La vida pasa

Sin que ningún instante nos traiga la alegría…

Ha debido morirse con nosotros el tiempo

O has debido quererme como yo te quería.

Juan Gonzalo Rose

Mañana

Él la veía en algún café que ella acordaba y como todo muchacho siempre llegaba tarde, no cumplía los 17, pero en su cuerpo llevaba las cicatrices de aquellas que quedaban cada vez que salía del cuarto de ella, pensando que quizás todo acabaría aquella tarde. Salir con el miedo que al cerrar la puerta nunca mas la podría abrir.

Ella siempre salía primero, quizás así se manifestaba su culpa, él después de eso se quedaba callado, algunas veces fumaba un cigarrillo que dejaba a medias u otras solo miraba el cielo tratando de encontrar allí la respuesta de todo aquello que nunca se abría cuestionado, la amaba y esa era toda su respuesta toda su verdad.

Aquella tarde acostado en la cama no hacía más que observarla. Bajar y subir la mirada una y otra vez, sin cansarse, sin cerrar sus ojos, ni una sola vez y en ocasiones sin respirar.

Ella a sus 29 años, le gustaba cómo él la miraba, con su cuerpo desnudo dejaba ver unos pechos blancos, con marcas de la ropa de baño de aquel verano. Ella lo miro a los ojos. Los labios de él querían musitar palabras, pero sólo una lágrima recorría su mejilla. Se sentó rápidamente en la cama mientras las lágrimas recorrían sus mejillas de una manera más continua.

  • Esta será la última vez -dijo ella-. Pronto me iré y todo esto acabará. Si tan sólo fueras….
  • Lo sé -dijo él con voz entrecortada y secándose las lagrimas con las manos-. Pero me amas y eso es suficiente para mí.

Ella se levantó y lo abrazó fuerte, queriendo aprisionar aquel sueño hermoso que se desvanece al despertar, porque de una manera u otra pronto despertarían.

Él fue el primero en vestirse, al dirigirse a la puerta la abrió, quiso salir pero algo en su interior se lo impedía, cerro la puerta despacio.

  • Te amo, nada me importa, solo tú …

Las cortinas se agitaron por unos segundos. Ella aun estaba sentada en la cama, desnuda. No dijo nada, él la miró con aquellos ojos de niño asustado, esperaba algo. Alguna palabra, pero ella cayó, no musitó su boca palabra para él. Renzo no dejaba escapar esa lágrima, no quería llorar nuevamente, abrió la puerta rápido y se fue. Ella al verlo partir, sabía que lo perdía para siempre porque ella lo quiso así.

Se vistió rápido, las maletas estaban a un lado de la cama. El avión saldría dentro de un par de horas y mientras tanto trababa de llenarse la cabeza de recuerdos, que de una manera u otra la llevaban a él, e igual que él, ella solo atinó a llorar.

A sus 17 años la sombra de la decepción ya había tomado posesión de él. Ella lo sabía, había perdido algo, que sólo percibimos en los jóvenes. Algo que pasa desapercibido en los adultos, pero ella lo conocía. Lo notó, aquel día y lo siguió notando en cada foto de él, que su madre le mandaba por mail y en cada una se veía triste o alegre o quizás serio, pero los ojos decía lo mismo…


Tarde

Cuando le llegó la carta ella estaba cómodamente sentada en su oficina, tomando un café que hacía minutos su asistente acababa de traerle, miró el sobre como sintiendo desprecio pues lo vio viejo y sucio, pensó que quizás se abrían equivocado, pero cuando leyó quien remitía la carta supo que no había error, era para ella.

Estuvo mirando por la ventana mientras el sobre se mantenía cerrado en su escritorio. Miles de cosas se alojaron en su cabeza y sintió un leve dolor en el fondo de su corazón.

En ese momento sonó el teléfono, contesto presurosa como pidiendo auxilio, quería que algo la despertara, era una de sus viejas amigas, la estaba esperando en el café de la esquina del edifico, tomo su abrigo y salió, no sin antes mirar aquella carta que permanecía allí.

Tomó el ascensor, le parecieron días allí dentro, salio rápido para encontrarse con una vieja amiga en el café de siempre.

La charla fue grata pero llenó sólo por instantes aquel dolor en el pecho, aquella cicatriz que ella siempre trato de olvidar.

Se despidió afectuosamente de su amiga, agradeciendo que la sacara del trabajo, que la alejara de la carta, pero no podía olvidarla.

Ya en su hogar, se mantuvo despierta en la cama lo suficiente para notar que su marido llego de madrugada, oliendo a perfume barato y alcohol, era como si sus sentidos hubieran despertado con aquella carta, se mantuvo en silencio y trató (aunque fue inútil) de dormir.

La carta estuvo en su escritorio por días, aquel lunes cuando se disponía a abrirla, cuando tuvo el valor de desenterrar el pasado, de ver que fue de aquel amor. En ese momento sonó el teléfono, lo atendió como dormida.

Cuando terminó de escuchar aquellas palabras, dejo caer el teléfono.

“ha muerto… esta muerto”

Las lagrimas salían sin control, tomo la carta y la abrió presurosa, solo tres palabras: “Ven te necesito”. El llanto se hizo mas fuerte y grito su dolor en la oficina todos la escucharon, pero a ella no le importó.

Tomo el primer avión, lloró todo el viaje, trató de disimularlo usando grandes gafas, llegó a la casa de sus padres tomó un baño, y escuchaba su voz en cada voz, aun después de tantos años sentía el aroma de su piel y podía recordar con nostalgia como eran las tardes con él.

Cuando llego a la casa muchas personas se encontraban allí, ella ingreso a la casa y permaneció alejada del ataúd, quienes la reconocían la saludaban cortésmente con la solemnidad que se usa en esos casos. Al ver a la madre de él, se levanto camino lentamente y la abrazó fuerte, trató hablando entrecortado de darle el pésame, las palabras salían difícilmente de su boca, y ocupó de nuevo su lugar y recordó aquel último día junto a él, y aquello sólo aumentó sus lágrimas.

Ya en el cementerio, llovía copiosamente, todos se iban retirando, ella se quedó un momento más, no podía dejarla sola y se acerco. Ella al verla suspiro y siguió mirando la hermosa lapida de mármol.

  • No sé qué querías hija – le dijo la madre – él te espero toda su vida, es tonto que estuvieras aquí justo ahora que él no puede verte, pero quizás te agradezco ese gesto. No sé qué querías probar, ¿que él realmente te amaba? o ¿Hasta cuando te podía esperar? Hoy supe que eras tú, pensé en todas las personas de su vida, pero tú…una de mis amigas. Nunca vi reír a mi hijo, desde los 17 años, nunca lo volví a ver reír, te amó como su padre una vez me amo a mí, lástima que las mujeres como nosotras no sepamos apreciar eso. Su padre, cuando lo deje, me juró que no tendría otra mujer en su cama y nunca lo creí hasta ahora. Él nunca se caso, ni comprometió. Terminó la carrera y se dedicó a trabajar, sus amigos, la casa, sabes siempre hubo tristeza en él y yo sin saberlo siempre le informaba lo que te pasaba desde el nacimiento de tu primer hijo, tu ascenso, y cosas así. Al verte aquí tengo ganas de golpearte, de gritarte y decirte que fuiste la mujer más tonta del mundo. Tuviste el amor a unas horas de avión… ahora ningún aeropuerto te llevara donde el está.
  • – Yo también lo amaba…
  • – Si lo sé y ese será tu dolor – y se alejó lentamente de la tumba.

Llovía, lloraba, llovía.

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