Martes cheff
A los que están esperando una historia de amor impulsivo les recomiendo que no sigan leyendo porque tal vez se desilusionen. Los interesados en la gastronomía del cariño pueden seguir.
Los martes de éste año se van convirtiendo en mí día de cocinero afectivo. A la mañana empiezo a pensar el menú y hoy se me ocurrió que el amor podía salir mejor a través de unas pechugas de pollo con salsita de mostaza y “papas rústicas” que no es otra cosa que papas sin pelar.
No hubo tarea de matemáticas ni sociales de quinto grado y físico química de segundo año por ahora se va entendiendo sin mi participación (ya les aviso que hay prueba la semana que viene y se va a complicar) así que el tiempo no era un problema. El dolor de la rodilla inflamada pos torneo de veteranos en Uruguay tampoco fue un escollo y no pienso contarles nada de ese tema porque después me tengo que aguantar a esos insensibles culturales aprovechándose de mi nobleza en cargadas eternas desde la morcilla fría hasta el último pedazo de vacío y mil porrones.
A las 19,45 arranqué con el plato y pensé que era mejor comenzar por las papas porque me llevarían más tiempo de cocción. Había comprado tubérculos la semana pasada y por ende hoy no estuvieron en la lista mental de compras. Se ve que las morochas no aguantan mucho tiempo en la bolsa lo que me obligó a calzarme el pantalón Humahuaca a rayas y salir a buscarlas. Hace poco abrieron una verdulería nueva acá a la vuelta, ahí fui. Había dos chicas delante mío, estudiantes seguramente. No se asusten que no me enamoré. Solo quería contarles que pidieron una planta de acelga para hacer canelones y se me vino al corazón todo el trabajo que tenía y el que tienen todas aquellas mujeres que amorosamente cocinan comidas elaboradas para las personas que quieren.
De vuelta, lo primero fue lavar las papas y sin pelarlas las corté de una forma que nunca me sale igual así que no tiene sentido que les diga cómo. Las coloqué en la asadera con un poco de aceite de oliva y les agregué sal (es un secreto pero se los cuento… hay que salar las papas antes de cocinarlas, salen mejor), orégano y un poquito de romero extraído con la mano de la bolsita. No le tiren con el paquete desde arriba porque cae un montón, ya me pasó. Después al horno.
Para hacer las pechugas, primero hay que rehogar en el sartén la cebolla común y la de verdeo (ya aprendí que va la parte verde y la blanca) pero hoy le puse magia con un morrón colorado. Mientras esa mezcla se va dorando, hay que ir haciendo los filetes de pechuga sin cortarse los dedos. Después de salarlos se ponen a freír (sellar para los que saben) con el resto de la verdura. Cuándo se cocieron, le agregan un pote chico de crema de leche, varias apretadas de mostaza y un buen chorro de vino blanco de la mitad de la botella que se había abierto y consumido al comenzar. Se deja hervir un rato, mientras se va poniendo la mesa.
La receta termina feliz con Juan a la izquierda, Lucía a la derecha en una mesa con forma de amor, la botella de vino vacía y estos ojos llenos de lágrimas.
Que duerman bien, hasta mañana. Los quiero.
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