La caçadora

Era un atardecer típico de julio en Las Ramblas. Barcelona seguía recostada a la orilla del Mediterráneo, aunque el sol se había puesto y los turistas le daban las espaldas al mar, lanzándose en bandadas a las calles. La gente caminaba morosamente entre los puestos donde se exhibían artesanías, estatuas vivientes, mimos idénticos a sí mismos, adivinas que no saben ni de su propia suerte, ni si habrá para comer mañana, así como todos los demás buscavidas a los que se les dio por recalar, en cuerpo y alma, por Barcelona.

En medio de la multitud, una muchacha caminaba con paso ladino meneando caderas. Tenía labios en pulpa de plástico, el pelo ensortijado. Lo rubio había sido obtenido por medio de la química contenida en alguna botella prometedora. Una vincha roja, con lunares blancos, ya que un cartel luminoso era un imposible. Su maquillaje era excesivamente cargado, casi teatral. La falda de jean era corta en exceso, y por el escote asomaban dos pelotas arrebatadas por un sostén demasiado ajustado que hacía que salieran dos semiesferas casi de la garganta. La altura, que era breve, ayudaba a la ausencia de elegancia en la muchacha.

Miraba a todos y cada uno de los hombres que encontraba a su paso. No discriminaba si estaban solos, en pareja o un grupo. ¡Cuántos más tanto mejor! Varios se agregarían a la gritadera. De tanto en tanto ensayaba un guiño lento y torpe por el enredo que se producían las pestañas postizas entre sí. La mujer cruzó de la rambla a la vereda de los bares donde los alemanes escarlatas, tomaban cerveza y hablaban a los gritos. Les pasaba cerca, casi rozándolos. Sonreía mucho más descaradamente a todo hombre que fuera rubio, o se le adivinara un bulto en el pantalón, pero que fuera producido por una gruesa billetera. Ese atardecer caluroso todos le huían. “Aquesta tarda tinc mala sort”, pensó quejándose de su mala suerte aquella tarde.

Aun así, siguió sonriendo y guiñando. Cuando no caminaba se detenía en poses cuidadosamente ensayadas para mostrar como celada su propio cuerpo. Estaba al acecho. No dejó de cruzar miradas.

—¡Remei…! ¡Remei Puyol! –oyó que la llamaban desde una pequeño grupo.

Suponiendo que se trataba de un cliente, estiró su poca altura para buscar al dueño de la voz al que pronto distinguió con un mohín asco. De entre los turistas brotó un hombre bajo, de piel cetrina, sonrisa boba, dientes muy blancos y pelo corto y muy crespo. Él le hizo gestos para que lo esperase hasta que llegara hasta ella.

—¿Eras tú Toño? ¡Vaya suerte la mía! ¡Buscando a un tío pa’ pelarlo y te me cruzas na’ menos que tú! ¿Qué hace un muerto de hambre como tú en Las Ramblas, tío?

—Me he enganchado con algunos turistas alemanes, y les estoy llevando de guía por la ciudad.

—¿Tú haciendo de guía? ¡Mira…! ¡Cómo que no terminen ahogándose en el puente estrecho del Moll de Ponent! ¡Segueix el teu camí, que jo seguiré el meu!

Remei se dio vuelta para irse mientras le sonreía a un yanqui alto y flaco, que ni siquiera advirtió su existencia. Toño la siguió, esquivando cuerpos en la multitud. Se puso a dos pasos por detrás de ella.

—Remei, hace meses que tengo ganas de verte. ¿Cómo has estado? No asomas por el pensionat desde la fiesta de Sant Jordi. ¿Tienes otro lugar para atender a tus clientes? No sé si todavía te acuerdas, pero aquella vez, como estabas apurada, me gritaste, como siempre… ¡Y yo que tenía tantas ganas de verte! ¡Tenía ganas de abrazarte… Remei! Y ni siquiera me has saludado cuando te ibas. ¿Cuándo vas a ir por el pensionat?

—¿Yo? ¿Para qué voy a ir yo al pensionat?

— Bueno… no sé. Pero allí hay gente que te quiere mucho y te recuerda con cariño. Estoy yo también… Tal vez podríamos… hablar.

Toño le dedicó su mejor sonrisa, dentalmente inmaculada, a Remei.

—¿Hablar?… ¿Yo contigo?… —le respondió Remei en tono sarcástico. Se cruza de brazos como esperando que él prosiga con sus ruegos.

Toño se le acercó con una sonrisa tierna, e intentó asirle una mano. Ella hizo un giro casi imperceptible, que, sin embargo, fue una negación evidente.

—¿Por qué no vienes, aunque sea una vez? No te pido mucho, tan solo una vez.

—¿Para qué? —Dijo Remei evitando mirarlo a los ojos. ¡Sabes de sobra cómo es mi carácter! Además… ¿Qué te hace a ti con que vaya una vez? ¿Solo con eso vas a estar feliz? Tú sabes bien que jamás dejaré este trabajo. Me gusta. ¡Me gusta que me follen y a veces hasta que me peguen! ¡Si se propasan, sé cómo defenderme con mi pistola 22! ¡Si la policía me obligara a salir de la calle, y tuviera que vivir contigo, quemaría el pensionat o me mataría con esa pistola y delante de ti! Esto lo hago desde que tenía los doce años, porque no hay nada en la vida que me guste más que estar echada en la cama con un macho. Si con más de un macho… ¡Tanto mejor!

—¿Dónde vives ahora?

—En un apartamento que me renta Manel, mi chulo. Yo le pago por su protección y porque me mantenga lejos de los Mossos d’Esquadra. En el fondo, sé que él está enamorado de mí.

—Remei, esto que haces no es un trabajo, es un vicio, y es un pecado desagradable a los ojos de Dios y haces llorar a Nuestra Señora de los Remedios.

¡Però tu que saps, ignorant! –replicó furiosa Remei, mientras miraba codiciosamente de reojo a los turistas que pasaban— Una verge toledana, no té temps per plorar pel que fa una puta catalana. Además, soy buena pa’ esto. Tú jamás comprendiste la clase de mujer que soy. Quién se acuesta conmigo jamás lo olvida… ¡Sueñan conmigo! ¡La fantasía les dura para el resto de sus días, aunque vivan cien años! Casi todos, cuando vuelven a Barcelona, vienen a Las Ramblas a buscarme y tener la experiencia otra vez. Ninguna chica les puede dar lo que yo les doy. No me pueden comparar con nadie, porque no la hay. Es una vocación desde niña. Si no hay hombres, ha de haber mujeres, y si no hay mujeres buscaré a un viejo para hacérselo con las manos. Trotar las Ramblas es estar en libertad, si hasta me divierte huir de los Mossos. ¿Tú me ves a mí haciendo de madre, de ama de casa o de nana, limpiando los mocos a los críos? ¡Qué va! ¡Estáis bien lucido, sudaca, si os creéis que alguna vez me has de ver así! Soy libre, como una hoja de estos árboles llevada por el viento. Pero un sudaca… no tiene por qué entenderlo. Habéis nacido negao, lerdo y tonto como un cargol moriréis.

—No te creas que es tan así Remei… Yo sí te entiendo.

—No creo que lo comprendáis, porque ya te siento prepararte para rogarme otra vez.

—No Remei… yo no le ruego nada a nadie —le respondió Toño bajando la mirada a la acera— Pero es que ni siquiera los intentaste Remei. ¡Me pone triste que ni siquiera desees venir a conversar conmigo! ¡Hace tres años que me casaron contigo y ni siquiera la noche de la luna de miel la pasamos juntos! ¡No… qué va! ¡Yo no ruego! ¡Si he de rogar, ha de ser a Dios, o a María Santísima! ¡Pero nunca a ti…! ¡Pero que no hayas hecho el amor conmigo nunca…!

—¿El amor? —Se asombró Remei mientras miraba de reojo a un chico morocho, bien parecido y finamente vestido— ¿De qué amor me hablas, tío? ¿Porque estemos casados? Pero nuestro casamiento, ¿es algo más que esa llibreta vermella que tú tan bien guardáis? ¿Yo qué soy para ti? ¡Una puta de merda! Y tú ¿qué eres para mí? ¡Un sudaca simpson que no pot entendre res! Porque eres sudaca, simplón y no entiendes si no te hablan en castellà. ¿Crees que haríamos una buena pareja? Yo soy libre, antojadiza, me gusta caminar por la ciudad, que me hagan regalos caros, tomar cava helado, comer exquisiteces… Tú no eres otra cosa que un barrendero, vives entre papeles y la mugre que dejan caer los turistas… ¡Yo, en cambio soy la mejor puta de Las Ramblas y quizás de toda Catalunya, i no obstant això, ets tu, el que em té pietat a mi!

—Pero ¡estamos casados, Remei! —se lamentó Toño.

—¡No estamos casados por amor! ¿Acaso lo olvidaste ya? ¡Agradécelo a tu Amigo Bernat y a ti mismo! ¡Eras tú el que necesitaba la residencia en España y eras tú el que huía de la Oficina de Migracions! ¡Yo necesitaba dinero! ¡Saps també de la meva afició per les drogues¡ A una adicta necesitada, no solo la haces casar sino, que necesitada, hasta se le podría hacer hinchar por los Merengues en lugar del Barça! ¿Qué mal bicho te picó para casarte con una puta drogadicta…? ¡Eso! ¡Casar-te amb una puta de merda que necessita cocaïna cada dia! Si tú sabías que yo era puta. ¿Por qué te casaste…? ¡Podrías haber buscado una lépera que fuera simple y cerril como tú! ¡Podrías haber dicho que dure cinco años, hasta sacar el divorcio, y ya era demasiado tiempo para estar casado con una puta! ¿En qué cabeza cabe? Ahora… ¡Ahora tú estarás en el banco de la paciencia! ¡Mientras Bernat se ríe, tú sufres! ¡Te jodes!

Remei finalizó con su arrebato y permaneció en silencio.

Tres muchachos, que no llegaban a los veinte años, que pasaban rosándola, la miraron, le dijeron algo en alemán. Se rieron a los gritos siguiendo de largo. Uno de ellos se dio vuelta y le tiró un beso. Remei los vio irse. Siempre sonriendo. Los saludó descaradamente levantando y sacudiéndose provocadoramente los pechos.

—¿Con quién follas? –le descerrajó a Toño, volviendo la vista de los alemanes.

—Me busco a alguna de tus colegas en la ciudad medieval, o en el puerto. Las de Las Ramblas, como tú, cobran demasiado caro.

—¡Vaya! ¡No tendrías pasta ni para acostarte con tu propia esposa! —gritó en medio de carcajadas.

De nuevo se hizo el silencio. Una chica con aspecto muy masculino, pasó cerca de Remei y le clavó la mirada. Tenía puesta una campera de cuero. Hacía demasiado calor para tener puesta una campera de cuero.

— Me dicen que Bernat va a dormir a tu apartamento.

Remei guardó un largo silencio y ensayó un reproche.

—¡No sé quién te ha dicho semejante majadería!

—¡Vaya suerte la mía! ¡Vaya destino! ¡A aguantarse sudaca! A todas estas…, ya es tarde. ¡Adiós! Tengo que llevar a los alemanes a cenar. Son como los pollos, ni bien se esconde el sol cenan y se van a dormir la borrachera.

Remei se acomodó la cartera y comenzó a girar la cabeza, sonriéndole a los transeúntes. Toño negaba lentamente con la cabeza.

—¿Cuándo vendrás por el pensionat? —insistió Toño.

—¿Para qué habría de ir? ¡Ni aunque haga diez días que no folle! ¡Ni aunque no consiga mis polvos mágicos! Cuando estoy con mucho trabajo, no tengo tiempo y mucho menos tengo las ganas de follar con alguien más y muchísimo menos, si ese alguien más, eres tú. ¡Adiós!

—¡Adiós, Remei Puyol!

Remei se estiró la camiseta para que se vieran mejor sus pechos morados por la prisión.

Toño permaneció inmóvil en el mismo sitio, mirando la espalda de Remei, el movimiento de su cadera prominente, los muslos prometedores, sus pasos sugestivos y cuidadosamente ensayados. Sus ojos se llenaron de tristeza y suave ternura. La mirada, con la que recorría la bella y cimbreante figura de su esposa, en realidad la acariciaba. Como si sintiera sobre sí, esa caricia a la distancia, Remei volvió la cabeza. En silencio se mordió el labio inferior, pero su rostro se tensó, su boca se entreabrió revelándole a Toño que quería decirle algo. Tímidamente él se le acercó y la miró con ojos suplicantes.

—¡Toma! —le dijo ella— Gástalos en una buena puta, aunque nunca será tan buena como yo. ¡Gastalos bien, que bastante he tenido que sudar el cul pa’ganarlos!

Diciendo esto le dio un colorido billete de cien euros, y volviéndole inmediatamente la espalda, se alejó rápidamente.

— ¡Adiós, Remei! – dijo él, apretando con fuerza los cien euros.

Ella caminó con su andar escurridizo por la vereda de los bares. Su mano izquierda tomaba la correa del bolso que albergaba la pistola que la defendía de los locos, la derecha lista para saludar o hacer alguna seña. Él la contempló desconsolado, con los ojos brillantes sin perder ninguno de sus movimientos. Ella se hundió en una multitud vociferante, que la recibió con gritos alborozados en algún idioma lleno de consonantes y gotas de saliva. Una mano se apoyó en sus caderas. Ella sonrió consintiéndolo todo.

—¡Adiós, Remei Puyol! —murmuró Toño y se puso en puntas de pie para ver, aunque sólo fuera una vez más, la sonrisa de ella.

(C) Jorge A. Ricaldoni, 2011~2016

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