La Piedra

¡Es fácil!

Vivir una experiencia social… Salir del cajón interno y exponerse a una situación no controlada. Un apostar… Romper la rigidez propia de un ser entumecido de tanto pensar… Picar la piedra que se tiene por dentro, endurecida de sensibilidades acumuladas con el tiempo. ¿Sería bueno?.

Conozco tu futuro, entonces, te contaré de qué se trata:

Un día te someterás a un curso de teatro y tu primer clase será de ejercicios en pareja.

Cuando ocurren estas situaciones grupales tenés miedo de que nadie te acepte, entonces tu piedra tiembla por ello. Sentís vértigo y tenés dos opciones: buscar la mirada de alguien o mirar hacia abajo y que todo el mundo desaparezca. Lo primero es enfrentar los hechos; lo segundo es evadirse.

Elegirás lo segundo, o sea, lo seguro. En un segundo construirás un muro que te dará la sensación falsa de que nada te puede afectar. Pero no será así, alguien te tomará de la mano en ese momento: tu profesora, y hará que te animes.

Se tratará de esos ejercicios clásicos de confianza en el prójimo: consistirá en dejarse caer y que el otro te tome; una situación indefensa para vos.

Tu mentora te pondrá de espaldas a ella y te dirá que elijas el momento que sientas adecuando para dejarte caer, luego, supuestamente, te tomará para que no te caigas. Entonces te sentirás dándole la espalda a un precipicio, por la simple razón de que te cuesta confiar en los demás. De eso se tratará el ejercicio: de entregarse al otro.

Al fin, antes de decidirte y soltarte, te darás vuelta y, luego de una mirarla con mala cara, te retirarás de la clase sin dar explicaciones.

Al otro día, sentado en tu sillón, pensarás en lo ocurrido. “Fui para entregarme y fallé, no tuve fe… No me permití crecer.”

La piedra interna latirá con más fuerza y estará más grande y soberbia que nunca.

Te sentirás frustrado… Vuelto a la calidez de la falda materna; aquel lugar seguro donde todo fue tranquilo y no hubo desafíos ni posibilidades de crecer.

Contrariado, saldrás disparado de aquel sillón y te harás presente en la segunda clase.

Al llegar, la maestra te mirará extrañada y te preguntará cómo te encuentras.

Tu mirada será inexpresiva y le dirás que estás bien… Bien loco -diría yo-.

Aquella clase será de oralidad, creatividad y de expresarse con palabras. Deberán todos improvisar un cuento corto con dos palabras dadas en el momento. Entonces, sentados en ronda, a cada uno le tocará su turno; a vos te tocará el segundo lugar.

Quedar en segundo lugar es horrible, porque te deja con poco margen para copiarte de los demás; aunque, peor sería quedar primero, obvio. Además, si el anterior cumple bien con la consigna y luego querés causar alguna sensación, te presiona el hecho de hacer algo igual o mejor que lo anterior.

Estarás por explotar y desearás que, más que un cuento, el anterior improvise una novela sin final. Tu piedra temblará por miedo a no pasar el tamiz de aquella situación.

Mirarás a tu instructora con odio por haberte puesto en aquel aprieto… “¡¡Todo por salir de casa, debería haberme quedado!!. Ella tenía todo planeado: la decepcionaste en la primer clase y ahora se quiere vengar”.

Luego de terminada la improvisación de tu compañero, te tocará. Tendrás que inventar un cuento con las palabras “tren” y “montaña”.

Todos te clavarán la mirada, esperando que salga de tu mente (enferma) alguna narración igual o más maravillosa que la anterior, pero te sentirás vacío.

Los presentes estarán sentados en posición de indio y vestidos con pantalones holgados. Lo he visto en tu futuro, lo sé.

Te darás cuenta que ninguno estará demasiado preocupado por lo que tengas que decir, entonces podrás relajarte un poco.

En ese instante, vivido como una eternidad, imaginarás un tren subiendo por una montaña, entonces comenzarás: “Un tren subía por una montaña… La más alta… del mundo… Sí”.

Nadie opondrá resistencia a lo dicho.

Mirarás a la maestra para ver si se burla o pone cara de decepción y nada, todo estará calmo.

Estarás suspendido en el tiempo; lo que para los demás será un segundo, para vos una hora.

Lo único que no se debe hacer en un momento así es parar, se tiene que seguir por más incoherente que sea la idea:

“Dentro del tren había un grupo de tucanes hablando”; el cuento hará un giro a lo Maravilloso… “Y uno voló por la ventana… Entonces……. Entonces…”

Experimentando lo terrible de tu cuento, y en contra de todos los pronósticos, un suceso ocurrirá dentro de tu ser: largarás una carcajada y te darás cuenta de tu idiotez. Entonces te reirás de vos mismo.

La única manera de abandonar la estupidez es darse cuenta de ella… No hay manera de cambiar si no se aceptan las propias limitaciones. Y además, siempre es transformador reírse de sí mismo.

Entonces, a partir de ese momento, todo contenido mental malsano que antes te frenaba, buscará otro cuerpo para contaminar, como si se tratase de un fantasma.

Con esfuerzo y dejando un poco el ego de lado, lograrás conocerte y llevar a un nuevo estado de tu ser. Y con el tiempo, tu piedra comenzará a achicarse, hasta convertirse en algo mucho más fino y sutil, como pudiera ser el polvo. Entonces podrás enfrentarte a este mundo sin hacerte la guerra a vos mismo. Fin.

(2017)

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