Salgo de la oficina un poco más temprano de lo usual, pero aún no quiero llegar a mi apartamento. Nunca me he quejado de lo que es mi vida y de lo que he logrado, pero hoy especialmente, me siento algo aburrido de mi marcada rutina.
Tengo grandiosas personas a mi lado y me considero afortunado. Mi loca hermana menor, mis padres y mi mejor amigo, quien se casará con mi pequeña hermana este fin de semana. Niego y sonrío recordando lo bien que se sentió golpearlo cuando me dijo que estaba enamorado de ella. Aunque debo reconocer que me da cierta envidia la relación que tienen y lo bien que se llevan. Yo nunca he tenido nada así. Mis relaciones siempre han sido superficiales y ellas terminan quejándose por lo aburrido que soy.
Recibo un mensaje de mi madre recordándome que debo pasar por mi esmoquin para la boda antes de ir a la cena de ensayo de esta noche, y bufo. Debo dar gracias a que vivo sólo. No podría soportar a esas dos mujeres en este momento. Pobre de mi amigo Max.
Una gota de agua cae sobre mi oreja y la toco como actoreflejo, otra gota cae sobre mi nariz y levanto la mirada al cielo con una sonrisa. Acepto que me gusta mucho la lluvia, ver cómo se lleva lo malo y purifica todo a su paso… Pero esas tonterías no me sirven ahora. No puedo mojar mi traje si quiero llegar intacto a la cena de ensayo. Sino, quien se aguanta a mi madre.
Lo normal sería, ir rápidamente a mi apartamento, que no está lejos, para descansar un rato y luego cambiarme para ir, pero yo no soy el que se casa y por alguna razón, hoy no me quiero esforzar en absolutamente nada. Hace tanto tiempo que no me dejo llevar por el momento, siempre encerrado en las cuatro paredes de la oficina y las de mi apartamento. Además, también he tenido suficiente con tener que soportar llamadas para preguntarme sobre colores que me parecen iguales y materiales que nadie notará.
Cuando la lluvia aumenta de intensidad, me veo obligado a entrar a una cafetería en la calle de enfrente. Eso sí que es oportuno. Sacudo mi saco y mi cabello sacando el exceso de agua, y entro al pequeño lugar.
—Ten cuidado —se queja una mujer que viene entrando cuando la mojo y sonrío algo apenado.
—Lo siento —me disculpo sinceramente y ella rueda los ojos.
¿Por qué las personas tienen que ser siempre tan malhumoradas? Como si con ello pudieran mejorar algo de sus vidas.
Me encojo de hombros restándole importancia y empiezo a recorrer el lugar con la mirada dejándome llevar por el relajante olor del café. Es un lugar que se siente muy acogedor, con sus paredes beige decorado con fotos del lugar, afiches y cuadros con mensajes positivos. Me agrada mucho. Está a reventar de gente y no hay mesas disponibles, solo grupos de amigos o parejas riendo y platicando. Se escucha de fondo una música instrumental suave y tranquila.
Llego a la barra y un hombre sonríe a través de su espesa barba canosa.
—¿Qué te sirvo, muchacho? —pregunta con suma amabilidad.
Ojalá en la oficina todos fueran así. Creo que estoy cansado de lo cuadriculada que es mi vida.
—Un café moca, por favor.
Asiente y se aleja. Tamborileo la barra con mis manos y vuelvo a recorrer el lugar. La mujer de antes me mira y sonríe pareciendo un poco más relajada, le devuelvo el gesto y regresa la atención a su amiga, con la que habla muy animada. Parece que todo su mal humor se ha ido.
Las personas en todo el lugar se ven tranquilas, como si estuvieran en su lugar soñado.
En su cielo.
Y ciertamente, este lugar trasmite esa comodidad y tranquilidad. Mucho mejor de lo que se siente mi propia cama cinco minutos antes de levantarme para un aburrido día en la oficina.
—Toma, muchacho.
Vuelvo con el señor y tomo mi café. Lo llevo a mi boca y sonrío al sentir el amargo sabor cubrir mis papilas gustativas, el dulce del chocolate y el calor de la bebida recorrerme por dentro. Definitivamente, a este lugar no le hace falta nada para ser perfecto.
Echo un nuevo vistazo al lugar, para ver si alguien ha dejado alguna mesa libre y poder tomarme un tiempo de reláx, pero solo encuentro una silla junto a la ventana frente a una chica con audífonos que está leyendo y tiene su cabello castaño claro regado en la mesa cubriendo el libro.
Luego de pensarlo por unos cuantos segundos y cansado de estar de pie, decido acercarme.
—Hola —saludo, pero no recibo respuesta.
Golpeo la mesa con mis nudillos y levanta la mirada sin abandonar su posición encorvada, pero haciéndome perder en sus suaves ojos verdes con destellos miel detrás de esos lentes gigantes de acetato negro.
—Hola —repito y retira uno de sus audífonos mientras endulza mi día con esa sonrisa.
Sus mejillas se levantan y sus ojos se achinan un poco. Eso es algo que he visto en muchas personas, incluso en mi madre; pero por alguna razón, en ella se ve extremadamente tierno.
Ríe mostrando sus perfectos dientes blancos y el piercing en su lengua, chasquea los dedos frente a mí y espabilo confundido. Rasco mi cuello con incomodidad. Parezco un verdadero idiota.
—Si lo pareces, muchacho —dice un hombre mayor detrás de ella riendo junto a la mujer que lo acompaña y frunzo el ceño.
—Dijiste que pareces un idiota —dice la chica sonrojada, pero con esa hermosa sonrisa y golpeo mi frente.
—Parece que pensé en voz alta.
—Si. Eso parece.
Y por alguna confusa razón no quiero que deje de sonreír.
Su voz es tranquila y suave, como un relajante arrullo que no quieres que se detenga. Carraspeo tratando de sacar un poco mi vergüenza y me decido a hablar.
—¿Estás esperando a alguien? —Ladea la cabeza un poco y levanta las cejas irguiéndose. Parece que no fui muy claro y más, luego de quedarme mirándola como un acosador—. Es que la cafetería está llena y no hay más sillas disponibles.
—Si puedes sentarte.
Sonrío y ella baja su mirada nuevamente al libro mordiendo su labio. El hombre de hace un momento sonríe y levanta el pulgar hacia mí. Niego y me siento frente a ella.
La escucho tararear una canción que creo reconocer, mientras sus ojos siguen las letras y sonríe con ellas. A veces me pregunto, ¿Cómo es que hay personas que pueden hacer eso? O más bien, mujeres que pueden hacerlo.
O escucho música o leo… Nunca ambas.
Decido dejar de comportarme como un acosador, pero mi esfuerzo de apartar la mirada se ve truncado cuando pasa su brazo derecho detrás de su cabeza y corre su cabello con su mano sobre su hombro derecho, dejando ver su delicado cuello bronceado que está rodeado por una delgada cadena de oro y unas estrellas tatuadas que suben por su hombro izquierdo.
Un simple gesto que provoca que me pierda.
Suspiro y doy un sorbo a mi café, terminándolo antes de llevar mi vista a la ventana que está junto a nosotros. La lluvia parece no querer mermar, el vidrio está empañado y gotas bajan rápidamente permitiendo ver pequeñas hileras de la calle inundada, con carros recorriendo las azoladas calles. El cielo está oscuro y tal parece que nos espera un gran diluvio.
—¿Te gusta la lluvia?
Me giro hacia la hermosa chica y me vuelvo a quedar como idiota mientras lleva su tazón de chocolate a sus labios.
—Si. Su sonido es muy relajante. —Sonríe y deja el tazón en la mesa al lado del libro—. Tienes espuma —digo señalando sus delicados labios y ríe.
Saca su lengua perforada y la pasa sobre su bigote con una delicadeza atrayente.
—¿Listo? —Asiento y retira sus lentes dejando deslumbrar sus bonitos ojos de color verde—. En casa de mis padres, me gustaba sentarme en el porche y ver los rayos caer y decorar el oscuro cielo.
—Es increíble como algo tan hermoso también puede ser destructivo —digo mirándola fijamente y sonrío cuando se sonroja.
—Pienso igual.
Baja la mirada y toma nuevamente su tazón.
Bajo también mi mirada a mi taza vacía y la miro bajo mis pestañas, no quiero apartar mi vista de ella. Como si quisiera memorizar y aprender cada uno de sus gestos.
Es como un bello ángel que ilumina todo a su alrededor cuando sonríe. Es muy hermosa.
Estoy acostumbrado a ver y salir con muchas mujeres, pero siempre es como si no encontrara lo que necesito. Siempre preocupadas por su apariencia, otras por los deberes y otras, por su vida profesional. Como si cosas como esas nos dieran la felicidad.
Pero aquí está ella, una mujer que parece despreocupada, sin rastro de maquillaje en su piel y que es capaz de transmitirme una tranquilidad irreal.
Las personas no suelen valorar la belleza en pequeñas cosas como la caída de un simple rayo. Siempre preocupados por lo que deben tener.
¿Qué placer existe en comprar el televisor más grande del mercado si nunca tienes tiempo de verlo por estar trabajando para comprar más cosas?
Al verlo de esa manera, me empiezo a sentir como un imbécil que se deja llevar por el consumismo.
—Micaela.
Aparto mi mirada de su chocolate y observo la mano que me tiende.
—Theo —contesto recibiendo su mano y sonrío al sentir la suavidad de su piel.
Como una deliciosa seda que capta toda mi atención. Escuchamos unas risas y ambos giramos soltando nuestras manos. Ella se gira hacia la ventana nuevamente y agacha su cabeza, al levantarla, saca una cámara fotográfica. Apunta hacia las personas del lugar que ríen y parecen felices, como si fuese el día más soleado del año.
—Eres fotógrafa —afirmo y ella niega.
—Es sólo una afición. —Se encoje de hombros y la toma nuevamente. Me apunta con ella y cubro mi rostro evitando que tome la foto—. Oh, vamos. ¿Le tienes miedo a una tonta cámara?
—Miedo a lo que harás con esa foto, sí.
—No me des ideas —dice abriendo sus ojos y moviendo sus dedos—. Me pueden dar ganas de volverme una bruja y hechizarte.
Una hermosa bruja que me tiene idiotizado.
—Ahí tienes —digo y ríe divertida por mi respuesta, bajo mi cabeza sin borrar mi sonrisa, para no volverme a quedar como un estúpido perdido, pero un flash llama mi atención y levanto la cabeza nuevamente.
—Oye. Eso es trampa. —Ríe a carcajadas cuando me quejo por fotografiarme y presiona algunos botones en su aparato. Me lo enseña y sonrío al ver lo bien que ha quedado. No soy fotogénico, pero al ver esto me doy cuenta de que los del problema son los que me han fotografiado antes—. Es muy buena teniendo en cuenta que ha sido espontánea.
—No te imaginas lo que podrías aprender de una persona cuando es espontánea.
—¿Como que eres una acosadora en potencia?
—Por ejemplo —dice con una nueva risa y ahí estoy yo, otra vez sonriéndole a esta preciosa chica como si fuera el idiota más grande del mundo.
Micaela levanta la mano y una mujer con delantal se nos acerca saludándola por su nombre. Me gusta cómo se escucha su nombre, así solo sea en mi cabeza.
—¿Qué tomas? —pregunta.
—Moca.
Asiente y se dirige hacia la mujer nuevamente.
—Dos cafés mocas y el mío con malvaviscos.
Imposible que no haga que me antoje.
—El mío lo quiero con crema batida.
Vuelve a ríe cuando hablo y me da el visto bueno.
—También cuatro rollos de canela.
Apoyo mi espalda a la silla y suspiro sin apartar mi mirada de la suya. Me siento estúpido, pero es agradable. Una muy agradable compañía.
—Espero te guste el dulce —dice cortando nuestro contacto visual y guarda su cámara y el libro.
—¿Quién podría vivir sin él?
—Exacto —chilla y río.
La pareja detrás de ella me mira con una gran sonrisa. Micaela sigue mi mirada y los saluda de una manera muy efusiva, entablando así, una conversación sobre los sabores dulces.
Se nota que es una persona bastante abierta y espontánea, amigable y demasiado dulce. Como si todo a su alrededor fuera perfecto y feliz.
Es tan extraño ver a una persona como ella hoy en día.
En mi trabajo todos son mecánicos y aburridos, centrados en lo que deben hacer siguiendo las aburridas normas, sentados en sus escritorios. Yo soy el adulto aburrido y ella el principito que ve lo hermoso en todas las cosas, pero lo hermoso que yo veo ahora, es a ella.
—Deberías probar el pastel de manzana de mi esposa —dice el hombre mayor ilusionado—. No hay nada mejor en este mundo.
Su esposa se queja sonrojada, pero sonríe con auténtica felicidad.
—Tiene tanta suerte —dice Micaela alucinada y me siento perdido.
¿Suerte por comer pastel?
—Ella es quien endulza mi vida. Eso no se encuentra a menudo a la vuelta de la esquina. O en una cafetería al azar, ¿cierto chico?
Frunzo el ceño sin entender de qué rayos habla, pero asiento ante las palabras del hombre. Creo que tengo que dejar de perderme en esta mujer y concentrarme en lo que dicen. Me siento un idiota por no saber de qué rayos hablan.
Los señores se despiden amablemente y los vemos salir de la cafetería. Abren un paraguas amarillo y se abrazan dándose calor perdidos en ellos mismos. Los vemos a través de la ventana empañada alejarse por la aún lluviosa calle caminando lentamente, sin ningún afán.
—Es genial, ¿no crees? —dice ella sin apartar su mirada de la ventana, pero yo ahora solo la veo a ella.
—Sí, es genial.
Ella es genial.
La mesera llega con el pedido y río cuando acerca su rostro para oler los rollos de canela y suspira como si estuviera en el cielo.
Mi teléfono suena y meto mi mano en mi saco, ruedo los ojos al ver de quien se trata.
—Hola, mamá.
Mi ángel me mira con una sonrisa traviesa.
—Theo, cariño. Ya envié por tu esmoquin.
Primero me dice que vaya por él y ahora ya lo tiene. Terrible costumbre de quererlo controlar todo.
Veo como Micaela saca un dedo y lo estira hacia mi moca.
—No te atrevas —susurro apartando el teléfono y con rapidez unta su dedo con mi crema batida y ríe llevando su dedo a la boca.
Sus ojos brillan y pestañea de manera infantil en mi dirección mientras chupa su dedo. Esta mujer es una maldita visión. Hago un gesto rendido volviendo a mi llamada y ríe con más fuerza hundiendo sus dedos en su moca, saca un malvavisco y lo unta con mi crema batida y polvo de cacao. Se lo lleva a la boca chupando sus dedos nuevamente.
Santos dedos…
—…así que no olvides traerlo —escucho al otro lado de la línea sin prestar atención.
—Claro que no, mamá.
Ni siquiera sé lo que me ha pedido. Eso solo significa problemas al llegar.
—Max quiere hablarte —dice y me vuelvo a concentrar en la visión que tengo frente a mí cuando vuelve a untar otro malvavisco con la crema, pero esta vez estira su mano hacia mí y me insta a que abra la boca.
Corto la llamada sin que me importe nada más en este mundo que la mujer que está a punto de darme comida en la boca.
Abro mi boca acercándome y muerde su labio mientras se inclina un poco hacia adelante, nos miramos a los ojos y gimo al sentir el dulce de la crema batida en mi lengua que roza sus delgados y suaves dedos, enviando una dolorosa pulsación a mi entrepierna. No aparta sus dedos así que cierro mi boca con su dedos pulgar e índice entre mis labios. Hago lo mismo que ella, saboreo y chupo la suave piel de sus delgados dedos borrando todo rastro de dulce y café. Su rostro ahora está serio y respira con pesadez al igual que yo. Retira sus dedos rápidamente cortando el contacto visual y carraspea bajando su cabeza tratando de ocultar ese dulce sonrojo en sus mejillas con su cabello.
Sonrío al saber que no soy el único que se intimida. Suelto lentamente el aire de mis pulmones tratando de calmar y poco la tensión que se ha creado.
Tomo mi café y lo bebo apartando mi mirada de ella. Quiero que me vuelva a mirar, pero si sigue intimidada terminará yéndose. También toma su café y comemos los rollos en silencio.
—Tienes crema —dice haciendo el mismo gesto que hice yo cuando manchó su bigote con chocolate.
Me limpio con una servilleta y vuelve a mirar por la ventana. Realmente está diluviando.
—¿A qué te dedicas? —pregunta.
Eso está mucho mejor. Prefiero que sea ella quien tome la iniciativa.
—Soy contador.
Abre sus ojos como platos y estalla en una nueva risa llevando sus pequeñas manos a su pecho y llamando la atención de las mesas contiguas. Ahora tengo que esperar un chiste.
—¿Y no tienes pensamientos suicidas?
He escuchado mejores.
—No recientemente. —Vuelve a reír y la sigo. Es realmente contagiosa—. ¿Y tú?
—Soy profesora —dice con simpleza y levanto mis cejas.
—No me digas. Eres la maestra a la que todos los niños adoran… Nunca pensé que una profesora podría ser tan hermosa. Las mías siempre fueron unos ogros.
Veo como sonríe y empiezo a adorar ese sonrojo.
—Gracias —dice y aparta su mirada nuevamente. Recibe un mensaje y suspira con una nueva y más deslumbrante sonrisa—. Ya es hora de irme.
Mi sonrisa se borra inmediatamente.
—Bien…. Gracias por compartir un café conmigo.
Noto que piensa en algo, pero se rinde y niega.
—Fue un placer conocerte, Theo, el contador amante de los moca.
Y así me vuelve a sacar otra sonrisa.
—Igualmente, Micaela, la profesora ladrona de cremas batidas.
Ríe y me mira divertida. Acomoda el morral de cuero sobre su hombro y toma un paraguas de color rosa algo fuerte con puntos blancos, de detrás de su silla. Me levanto cuando ella lo hace y me tiende la mano, la recibo sin dudar y la aprieto deseando que no se vaya. Ambos miramos nuestras manos unidas y da dos pasos hacia mí, me inunda un suave olor a vainilla con café. Besa mi mejilla y noto que el olor de la vainilla viene de su cuello. Cierro los ojos grabando ese delicioso aroma en mi memoria.
—¿Crees en el destino o las casualidades? —dice mientras se aleja de mí dando un pequeño paso atrás.
—Ahora mismo… En el destino.
Sonríe y besa mi mejilla nuevamente antes de irse. Mi corazón empieza a latir con más fuerza y mis manos pican por una extraña razón que desconozco. Me quedo allí viendo cómo se despide con familiaridad del señor de la barra y atraviesa la puerta.
Con el sonido de la campanilla, vuelvo a mi silla con una extraña sensación de vacío, peor de la que tenía cuando salí del trabajo, y noto que algunas personas me observan y niegan divertidos. No les presto atención y miro hacia la ventana, allí la veo caminar con su paraguas colorido. Bate su mano cuando pasa frente a mí y le correspondo el saludo con una estúpida sonrisa.
Definitivamente me hace sentir estúpido.
Río cuando el viento se lleva su paraguas y lo voltea. Se queda estática mirándolo incrédula y ríe también segundos después. Me mira, se encoge de hombros y lo suelta en una caneca de basura. Se vuelve a despedir y camina levantando sus manos y su rostro al cielo, con una gran y hermosa sonrisa. Observo su delicado perfil cómo es salpicado por las gruesas gotas y su cabello se pega en su frente. Simplemente hermosa.
Qué mujer más extraña.
Hermosamente extraña.
El sonido de mi teléfono llama mi atención y resoplo al ver el mensaje de mi madre. Parece que ya es hora de regresar a la realidad. Voy a la barra y el hombre me sonríe mientras niega. Cuando voy a pagar la cuenta, dice que Micaela a pagado. Eso me parece extraño, ni siquiera se acercó a él.
Me encojo de hombros y me despido antes de atravesar la puerta.
Veo el agua caer frente a mí y sonrío inevitablemente al pensar en ese hermoso ángel caminando bajo la lluvia con esa encantadora sonrisa. Creo que hace mucho tiempo no la pasaba tan bien con una persona. Y aún más, con una mujer tan hermosa y auténtica. Las únicas mujeres auténticas en mi vida, han sido mi madre y mi hermana.
Sus brillantes ojos verdes son tan dulces que no podía dejar de mirarla y suspirar… Mierda… No podía dejar de observar nada de ella.
Ahora…
¡Más mierda!
Ahora me siento un idiota más grande.
¿Por qué no le pedí su número?
Vuelvo a entrar a la cafetería y voy directamente a la barra.
—¿Puedo hacerle una pregunta?
El hombre voltea y enarca una ceja.
—¿Sobre qué, muchacho?
—Micaela.
Sonríe y niega.
—Viene todos los días a la misma hora. Excepto los fines de semana —dice y se aleja hacia la máquina de expreso.
Sonrío y vuelvo a salir, pero esta vez con mi corazón un poco más tranquilo. Me lanzo al agua sin pensarlo y camino. Sin poder evitarlo, levanto la cara y las manos al aire recibiendo el agua sintiéndome en paz. Soy un jodido idiota.
Pero sé que la volveré a ver. Deseo que suceda y conocer más cosas de ella. Muchísimas más cosas… Quizás todo.
Muy pronto.
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