CULO GORDO NO CREE EN DIOS

CULO GORDO NO CREE EN DIOS

MALO CHINARRO

05/05/2017

Me levantaba a las cuatro de la tarde. Tenía que coger el bus de las seis en la avenida América, Madrid. Hacía un día de principios de septiembre: una temperatura agradable, ni mucho calor ni mucho frío.

El asiento de mi billete me indicaba en el centro del autobús, pero al ver la poca gente que se subía decidí sentarme al final, donde los asientos se juntan y no hay pasillo. Me encontré una agradable sorpresa: una chica joven de mediana edad estaba sentada un asiento por delante de mí mientras se retocaba la cara.

—Hola, parece que no va a subir mucha más gente —le dije.

—¡Hola! Parece que tienes razón.

—¿De dónde vienes? —le pregunté—. El viaje Madrid-Zaragoza son casi 4 horas de viaje.

—Esta mañana ha aterrizado mi avión desde Bruselas en Madrid. Vivo en Zaragoza.

Hablamos durante no sé cuánto tiempo sobre los lugares en los que habíamos estado, cómo eran las personas de cada lugar y un buen bar para desconectar de cada ciudad. Debió de pasar una hora. Siempre hay un momento cuando esa persona que acabas de conocer ya no es un extraño para convertirse en un confidente. Cómo no, salió el tema del amor. Hablamos un poco por encima, ella no se quería mojar mucho y yo quería que lo hiciese hasta que me di cuenta.

—¿Cómo de mujer te sientes? —le pregunté.

—Nací mujer y moriré mujer —me respondió muy clara.

—Entonces, ¿eres travesti?

—Sí.

—¿Hace cuánto tiempo que lo sabes?

—Desde pequeña he sentido que era mujer. Notaba que me gustaban las cosas de niña, me gustaban los hombres y por supuesto tenía pensamientos de niña.

—Pero, ¿tú verías bien que un niño o niña de seis años se cambiara el nombre como está ocurriendo ahora?

—Definitivamente no, los niños son niños y a la seguridad es a lo último que juegan.

Me empezó a enseñar fotos de chicas desnudas por el móvil. Ella tenía los rasgos latinos, la sensualidad de una mujer y los labios carnosos. No sabía cuánto de ella estaba operado pero lo que sí sabía era que estaba en el momento de imponerme o dejarme llevar.

—¿A qué te dedicas? —había algo en ella que me decía que no era azafata, dependienta o coach.

—Soy prostituta de lujo, he viajado a Bruselas por un cliente —me respondió mientras pasaba a enseñarme vídeos para adultos desde el móvil.

—¿Trabajas por libre o perteneces alguna comunidad? —le curioseé.

—Trabajo por libre ya desde hace mucho tiempo. Cuando llegué a España trabajaba para una organización, pero luego pude salir. No corrí tanta suerte como otras chicas y empecé por libre.

—¿Qué es lo que más te gusta de tu trabajo?

—Que me vean como una mujer, la libertad, el dinero, la paz que tengo.

—Háblame de la paz, la llevo buscando desde hace mucho tiempo y no la encuentro. Vengo de enterrar a un amigo, ha sido lo más doloroso que me ha pasado en vida.

En ese momento dejó de enseñarme fotos y vídeos desde el móvil.

—Pero era un amigo, no un familiar —me respondió tajantemente.

—Te he contado mis aventuras por Alemania. Después de Alemania tenía tantas ilusiones puestas en seguir mi camino que las proyecté en mi amigo, Cristian. Es como si fuese la única persona que me comprendía y ahora era capaz de seguirlo o, mejor dicho, él era capaz de seguirme a mí.

—Entiendo. Era como de tu familia. ¿Qué pasó?

—Se suicidó. No tenía límites ni una figura que se los pusiese. Las figuras las encontraba en la noche. Qué te voy a contar de la noche a ti, ya sabemos la clase de gente que hay, pero luego llegan a sus casas y no son muchachos de 23 años.

—Yo también he deseado el suicido, por diferentes razones. Por no sentirme querida, por no sentirme aceptada por mi familia. ¿Tan difícil es ser aceptado en esta sociedad de mierda?

—A veces hay que huir de los lugares que nos han hecho crecer a base de hostias para darnos cuenta de cómo han llegado las personas a esos pensamientos, a ese rechazo.

—¿Tomar distancias dices? —me pregunta con voz dulce e inocente.

—Tal vez…, o solamente para olvidar todo el daño que nos han hecho.

—Entiendo, lo he vivido tantas veces… —me respondió.

—Yo también he tenido ganas de suicidarme muchas veces. Las ganas de suicidarse son una respuesta del cuerpo, de la mente, a la realidad que no comprendemos; bien porque no nos dejan, bien porque no nos conocemos.

—¿Alguna vez lo has intentado? —le pregunté esperando cualquier respuesta.

—No, ¿y tú?

—No, pero prefiero el suicidio a no avanzar.

—¿A qué te refieres?

—¿Nunca has tenido la sensación de que estar mucho tiempo en un sitio, con las mismas personas, haciendo las mismas cosas que no te aportan nada? Como si la ciudad ya no te pudiese dar nada…

—Para eso están las personas, perdona que te interrumpa.

—He dejado de creer en las personas.

—¿En quién crees?

—En los lugares. Ellos no te hacen daño.

—Estás siendo muy duro contigo mismo. Date una oportunidad. Ha muerto hace poco tu amigo. ¿Tienes novia?

—No, y tampoco quiero. No quiero llenarle la cabeza con mis tonterías. Sería muy egoísta por mi parte.

—Pues a mí me estás encantando.

—Ojalá las mujeres que me gustan sean como tú. Vamos a cambiar de tema, vamos a irnos a otro sitio. ¿Qué te parece Madrid?

—Ja, ja. Encontrarás a esa chica. De Madrid me encanta su libertad, su movimiento, su originalidad. Puedes encontrar gente de todo tipo.

—A mí lo que me gusta es su dinamismo, su locura. Siempre ofrece algo nuevo. Lo que pasa es que es muy caro vivir en ella. Es lo que me echa para atrás. También la soledad de una gran capital.

—¿Cómo que la soledad? —me preguntó en voz baja intentando no entrometerse demasiado.

—Sí, la soledad de las grandes capitales. El que todo el mundo tenga algo que hacer, que todo el mundo tenga una finalidad en su camino. La ambición, sí, la ambición de la gran urbe me da respeto, y ayer en el entierro de mi amigo noté miedo en mí. Miedo a no saber en quién confiar.

—Pero tienes tus amigos.

—Los trotamundos tenemos amistades, tenemos nuestra familia pero no debemos abrirnos con todos puesto que el qué dirán nos importa más.

—Explícate, ¿a un chico con tu vida le importa el qué dirán?

—No me importa el qué dirán, me importa que no me entiendan y hablen sin saber.

—¡¡¡Eso siempre va a ocurrir!!!

—A mí ahora me duele, no sé dentro de unos años.

Seguimos hablando de diferentes ciudades, cómo nos había hecho crecer, sus ventajas, sus desventajas. En definitiva, la fauna de cada ecosistema. No habíamos hecho parada puesto que ese autobús nos llevaba directo desde Madrid. Los únicos que hablábamos éramos nosotros, el resto del autobús seguía en silencio, en un tedioso silencio. Nosotros también nos quedábamos en silencio pero era como si reflexionáramos en cada silencio. Los silencios importan y más en una buena conversación. Rompí ese silencio para preguntarle.

—Oye, ¿qué pasa con los travestis en mi ciudad? En general en todas las ciudades. No lo entiendo. Por un lado, las páginas de contactos están llenas de anuncios de travestis y, por otro, si sacas el tema la gente se ríe o prefiere no hablar.

—Bueno, la gente no entiende, que algunos nacemos mujer siendo niños y al revés. ¿tú sabrías explicarlo?

—Bueno, estamos determinados genéticamente aunque nuestras experiencias nos dan forma. Existen unos líquidos en el cerebro que básicamente nos dan forma y cada persona es única. Entonces, dependiendo de las experiencias que tenemos esos líquidos se regulan en una parte por la genética y en otra por las experiencias.

—Nunca me habría dado cuenta de que fuéramos tan sencillos.

—Si valen las paradojas, somos complicados en un mundo que debería ser sencillo.

—Volviendo a tu pregunta…, a mí me ha contratado todo tipo de personalidades. Desde banqueros, jóvenes ricachones, políticos, etc. No quiero saber qué clase de gente debe ir con las las chicas que cobran menos. Me imagino que gente curiosa, salidos, reprimidos, no sé…, todo tipo de gente.

—Entiendo, pero es injusto que os hablen así. Es injusto que os traten así. Sois personas.

—Ya…, ¿alguna vez has tenido alguna experiencia con un tío?

—Muchas veces, soy bisexual egoísta….

—¿Cómo es eso de ser bisexual egoísta? —me interrumpió.

—Que la mujer sale de la imperfección de la perfecta naturaleza. Al hombre lo uso para tener sexo cuando llevo tiempo sin tener sexo con una mujer.

—¡Ja, ja, ja! Bisexual egoísta, esa me ha gustado. Me encantas de verdad.

En ese momento, saco su móvil y volvió a enseñarme fotos y vídeos pornográficos. Sin darme cuenta ya era suyo, solo podía dejarme llevar. Se me empezó a empalmar y, en un contexto de confianza, le pregunté.

—Oye, mi ex decía que la polla de su exnovio medía 18 centímetros y que la mía era pequeña. Me ha hecho mucho daño durante mucho tiempo.

—¿Me dejas tocar?

—Soy todo tuyo, pero, ¿puedo tocarte las tetas? Nunca he tocado unas de silicona.

—Sí, claro.

Su mano se empezó a deslizar por los asientos. Cambió su postura dirigiéndose a mí. Se quitó el sujetador con una mano mientras me acariciaba con la otra por fuera de los pantalones. Yo me quité los pantalones y empezó a masturbarme. Con una voz sensual, femenina, segura, me dijo:

—Me gusta tu grosor. No es la más larga que he probado, pero está muy bien. No le guardes rencor. Las mujeres a veces decimos cosas que no tendríamos que decir cuando estamos enfadadas.

Yo estaba en pleno éxtasis mientras tocaba sus tetas y le dije:

—Sigue, por favor.

Entonces terminó. Hubo un rato de silencio hasta que me dijo que iba al baño un momento. Retiró la mano de mi pene. Asentí con la cabeza, me limpié y recuperé la compostura. Pude ver en un cartel que quedaban 20 kilómetros para llegar a Zaragoza. Al llegar del baño me preguntó:

—Oye, ¿te gustaría que nos viésemos alguna vez más en mi casa?

—Yo también te tengo que decir que me encantas, pero ha llegado la hora de contarte por qué no voy a ir a tu casa. No por prejuicios. No porque no me pongas, sino porque ya nos hemos dicho todo: en palabras y en hechos. No nos queda nada más por decir.

—¿Le contarás a alguien lo que ha pasado hoy?

—Tendré que pensarlo. No creo que estén preparados.

Nos despedimos con dos sólidos besos. El autobús había llegado a la estación delicias. Al bajar del autobús nos volvimos a despedir y cuando veía cómo se marchaba pensé:

CULO GORDO NO CREE EN DIOS.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS