Poemas para la cuarentena

Poemas para la cuarentena

Esteban

16/04/2020

Recogimiento – J. A. González Iglesias (Jardín Gulbenkian, 2018)

Qué gran error es dispersarse. Todo
estaba aquí. El río que destella
como la espada en manos del guerrero.
Qué cerca. Puedo yo, puede cualquiera
empuñarlo al pasar. Innecesario
es casi todo en realidad. Atento
a lo esencial, que es casi nada, algo
que ya me habían enseñado, y mucho
he tardado en cumplirlo, tengo el agua
el cielo que rodea y permanece,
y la provisión de leña cuidadosa-
mente ordenada por mi padre. Hoy
ha tornado el invierno, ahora la lluvia
aturde los cristales. Que los días
se encarguen ellos de pasar. Suceden
las cosas importantes a destiempo.
El poeta comparte con la vida
la lentitud y la tenacidad
puesta en aquello que otros desestiman,
el desentendimiento, la esperanza
en el grano perdido tierra adentro.
Mientras estoy durmiendo, el árbol crece.



Destiempo – Enrique Lihn (La pieza oscura, 1963)

Nuestro entusiasmo alentaba a estos días que corren
entre la multitud de la igualdad de los días.
Nuestra debilidad cifraba en ellos
nuestra última esperanza.
Pensábamos y el tiempo que no tendría precio
se nos iba pasando pobremente
y éstos son, pues, los años venideros.
Todo lo íbamos a resolver ahora.
Teníamos la vida por delante.
Lo mejor era no precipitarse.

    

   
El combate por la luz – Carlos Marzal (Metales pesados, 2001)

De tanto ver la luz hemos perdido
la recta proporción de ese milagro,
que otorga a la materia su volumen,
contorno fiel al mundo que queremos
y límite a los puntos cardinales.
A fuerza de costumbre, hemos dado en creer
que es un merecimiento, cada día,
que el día se levante en claridad
y que se ofrezca límpido a los ojos,
para que la mirada le entregue un orden propio,
distinto a los demás, y lo convierta
en nuestra inadvertida obra de arte.
Hay una ingratitud consustancial
al hecho de estar vivos, un intrínseco
poder de desmemoria, y nos impiden
brindar a cada instante el homenaje
que cada instante de verdad merece,
por su absoluta magia de estar siendo,
en vez de no haber sido en absoluto.
Con cada amanecer dubitativo,
con cada tumultuoso amanecer,
la luz arrasa el reino de la noche
y emprende su combate. En el confuso
magma de oscuridad, con cada aurora
triunfa la exactitud de cuanto existe
sobre la vocación de incertidumbre
que tienta con su nada a lo real.
En toda madrugada se renueva
un conjuro de origen, esa fórmula
que impuso el movimiento al primer día.
Somos testigos, en el alba pura,
del trono en que la luz alza su reino
y lo concede intacto a cualquier súbdito.
Conviene contemplar la luz con más paciencia,
brindarle una atención encandilada,
el sumiso homenaje con que un bárbaro
descubre reverente en su aventura
la tierra que jamás ha visto nadie.

 
 
  

 Aren en paz – Blas de Otero (Redoble de conciencia, 1958)

Pensé poner mi corazón, con una cinta
morada, encima de la montaña más alta de Europa,
para que, al levantar la frente al cielo, los hombres
viesen su dolor hecho carne, humanado.

Pensé mutilarme ambas manos, desmantelarme
yo mismo mis dos manos, y asentarlas
sobre la losa de una iglesia en ruinas:
así orarían por los desolados.

Después, como un cadáver puesto en pie
de guerra, clamaría por los campos
la paz del hombre, el hambre de Dios vivo,
la verdadera sed de ser eternos.

Noches y días suben a mis labios
─ellos, en son de sol; ellas, de blanco─,
detrás acude la esperanza con
una cinta amarilla entre las manos.

Miradme bien, y ved que estoy dispuesto
para la muerte. Queden estos hombres.
Asome el sol. Desnazca sobre Europa
la noche. Echadme tierra. Arad en paz.

 

 

 

Ciego por voluntad y por destinoLuis Rosales (La casa encendida, 1967)

Porque todo es igual y tú lo sabes,
has llegado a tu casa y has cerrado la puerta
con aquel mismo gesto con que se tira un día,
con que se quita la hoja atrasada al calendario
cuando todo es igual y tú lo sabes.

Has llegado a tu casa,
y, al entrar,
has sentido la extrañeza de tus pasos
que estaban ya sonando en el pasillo antes de que llegaras,
y encendiste la luz, para volver a comprobar
que todas las cosas están exactamente colocadas, como estarán dentro de un año,
y después,
te has bañado, respetuosa y tristemente, lo mismo que un suicida,
y has mirado tus libros como miran los árboles sus hojas,
y te has sentido solo,
humanamente solo,
definitivamente solo porque todo es igual y tú lo sabes.

Has llegado a tu casa,
y ahora querrías saber para qué sirve estar sentado,
para qué sirve estar sentado igual que un náufrago
entre tus pobres cosas cotidianas.

Sí, ahora quisiera yo saber
para qué sirven el gabinete nómada y el hogar que jamás se ha encendido,
y el Belén de Granda
– el Belén que fue niño cuando nosotros todavía nos dormíamos cantando –
y para qué puede servir esta palabra: ahora
esta palabra misma “ahora”,
cuando empieza la nieve,
cuando nace la nieve,
cuando crece la nieve en una vida que quizás está siendo la mía,
en una vida que no tiene memoria perdurable,
que no tiene mañana,
que no conoce apenas si era clavel, si era rosa,
si fue azucenamente hacia la tarde.

Sí, ahora
me gustaría saber para qué sirve este silencio que me rodea,
este silencio que es como un luto de hombres solos,
este silencio que yo tengo,
este silencio
que cuando Dios lo quiere se nos cansa en el cuerpo,
se nos lleva,
se nos duerme a morir,
porque todo es igual y tú lo sabes.

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