Escribe. Escribe, escribe, defínete, muéstrate, exponte. Postea el sentimiento, registra en el diario, no dejes que tus segundos caigan al olvido, que no se mueran solo en ti, de ti para ti en una espiral caníbal y autófaga como el gusano que se reduce a una única célula en tiempos de escasez. Entrégate a la rueda y date toda, renuncia a ti misma para que te vean los demás, los otros, cualquiera. Basta.

No seas tonta, no te vendas, no seas la puta del mundo, que no te cojan, que no crean conocerte, que no se identifiquen, que no se crean tu reflejo. Que les jodan. Cierra la puerta, la cámara, el hilo. Mastúrbate, disfruta el silencio, déjate embarazar por la soledad y quiere a los hijos que te dé. Acarícialos si duermen y aliméntalos si lloran. Ríe con ellos cuando jueguen y déjalos esconderse bajo tu falda para que sus dedos juguetones te tiren de la goma de las bragas y te arranquen la sonrisa maliciosa y tierna que tanto gusta a tus amantes.

Ama las palabras porque ellas son tu amigo fiel, respétalas, no las pronuncies con saña, no las divulgues sin cuidado, no las retuerzas solo por diversión como cuando echaban limón y sal a las lombrices tus hermanos en la infancia. Cuídalas y te cuidarán y te acompañarán en tus últimos días, en la soledad final, en el lecho de muerte. Doscientas treinta y cinco palabras, doscientas cuarenta, doscientas cuarenta y cuatro, cinco, siete, doscientas cincuenta.

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