Con lentos braceos remuevo las horas, y ellas toleran mi falsa paciencia.

Me acerco al teclado y toco una pieza

que no ha sido escrita.

Se abren compuertas y fluyen palabras

que estaban perdidas.

Irrumpen, salpican, despliegan su celo.

Batallan, se juntan, pareando sus letras.

Todas se fecundan.

Ya no se separan de la gentil sombra que dan los poemas.

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