Andaba despacio, sin preocuparse; por mucho que quisiera tampoco podría. Ni a andar más rápido ni a preocuparse me refiero, ambas situaciones son impensables cuando uno acude a trabajar sin cabeza. No obstante, aunque parezca inverosímil no deja de tener sus ventajas. Uno puede olvidarse de todo y dejarse a la merced del entorno, sin tener que esquivar ramas bajas ni elegir ningún sombrero, eso sí, siempre a tientas. Con las manos en todo momento por delante no sea cosa que demos de golpe contra un muro. Aunque en caso de golpearse contra un muro, ya sea por despiste o porque el muro ha decidido estar allí, interponerse entre tú y tu camino. Que suele ocurrir, escuchadme, me ha ocurrido y os ha ocurrido. No pasa nada. El golpe se siente en el pecho, en ningún momento la cabeza sufrirá ningún daño pues la hemos dejado en casa, y la gravedad del cuerpo se estabiliza cargando su epicentro un poco más arriba de la pelvis, con lo cual difícilmente se caiga o pierda el conocimiento.
Todo ventajas.
Ahora sí, el mayor placer, radica en que no tienes que escuchar ni ver a tus compañeros de trabajo. Unicamente ocuparse de teclear en la máquina y que el cuerpo no arda. Quizás ellos se sientan desconcertados y pregunten que te pasa, pero no te preocupes si sigues trabajando difícilmente se atrevan a echarte.
OPINIONES Y COMENTARIOS