Conducías a una velocidad vertiginosa, violando hasta el más alto de los límites. Yo no tenía ni idea de a dónde nos dirigíamos, y tampoco me importaba.
No sé si era la adrenalina o el alcohol, o ambas cosas, lo que inundaba mis venas y nublaba mis sentidos, pero por primera vez en mi vida no me importaba nada. Sólo tú posando tu mano sobre la piel desnuda de mi pierna.
Bajé la ventanilla y el olor a tierra mojada inundó mis fosas nasales, mientras el viento helado me picaba como agujas en el rostro. Pero no era suficiente. Quería más, quería volar.
Abrí el quemacocos de la camioneta, que ya casi no tocaba el asfalto por lo rápido que avanzábamos. Primero saque mi cabeza y, al comprobar que resistía los arañazos del viento, subí el resto de mi cuerpo hasta terminar sentada en el techo.
Tu mano, que anteriormente se había encontrado en mi pierna, ahora le hacía cosquillas a las plantas descalzas de mis pies, con ligeras caricias.
Me sentía tan llena, tan plena, tan… feliz. La excesiva emoción formó un grito en mi garganta que me negué a contener.
Después de ese grito dónde se pudo haber ido mi alma, no pude hacer otra cosa más que llorar. Lloré de felicidad y de nostalgia, porque sabía que ese momento sería efímero, y que incluso mi memoria no le haría justicia.
Cuando mi corazón desbocado por fin se calmó, baje lentamente hasta introducirme por completo en el vehículo. Estaba temblando, probablemente de frío, eso quería creer.
Me acomode en el asiento de manera que mi espalda quedara hacia la ventanilla que seguía abierta, y así poder verte completamente. Tu perfil era hermoso, no podía dejar de verlo. Y estaba agradecida de que ya hacía un buen rato había dejado las sutilezas atrás.
-Si tienes frío, cierra la ventanilla. -Me veías de reojo como tratando de adivinar que pasaba por mi cabeza.
-Me gusta el frío.- Respondí, porque era verdad. El frío me hacía ver que no estaba soñando, que eras real, que estabas ahí. Volteaste a verme por apenas un segundo y me dirigiste la más hermosa de tus sonrisas, esa que es juguetona y que tanto me encanta.
Hace tiempo (no recuerdo cuando) leí que alguien (no recuerdo quien) escribió que a veces pasamos años sin vivir en lo absoluto, pero de pronto todo lo que hasta entonces no habíamos hecho, sentido o vivido se concentra en un momento, en un solo instante.
-Frena.- Te dije. Parecías desconcertado, pero no tuve que volver a pedirlo. Estabas dispuesto a complacerme en todo.
-¿Qué ocurre?
Me lancé sobre ti, subiendo encima, dándole la espalda al volante. Busqué tus labios con urgencia mientras mis manos acariciaban tu cabello y se hundían en el.
-Gracias.- Murmure entrecortadamente. -Gracias…
-¿Por qué?- preguntaste mientras te negabas a dejarme ir.
-Por salvarme.
Antes de que pudieras contestar volví a besarte de manera necesitada, y nuestras manos se deshacían de la ropa que comenzaba a sobrar.
Y ya no quedaba duda, este era mi instante. Mi vida se reducía a esto, porque por fin estaba viviendo.
***
-Chaos.
OPINIONES Y COMENTARIOS