Yo tenía mala suere en los trabajos. Cuando pedía empleo siempre me decían «Déjame tu solicitud y yo te llamo». Jamás lo hacían. Fui a todos los lugares de Guadalajara, mi hogar, y en ningún lugar logré mi cometido.

Un poco fastidiado de aquello, decidí mudarme de mi ciudad natal a la ciudad de Guanajuato,  esperando cambiar un poco mi suerte. Por fortuna esa mala suerte se fue a otro lado, pues el primer lugar al que pedí trabajo me contrató ese mismo instante. Lo malo es que ese otro lado al que la mala suerte se fue, es el ámbito social.

Entré a la universidad de Guanajuato y no conocía a nadie, lo cual al principio era normal, pero no a las dos semanas, cuando todos ya habían hecho sus círculos sociales y Lorena,  la maga de la escuela, ya tenía novio.

Oh Lorena ¡Hubiera sido yo el afortunado! Traté de conversar contigo, aquella tarde, el sol del ocaso reververaba dándole un tono hermoso a la ciudad, tú te veías radiante. Yo aproveché la ocasión, te pregunté algunas cosas y tú me enseñaste un truco de magia: te desapareciste mientras yo tenía cerrados los ojos y contaba hasta treinta. 

A pesar de mi nuevo infortunio si logré hacer amigos: Jorge y Mariano. Uno pensaría que tal vez mi mala suerte ha desaparecido, y yo pensé que sí. Pero la forma como los conocí me hace dudar un poco: estábamos en la clase de una profesora de treinta y dos años bastante atractiva. Yo estaba más concentrado en la maestra que en la pizarra. De repente escucho que alguien al lado  me dice en voz baja «Está bien buena ¿verdad?». Ese era Jorge. «¿Quién más le está viendo el culo a la ticher?» Dijo Mariano.

Esa pueril anécdota fue el principio de nuestra gran amistad. La actitud relajada de Jorge y la desvergüenza de Mariano, no sé por qué, me agradaban a mi, un chico retraído e introspecto. Salíamos de clases y nos íbamos a mi casa a comer y hablar de cosas juveniles.

Una vez decidimos reunirnos de noche. Aquella ocasión quisimos ir por una pizza. Fuimos a la única pizzería que abre despues de las nueve cerca de mi casa, y pasamos por la Alhóndiga de Granaditas hacia un parque tétrico, sin nada de iluminación,  conocido como el «parque de las apariciones». Se dice que ahí aparecen las almas de las personas que perdieron la vida en la toma de la Alhóndiga. Entonces no hablamos de cosas juveniles, como hacíamos siempre, sino que Jorge comenzó a relatarnos la historia del espectro de una joven muerta cruelmente en la guerra. «Su padre fue un soldado español que vivia en Ciudad de México, pero tuvo un servicio en Guanajuato. Ella lo extrañaba y fue a buscarlo. Pero cuando llegó halló a su padre muerto. Se suicidó con el fusil de su padre y ella se aparece aquí a las nueve de la noche. » Mariano dijo «Fantasmas. Yo veo a ese fantasma y le parto su mandarina en ga…» No pudo completar la frase porque en un rincón oscuro del parque se materializó una luz blanca y humanoide, que se incorporó y se acercó a nosotros: era una joven chaparra,  con un vestido muy adornado de la época colonial. Brillaba y el tono de su ropa parecía ser el mismo tono de su piel. Tenía una herida muy horrible en el cuello, una herida de bala, y le brotaba sangre. No tenía pies, flotaba en el aire, y lo más horroroso eran sus ojos: no tenía más que unas negras y vacías cuencas sanguinolentas. 

Jorge y Mariano pegaron un grito tan estridente y pusieron la cara de miedo más arrugada que haya visto. Se desmayaron. Yo seguía de pie, viendo como ese espectro caminaba hacia mí. Quedé paralizado. Se paró justo delante mío y nos miramos fijamente a los ojos. Un minuto después el espíritu me esbozó una sonrisa macabra y en ese momento hice lo que más quería hacer.

«¿quieres ser mi amiga?» 

su sonrisa tétrica se desvaneció y por fin habló 

«¿Qué?» «Que si quieres ser mi amiga» «Ah caray. ¿por qué?» «No lo sé. Estaría genial tener amigos de la época colonial.» «Ay… verás, es que me agarraste desprevenida y… pos la verdad ando bastante ocupada» «¿Pero en qué puedes estar ocupada?» «Es que tengo que espantar a mucha gente, ya sabes como funciona el negocio, y pos luego mi patrón me regaña. Pero si quieres yo te llamo [me da una palmada en el hombro] cuando sea mi noche de descanso.» «¿Cómo me vas a llamar si no usas celular?» «Escríbeme tu dirección, yo la veo al rato y me aparezco ahí cuando pueda. Chao.» [Se da la media vuelta, corre y se desvanece].

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