Una cama de matrimonio abandonada solo hace cuatro días, un silencio horrible de sostener, una mezcla de sentimientos llegados de la manera más inesperada y aquellos llantos de fondo que hacían que el momento fuera aún más inaguantable, la triste noticia de una muerte sin anunciar.
La casa estaba llena de gente, policías preguntando, un abogado dando vueltas, familiares tristes y otros movidos por el morbo.
Su hermana llorando y su tía al lado compadeciéndose de ella, de la pena tan grande que giraba alrededor de la angustia sentida por la noticia.
Ella miro a su alrededor, semejante ambiente le producía una presión en el pecho que le provocaba asfixia y ahogo.
Aquel dormitorio el que ahora miraba alejada de la gente, seguía tal como ellos lo habían dejado, en orden.
Olía a ellos.
Aquella mañana Angélica salió del trabajo lo más deprisa que pudo, el abogado de sus padres no paro de llamarla.
-Es importante que se presente en mi despacho a las 15:00 h del medio día.
-¿Podría decirme de que se trata?
-No, no puedo, es un tema a tratar que quedo pendiente.
-Yo pensé que estaba todo cerrado.
-Yo también, pero al parecer no es así.
-¿Ha avisado a mi hermana Nuria?
-No, es algo que le concierne a usted sola.
-Está bien, a las 15:00h estaré en su despacho.
Angélica colgó el teléfono y se dispuso a acabar su trabajo lo más rápido que pudo, las mañanas en aquella Inmobiliaria se hacían en ocasiones largas y pesadas, todos mareaban la perdiz, pero nadie estaba dispuesto a comprar nada, la crisis siempre estaba presente y frente a comprar una casa los bancos no lo ponían nada fácil.
Ese mes de abril se había hecho demasiado largo, la muerte repentina de sus padres en aquel accidente de tráfico la había trastornado mucho, los echaba de menos a rabiar y ahora justo hacia tan solo un año que se había separado de Roberto, el cual se largó con la mujer de su mejor amigo, era algo que ella se veía venir hace tiempo, aun así lloro mucho esa ruptura.
Angélica era una persona de lo más normal, o por lo menos así pensaba de sí misma, él parecido a su madre era grande, rubia de ojos verdes y muy simpática e introvertida a la vista de los demás, siempre caía bien a la gente, independiente y muy amiga de sus amigos.
Su hermana Nuria era más morena, cabello castaño oscuro, siempre se dijo que era la guapa de la familia, con sus ojos verdes y su soltura a la hora de engatusar a la gente, egoísta y soberbia, pero Angélica la quería a rabiar a pesar que no le ponía la vida fácil.
Angélica pego carpetazo a la mañana, recogió los documentos que tenía sobre la mesa mientras ponía atención al móvil que sujetaba con el hombro.
Aquella señora que estaba al otro lado de la línea telefónica, había visto ya como quince pisos, todo eran pegas, aun así, no quería perderla como clienta por si un día daba en el clavo y encontraba la casa de sus sueños.
-Está bien, esta tarde nos vemos y le enseño el apartamento de los García, vera como le gusta.
-No sé, no sé.
Angélica ponía los ojos en blanco mientras la escuchaba.
-Nos vemos esta tarde, tengo ahora una cita importante, yo la llamo.
Colgó el móvil, lo metió en su bolso y salió de la oficina corriendo como una loca dirección a su coche.
Tenía que cruzar toda la ciudad para llegar a su cita con el abogado de sus padres, se estuvo calentando la cabeza durante toda la mañana, que sería tan importante y porque no llamaba a su hermana, si se trataba de la herencia de sus padres, las dos tendrían mucho que ver.
Se puso música para no pensar, aun así su cabeza seguía haciendo preguntas mientras Alejandro Sanz cantaba de fondo como un zombie a la intemperie.
Llego, tras aparcar el coche, dirigió sus pasos hasta aquel portal que le ponía la carne de gallina, que sentimiento tan malo, que momento tan agrio el día que tuvo que firmar y repartir lo poco que sus padres tenían, el corazón se le encogió mientras subía en el ascensor hasta la quinta planta.
Toco al timbre.
Como si la puerta se abriera sola, apareció Maira, la secretaria, una señora mayor que había pasado más vida en aquel despacho que en su propia casa.
-Pase, por favor, el señor Ferrer la está esperando.
Angélica, le sonrió y asintió con la cabeza, miro el largo pasillo mientras lo caminaba hasta llegar a la puerta del despacho.
La puerta estaba abierta.
Allí sentado estaba el abogado de sus padres, un hombre que conocía a su padre de toda una vida, entrado en edad, con el pelo canoso, unas gafas de pasta negras que seguro debieron constarle un dineral, pero que Angélica le parecían más grandes de lo normal para un hombre tan menudo y delgado, existe gente que hace locuras con tanto dinero en la mano y llega a rozar lo ridículo adornando sus vidas con cosas absurdas e innecesarias a la vista de unos cuantos.
-Buenos días Angélica.
Se levantó de su sillón y estrecho su mano muy educadamente a la hija de sus clientes ya difuntos.
-Buenos días.
Tras el saludo, se sentó al otro lado y justo enfrente de él, donde solo les separaba una mesa, que seguro había sido testigo de muchas historias a lo largo de su carrera.
Sobre aquella mesa había una caja grande y sobre ella un libro envuelto.
-Se preguntara por qué la he hecho venir.
-La verdad, si, yo pensé que estaba ya todo en orden.
-Yo también, la verdad. ¿Ve la caja y el libro que tengo sobre mi mesa? Son suyos.
-¿Míos?
-La última voluntad de su madre, ayer por la mañana llego un repartidor a mi despacho, sobre las 9:00h de la mañana, trajo una caja y un libro, junto a ello dos cartas, una para mí y otra para usted.
-No entiendo, ¿de mi madre?
-Me pedía personalmente que le hiciera entrega de ello, solo y exclusivamente a usted.
Angélica lo miraba fijo, le sostenía la mirada con miedo, un miedo extraño por lo que le estaba contando.
-En mi carta me pedía que la llamara en privado y en privado debe usted leer el contenido de su carta.
-Pero, ella, ella no sabía que iba a morir.
Su tono de voz, sonó a desconcierto y sus ojos abiertos como platos se clavaban en el intimidándolo.
-Eso pensé yo, debió encargarle a alguien que hiciera esto por ella, si en algún momento llegaba a morir, supongo que debe ser así, no encuentro otra explicación. ¿Me creerá si le digo que estoy igual de sorprendido que usted?
Los dos mantuvieron unos segundos de silencio, en el que ella paseaba la mirada de él, a la caja y de la caja, a él.
-Debe llevárselo todo a casa y allí tranquila leer su carta y averiguar, si su madre así lo quiso, debe ser por algo que no quiere que sepa nadie, solo usted, yo solo cumplo con lo que ella me pidió en su carta, la que iba dirigida a mí.
-No entiendo nada, solo yo, mi hermana no sabe nada de nada, solo yo.
-Es la voluntad de su madre, solo usted.
Angélica paso la mano por encima de aquel libro envuelto en papel de seda, se inclinó un poco y miro la caja.
-Debe firmarme un documento, como que le hago entrega de una pertenencia más.
-Está bien.
Angélica con la mano temblorosa cogió el bolígrafo que el abogado le acababa de ofrecer y firmo el documento.
Su corazón latía con fuerza, sus sentimientos y pena se mezclaban junto a la curiosidad de averiguar de qué trataba todo aquello, le temblaban las piernas, era un conjunto de sentimientos que le iban quitando fuerza a su cuerpo, algo llamado miedo se apoderaba de ella por momentos.
Su madre le acababa de sorprender.
La caja pesaba mucho, más de lo que aparentaba, el libro lo metió en su bolso el cual era suficiente grande y trato de llegar hasta su coche cargando la caja como pudo.
Sentía mucha curiosidad, pero también miedo, aquello la había dejado desconcertada de una manera inexplicable.
¿Cómo sabia su madre que iba a morir? Y si no lo sabía, ¿A quién encargo que dejara la caja y el libro en el despacho del abogado? No entendía nada, después de unos días, tras la firma de la herencia y como si estuviese premeditado, aparece esto.
Una caja y un libro.
Metió la caja en el maletero.
Se sentó dentro del coche, cerró los ojos, suspiro.
¿De qué iba todo esto? Le temblaba el cuerpo entero y exploto a llorar como una niña pequeña.
Sus ojos bañados en lágrimas se posaron sobre el bolso que había colocado en el asiento del copiloto, un estremecimiento recorrió su cuerpo, pensar que dentro había metido el libro y junto a él, el sobre que lo acompañaba.
Dio la vuelta a la lleve y tras oír la respuesta del coche, se dirigió hacia su casa, el sonido de su corazón hacía eco en su cabeza, sus sienes latían.
Su madre, María era una persona callada y buena, siempre tenía un abrazo para una de sus hijas y una sonrisa dispuesta a hacerte brillar si en algún momento se te apagaba la luz, cuanto arropo a Angélica tras su separación y cuanto lloro esta en ese hombro de madre siempre dispuesto para ella, sus palabras tiernas y su cariño aún estaban presentes en ella.
Su padre, Julián siempre con sus cosas, menos cariñoso eso sí y bastante severo, se pasó toda la vida trabajando, poco paraba en casa y ahora los dos se iban de viaje, de camino a un balneario, cuando sus vidas se pararon de golpe en aquel horrible accidente, en el que un conductor bebido se fue al otro carril dirección contraria, para terminar con sus vidas, unas vidas que empezaban ahora a disfrutar como pareja jubilada, poco tiempo hacia que su padre se había jubilado, todo muy injusto.
Dejo la caja en la mesa del salón, y se sentó en una silla ante ella.
Cerró los ojos, no se atrevía a leer la carta, la cual aún estaba dentro de su bolso.
Fue a la cocina y tras recogerse el pelo en una cola, abrió un armario, cogió un ibuprofeno para calmar la presión que sentía su cabeza.
Decidió darse una ducha, cualquier cosa para distraer su propia atención de aquella enorme caja que parecía que la miraba desde cualquier ángulo de la casa.
Un buen rato se dejó aliviar por el agua que recorría su cuerpo y parecía limpiarla, purificarla de un día extraño, respiraba aliviada por la sensación de ir calmándose poco a poco.
Volvió al salón y tras coger un vaso de agua bien fría, y encenderse un cigarro, volvió a sentarse frente a la enorme caja, la cual parecía un regalo de navidad llegado a destiempo y sin ser esperado.
-¿Mama, porque me haces esto?
Lo dijo en voz alta, como si ella estuviera ahí y la escuchara.
Saco la carta junto al libro y las olio, como si pudiera de algún modo volver a encontrar así el aroma fresco que siempre envolvía a su madre y pasando con suavidad su mano por el sobre se dispuso air desatando los cordoncitos atados alrededor de ella, despacio para no romperlo fue abriéndolo para encontrar la letra de su madre, preciosa letra que parecía salida de una imprenta, perfecta e impecable.
-Mama, tu letra.
Volvió a decirlo en forma de susurro, sus lágrimas le impedían empezar a leer lo que aquel papel contenía, la pena se apodero por completo de ella.
LA CARTA
Hola cariño:
Cuando estés leyendo esto, espero que no sientas tristeza, nunca he podido soportar la idea de verte triste.
Es seguro que ahora mismo ya no esté en tu vida, pero convencida estoy que jamás me apartaras de tus sentimientos, ni quiero que lo hagas, porque será la única manera de mantenerme junto a ti.
Cuanto te quiero Angélica, mi niña, mi amor.
Habrás comprobado que dentro de este sobre hay otro, ese lo dejaras para lo último, cuando ya sepas cual es el contenido de esa caja que ahora no te atreves ni a tocar.
Te conozco demasiado y sé que te estarás haciendo miles de preguntas, pero eres la única persona en este mundo en la que puedo confiar, tus sentimientos, tu humildad y esa manera única a la hora de amar, te hacen especial Angélica, lo supe desde el primer día que te mire a los ojos, cuando aún eras una recién nacida.
Mi pequeña, con tu dulce sonrisa que brilla con tan solo mirarte.
En ti confió mi vida, la cual fue corta y sabrás porque en cuando termines de leer mi diario.
Te regalo mi historia.
Quiero que lo leas prestando atención, en el encontraras a una mujer probablemente distinta a la que un día conociste, espero que lo entiendas todo y jamás me guardes rencor por ser una mujer real, confió en que tras finalizar mi diario me sigas queriendo tanto como me quieres ahora.
Eres de las mayores fortunas que una madre puede tener, eres desde hoy mi confidente.
Un beso de quien más te ama en esta vida.
Mama
Angélica suspiro y volvió a llorar en silencio.
Abrió más el sobre y dentro había otro sobre, como le advirtió su madre, el que de momento no debía abrir, volvió a ponerlo todo junto y con cariño, lo dejo a un lado de la mesa.
Ahora se veía con un dilema ante ella.
¿Abría la caja? ¿Empezaba a leer el diario?, las dos cosas le atemorizaban y le hacían daño llenándola de ansiedad.
Cogió con cariño el diario y lo apretó con fuerza a su pecho, debía ser muy importante lo que el contenía, su madre le daba mucho valor por lo que acababa de leer en la carta.
Empezó a desenvolver con delicadeza el papel de seda que cubría el diario, ahora ya sabía que no era un libro, era algo más personal, más especial, más íntimo.
Las personas que escriben en un diario, dejan siempre constancia de datos y momentos importantes en sus vidas, cosas que no quieren que jamás se olviden con el paso del tiempo, ni de los años.
No es fácil escribir añoranzas y momentos en los que uno mismo ha sido el protagonista, plasmar una vida en papel para que nunca termine en olvido.
Y su madre escribió uno, jamás lo habría imaginado y allí lo tenía ante ella, sujetándolo con manos temblorosas como si se tratara del mismo corazón de su madre, María.
Que nombre tan bonito para una mujer tan hermosa como su madre, una mujer silenciosa y siempre a la altura de cualquier circunstancia, sus ojos verdes que tanto la abrigaron cuando era pequeña y ahora a sus 35 años también seguían haciéndolo, ya no estaba junto a ella.
El corazón le tembló.
Abrió la primera página y volvió a encontrarse con la perfecta letra de su madre.
Una mañana de abril muy soleada daba los buenos días colándose a través de las persianas de su habitación, ese día en especial María dormía tranquilamente sin acordarse de que era un día muy esperado por ella, era su cumpleaños.
-Venga jovencita! Empieza el día!
Su madre Luisa Fernanda, empezaba a abrir las ventanas y a cada paso con ellas subía las persianas dando entrada al fresco de la mañana.
María apretaba los ojos intentando evitar la luz, la noche anterior estuvieron en su casa sus tíos y primas, faltaban solo unos meses y se iría toda la familia de vacaciones, estaban tan emocionados.
-Venga, holgazana! ¿Ya no te acuerdas que día es hoy? Es tu cumpleaños princesa.
María abrió los ojos como platos, ya no le molestaba ni la luz, ni la voz de su madre y como impulsada por una fuerza por la cual acababa de tomar posesión la ilusión, se levantó de la cama.
Su madre se acercó hasta su cama y empezó a darle besos.
-Felicidades a mi princesa de los quince años mejores cumplidos de la historia.
María le devolvió el gesto de amor con un abrazo muy grande a su madre, esta le retiraba el pelo largo y ondulado de la cara, admirando lo bonita y angelical que era su hija, esos ojos grandes y verdes que parecían no perder detalle nunca del mundo que la rodeaba.
-Quince años, mama.
-Mi vida, ya eres toda una mujercita.
-Hoy, mi fiesta! Tengo mucho que organizar!
Empezó a dar vueltas y palmadas por lo nerviosa y emocionada que empezaba a estar.
-No te preocupes, lo tengo todo bajo control!
Unos golpes se oyeron en la puerta, interrumpiendo la conversación entre madre e hija.
-¿Princesa fea de los bosques negros, estas ahí?
María salió corriendo hacia la puerta para abrirla y encontrar a su hermano Pedro con los brazos abiertos esperando un abrazo.
Ella se lanzó a sus brazos sin pensarlo dos veces.
-Tontorrón!
-Felicidades hermanita!
Pedro tenía ya la mayoría de edad, era alto, moreno, los mismos ojos que su hermana María, verdes, el chico más apuesto de toda Madrid decían sus amigas, alguna que otra ya bebía los vientos por él y no era para menos.
-¿Estas preparada?
-Preparada, hermanito!
-Pues vístete que nos vamos!
María empezó a correr por la habitación.
-Hermano espérame en el salón que me visto enseguida
Pedro le sonrió feliz y cerró la puerta, dejando a su madre y hermana al otro lado.
El fin de semana prometía y María caminaba entre algodones de felicidad, su vida era perfecta.
-Me voy, que aún tengo mucho que hacer.
-Sí, mama, dile a Pedro que no tardo nada de nada.
María se vistió, se recogió el pelo y corriendo por el pasillo de la enorme casa iba poniéndose los zapatos para no perder tiempo, sus ansían le habrían camino.
Bajo corriendo por la escalera principal de la casa, grande y majestuosa que llevaba hasta el salón, donde se hallaba Pedro desayunando.
Esa casa era perfecta, sus padres se enamoraron de ella con tan solo verla, grande, con enormes jardines y una góndola que daba la bienvenida a muchísimas reuniones entre familia y amigos, una casa de ensueño cuando alguien puede comprarla, alguien como el padre de María, al cual no le iba nada mal como director de Banco y otros negocios desconocidos en la familia.
Pedro, la veía llegar desde donde estaba y sonreía divertido al percibir la ilusión de su hermana.
-Ya estoy! ¿Nos vamos?
Lo dijo atusándose el pelo y dispuesta.
-Me parece que aún no! De aquí no sale nadie sin desayunar!
Se oyó una voz tras ella, firme y cariñosa.
María giro sobre sus talones soltando unas risitas
-Tata! ¿No me vas a felicitar?
En la sonrisa de esa mujer se dibujó un gesto rendido al amor y a el respeto que sentía por su niña, sus quince años ya con ella, desde el día que nació, la quería como si fuera su propia hija.
-Mi niña preciosa!
María la abrazo y se dejó abrazar por aquella mujer que hacia el papel de madre cuando la suya propia estaba muy ocupada por sus diseños, metida en la moda de cabeza y en ocasiones de cafés con otras señoras de su círculo.
El sonido de una cámara para captar ese momento sonó de fondo, Pedro acababa de congelar una foto para el recuerdo, dos mujeres especiales en un día especial.
Tata se pasaba la vida cuidando de ambos hermanos.
Ambas sonrieron abrazadas ante Pedro para que volviera a hacerlo, se cogieron las manos y esta vez miraron directamente al objetivo de la cámara.
-Este es el mejor regalo que me han hecho en la vida, me encanta la fotografía.
-Jovencito, más te vale que nos hayas retratado bien a las dos, que si no, te las tendrás que ver con tu Tata!
Tata, le dio un pellizco cariñoso en la cara a ese chico tan guapo que la miraba divertido.
-Preciosas, divinas, encantadoras mis chicas!
Le guiño un ojo a tata, su sonrisa seductora dejaba al descubierto la belleza del joven Pedro.
-María, desayuna algo antes de irte con tu hermano.
-Está bien Tata, pero estoy tan nerviosa que no comeré mucho.
-Me vale con que lleves algo en la barriga.
Esta se sentó junto a su hermano, el cual ya llevaba rato haciéndose cargo de todo lo que había en la mesa.
-¿y bien?
-¿Bien, que?
Este la miraba sin dejar de mover la mandíbula, destrozaba a bocados rápidos la tostada que tenía en su mano.
-¿Dónde vamos?
-Nos vamos a ver a papa al banco y después ya veremos, alguna sorpresa tal vez para mi querida hermana, por los preparativos de la fiesta no te preocupes, mama y tata se encargaran de todo, ya sabes lo que le gusta a mama organizar fiestas.
María se levantó de la mesa y sacudiéndose el vestido sonrió a su hermano de oreja a oreja.
-Vámonos ya!
-El coche nos espera fuera.
-Gracias, Tata.
-Os espero en el coche.
Los dos hermanos se dirigieron hacia la puerta principal de la casa, para dirigirse hasta el mercedes que esperaba ya en la calle, la entrada de tan enorme casa se vestía rodeada de todo tipo de flores y color.
Ambos ya subidos en el coche rodeaban las preciosas vistas hacia la cancela de hierro que custodiaba la casa, una casa rodeada de jardines y dos fuentes una en cada extremo.
Tata iba sentada delante junto al chofer.
-Papa tiene una sorpresa para ti, veras que te gusta.
María entre cerro los ojos en forma de súplica, mirando a su hermano incitándole para que le pasara información.
-¿Y sabrás lo que es? ¿Verdad que si?
-La verdad que sí, pero tengo muy prohibido por papa abrir la boca.
Pedro coloco la palma de la mano en la cara de su hermana, tapándola entera con su mano grande.
-Y no me mires así, que al final se me va la lengua.
María suspiro quejándose porque no iba a conseguir nada.
-Tontorrón! Yo pensaba que me querías!
Soltó una risita.
-Y te quiero, pero no te pienso decir nada.
María se apoyó al costado de la puerta para contemplar como entraban en el centro de Madrid, que bonita estaba la ciudad y como le gustaba ir de compras con Tata, cuando alguna amiga suya venía a pasar el fin de semana a casa aún era mucho mejor.
Llegaron hasta la puerta del edificio donde trabajaba su padre, todo el pertenecía al banco, un edificio muy antiguo con sus suelos de mármol y mucho silencio.
Un edificio donde lo único que hacían era mascar dinero y allí dentro estaba su padre, siempre trabajando.
Tata los acompaño hasta la entrada y se quedo esperando en la puerta cerca del vehiculo.
Laura su secretaria se acercó a saludarlos.
-Buenos días chicos! Enseguida aviso a vuestro padre de que estáis aquí.
-Gracias Laura.
Contestaron cada uno por un lado.
Se quedaron los dos de pie, mirando alrededor como si fuese la primera vez que entraban, observando el silencio del espacio que los dos ocupaban.
-Podéis pasar!
Los dos pasaron por delante de ella hasta la puerta enorme de madera que daba entrada al despacho de su padre.
Pedro toco una vez.
-Adelante, pasad, os esperaba.
Tras la puerta aparecieron los dos hermanos sonriendo tímidamente a su padre, Arturo lucia de punta en blanco al otro lado de la mesa, sentado en un sillón de cuero.
María acelero el paso hacia donde estaba el, fue acercándose hasta ponerse de frente.
-¿Me vas a dar un beso?
Ella se acercó más y lo abrazo soltando un beso sonoro.
-Felicidades hija mía!
-Gracias papa!
-Habrás venido a por tu regalo, supongo.
María empezó a sonreír mientras se le marcaban esos dos hoyitos en la cara, brillaba por la idea de recoger su regalo.
-He querido que vengas hasta aquí por algo, tu regalo está relacionado con el banco.
-¿Con el banco?
Cambio su sonrisa por asombro, sin entender lo que su padre le estaba diciendo.
-Sí, Laura mi secretaria te lo explicara todo y ahora cuéntame cuáles son tus planes para un día especial como hoy.
-Pedro y yo comeremos fuera de casa los dos, iremos a dar un paseo por Madrid, para más tarde recoger a mis amigas para la fiesta de esta noche.
-¿Estas contenta?
-Mucho papa, aunque aún no sé cuál es el regalo.
Lo dejo caer por la intriga, ella esperaba un paquete con un lazo, una cajita con unos pendientes o cualquier cosa con forma de cumpleaños.
Pedro observaba a su hermana intuyendo que el regalo no le iba a gustar nada.
-Espero que lo paséis bien y tengáis un día de categoría, yo debo seguir trabajando, es sábado y al medio día debe estar todo cerrado.
Los sábados por norma general no solía haber nadie en el banco, pero últimamente Don Arturo frecuentaba mucho su lugar de trabajo fuera de su horario habitual.
Se levantó por fin del sillón de cuero, beso a su hija en la frente y dio una palmadita en la espalda de su hijo invitándolos a salir del despacho, dando por finalizada la visita de la mañana.
María siguió los pasos de su hermano hasta la puerta, salieron y allí estaba Laura esperándolos, como si todo estuviera más que preparado.
-Venga a mi mesa señorita María, acompáñeme.
María miro a su hermano el cual le hizo un gesto con la cabeza para que hiciera lo que ella le decía.
En la mesa, ya dispuesto todo sobre ella, unos papeles.
-Ya puedes firmar tu primera cuenta bancaria, es el regalo de tu padre, tienes mucha suerte jovencita, no todos con tu edad tienen ya una cuenta con tanto dinero.
María con los ojos ardiendo y empañados, firmo esos papeles, sentía tal desilusión ante el regalo que le había hecho su padre, que tuvo que contenerse para no echar a llorar allí, delante de todos.
Dinero, su padre le había regalado dinero, todo lo compraba con dinero, hasta el amor de su hija y desengañada como se sentía levanto la vista del papel para mirar a su hermano, el cual tomo su mano para juntos llegar hasta la calle.
Tata esperándolos los vio llegar y fue directa a abrirles la puerta, para después volverse a sentar en el asiento delantero, ella ya había notado que a María le pasaba algo, guardo silencio.
Ambos subieron al coche en silencio.
Pedro observo a su hermana que en silencio miraba seria por la ventana del vehículo sin mediar palabra.
-María, venga que vamos a pasar un buen día.
-Si, claro que si.
Miro a su hermano y le otorgo con una leve sonrisa.
-¿Quieres que hablemos de esto?
-No, de verdad que no, no quiero hablar.
-Por lo menos me puedes decir donde quieres que comamos hoy, que te apetece.
-Me gustaría ir a Alduccio.
Su hermano se incorporo hacia adelante indicándole al chofer.
-Calle Concha Espina, por favor.
No quiso atosigar a su hermana, la conocía demasiado y siempre guardaba las cosas para si misma, tarde o temprano lo buscaría para desahogarse.
Su hermana siempre lo buscaba a el cuando estaba mal y cuando estaba bien, existía un vinculo muy grande entre los dos, sus padres siempre andaban liados con el trabajo, reuniones y fiestas, siempre movidos por el dinero.
Su hermano siempre estaría para ella.
El coche fue conduciendo hasta el restaurante que Pedro había indicado.
Bajaron del coche y María ya empezaba a devolver la imagen que tenia un poco antes de entrar al banco, el momento pasado lo había guardado para llorarlo a solas, ahora iba a disfrutar del día de su cumpleaños junto a su hermano, el que estaba allí por ella.
-¿María, quieres que luego vayamos de compras?
María miro a Tata y le sonrió tiernamente asintiendo con la cabeza.
-Tenemos que recoger antes a Isabel y Julia.
-Claro que si, mi amor, pero antes vamos a comer que hoy desayunaste muy poco y tienes que coger fuerzas, es tu cumpleaños, recuerda.
María ya empezaba a recuperarse después de la tremenda decepción del regalo, los dos hermanos acompañados por Tata entraron en el restaurante, donde ya tenían una mesa dispuesta para ellos.
Los tres ocuparon sus puestos.
Entonces Pedro saco un paquete pequeño en forma de libro, envuelto en papel de seda, lo llevaba escondido dentro de su chaqueta, lo coloco justo delante de María.
-Felicidades princesa de los bosques negros!
María levanto la mirada hacia su hermano, sus ojos verdes volvieron a brillar, saco a relucir de nuevo sus dos hoyitos y mostro la mejor de sus sonrisas.
-Pedro, gracias, gracias!
Lo cogió y lo apretó fuerte contra su pecho, abrazando el regalo.
-Ábrelo, se que te gustara.
María empezó a desatar los lacitos que ataban el regalo, apareció un diario.
-Es un diario, yo se que guardas mucho y a partir de ahora guardaras mas, así podrás leer todo lo que sientes, con el tiempo podrás volver a leerlo y tu serás la protagonista de tu historia.
María lo miraba sorprendida y encantada, no lo habría imaginado nunca, era un regalo maravilloso y su hermano acababa de hacerla feliz.
-Pedro! Que buena idea! Y además es precioso, parece un libro antiguo, me encanta!
Pedro le otorgo su sonrisa de galán satisfecho, sonrisa pincelada por el amor fraternal.
-Es el mejor regalo!
Tata los observaba orgullosa de ellos, se sentía como madre de ambos y era así como disfrutaba los días de su vida.
ABRIL 1965
Me siento muy feliz, mi hermano Pedro me ha regalado este maravilloso diario, el cual ahora me dispongo a empezarlo.
Es muy tarde, pero no puedo dormir.
Ya tengo 15 años.
La verdad, no se como se escribe en un diario, es la primera vez que tengo uno y este es especial.
Hoy a sido un dia con muchas emociones, despues de comer con mi hermano en Madrid volvimos a casa y el jardin estaba preciosamente decorado para la fiesta.
Mesas con guirnaldas y todo con un toque especial
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