus músculos, pero la sensación no desaparecía.
Pocos minutos después, salió, sacudiéndose la cabeza para quitar el exceso de agua de su pelo. Mientras tanto, como salidos de la nada, aparecieron ocho hombres recios y de tez paliduzca, con la melena grisácea y un intenso olor a madera quemada en su piel… exactamente iguales a los que atacaron a Mikael y a Mara la otra noche.
Mikael se vio acorralado por ellos y se puso en posición de combate. Uno de los hombres lo atacó sin contemplaciones, pero Mikael lo esquivó sin ningún problema. Lo que no vio, es que otros dos habían saltado contra él, y consiguieron derribarlo, mientras el primero se acercaba al grupo y los demás seguían formando un corro.
_¿Qué piensas hacer ahora? -dijo uno de ellos, sonriendo malévolo-. No tienes ninguna oportunidad.
_Al final va a resultar que no eras tan inútil… -dijo una voz hueca y femenina, que sonaba un poco más alejada.
Mikael consiguió desasirse de sus atacantes, poniéndose en pie, pero seguía rodeado. Forzó la mirada para poder ver un poco más lejos, ya que el cielo se había cerrado tanto, que la oscuridad era casi total. Tras el faro, consiguió ver una figura esbelta, alta y con la melena recogida en un elaborado peinado. A su lado, había alguien más, un poco más bajita y a quien ponía la mano en la cabeza y la acariciaba, como si de su mascota se tratase.
_Rossier… Anhelo… -dijo Mikael entre dientes.
Apenas podía distinguir algún detalle de su rostro en la oscuridad, pero hubiese conocido esa voz y esa silueta en cualquier lugar.
_Mi niño Anhelo ha sabido muy bien cómo acabar contigo. Y una vez estés fuera, ninguno podrá hacerme frente -dirigió su mirada a los hombres vestidos de negro-. Todo vuestro -dijo marchándose instantáneamente.
Mikael pudo comprobar como aquellos cuerpos se iban deformando. Se doblaron hasta tocar con las manos en el suelo y empezaron a ensancharse. Sus ropas se rasgaron hasta que sólo quedaron pedazos tirados por el suelo; sus pieles se cubrieron completamente de pelo de color terrazo y sus manos de garras afiladas. Una vez terminado el cambio, Mikael se vio rodeado por cinco hieracoesfinges, con sus musculosos cuerpos de león y su cabeza de halcón.
La ira volvió a hacerse evidente en los ojos de Mikael. Dirigió su mirada al suelo, pero sus cosas no estaban donde las había dejado, así que no podía hacerse valer de su espada ni de su escudo. Decidió mostrar los dientes, pero tampoco le sirvió de nada, no podía cambiar a su forma natural, ni utilizar su destello para salir de allí. La cabeza no hacía más que darle vueltas, intentando explicarse a sí mismo qué estaba pasando.
Supuso que Rossier tenía razón. Anhelo había conseguido acabar con él. En ese momento estaba solo y desarmado, cosa que nunca debió hacer conociendo su vulnerabilidad tras la pérdida de Valentina. Se dejó llevar, y en ese momento era demasiado tarde para solucionarlo.
Cuando vio que sus atacantes se disponían a lanzarse contra él, abrió los brazos, miró al cielo y cerró los ojos, dispuesto a no ofrecer resistencia. Sintió un fuerte temblor en el espigón que lo sacudió todo y, seguidamente, el tremendo golpe de uno de los seres, que lo había lanzado contra el faro y lo dejó aturdido, llevándose las manos al abdomen e intentando abrir los ojos para ser consciente de la situación que tenía delante. Frente a él, sólo quedaba una de las criaturas, que se acercaba de nuevo a él, amenazante. Mikael miró a su alrededor, buscando a las demás, y pudo ver que habían caído al agua, seguramente debido al temblor que se había sentido unos segundos antes bajo sus pies.
Intentó ponerse en pie con un terrible esfuerzo, pero el ser que tenía delante, se volvió a abalanzar y se puso sobre él, poniendo una de sus zarpas sobre la pierna del chico y rasgando su piel y sus músculos con las garras. Mikael gritó de forma desgarradora, llevándose las manos a la pierna. Jamás pensó que un dolor físico pudiera infringirle tanta agonía. La criatura que tenía sobre él soltó un gañido aterrador y se dispuso a atacarle de nuevo, lanzando su afilado pico contra el cuello de Mikael. Éste, cerró los ojos y se cubrió con el brazo, en un gesto tan involuntario como inútil por defenderse. Notó un ligero zarandeo y un corte en la zona de su clavícula izquierda y otro, un poco más profundo en el brazo con el que se cubría la herida de la pierna.
Viendo que no sucedía nada más, abrió poco a poco los ojos y, apretando con fuerza los dientes por el dolor que sentía, consiguió incorporarse y apoyarse en el faro, que había quedado agrietado en algunas zonas por los golpes y los temblores. Miró hacia el agua y vio, de refilón, una enorme silueta negra con vetas malvas. Evidentemente, no necesitó ver más para saber quien era, por lo que se permitió relajarse un momento.
Un par de minutos después, Ezequiel apareció con su destello junto a Mikael.
_Si que has tardado en venir a por el último -le dijo, intentando bromear para quitar importancia a la situación.
_Lo siento -decía Ezequiel mientras le tendía los brazos para ayudarlo a ponerse en pie-. Las siete cabezas de Hydra no daban para uno más. Y, antes de volver, tenía que llevarlos hasta la puerta.
_¿Qué haces aquí, Ezequiel? -preguntó volviendo a un tono más serio.
_He venido a por ti. Y menos mal que te he encontrado a tiempo… -Ezequiel pasó la mirada por la pierna y la clavícula de Mikael-. Mikael…
_¡No! No deberías haber venido -golpeó el brazo de su amigo para que lo soltara, y sólo consiguió desequilibrarse y caer sentando de nuevo.
_No te voy a dejar solo, ya hemos perdido demasiado.
_Pero, ¿no entiendes que no puedo seguir?
_¡Mikael! ¡Ya está bien! -Ezequiel alzó la voz-. Esto no es sólo por ti, nos van a condenar a todos. Abre los ojos, te van a juzgar.
_Lo sé -contestó con la mirada perdida, observando cómo goteaba la herida de la pierna-. Ya me han quitado el don. No puedo cambiar ni utilizar mi destello. Y mi armadura ha desaparecido -decía con la voz vencida.
Ezequiel le mostró su mano cerrada, con algo que había sacado del agua, y Mikael se giró a mirarlo al ver un pequeño destello plateado.
_Ha desaparecido todo, menos esto -dijo abriendo la mano y dejando ver a Mikael uno de sus brazaletes.
_Mi escudo -dijo sorprendido-. ¿Por qué…?
_Porque ya no es tuyo -le interrumpió Ezequiel-. ¿Recuerdas lo que prometiste en este mismo lugar?
Mikael recordaba cada instante que había pasado ahí. Recordaba la última vez con Valentina, aquel momento al que tantas veces había querido regresar, cuando la tenía tan cerca de él que podía sentir su respiración en los labios, cuando podía percibir el latido de su corazón bajo la palma de su mano mientras ella le entregaba el alma… Y sí, recordaba que ella le puso el brazalete que tenía el escudo bordado para protegerlo, y él le prometió que se lo devolvería.
_Valentina… -susurró-. Pero ahora…
_Mikael, tenemos que hablar, por eso he venido -Ezequiel se puso a su altura para clavar sus ojos de plata en los azules de Mikael-. Valentina está viva.

OPINIONES Y COMENTARIOS