Llegó secándose la transpiración de la frente, menos mal que la puerta estaba abierta porque no se creía con fuerzas para empujarla.
¡Siete pisos por escalera había subido! Cuando entró, no se anunció, fue directo al dispenser de agua como si se tratara de un oasis.
– Perdone señorita, pero no hay ascensor- exhaló desde el dispenser.
– ¿Cómo que no hay ascensor? Es éste que esta acá, del lado izquierdo- le señalo.
No hizo esfuerzo en asomarse, primero por el cansancio y segundo porque si había un ascensor funcionando, no quería saberlo. Prefería no confirmar su estupidez ante la recepcionista.
Terminó el segundo vaso de agua y se acercó:
– Ahora sí, discúlpeme. Soy Juárez Ernesto, tengo turno con el Dr. Flores.
– Ya lo anuncio, ¿por qué no se sienta hasta que lo llame? – le invitó la muchacha, y no supo descifrar si se trataba de una frase protocolar o si lo había visto tratando de recuperar el aliento y no se animaba a pedirle que se siente. Su falta de condición física era su condena y lo sabía.
En otro momento hubiera intentado seducir a la secretaria con algún chiste o una sonrisa pícara, pero ahora, con aureolas de quince centímetros bajo sus axilas y una prominente calvicie, no iba a arriesgarse.
Trató de convencerse de que el motivo eran las aureolas y no la calvicie que lo atormentaba cada vez que se miraba al espejo y mucho menos eran, los quince kilos de más que había cosechado en los últimos diez años de relación.
Decidido postergar esos pensamientos, lo que lo convocaba a este momento era mucho mas importante.
– ¡Juárez! – escuchó y se dirigió como una flecha hacia la sala donde lo esperaba el simpático Dr. Un hombre alto, de anteojos, bronceado, joven, de unos cuarenta y tantos, en suma, era una recopilación de la vida fitness que tanto le gustaría tener. -Si tiene mi edad, me muero- pensó para sus adentros.
– Cuénteme Ernesto, ¿Qué lo trae por acá? – le dijo el medico con una sonrisa.
– Me pasó de nuevo Doc.- respondió cabizbajo.
– ¿De nuevo? ¿De nuevo qué? Específicamente-
– Volvió a pasar y lo otro también, bueno, todo. Otra vez. De nuevo- Se encontró hablándole al piso, incapaz de fijar sus ojos en el especialista.
– Muy bien – dijo el Dr. Al tiempo que agarraba una lapicera- Teniendo en cuenta que terminamos el tratamiento hacer relativamente poco…-
– Dos meses- le interrumpió Ernesto en un susurro.
– Exacto, dos meses. Es difícil identificar el motivo por el cual “volvió a pasar” – se detuvo- ¿las poluciones nocturnas también? – Inquirió.
– Si, también- contesto en un tono, aun mas bajo.
– No hay de que preocuparse Ernesto, puede que se trate de una fase, nada fuera de lo normal. Igualmente vamos a hacer algunos exámenes para quedarnos tranquilos, ¿sí? Pase por acá- le señalo la camilla.
Ernesto se levantó de la silla tragando saliva, sabía lo que iba a pasar porque hace nueve meses atrás tenia que hacerlos dos veces por semana, sin embargo, su ego y su masculinidad nunca terminaron de cicatrizar.
Camino lento hacia la camilla, como condenado a pena de muerte. Se bajo los pantalones tomando aire por la nariz y exhaló una vez el Dr. Flores hubiera terminado de examinar en detalle, su aparato reproductor.
-A simple vista parece estar todo bien por este lado, dese vuelta por favor-
Ahí estaba Ernesto, de nuevo con el culo al aire, exponiendo toda su humanidad.
-Inclínese un poco mas sobre la camilla- Le pidió al mismo tiempo en que se escuchó él “CLAP” del guante de látex aferrándose a la muñeca y la tapa a rosca del pote de vaselina abriéndose.
Inspiró nuevamente por la nariz, cerro los ojos y llevo el peso de su cuerpo un poco mas sobre la camilla. Se dio cuenta que estaba conteniendo la respiración cuando el medico le dijo:
– Relájese Ernesto, es un segundo, ya sabe-
Exhaló y junto coraje para relajar los músculos del rincón más oscuro de su anatomía y luego, lo sintió. El frio, el frio del lubricante, que sumado a la textura del látex le hizo morderse el labio inferior.
-Otra vez esta mierda, siento como me esta puerteando el alma este hijo de puta. – pensó.
No podía evitar pensar en la figura de “macho pecho peludo” diluyéndose con cada milímetro que avanzaba la falange del médico, de pronto, se sintió mas calvo y mas gordo que de costumbre, la tensión acumulada en su cuerpo le hizo pensar en lo denso que era éste, se había convertido en piedra.
-Ya casi, tranquilo y… Listo- pronunció al sacar el dedo.
Soltó todo el aire que contenía en sus pulmones, tanto era, que creyó saldría flotando, se percibía mucho mas liviano, como hecho de algodón.
-Por este lado tampoco hay ninguna anomalía, así que vamos a hacer los estudios para despejar dudas. ¿Ok?
Escuchaba la voz del Dr. Como un eco, mientras se ajustaba el cinto, el consultorio le parecía más pequeño y caluroso que cuando entró.
-Acá tenés las órdenes y nos vemos cuando tengas los resultados.
-Gracias Doc.- le contesto aun sin poder mirarlo a los ojos.
-Despreocúpate, seguro se trate de una fase nada más, vas a ver- le aseguro sonriente y lo despidió con una palmada en la espalda.
Por su lado, Ernesto incapaz de siquiera de mirar a la recepcionista para dedicarle un “buenas tardes” se dirigió derecho hacia la puerta pensando en los siete pisos de bajada que tenía por delante, con suerte, le darían tiempo suficiente para recuperar su dignidad.
– ¡Momento, señor! – le intercepto el grito de la joven antes de cruzar la puerta- Ya se que pasa con el ascensor.
– ¿Qué pasa?
– No para. No se para.
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