Cerrando la puerta, y encontrándome otra vez con él, solos, en casa. Le dije:
– ¡Otra vez tú! Basta ya. Siempre me persigues cómo si fueras mi sombra. No niego que muchas veces necesito tu compañía, sobre todo cuando vamos juntos a un pueblo aislado escapando de todo el mundo. Confieso que muchas veces, mientras estamos con la gente, nos contactamos sin decir palabra alguna y nos quedamos esperando para huir de los otros para estar juntos, con un libro o unos papeles blancos con un bolígrafo. ¡Qué profunda es nuestra amistad! y ¡Qué larga es nuestra compañía! Pero, no se puede pasar la vida, toda la vida, con un solo compañero. Sobre todo, cuando es tan tranquilo como tú. A veces me satisface una necesidad que ningún otro compañero pueda entender. Aún así, muchas veces, se siente a sí mismo, y yo también le siento, inútil, hasta para sentir y comprender las necesidades más básicas y que, a menudo, no se expresan: la falta de una caricia, una mano en el hombro o una palmada en la espalda al llorar. La falta de compartir las risas en voz alta hasta que nos mire la gente en la calle. La falta de escuchar su opinión acerca de un poema que acabo de escribir. Es una necesidad que tenemos de ser escuchados, pero, al mismo tiempo, echamos de menos, profundamente, a los que nos hablan. Siempre que nos miremos a nosotros mismos con los mismos ojos, quedan unos espacios invisibles en nuestras almas, hasta que llega algún amigo, que pueda hablar, y nos hable de lo que no sabemos de nosotros mismos.
Muchas veces nos sentamos enfrentados y nos miramos sin decir nada, ni siquiera querer hacerlo. Pero yo no puedo más. Me voy vaciando. Mis emociones son como unas velas que se apaga cada vez más. Me he quedado demasiado tiempo con el mismo…. ´Nadie´
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