Desnudando pobrezas.

Descuelga el tapaboca que encontró afuera de un hospital y que lavó y secó con mucho cuidado. Lo mismo con los guantes de goma: uno azul y el otro cremita. Esos los encontró en otra parte de la ciudad, en su recorrida diaria.
Hoy el municipio empieza a anotar para acceder a las canastas de alimentos. Oyó que el horario era a partir de las nueve, no quiere quedar afuera, por eso, siendo las seis menos cuarto, arranca despacio, sin hacer ruido para no despertar a la gurisada. Echa un poco de agua a la caldera y prepara el matecito, se las ingenió para poner un colador colgando delante del pico para que les de el vapor a las galletas de campaña que le dieron ayer en la panadería, así se ablandan un poco y, de paso, quedan calentitas. Matilde aparece por detrás de la cortina con cara de sueño.

―Vení, vieja. Tomate unos mates conmigo que ya me voy. Mirá, calenté las galletas.

―¿Todas?

―¡No! Una para vos y otra para mí. Las demás están en la bolsa de red ahí, colgadas, para cuando se levanten los gurises.

―¡Ah!, me asustaste. ¿Vas al municipio hoy?

―Sí, claro, ahora mismo salgo para ahí. A la vuelta voy a pasar por el almacén de Pepe. Ayer me dijo que tendía algo para nosotros. Es un gran tipo, Pepe. Le está dando una mano bárbara a un montón de gente. Ya le dije que cuando precise arreglar algo que cuente conmigo.

―Bueno, que tengas suerte, viejo. Voy a dormir un ratito más y luego le preparo a los nenes con esta yerba el mate cocido.

Pedro se calza el tapaboca, los guantes, y sale rumbo al centro. La cuarentena permite circular con un fin específico: buscar alimentos, medicación o ir al trabajo. Él no se preocupa, los agentes de la 22° lo conocen de años, no le van a hacer problemas.El día despierta, la ciudad no, no como antes. La soledad, para algunos, implica pobreza, no es feliz un paisaje vacío.

Cuando llega al municipio se encuentra con un par de vecinos que, como él, no quieren perder la oportunidad. 

“Buen día, buen día”, se saludan de lejos, sin mirarse a los ojos, con reticencia y marcando con la mirada hacia abajo, a veces con un ademán de cabeza, el límite de dos metros.
La cola se conforma de los más variopintos personajes, desde el más pobre, hasta el empleado que unos días atrás pasaba de largo, sin mirar, al que pedía una moneda para la olla. Esos que creían que por ganar un mango más eran infalibles, casi oligarcas, otros que compraron el autito en cuotas, aparecían en la bicicleta vieja porque no tenían para la nafta.
Uno de estos, estaba atrás de Pedro. Como para matar el rato le dijo:

―Menos mal que no llovió, porque sino…

―¡Ah!, si, es un poco más incómodo, digamos ―y sonrió por debajo del tapaboca en gesto de simpatía. Claro que sólo era perceptible porque sus ojos se achicaban, pero en Pedro era un acto reflejo sonreír.

―Está bravo, che, este virus nos cagó la vida.

―Si, el virus… ―contestó, Pedro.

―Fijate que tengo que venir a pedir una canasta acá porque no me da para sobrevivir. Me mandaron al seguro de paro y no sé si después de los seis meses me van a tomar de nuevo.

―¡Pah! Es jodido.

―¡Gobierno lacra este! Me dijeron que la canasta esta era pura porquería, unas latas, unos fideos, polenta, y leche en polvo. ¡Leche en polvo! ¿Pero qué se piensan que son? Ratas neoliberales.

―¡Ah, mire usted! ―los ojos de Pedro brillaron por un momento.

―Y si, fíjese que recortaron los sueldos a todos los públicos, crearon el fondo Covid 19 y lo vamos a llenar nosotros, ¿entiende? El pueblo va a cargar con esto, mientras los terratenientes y los oligarcas de siempre están ahí muy campantes, con sus test hechos, con su cobertura privada. Bueno, yo tengo sociedad médica, gracias a Dios, pero la de ellos es mucho mejor que la nuestra, y si quiero hacerme el test lo tengo que pagar una fortuna. No sé qué están esperando para darlo gratis en salud pública, ¿que nos muramos como ratas?

―Hay que cuidarse… Por la familia, ¿vio?

El hombre tomó el celular y dio por finalizada la conversación.
Pedro pensaba en la cantidad de comidas que iba a preparar con la canasta que le iba a dar. Parecía que veía la carita de felicidad de los gurises por tener un plato “de verdad” adelante…
La puerta del municipio se abrió y un funcionario con números empezó a repartir. A Pedro le tocó el tres. Pasaban de a uno, para no aglomerar gente.
El primero salió con las manos vacías y agarró para otro lado; el segundo pasó por al lado de Pedro y le dijo “no te dan nada”; al tiempo el funcionario gritó: “Número tres.”
Entusiasmado como niño en primer día de clase, Pedro revoleó el número delante de su cabeza y entró casi a paso de baile. Le tomaron los datos, le preguntaron por el núcleo familiar, y le dijeron que dentro de tres días pasara a buscar la canasta con el mismo número.Salió feliz, sonriendo bajo el tapaboca. Saludó al vecino que hablaba aún por celular y este le hizo un ademán con la cabeza en respuesta.

Camino a casa, pasó por lo de Pepe.
Cuando este lo vio entrar le hizo un ademán para que pasara atrás.

―¿Cómo estás, Pedro? ¿Cómo está, Matilde y los gurises?

―Bien, Pepe, llevándola.

―Mirá, Pedro, te dije que te iba a ayudar y lo voy a hacer, pero anoche me robaron. Entraron por esa puerta de allá, ¿ves? La doblaron con un fierro y se llevaron casi todo lo que tenía en el depósito.

―¡Uy!, Pepe, qué macana. Mirá que si no podés, no pasa nada, ya nos arreglaremos ―dijo Pedro y agachó la cabeza.

―Nada de eso, m’hijo. Te dije que te iba a dar algo y acá tenés ―le acercó una bolsa que tenía separada con un kilo de leche en polvo y uno de arroz y una lata de sardinas―. Yo sé que no es mucho, pero por ahí te sirve para tirar un par de días.

Pedro tomó la bolsa con una reverencia al tiempo que agradeció de todo corazón el gesto del más viejo de los almaceneros que quedaba en el barrio.

―Pepe, ¿querés que te de una mano para arreglar esa puerta? Le llevo las cosas a Matilde y vuelvo.

―No tengo con qué arreglar esos fierros, Pedro. Te agradezco, pero voy a tener que trabar ahí de alguna otra forma.

―Si me dejás, algo se me va a ocurrir, capaz que entre los cachivaches que tengo en el fondo aparece algún fierro o algo que sirva. Busco y vuelvo antes de la noche, no te preocupes, Pepe, contás conmigo.

―¡Vieja, vieja, buenas noticias! ¡Mirá lo que traje! ―estiró el brazo con la bolsa en la mano.

―¡Uy, qué bueno! Con esto hago dos medidas de arroz con leche y dos de arroz con sardinas. ¿Nos van a dar la canasta?

―Si, pero dentro de tres días.

―Bueno, hacemos rendir esto. ¿Te lo dio, Pepe?

―Si, el pobre viejo, ¿sabés que le robaron anoche?

―¡No te puedo creer! ¡Qué ratas estos malandros! Ya no tiene códigos. Robarle a Pepe que es el alma más caritativa del barrio…

―Ahora después de preparar la comida para los gurises, voy a buscar a ver si tengo algo en el fondo para ayudarlo a él. El tipo es solidario, uno no puede ser menos, vieja.

―Me parece bárbaro, Pedro, si querés te doy una mano para buscar. Ya me pongo a hacer la comida. Gracias, Pedro, gracias a Dios también.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS