Quizás venga al caso, el aclarar mi identidad, quizás no. Bien, de todos modos, a los hechos que aquí expongo no afecta. Mi nombre es Iván Alves, y al momento de este relato cuento con saludables 35 años.

No puedo decir que la vida se me es fácil, pero, ¿a quien se le hace fácil en realidad, con los tiempos que corren?.

La veracidad histórica de lo que pienso exponer no viene al caso, así que digamos que nací en medio de conflictos de distintas índoles, los cuales afectaban esta “ALDEA GLOBAL”, lejos del lugar donde llore por primera vez.

Mi madre se malganaba la vida enseñando a pequeños inadaptados sociales a reintegrarse a la sociedad, un trabajo por el cual, a menudo nos olvidaba, o al menos era eso lo que nos parecía (olvide decir que al nacer ya disponía de 2 hermanas mayores).  Mi padre era oficial de policía, en un momento donde ser precisamente eso no resultaba ninguna garantía de seguridad.

¿ A qué viene tanta presentación?

Nada de esto tiene que ver con lo que quiero relatar.

Creo que tuve una niñez normal, es decir, me acuerdo de las mismas tías bigotudas de las que se acuerda la mayoría de la gente de mi edad. Quise ser bombero en un momento, y en el otro aviador, tenía un grupo de amigos de barrio, etc.

Vivíamos en un pueblo pequeño, uno de esos lugares donde es imposible que no existan otros niños en el barrio, y donde todo y todos estamos y queda cerca.

Otra vez me estoy apartando del relato.

Deben disculpar, es que me ataca la nostalgia en cuanto entro a recordar todos estos detalles, esa es la desventaja de nacer en un pueblo pequeño. Nos hace nostálgicos al recordar desde las torres en una ciudad encerrado en una oficina tratando de ordenar esta historia.

Casi resulta una redundancia decir que la vida en mi niñez era bastante tranquila, aparte de la falta de preocupaciones propia de la edad.

Desde muy pequeño ( y no podía ser de otro modo) me aficioné a los deportes, en especial al fútbol  y al  básquetbol, el cual era pasión en mi pueblo. Existían dos grandes clubes, los cuales dividían las opiniones de la gente, habiéndose generado un hondo fanatismo por los colores de uno u otro equipo ( algo parecido pasa a nivel provincial, entre los clubes de fútbol). Eran recordadas en las charlas del único café del lugar las hazañas de uno u otro bando, en el pueblo se empezaba a vivir el “clásico” con una semana de anticipación con las calles engalanadas con los colores del corazón, como solo se veía en los días de fiesta con los colores de la madre patria.

Recuerdo que mi padre tenía bastante trabajo en esa época, dispersando los tumultos que causaban los simpatizantes al enfrentarse, muchas veces alcoholizados.

Ya en esos tiempos el alcohol excitaba las mentes.

Fuera de eso, el acontecimiento sacudía la monotonía del pueblo, en el cual se vivía una semana con el corazón oprimido de ansiedad para luego salir a festejar a la plaza o esconderse la cabeza en las manos, según el caso.

He dicho ya que a mi madre el trabajo le insumía la mayor parte del tiempo, y que mi padre trabajaba otro tanto.

Yo quedaba al cuidado de mis hermanas, las cuales debían atenderme por la tarde, dado que de mañana estaba terminando el ciclo primario en la escuela estatal.  Por esos tiempos, ellas ya se habían desarrollado, y como empezaban a caerles en gracia algunos muchachos, empecé a estorbarles, así que maquinaron en secreto, y un día me dijeron:

-”Choa ,( me decían choa, ya no recuerdo el motivo) te anotamos en el equipo de U**, (uno de los acérrimos rivales, el otro es C**)para que juegues al básquet, y mañana empezás las prácticas”.

Con esto se libraban de mi unas tres tardes por semana.

En este punto, no sé si podré seguir escribiendo, pues tengo que describir el peor error de mi vida, aquello que hubiera cambiado mi presente.

No es que esté descontento. Logré un buen empleo como corredor de libros, un trabajo que parece fácil, pero que hay que estar  y hacerlo. Estoy casado y divorciado, tengo dos pequeñitas hermosas, a las que no puedo ver mucho pero que cada vez que puedo les llevo un regalo.

Solo el pensar en que crecerán me parte el alma; pero, así es la vida. Tengo un departamento, chico, pero mío, ya que lo terminé de pagar hace poco.

No hace falta decir que poco fue el incentivo para que comience a jugar. Verdaderamente, este juego era pasión en el lugar, por lo que pocos escapaban a su influjo, y yo no me contaba entre ellos.

Recuerdo que mis padres me iniciaron en la religión católica, por lo cual, todos los domingos íbamos a misa, luego del almuerzo familiar. Mi madre se hacía tiempo los fines de semana para cocinarnos, aunque llegaba tan exhausta que parecía que lo tomaba todo como una obligación, por lo que gran parte del encanto de la comida desaparecía. 

Para ese tiempo, hubo un atentado (mala palabra, ¿no?) en el que un amigo de mi padre, también policía, resultó muerto. Teníamos miedo, a esa edad uno no cree en la mortalidad. Mi padre era un buen hombre, pero a raíz de ese incidente comenzó a tomar vino en la comida, cosa que a mí ni a mis hermanas nos gustara mucho.

Pero esa es ya otra historia, me estoy desviando de nuevo. Y bueno, no soy escritor, si lo fuera esto resultaría mucho más fácil para mí ahora.

Decía, éramos católicos, pero ese término no significaba (ni significa) nada para mí.  Solo como una obligación más de los domingos.

Con el correr de los años y después de la muerte de mi madre (un infarto la reventó a los 45 años, sin que parase ni uno), dejé de ir a la iglesia, aparte me había aficionado a concurrir a los partidos de fútbol en la capital, donde jugaba el equipo de mis amores.  Para ese tiempo ya estaba en la categoría cadetes de U** , no era muy bueno, pero me defendía (y sigo haciéndolo) bastante bien, jugaba de ala o ayuda base, y como jugábamos los sábados, veía todo el fin de semana dedicado al deporte. Seguía existiendo la misma pasión con el basquet en el pueblo, y yo era parte de ella.

Que tiempos aquellos. Si no hubiera fallado.

Si no hubiera…

Ese momento no deja de dar vueltas por mi mente.

Ahora, puedo observarlo todo desde otro punto de vista, lamentablemente ya es tarde para mí, ya la línea de la vida se encargó de pasar por donde yo quise escribir.

Luego de tantos años, y cuando está todo jugado, puedo analizar esa parte de mi pasado que intentaré contarle a ustedes.

Con mis veinte añitos recién cumplidos, el futuro no se podía ver más alentador:

Estaba en la primera del club, lo que significaba en esos tiempos un gran arrastre con las chicas (a mi ex-esposa la conocí cuando jugaba al basquet), mis hermanas se habían casado, y pasé a vivir solo en la casa paterna, lo que, como imaginarán, representaba libertad absoluta de acción. Tenía todo eso, me imaginaba a mi mismo exitoso y mis aspiraciones profesionales eran ser abogado, cuando un giro de la vida me jugó la peor carta de mano e hizo pedazos todas mis ilusiones de futuro.

Había sido un año excepcional en el basquet. En el comienzo del torneo tuvimos algunos tropiezos, los demás equipos de la liga se habían reforzado y daban bastante batalla, pero aunque no éramos uno de los clubes favoritos, trabajamos duro en los entrenamientos (tres veces por semana, practicábamos tácticas y destreza física) y resultamos ser una de las revelaciones del año.  El equipo de C** era el favorito, circunstancia que actuaba como incentivo extra para mejorar.

Eran incontables las chanzas que teníamos que aguantar de ellos, bah, todos saben como es esto, sobre todo con rivales clásicos y tan enemigos como estos.

Decía, mejoramos mucho, demoliendo a todos los oponentes que nos tocaron, quedando clasificados para el hexagonal que definiría al campeón, cosa que nunca había ocurrido en U**.

Vivimos un momento inmenso de alegría con esto.

El equipo de C** también clasificó, y , hecho el respectivo sorteo, se determinaba que los dos equipos se encontraran (hipotéticamente, en el caso de haber eliminado a los otros cuatro equipos), en una final por el título de campeón.

Imaginarán la expectativa que vivió la ciudad  ( ya éramos ciudad) por esto.

Cada encuentro fue seguido por una enorme cantidad de gente.

Trabajosamente, ganamos los dos encuentros que nos correspondían ( a esa altura el aliento de la gente era infernal, daba miedo a veces entrar a la cancha)  Y C** también.

Como en los viejos tiempos, todo en mundo se paralizó una semana antes del encuentro. Éramos los niños mimados de la ciudad.. muchos de mis compañeros de ese equipo hoy en día gozan de una sólida posición y el respeto de sus coterráneos.

Todo nos estaba permitido, paseábamos por la vida ebrios de orgullo y alegría.

Había tenido, en realidad, mucha suerte ese año, e incluso soñaba (¡ y como!) con un futuro profesional.

Si me vieran ahora.

Si me vieran.

Con mi cartera de libros bajo el brazo, caminado horas y horas por las pantanosas calles de le ciudad, engañando de amnesia los recuerdos, maldiciendo el caliente asfalto que no hace otra cosa que devorar las suelas de mis zapatos.

Todo, estoy seguro que todo este presente no estaría si no hubiera fallado en ese instante definitorio, si esa parte del pasado cambiara otra sería mi vida.

Llegó el gran día.

Un día que a muchos les trae hermosos recuerdos, pero a mi me recuerda siempre que, de haber reaccionado a tiempo, otro sería mi destino.

Sin saberlo, oscuras maquinaciones se cernían sobre mi cabeza..

La debilidad del espíritu humano es algo que, quienes lucran con ello, están acostumbrados a descubrir.

¿Cómo saber que era víctima de un engaño?

Ahora es tarde, ya no hay una salida posible de el medio de esta podredumbre…

Me permito una descripción personal

Soy muy orgulloso, demasiado. Al principio me dolió muchísimo, pero nunca se trasparentó en mi persona la forma en la que me afectó todo aquello.

Si, ya sé que van a decir. Doy vueltas y vueltas y no digo nada.

¡ Qué me importa!

Nadie los obliga a estar ahí, sentados o parados leyendo esta sarta de estupideces, así que no venga ahora a querer de mí una narración coherente.

Perdón.

Decía, soy orgulloso, y tal vez también vanidoso, no estoy seguro.

Solo puedo decir que aún a pesar de las miles de palabras hirientes que cayeron sobre mi, a pesar de los gestos que pude adivinar en la gente, nunca se vio en mi algún indicio de que aquello me hubiera afectado, aunque a decir verdad fue lo que desencadenó, lo que marcó ni calvario por siempre y también lo que (si tomamos las cosas ciertas como ciertas), acabó por ocasionar mi ruina.

Volvamos al relato.

Ese día, jugábamos de local. La cancha estaba llena unas dos horas antes del partido, el cuál daría a conocer el campeón del certamen. Teníamos muchas esperanzas de revertir una serie adversa de “clásicos” y consagrarnos.

Durante la semana habíamos analizado el juego de los rivales de siempre,  y desarrollado (en teoría) algunas tácticas que nos permitirían derrotarlos. Teníamos una enorme presión, de parte de la ciudad, de familiares, de los directivos, de nosotros mismos.

Una algarabía sin comparación recibió el salto inicial. El trámite del partido fue duro y parejo. Nos marcaban bastante bien, pero algunos errores nos permitieron sacar una pequeña ventaja en el tiempo inicial. A esa altura, el viejo estadio de tribunas de madera rugía, la gente deliraba dentro y fuera del estadio, pegada la oreja a la radio que transmitía en partido (mucha gente se había quedado sin entrada, debido a la enorme expectativa).

El segundo tiempo era el definitorio..

No podíamos fallar.

Les diré ( les escribiré, mas bien) la espina que mora en mi alma, y que es la causa de todos mis males. Les describiré el lamentable error que signa ahora, pasados los años, mi presente, y amenaza mi descanso eterno.

Faltaban unos 4 minutos para que termine ese maldito partido, y teníamos todo controlado. El equipo de C** estaba acorralado en su campo y no encontraba la forma de doblegar nuestras defensas, pero sorpresivamente, en tres de esos cuatro minutos, lograron una serie de triples y empataron el marcador. ¡ No podíamos creerlo! Incluso les cometimos una falta y, de estar ganando el partido final, nos encontramos perdiendo por un tanto a segundos del final.

La jugada que sigue está marcada a fuego en mi mente.

He dicho que jugaba de ala, y recayó en mis manos la responsabilidad de la jugada final del partido, aquella de la que dependía el título, aquella que valdría para los ganadores más que todo el oro del mundo, y que para los perdedores sería la prueba de su ineficacia, de su fracaso, sería el lacerante recuerdo del sabor del polvo al caer y el olor salino que exudaban nuestros cuerpos, mezclado con el sabor de las lágrimas que corrieron por nuestras caras sin intentar ni poder detenerlas, sin que importe otra cosa, con toda la ciudad mirando, con la mitad de la misma gozando al ver nuestras caras de dolor, todo eso por mi culpa, únicamente por mi culpa, ya que no pude realizar, o mejor dicho, pude realizar y no hice el tanto que nos daría la victoria.  Aún me parece ver las caras de mis compañeros, de mis esforzados compañeros de equipo al ver lo en vano de sus empeños, todo dilapidado por un error, un solo error que yo cometí, haciéndome acreedor a todo el oprobio sobre la tierra.

Es verdad que ninguno de ellos me reprochó en algún momento la realidad, e incluso hubo aquel valeroso que se atribuyó la causa de nuestra derrota, pero yo sé, yo estoy seguro ahora, como lo estaba en ese momento, de que yo, solo yo, al no tomar la decisión correcta, fui el culpable.

A partir de este punto comienza la parte fantástica de mi relato.

Se que algunos no podrán o querrán creerme, pero eso me tiene sin cuidado, así como también las consecuencias que me traiga el contarlo, ya que terribles represalias me fueron prometidas si esto alguna vez salía a la luz. Este trozo de la historia tiene un comienzo hará unos tres años, aproximadamente por la misma época en la cual me separé de mi esposa. Esta separación me dejó en una mala situación económica, y por si esto hubiera sido poco, salí de garantía a un amigo que desapareció olímpicamente del mapa, así que podrán imaginar el estado nervioso en el que me encontraba. Inconscientemente, tal vez tratando de parodiar a mi padre, empecé a frecuentar algunos “boliches” a los cuales me podía permitir acceder mi pobre peculio.

En una de estas tabernas, luego de una noche como eran todas mis noches por esa época, es decir, empapadas de vino barato, en una de esas noches conocí al señor Vicente. ¡De haber sabido quién era hubiera huido desesperado por la calle hasta llegar a mi hogar!

Nuestro encuentro fue de lo más raro, y solo ahora, que todo está consumado, puedo observar que en realidad estaba estudiado, como seguramente estaban estudiados todos mis días por este señor. Compartimos unas copas ( ahora que recuerdo, las invitó el, seguramente con el objeto de ganar mi confianza. ¡Como se agudiza la memoria lacerada por los recuerdos de lo inevitable!) y me encontré compartiendo mis cuitas con el señor Vicente casi sin darme cuenta, abrazados los dos, ebrios como una cuba, maldiciendo al mundo, a los gobernantes, a las mujeres que constituyen la perdición de todo hombre honrado, y a cualquiera que se cruzara por delante. Realmente, no sé como llegué a mi casa esa noche, debo creer que fue el señor Vicente quien me acercó e incluso me arropó en la cama, mientras por mi boca salían en torrentes mis jugos gástricos, mi bilis y todos mis pesares, y el techo de la habitación daba vueltas y vueltas sobre mi cabeza.

De más está decir que no fui a trabajar el día siguiente, dado que no podía levantarme de la cama.

Desde ese día empezó mi decadencia, la que me obligó a aceptar todo lo que me ofrecieran para mejorar mi situación.

Ya estoy perdido…

He besado el rabo de la bestia nauseabunda, he aceptado su orín en mi cara, he visto sus ojos sangrientos destellando de alegría esta noche, mientras Vicente canta y murmura en un idioma incomprensible para mi…

Ahora debo cumplir, solo cumplir….

y arrancar como un pedazo de carne entre los dientes ese error de mi pasado.

Hubo de pasar un tiempo hasta que fuera de nuevo a esa taberna. Creo que, insensiblemente evitaba volver a encontrarme con el señor Vicente. Pero las cosas continuaban mal allí en el exterior, y una noche de verano me encontré a mi mismo pidiendo del mismo vino en la misma mesa.

Distraía mis ojos por la pared desnuda, cuando escuché que me decían mientras me tomaban de los hombros:

– Hace tiempo que no te veo por acá, parece que las cosas mejoraron.

Dentro de mi semi-borrachera, me alegré de verle, pensando quizás en que pague otras rondas de vino, a pesar de que su fría mirada me obligaba a desviar la vista.

-Como le va, Vicente.

Repentinamente, el boliche parecía estar vacío, y solo estábamos Vicente y yo, frente a una botella de vino que pareció aparecer por arte de magia. había observado la otra vez en la cara de mi acompañante una rara cicatriz semejante a una serpiente, que parecía retorcerse cada vez que el hablaba, que parecía reír con cada risotada que pronunciaba el.

Comenzamos otra vez, sin darnos(o darme) cuenta, a hablar de los pesares de esta vida, mientras el vino volvía a circular por nuestras mentes, mientras Vicente me calaba el alma con esos ojos de hielo.

De repente, pronunció una frase que debido a mi estado tomé como si fuera la de un beodo:

– Pensar que, sin embargo, es posible enmendar los errores pasados.

-“Está borracho”, pensé. Y solo por seguir la conversación, pregunté:

– ¿Acaso es eso posible?

Sus ojos se clavaron como puñales en los míos y repitieron:

– Pensar que, sin embargo, es posible enmendar los errores pasados… Solo que el precio es para valientes, no es cosa para todos.

Como borracho me consideraba un valiente ¡Maldito el día en que estuve allí! no pude evitar el preguntar gritando

-¡Diga ese precio!

-Amigo, el precio lo pone mi patrón. El hace tiempo que está esperándote, y me mandó por ti.

Debió de leer en mi cara el asombro, ya que se apresuró a añadir:

-Hace rato que mi patrón te viene siguiendo, Iván.

Desde el momento en que lo vienes invocando, El está a tu lado, solo esperando que te decidas a pedir su ayuda.

¡ Si no lo hubiera escuchado y hubiera huido como me dictaba el corazón!¡Si en mi mente no hubiera calado hondo la curiosidad por lo que Vicente decía! Pero es en vano, el sabía con quien trataba, así que sonrió como nunca cuando grité, casi llorando, lo que estaba esperando que grite:

-¡Diga que precio! No importa que sea, ya no tengo nada más que perder.

Lo había conseguido.

Podría, por fin, ser el hombre que siempre había querido ser, podría levantar los ojos y observar a los demás sin el menor atisbo de vergüenza en mi cara, y ser el héroe recordado por todos y ser aquel para el cual todas las puertas estaban abiertas.

Solo tenía que enmendar un error del pasado…

No parecía un precio tan grande, para el premio que significaba. E incluso era un riesgo mínimo, ya que podía cambiar el convenio en la hora de mi muerte, con lo cual aseguraba ¿El perdón? ¿De quién? Nada me importaba más que lo que podía hacer ahora.

Hice un trato.

Un trato con el patrón de Vicente.

Un trato con Él. El hermano de Azathot, el padre de la serpiente, del anticristo.
 No importó el vender mi alma al precio que la vendí, no me importaron en absoluto las consecuencias que podrían venir luego de tan tremenda decisión. Él me dio una oportunidad, realicé los rituales que me exigieron que haga, blasfemé y renegué de símbolos en forma de cruz, de madre, hice de mi un ser despreciable, vil, bajo, capaz de realizar cualquier encargo que quieran que haga.. Golpeé a mis semejantes, a ese pobre borracho del cual se escurrió sangre por sus sienes.

Y lo conseguí.

Cumplí mi parte del trato y me fueron concedidos diez segundos para volver al pasado y cambiar algún aspecto de mi vida.

Repasé mentalmente todos mis errores, las palabras que podían salvar mi matrimonio y no dije, los trabajos que rechacé ilusionado con un futuro que parecía mejor

Y todos mis pensamientos se dirigieron a esa jugada de ese partido de Basquet.

El aliento que bajaba de las viejas tribunas era ensordecedor. Faltaban segundos para el final del partido, y la jugada final era mi responsabilidad, pero ahora sabía que hacer.

Avancé luego de recibir de Agustín un pase perfecto, eludí a un contrario y levanté la cabeza.

Ahí estaba.

Vicente.

Todo saldría bien.

4 Segundos para el final, estaba en posición de tiro, y vi, volví a ver al base que pedía la bola bajo el aro.

Esta vez no se la di…

3 segundos para el final.

El silencio sepulcral en el estadio permitió escuchar la voz de uno de los relatores de radio:

¡ segundos para el final, es la última jugada de Alves que pasará el balón al base, ¡no! , Alves se apresta a tirar, tiroooooo!

El balón en el aire. ya no hay más tiempo, el trato se ha cumplido.  Miré a Vicente. Creí observar que la serpiente sonreía en la lejanía.

Una palabra necesito.

Una sola.

Ahora que el tiempo ha pasado en todas sus formas, y no volverá atrás, de ninguna manera, ahora se que he perdido el alma, mucho antes de entregarla en ese estúpido trato que firmé con mi sangre.

Debí saber que quien vende el alma al diablo ya la ha perdido en algún recodo de su vida.

Particularmente, yo la he perdido, creo, ese segundo en el cual escuché la risotada de Vicente, ese segundo que fue el siguiente a aquel en el cual erré el último tiro, en esa maldita final de Basquet.

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