Cuando la botella cayó vacía en su eternidad de vidrio etílico, consumida, inútil, Alexander lo hizo también. Afuera, el estropicio del agua era insoportable como un llanto, y la fría y oxidada noche cernía sobre la ciudad una falsa quietud.

En las casas, cerca a las chimeneas, padres encendiendo cigarros ansiosos, esposas llorando en la proximidad de los espejos, niños sepultados en capas de sábanas rojas, hepáticos.

Nostálgicos todos, como si alguien amado hubiera fallecido recientemente, permanecieron en vela sin hablarse.

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