Madre: un desliz de la cordura

Madre: un desliz de la cordura

Bernard Olivaw

17/04/2020


Es sin duda misteriosa la muerte de algunas personas. Personas que viven
de manera tranquila, plácida o luminosa, y sin embargo mueren.

No quiero ser malinterpretado: la muerte es algo inevitable. La muerte
es inherente al estado sentimental o el estrato social, eso yo lo
tengo claro; y no cultivando uno la bondad podría encontrarse a
salvo.


Me refiero amigo mío, a la muerte prematura.


Siempre medité en el silencio de mi propia mente sobre la vida y la muerte.
Siempre busqué respuestas a interrogantes que de ningún modo podrán
alterar mi naturaleza mortal, pero si acaso, condenar al olvido estas
dudas.


Siendo tan jovial y soñador, no me resultó extraño ver estas ideas
rondando mi cabeza: hubiese sido raro que no lo hicieran. Sin
embargo, la solicitud diaria de las mismas me afectó de manera
significativa.


Quisiera dejar de pensar por un momento, e incluso repeler los sueños que me
provocan. Quisiera con todo el fervor del mundo, pero no puedo.


Cathy (mi querida y religiosa hermana) insiste en dejar todo el pesar en
manos del señor, pero son estupideces. Siendo el pesar mismo, no hay
potabilidad en estas sugerencias.


¿Qué existirá después de la muerte? ¿Habrá un tercer plano en el
espigado árbol de la existencia?.


Porque la muerte es el final de la vida, el cierre del ciclo natural. ¿Pero
qué hay de aquellos que ven interrumpido ese ciclo con la muerte
traicionera?.


¿Completarán su circulo en los aciagos prados de la inexistencia?.


Si pudiese extender una escalera hasta los dominios del señor, créame
que llevaría conmigo una libreta para anotar todas sus respuestas a
mis dudas. Luego bajaría y compartiría mis hallazgos con todos;
porque esta incertidumbre no se la merece nadie.


Sin embargo, tal empresa es una fantasía, y no casualmente por el tamaño
de la escalera. Si me pudiese aventurar, me toparía con las nubes,
las estrellas y la luna: porque no hay Dios, al menos como es
concebido; y si existe, nos olvidó por completo.


¿Qué clase de Dios permite que la vida se esfume tan pronta? ¿Qué clase
de Dios condena a tres pobres hermanos, malditos por la mala fortuna,
a semejante sufrimiento?.


Yo exijo una respuesta como si alguno pudiese responderla… Y me siento
tan estúpido.


Mamá descansa envuelta en una mortaja, mientras vuestro Dios permanece
sempiterno. ¡Escupo en sus mandamientos!.


Me importa poco ser blasfemo, porque no existe castigo semejante a mi
sufrimiento. No temo perder pronto la razón, y mucho menos la vida.


La pobre Cathy llora en silencio al oírme gritar estas locuras. Pero el
dolor es insoportable.


Si debo ser castigado en este o el próximo plano, tal vez lo sea. Mas
no voy a ceder ante el horror de los complacientes al oír mi
predicamento… Soy un hombre desesperado, y no me condenaré al
silencio.


¿Debo inclinarme y rezar cómo lo hacen todos los corderos? ¿Tengo que
soportar estoico mientras la complaciente hoja se desliza bajo mi
garganta?.


Es sin duda misteriosa la muerte de algunas personas. Porque mi madre
merecía por amplia diferencia la supervivencia en este mundo. Pero
era este mundo quizá quien no la merecía, y partir fue producto de
la voluntad propia.


Porqué este mundo cruel no se merece el privilegio de ser caminado por seres
tan impolutos como Eleonor Westenra de Eizaguirre. No encuentro
explicación más lógica o racional que esta.


Rechazo totalmente la idea de un poder supremo con la potestad de reclamar
las almas humanas. Porque no hay lógica natural que sustente estas
teorías, estas ilusiones.


Así estamos y así vamos con esas doctrinas…


Londres / 25 de febrero

21:50hs


Me tomó algunos días reponerme, aunque por fin pude hacerlo. No estoy
repuesto del todo, pero me siento mas cuerdo.


Con respecto a mis fuerzas, retornaron por completo. Siento ganas de
salir de este húmedo cubículo, y respirar el silvestre aire de las
tierras de Arturo.


Ni bien acabe con esta entrada, saldré corriendo y me tumbaré en la
gramilla.


Atrás quedaron los días de fiebre, llanto y desesperación que tanto
aterraban a mis hermanos. Estos ataques de pena cesaron, pero no
puedo estimar por cuanto tiempo; algunas noches esporádicas han
vuelto a invadirme esos sueños.


Que esto quede entre usted y yo (me encargaré de borrarlo o de arrancar
la hoja y reescribir todo de nuevo).


Hablando de procesos, usted no se imagina lo lenta que transcurrió la semana
posterior al fallecimiento de mi madre. Cada día que alimentaba al
almanaque era para mi como un año. ¡Qué digo un año!. Era como un
siglo…


Londres / 28 de Febrero

09:00hs


Estos días deben haber significado mucho para mi mente perturbada, pues
las ideas vagas que antes me acusaban en momentos muy concretos,
ahora me invadían. Estas maquinaciones se enterraban en mi
consciencia tal y como lo hace un cáncer con la derrotada carne de
un viejo.


Locust (mi lógico e impaciente hermano) intentó sin remedio calmarme,
alivianar esta carga, pero sus esfuerzos resultaron una perdida de
tiempo y de energía. ¡Y los sueños no se detienen!.


Él volverá pronto a su hogar en Leeds, mientras que Cathy se quedará
por otra semana. Ella me cuida con tanto ahínco…


Pobre mi hermana querida.


Londres / 29 de Febrero

21:56hs


Pronto será la hora de los medicamentos. Son casi las 22:00hs.


Estas pequeñas píldoras de color verde (de las cuales desconozco su
nombre o procedencia) me adormilan. Me inducen a un estado de quietud
similar al de una piedra, pero no me tranquilizan.


Es mi cuerpo el que pierde fuelle, solo mi facultad física se ve
anulada. Las facultades de la mente, la imaginación y la meditación
fluyen con más fuerza que nunca. ¿Y cómo anularlas?.


No existe medicamento o pócima que pueda detener el atronador eco de un
pensamiento al invadirle a uno la cabeza.


¡AH, Mĺ CABEZA!…


Creo que voy a desmayarme.


Londres / 30 de febrero

12:30hs


¡Vaya sueño violento y melancólico el de anoche!. El desmayo me condujo
involuntariamente sospecho.


El sueño fue tan intenso que todavía siento el sudor frío sobre las
llanuras de mi espalda.


En esta fantasía, corría como un desquiciado por los amplios pasillos
de nuestra ampulosa casa. Huía aturdido atravesando los umbrales de
mi mente, los umbrales de esta casa fúnebre.


¿De quién era esa voz en mí cabeza?. Era una voz la que me guiaba.


Érase suave y bella, una poesía envuelta en pétalos de sangre y amor de
fuego. Una llama que no lo calcinaba a uno, lo bendecía. Érase tan
familiar…


Atravesaba la puerta custodiada por nuestro guardián de ébano y me desplomaba
en el patio de la casa. El mismo patio que puedo vislumbrar desde las
bahías de mi propia cama mediante el impío cristal de la ventana.


Me bañaba el sudor y mis ojos no podían, o no querían; no podían
abrirse. Mis ojos no veían la realidad tangible.


Mis ojos se hallaban nublados con la eterna película del horror y el
sufrimiento. ¡La llama ya no bendecía! ¡Cómo quemaba, padre mío!


Cuando al fin podía abrirlos, la voz nuevamente me invadía. El ardor ya no
me afectaba, no podía perturbarme.


Esta vez era cándida y ya no me abordaba en ráfagas. Era una suplica
acompañada del extraño y tribal sonido de un tambor. ¡Qué tambor
tan demoníaco!


Su sincronía me recordaba poderosamente a un corazón. Debería haber
oído esto amigo. Era tal mi agonía…


La voz reclamaba algo ¿Qué cosa?.


Por momentos se mecía entre el fervor de mi locura y ya no alcanzaba a
oírla. Se ocultaba tras la niebla de un pensamiento inconcebible por
una mente sana.


¿Qué dice? ¿Qué haga que cosa?. He reconocido la voz…. ¡La reconozco!


Entonces… ¿Será su corazón el que todavía late? ¿Habrá trascendido a la
muerte y a la vida?.


No, no puede ser. Yo mismo la lloré en su eterno cortejo hacia la
inmensidad de la tumba. Yo mismo planté esas gardenias en el patio y
he adornado con un ramo de margaritas su nueva casa.


No puede ser ella, no puede ser… ¿Mis manos? ¿Qué haga que cosa con
mis manos?.


La voz insistía, me obligaba a cumplir sus extraños designios. Me
encontraba de repente cavando sin descanso, atravesando piedra y
húmeda tierra.


Pronto… Cada vez más cerca… Por fin tocaba madera. La voz persistía con
su fuerza, me arrastraba hacía el confín de un ataúd.


La tapa se deslizaba con un graznido estremecedor. Mi corazón latía…
Latía tan fuerte que podía atravesar mi pecho si se lo hubiese
propuesto.


Es tan misteriosa la muerte de algunas personas. Pero mucho más extraña
es su vida luego de la muerte. La supervivencia a su estado carnal y
su posterior persistencia.


Pero nada es más curioso que el paso firme del tiempo sobre nuestro
cuerpo, el cual necesita tan solo un par de horas de muerto para
ensombrecerse por completo. El brillo nos abandona, nos deja solos en
la terrorífica estancia de un ataúd añejo.


La voz me abandonaba al mismo tiempo que recogía ese cuerpo. Es
increíble como puede reducirse un ser humano a tan penoso remiendo.


Arrastraba ese cadáver por el patio, nos dirigíamos al grandioso árbol de
ciruelas… Aquel ciruelo.


Caminaba hacia el ciruelo… Bebíamos del arrollo que recorre las verdes
tierras del rey. Como dos pares, como madre e hijo.


Quiero 
olvidarlo pronto. Ha sido tan vivo, que incluso olisqueo el fétido
aroma a mortaja entre mis manos.


¿Pero qué es esto? ¿Por qué oigo ese llanto?.


Es Cathy, es su voz de terciopelo. La puedo reconocer.


¿Qué es aquello tan terrible que ha sucedido?.


La voz recorre la casa incrementando su desesperada campana. No tarda en
llegar donde mi afligido cuerpo descansa. —¿Qué ha sucedido,
Cathy? —le digo. Mi querida hermana no responde.


Su piel es la manta de un fantasma. Su palidez asustaría al más
valiente de los hombres.


Ella me mira con terror, con la mirada del ratón que se figura devorado
por el gato. Sus ojos bailan salvajemente sobre sus cuencas. Sus
dientes castañean con disonancia.


—¡Cathy! ¿Qué es eso tan terrible que ha sucedido? —insisto. Ella no
responde.


Reúno
 la poca de fuerza que me queda y me arrastro como un espíritu por
las frías baldosas de mi habitación. ¿Por qué razón me siento
tan agotado?


Me arrojo a sus pies: ella me recoge con sus tensos brazos. Cathy me
observa con sus ojos de ratón asustado. —¡Mi Catherine! ¿Qué ha
sucedido?.


—Se trata de Mamá, William… Alguien se ha llevado el cadáver de
nuestra madre.



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