Lateral mente

«El poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado
desarreglo de todos los sentidos.»

Rimbaud, 1871, p. 3.

Soy tiempo, aquello que arrasa con todo; el acelerado ritmo del irremediable viento. No sé si soy una línea o un espiral, tu percepción es mi medida. Ahí me tienes anclado porque cada estímulo es una variación, un segundo. Por ende, me transformo en ilusión. ¿Qué tan preciso soy yo, el ahora? Si yo, el ahora, fuera una duración real, una parte de mí sería antes y la otra después. Estás en medio del párrafo conmigo, el inicio de este ya es pasado, pero tu lectura aún tiene un lugar en mí; yo, el ahora. Apoyo mi codo sobre el hombro de tu memoria. Determino las posibilidades a mi antojo; les doy vida a cada una de ellas y creo un mundo en el que puedan correr como delicadas capas, como aquellas escenas nunca antes vistas caracterizadas por la existencia en el olvido. A veces me ignoras por completo, lo sé. A lo mejor aún marcho con desesperada paciencia, quizás algún día me detenga.

Y espacio, este suelo firme que se agrieta o esta armadura que solía ser de textura considerablemente áspera, esta misma que fue desvaneciéndose como una lluvia de espesos granos de arena, su función era una distracción. Tangible o imaginario, me presento como íntimo amigo de tu imaginación. Digo que estoy anclado por mis raíces entrelazadas a la tierra, aquellas infinitas terminaciones capaces de transmitir la riqueza de la vida que también ha cultivado estas arrugas en mi corteza. Limito tus movimientos a mi alcance, tu cuerpo es una celda, eres tu prisionero. Cuando no puedas observarme, tócame, siénteme como las olas o la madera. La versatilidad me agobia, a la suavidad o al fuego con placidez podría representar. Con gusto, en mí chocan las ondas y exijo que se me reconozca como una especie de frecuencia.

También aquello que está en medio, la consciencia, el desasosiego, el placer. No soy estable, ni estático, al contrario, asimilo la incertidumbre y le doy buen paso al miedo He resistido el peso de los días más cálidos y oscuros, la tempestad, el equilibrio y el caos a la vista. La lucidez que me ha estremecido, el sabor a vida, una mínima degustación del todo. Alrededor danzan otros, todos diferentes, no solo los veo, los observo, me aprecio, quiero comprender. Y la música, ¿qué sería de la música sin la madera? Peor aun, ¿qué sería de mí sin la música?

Soy tiempo
Soy espacio
Soy aquello que está en medio.

Referencias
Rimbaud, A. (1871). Cartas del vidente. Madrid. Poesía Hiperión.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS