Recuerdo cuando me dijeron que, por lo menos una vez en la vida, tienes que arriesgarte. Por lo menos una vez en la vida debes hacer algo que no hayas hecho nunca antes, algo que ni siquiera estuviera en tus planes. Y esperar. Esperar a que salga bien, a que haya valido la pena, porque créeme, las cosas que se hacen con el corazón nunca pueden salir mal.
Todo el mundo habla de amor a primera vista. De ese golpe inesperado que te corre de tu eje cuando menos te lo esperas. Pero presta atención, ¿por qué no apostar por el amor a primera sonrisa, o a primera risa, el amor a primer abrazo y a primera caricia? O como nosotros, el amor a primer beso, por casualidad, sin esperarlo ni planearlo, pero deseándolo mucho más de lo que ni siquiera habríamos imaginado.
Llegaste a mi vida y desde ese preciso día mi vida eres tú. No sé si fue el destino quién decidió unirnos, o quizá fuimos nosotros quiénes supimos encontrarnos. Y es que siempre he defendido que nada en esta vida es coincidencia, nadie se topa en tu camino por casualidad. Todo pasa por alguna razón, y no sé qué razón era la nuestra, pero joder, cuánta razón tenía…
Tú pusiste mi mundo patas arriba. Mi vida era ordenada, equilibrada, calmada, todo estaba perfectamente controlado. Y de repente, llegaste tú. Con tus comentarios inteligentes y tus tonterías, con tu inocencia y tu picardía, con tu delicadeza y tu brutalidad, con tus «te quiero» y tus «te quiero todavía más». Y entonces, todo lo que había antes de ti empezó a ser aburrido, vacío, mediocre… nada.
Me cambiaste la vida. Y dejaría que lo hicieras nuevamente unas ochenta veces más.
OPINIONES Y COMENTARIOS