Era un día lluvioso, normal, una urbe, normal y aún así todas las miradas estupefactas levantaban la vista, inmóviles. El tiempo parecía detenerse mientras la nave bajaba, silenciosa, deslizándose suavemente en el viento.
Una caja, dos veces más grande que un buzón cayó y su eco metálico fue lo único que resonó en todo el lugar mientras se despejaba el polvo y los pedazos de concreto y tierra se dispersaban en el aire. De la nave que aún estaba suspendida sobre la muda ciudad se escucharon las palabras que traerían tanto confusión como asombro en los meses venideros…
“Está pagado”
La nave inmediatamente desapareció en el cielo elevándose de nuevo hasta perderse, fue entonces cuando el tiempo volvió a la vida y entre gritos la gente huía despavorida mientras algunos otros curiosos se acercaron a la caja.
Científicos de todo el mundo y líderes mundiales estaban atónitos por esta visita y deseaban desentrañar los misterios de la caja peleándose, vociferando, maldiciendo y declarándose guerras imaginarias.
Dos meses sin desentrañar la caja.
Comenzaron entonces las verdaderas movilizaciones militares y cada ego se vio reflejado en los soldados que marchaban acompañados de la maquinaria asesina que prometía la conquista del cofre que, según todos, no podía contener otra cosa sino las perlas mismas del universo que un Dios benevolente hizo llegar a esa humanidad por tantos sacrificios. Se vieron los ejércitos, frente a frente, esperando la orden para reclamar el trofeo en tierra que meses antes se consideraba neutral.
Antes del primer disparo la nave volvió, de la misma forma silenciosa con la que entregó el objeto de la codicia, bajó de nuevo de forma grácil y se detuvo cinco metros antes de tocar superficie. Un rayo de luz desenterró el cofre y mientras éste levitaba con intención de volver a su legítimo dueño otro mensaje se liberó, fuerte y robótico…
“Lo siento mucho…
…galaxia equivocada”
No tardo mucho en desaparecer la nave y junto con ella la caja, pero antes de irse, cientos de trípticos fueron despedidos de la ella mientras se alejaba, cubriendo el campo de batalla, en él, un menú de cosas que jamás habían escuchado en moneda que jamás habían visto y justo debajo, en una pequeña sección, una encuesta de satisfacción.
Después de ese día lo único en lo que todos los terrícolas estuvieron de acuerdo es que el repartidor fue grosero y sucio.
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